miércoles, 18 de marzo de 2020

Repensar la conducta humana ante un mundo en conflictos


Por Mariano Sierra:
Todo parecer indicar que la agresividad en sus distintas manifestaciones se ha convertido en una manera de vida, es decir, hace parte de la cotidianidad del diario vivir. Los presupuestos patológicos de la agresividad están incursos en las distintas conductas humanas, repercuten social, familiar, política, en los negocios, en la formación y en la religiosidad, en los estados emocionales inherentes tales como depresión, estrés, miedos, iras, controversias, interrelaciones personales y en toda disidencia tan común en los tiempos presentes como sujeto perturbador de todo ordenamiento social.

El tema en comento aflora con ímpetu arrollador en un mundo atrofiado por los conflictos de todo orden que a su vez hacen incursión en la doctrina de la frustración que no es otra cosa que la pugna que se cierne por diferencias interna entre sujetos. La frustración a su vez se acompaña de la agresividad y sus demás componentes motivo de esta reflexión, cuya razón de ser entre otras, es la de querer destruir las barreras que impiden satisfacer la unidad y la concepción moderna humanista. Para visualizar este entorno nos tiene que llevar a comprender la mutación que se viene produciendo en la sensibilidad del ser, en la manera de vivir que aprecia que no existe un rumbo determinado, sino un desorden y eso hace que nos llevemos por las incertidumbres.

Vista la agresividad en su estudio por las ciencias humanas, esta recorre distintos caminos como el que se revierte al sujeto donde la agresividad se encapsula en su inconsciente a manera de reprimirla generando estados neuróticos donde se asocian mecanismos de ataque, de reacción, de rechazo, hasta paranoicos. Normalmente los individuos agresivos van en contra de las buenas relaciones, disfrutan del divisionismo a base de actos esquizofrénicos, inventando hechos, buscando sobresalir y para ello quieren que solo sus ideas son las correctas, y se hacen dueños de verdades falsas, demostrando honradez donde solo sobresale la mezquindad.

Cobra vigencia lo que un pensador dice que estamos en la sociedad del malestar. Vivimos en una época donde a pesar de tanto desarrollo, de tanta civilización, es donde más la violencia se ha acrecentado. Se expande por doquier los conflictos y con ellos las frustraciones que crean agresividad por deseos incontrolables de poseer y no se logra, por deseos de poder y para mantenerlo se acude a la conducta irracional. Todo porque   la violencia estructural emana de la agresión múltiple sencillamente porque esta sociedad es más inhumana que humana, es más irracional que racional que impide la transformación humana, haciendo resistencia a la trazabilidad en los procesos sociales y políticos para un mundo mejor.

Es necesario precisar el sentido de agresividad para ubicarnos con mayor dimensión en este sucinto desarrollo. La agresividad es la tendencia a actuar o responder con violencia sea esta física, oral, psicológica, con posturas corporales, imágenes o símbolos.  La agresividad provoca, ofende, irrespeta, ataca, intimida, daña física o psicológicamente, es contrario al derecho de una persona.

Dícese así, que la agresividad entra en relación bajo presión desviando los procederes normales llevando a la persona a fracasar en la amistad, los negocios, en la solución de conflictos, en la vida personal. Cuando se manejan conductas o funciones donde hace presencia el poder o mandato, la agresividad les sirve de apoyo sobre bases de violencia para mantener esos ordenes de autoridad indicándonos de otra parte que allí hace falta madurez, criterio, control social y emocional.

La agresividad no solo hace presencia en las conductas, de los actos humanos. También se expresa a través de imágenes, de la fenomenología que alude a la transformación que se está sufriendo y a las posturas que permiten la desarmonía, rechazando toda esencia de dialogo o búsqueda de espacios para solucionar las diferencias que muchas veces son minúsculas.

