En que se narra la
condena de una gobernanta
Por
Leonardo BOFF
Había una vez una nación grande por
su extensión y por su pueblo alegre y, sin embargo, injustamente tratado. Mayoritariamente
sufría la miseria en las grandes periferias de las ciudades y en el interior
profundo. Durante siglos había sido gobernado por la pequeña élite del dinero
que nunca se interesó por el destino del pueblo pobre. Al decir de un
historiador mulato, el pueblo fue socialmente «capado y re capado, sangrado y
re sangrado».
Pero lentamente esos pobres se fueron
organizando en movimientos de todo tipo, acumulando poder social y alimentando
un sueño de otro Brasil. Consiguieron transformar el poder social en poder
político. Ayudaron a fundar el Partido de los Trabajadores. Uno de sus
miembros, superviviente de la gran tribulación y tornero mecánico, llegó a ser
presidente. A pesar de las presiones y concesiones que sufrió por parte de los
adinerados nacionales y transnacionales, consiguió abrir una brecha
significativa en el sistema de dominación que le permitió hacer políticas
sociales humanizadas.
Una parte de la población equivalente a
Argentina entera salió de la miseria y del hambre. Miles de personas
consiguieron su casita, con luz y energía. Negros y pobres tuvieron acceso,
imposible antes, a la enseñanza técnica y superior. Pero sobre todo, sintieron
recuperada su dignidad, siempre negada. Se vieron parte de la sociedad. Hasta
podían comprar a plazos un utilitario o ir en avión a ver a sus parientes
distantes. Esto irritó a la clase media, pues veía sus espacios ocupados. De
ahí nació discriminación y odio contra ellos.
Y sucedió que el año 13 del gobierno
Lula-Dilma Brasil ganó respetabilidad mundial. Pero la crisis de la economía y
de las finanzas, por ser sistémica, nos alcanzó, provocando dificultades
económicas y desempleo que obligó al gobierno a tomar fuertes medidas. La
corrupción endémica en el país se densificó en Petrobras, implicando a altos
estratos del PT, pero también de los principales partidos políticos. Un juez
parcial, con rasgos de justiciero, enfocó prácticamente solo al PT.
Especialmente los medios de comunicación conservadores consiguieron crear el
estereotipo del PT como sinónimo de corrupción. Lo cual no es verdad, pues
confunde la pequeña parcela con el todo correcto. Pero la corrupción condenable
sirvió de pretexto a las élites adineradas, sus aliados históricos, para tramar
un golpe parlamentario, ya que mediante las elecciones jamás triunfarían.
Temiendo que ese curso vuelto hacia los más pobres se consolidase, decidieron
liquidarlo. El método usado antes con Vargas y Jango, fue retomado ahora con el
mismo pretexto «de combatir la corrupción», en realidad para ocultar su propia
corrupción. Los golpistas usaron el Parlamento el 60% del cual está bajo
acusación de delitos e irrespetaron a los 54 millones de votantes que eligieron
a Dilma Rousseff.
Es importante dejar claro que detrás
de este golpe parlamentario se anidan los intereses mezquinos y antisociales de
los dueños del poder, mancomunados con la prensa que deforma los hechos y se
hizo siempre socia de todos los golpes, juntamente con los partidos
conservadores, con parte del Ministerio Público y de la Policía Militar (que
sustituye a los tanques) y una parcela de la Corte Suprema que, indignamente,
no guarda imparcialidad. El golpe no es sólo contra la gobernanta, sino contra
la democracia de carácter participativo y social. Se trata de volver al
neoliberalismo más descarado, atribuyendo casi todo al mercado que es siempre
competitivo y nada cooperativo (por eso es conflictivo y anti-social). Para eso
decidió demoler las políticas sociales, privatizar la sanidad, la educación y
el petróleo y atacar las conquistas sociales de los trabajadores.
Contra la Presidenta no se identificó
ningún crimen. De errores administrativos tolerables, hechos también por los
gobiernos anteriores, se derivó la irresponsabilidad gubernamental contra la
cual se aplicó un impeachment. Por un pequeño accidente de
bicicleta, se condena a la Presidenta a muerte, castigo totalmente
desproporcionado. De los 81 senadores que van a juzgarla más de 40 están
imputados o investigados por otros delitos. La obligan a sentarse en al banco
de los reos, donde deberían estar los que la condenan. Entre ellos se
encuentran 5 ex-ministros.
La corrupción no es sólo monetaria.
La peor es la corrupción de las mentes y los corazones, llenos de odio. Los
senadores pro impeachment tienen la mente corrompida, pues
saben que están condenando a una inocente. Pero la ceguera y los intereses
corporativos prevalecen sobre los intereses de todo un pueblo.
Aquí es apropiada la dura sentencia
del Apóstol Pablo: ellos aprisionan la verdad con la injusticia. Es lo
que atrae la ira de Dios (Romanos 1,18). Los golpistas llevarán en la
cabeza durante toda su vida la señal de Caín que asesinó a su hermano Abel.
Ellos asesinaron la democracia. Su memoria será maldita por el crimen que
cometieron. Y la ira divina pesará sobre ellos.
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