Por Carolina Vásquez Araya: A estas alturas, es preciso comprender que los gobernantes tienen planes definidos.
Estas imágenes han impactado a la sociedad –aunque todavía no la motivan a reaccionar ante semejante abuso- pero sí la convencen de la supuesta ineficacia del Estado en el desarrollo de los planes de vacunación presentados por el ministerio de Salud de ese país. Sin embargo, piensa mal y acertarás: el verdadero objetivo del caos es allanar el terreno para permitir la administración de las vacunas desde el sector privado, cuyos más conspicuos representantes ya se restriegan las manos viendo cómo se hace posible ese próspero negocio.
El presidente ha sido, en sus 14 meses de gobierno, un
ejemplo vivo de la más abyecta sumisión ante el sector empresarial organizado,
desde donde se delinean los caminos más tortuosos para convertir al país en un
despojo institucional, carente de certeza jurídica y en manos de una burocracia
improvisada y corrupta. Con la pandemia en pleno desarrollo y sin salvaguardas
sanitarias ni de apoyo a los sectores más afectados, resulta inconcebible la
permanencia del mandatario en un puesto de tanta responsabilidad. Sus acciones
durante el año transcurrido han revelado su total desconexión con la realidad
nacional, pero sobre todo su férreo compromiso con quienes continúan, desde
tiempos de la Colonia, apoderándose de todas las riquezas nacionales.
Sin embargo, no ha sido el único en hacer todo lo posible
por regalarle los recursos estatales al sector privado. Esa clase de saqueo ya
se había perpetrado con éxito, privatizando cuanto servicio público quisieran
los empresarios: la línea aérea, la telefonía, la distribución de energía, la
banca estatal, el ferrocarril… Todos estos recursos –o por lo menos aquellos
que sobrevivieron- pasaron de la “ineficiencia estatal” a una prestación de
servicio cara, poco eficiente y monopólica, la cual tampoco significó un
beneficio para la población.
Adjudicar a la administración actual todos los problemas que
afectan a la ciudadanía no es totalmente justo. En Guatemala, la secuencia de
gobernantes ha sido fatal desde el regreso al sistema democrático; y las
trampas legislativas -con la ley electoral y de partidos políticos a la cabeza-
han impedido de manera solapada y certera la participación política desde las
bases mismas de la sociedad. Gracias a leyes casuísticas, cada cuatro años es
posible observar la feria de oportunidades para individuos mediocres, pero
cargados de recursos provistos por el empresariado organizado y, recientemente,
también por las organizaciones criminales (narcotráfico y tráfico de personas),
quienes gobiernan desde las sombras.
Esta es la realidad de un Estado fallido. Por eso, cuando se imprime en la conciencia colectiva la farsa de la “ineficiencia del Estado” y se pavimenta de ese modo el camino para mayor enriquecimiento de las castas económicas, se apuñala una vez más a esa población cautiva de la mentira y del despojo.
La repetición de la mentira acaba por convencer al pueblo.
elquintopatio@gmail.com
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