Cuando la agresividad se aferra a la persona cual sanguijuela es difícil desprenderla fabricando en los sentimientos una ausencia de amor a los demás y a su entorno, generando, además desesperación, inconformidad, desencanto, afectaciones al estado de ánimo y una total intolerancia. Como conducta social y política, la agresividad es pugna, es reacción por sacar ventaja, por oposición al otro o como se dice por no dejarme del otro. Una mirada, un simple roce, una desatención en el saludo, un desliz personal, el pensar distinto en lo religioso, en lo político, en lo cultural, en los estados de necesidad e insatisfacciones o en el simple no compartir ideas son alimento para que seamos agresivos y la toxicidad se expanda como verdolaga en playa.

Diversos espacios humanos generan actitudes agresivas. La familia, la etapa escolar, la etapa laboral, la amistad, el deporte, la política. Muchas acciones agresivas tienen su origen en la familia, desde allí, se incuban en la persona hasta su edad adulta, de donde se desprende que una formación plena se basa en el ejemplo de las virtudes y los valores y no en la simple retorica como estamos acostumbrados. Pero al unísono, se debe evitar todo ritmo de violencia, de conflictos directos o indirectos dejando entrever el dialogo ante determinadas situaciones des obligantes. Ser padres no implica proveer la última moda para sus hijos, sino unirse a ellos sin violarles sus espacios, su independencia, sin ejercer presiones.  Ser padres Implica dar ejemplo de vida.

Hoy día tiene gran auge la agresividad en la formación escolar. Es común observar cómo los profesores se están viendo afectados con amenazas de muerte por parte de alumnos y padres de familia.  La agresividad en este entorno trasciende entre alumnos con los resultados ya conocidos. De todo esto se desprende como el estado tan solo toma acciones mínimas, esto es, paliativos nada más, quedando los profesores a merced de los actos violentos sometiéndolos a tener que aceptar conductas inapropiadas por fuera de todo contexto ético y moral para defender su vida. Cabe preguntarnos de que paz se puede estar hablando si lo más sagrado que es la educación se encuentra manejado acorde a los intereses estatales, es decir, no cuenta dentro de los programas o procesos de paz. Y que tal como la agresividad trasciende hacia los sintientes   animales, y hacia la madre naturaleza en verdaderos acopios de provocación y destrucción sin tener la contención de los órganos de control político donde estos parecieran hacer parte de aquellos intrusos.

El mundo de los negocios y otros campos del tejido social también son preso de la agresividad.  La agresividad se fundamenta en el empeño y la manipulación acrecentándose por la falta de equilibrio emocional y madurez. Es muy frecuente confundir ser lanzado o agresivo para hacer negocios, que ser agresivo hiriente que busca sacar provecho de una situación a toda costa. La sinceridad en los negocios y en toda conducta es el antídoto para evitar una agresión sacrificando muchas veces o siempre el no hacer un negocio ante una adversidad que lleve a perder una relación comercial y personal.

En el campo político la agresividad se viene tornado como un común generando actos de doble moral. Sea cual fuere el régimen político y las ideas de los actores observamos cómo se hace abuso de la política para aniquilar al contrario no desde la óptica de las ideas o los programas sino desde la óptica de la agresión verbal, gesticular, la ofensa a la dignidad.  Las campañas políticas son verdaderos cuadriláteros de boxeo donde en vez de presentar programas de gobiernos para el bien de la comunidad, mediante el lanzamiento de expresiones atípicas, profanando el interior del rival e irrespetando lo más profundo del ser.

Tal vez me he quedado corto en este comentario pues es más evidente lo que se observa a través de la televisión, los medios escritos y los tablados donde se reúnen los candidatos dizque para presentar sus programas. Esto nos dice lo que va a ser al gobierno de quien gane la presidencia o la curul, cuya afectación va contra la sociedad.

La agresividad interior es otro espacio de esta conducta social. Se observa su desarrollo ante el deseo excesivo de poseer cada vez más. La codicia vulnera los estados de ánimos cuando la persona no puede alcanzar sus objetivos de tener y de poder. La agresividad es natural a la existencia humana pues en muchas ocasiones permite sobrellevar actuaciones o ser ingrediente para desintoxicar tantas emociones reprimidas   que han marcado hitos de sacrificio, de pérdidas, desprecios, de humillaciones.

En lo judicial la agresividad se desencadena en el desafío, en la provocación, en ganar sin importar conque medios, en la contienda profiriendo insultos, esgrimiendo agravios sin ningún contenido ético, jurídico o moral queriendo resaltar que yo soy el mejor. Se desencadena en la impunidad como se ejerce la justicia, donde no importa la ética o la deontología, sino la forma como se arrolla el alma humana y el arrojo a los agujeros negros de la decadencia humana. Ese es el agresivo manejo de la libertad y la justicia del ser humano y de otros espacios libertarios.

Estudios avizoran manejos para los impulsos agresivos, todos ellos atendiendo al origen que han dado vivencia a la agresión. Diluir las conductas agresivas precisa de muchos factores. Es así como el cultivar la inteligencia emocional y la espiritual como el contrato social, permiten dar a conocer y comprender las emociones y cómo manejar y analizar la conciencia.

 Como personas del mundo debemos asumir posiciones con criterio, con justas decisiones, revisión crítica y presencia activa ante los hechos que motivan las agresiones para coadyuvar en las denuncias y los anuncios que eliminen al máximo las frustraciones ya sean del fuero interno o externo impidiendo que se somaticen en enfermedades como en costumbres sociales. El hombre es un responsable del mundo en que vive por lo tanto construye prácticas sociales e individuales y se hace responsable de su actuar junto con quienes ejercen la práctica democrática.

La exigencia justa que se hace cuando de violación de derechos se trata a través de paros, reclamos o denuncias suele confundirse con hechos agresivos, pero distan mucho estos de la agresión.  Aquellos hacen acopio mediante procesos colectivos, a solicitar del estado lo que este niega o no ha cumplido que a veces desencadenan en hechos agresivos por la incursión tal vez de quienes no tienen ninguna injerencia   en el asunto y por el estado mismo para repeler la justa expresión.

Con base a lo anterior no hay la menor duda que hay que acabar con la incultura del grito, de la dureza, del maltrato, de los conflictos, de las injurias y en general de todo tipo de agresión y sustituirla con la cultura del dialogo, de la comprensión, del entendimiento, del respeto, de la denuncia y el reclamo justo, de la comunicación abierta que acerque y no que aleje, donde no existan vencedores ni vencidos, donde solo prime la dignidad y el humanismo integral que haga posible una sociedad donde primen los principios, el buen gobierno para el bien común.

Siendo la agresividad elemento inherente al ser humano, le es imperativo al ser, reducir dicha aptitud que vulnera las recias capacidades. Las agresiones no refrendan acciones humanas y son reflejos de incapacidades por no asumir posturas que dejan anteponer intereses mezquinos. Hay pues que realzar los comportamientos en los negocios, en la política, en la familia, en el trabajo, en el diario vivir cultivando el civismo y el talante de personas civilizadas recuperando el humanismo, el sentido espiritual de vida y la cordialidad en todas las sanas convivencias.

No se puede dejar por fuera de esta reflexión antropológica el elemento de la intención que no es otra cosa que una propiedad de la conducta, que al decir de Freud son las pulsiones y los instintos hacia una actividad. La intención o querer o el deseo es propio del núcleo de los sentidos para amar, odiar, para la agresividad y sus sucedáneos. Dícese que la intención es un apetito que surge del interior para vincularse con el otro, según los propósitos que se quieran.

A través de la historia, de los hechos y sus conductas es que comprendemos al hombre, por sus expresiones y manifestaciones, por su querer de ser, aun en medio de sus camuflajes camaleónicos que usa para engañar, de su retórica entrópica cual tartufo simulador, cual camandulero de la inquisición, pues muchos se quieren escudar para adular, para pretender ser.

Este pequeño ensayo no se limita a presentar un balance crítico ni que sea una panacea al mal, sino en aportar mensajes de fe y esperanza dentro de un desorden conformista. La acritud injuriosa cual peste rábica nos lleva a asumir impulsos contrarios al orden natural, perturbadores mentales que obstruyen la forma armónica de vivir en sociedad, valiéndose de expresiones agresivas en el devenir social y político. La postura se pone para todos los que tocan todas las dimensiones humanas que necesitan protegerse contra los abusos de una sociedad o de los entes de poder.

marsblawyer@gmail.com

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