Por Homar
Garcés:
En su libro
“La invención de la exclusión”, José Romero Lossaco destaca que “la negación de
la condición humana de unos, en cuanto producto de la afirmación de la
condición humana de otros, dio origen a proyectos de salvación/colonización de
aquellos que fueron definidos como no-humanos. Así, desde finales del siglo xv
hasta nuestro siglo XXI el planeta ha sido testigo del despliegue de
estrategias de humanización promovidas por la impronta moral de quienes han
tenido el poder de definición sobre lo humano. Se cuentan, entre dichas
estrategias, la evangelización-cristianización, la civilización-modernización,
el desarrollismo y la democratización.
En todos
los casos encontramos detrás una definición de humanidad que limita la misma a
las formas religiosas y/o seculares del mundo euro- norteamericano. La retórica
moderna de salvación va acompañada de la lógica sacrificial de la Colonialidad:
sacrificar el cuerpo para salvar el alma, desprenderse de la ‘tradición’
mediante ajustes dolorosos que saquen del pasado a las sociedades atrasadas,
encaminarlas por la senda del desarrollo, son las formas perversas de este
discurso de salvación/sacrificio. En cada uno de los casos, a lo largo de los
últimos cinco siglos, la expansión de la Modernidad ha implicado la inclusión
del resto dentro del marco de los ‘beneficios’ que esta trae consigo. Sin
embargo, la retórica de salvación que ha dado forma al discurso de la inclusión
ha sido ciega ante la lógica de la Colonialidad e incluso ha contribuido a
hacerla invisible”.
Ello tuvo
un cruento precedente en el caso de los antiguos pobladores de nuestra América,
a quienes los invasores españoles catalogaron como seres sin historia ni
religión, negándoseles así la condición humana por el simple hecho de
pertenecer a culturas, con cosmogonías propias, completamente distintas a las
existentes entonces en Europa. Siglos después las circunstancias apenas han
cambiado. Lo mismo vale para el eurocentrismo llevar a cabo una agresión
colonialista e imperialista, como aconteciera contra Argelia o Vietnam, que
imponer un sistema segregacionista, tipo Sudáfrica o Israel. A cada momento y en diversas naciones de
nuestro continente, por ejemplo, hay grupos que revalidan con orgullo
irracional la ideología eurocentrista, a tal extremo que la vida de las demás
personas tiene escasamente algún valor ante sus ojos. Tanto en el ámbito social
y político como en el religioso/espiritual.
Sobre este
último elemento, se observa cómo las denominaciones religiosas
cristiano-evangélicas (dotadas de una presencia parlamentaria y gubernamental
en varias naciones del continente y de una considerable red de radios, canales
de televisión y redes sociales que difunden su mensaje a diario) comienzan a
ejercer una influencia importante en el electorado latinoamericano. Como se
evidenció en el proceso plebiscitario sobre los acuerdos de paz en Colombia, al
igual que en Costa Rica durante el veredicto de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos respecto a la legalidad del matrimonio igualitario y en Brasil
con la victoria obtenida por Jair Bolsonaro.
Algunos
analistas lo definen como evangelismo político mientras otros lo catalogan como
teología de la prosperidad, la cual comprende, según sus predicadores, una
guerra espiritual contra el mal y quienes estén involucrados en ella (de parte
de su dios único, obviamente) podrán ser bendecidos con la salvación de sus
almas, la bonanza económica y la salud de sus cuerpos.
No es
casual que ello ocurra, tomando en cuenta que el catolicismo estigmatizó a
aquellos que, de alguna forma, se oponían a sus designios u objetaban sus
reglas y enseñanzas. Una cuestión que tendría también su extensión a lo
político, en la actuación y fisonomía del Estado, o en lo que conocemos como
relaciones de poder. De este modo, la misión redentora y civilizadora de la
civilización europea (traspasada luego a Estados Unidos) tuvo un basamento
incuestionable. Europa sería desde entonces el epítome del conocimiento y del
progreso humano, por lo que todos los pueblos del mundo estarían obligados a
supeditarse a ella a fin de trascender su condición salvaje o aculturada,
además de su subdesarrollo tecno-científico y económico.
La
diferencia colonial y, junto con ella, de la colonialidad del poder, hizo
posible el surgimiento y la consolidación del circuito económico-comercial del
Atlántico a manos de las grandes potencias europeas, cuyo desarrollo se debe en
gran parte a la extracción y a la explotación de recursos de los territorios
americanos, africanos y asiáticos que éstas dominaron por largo tiempo. Ello
marcó el abismo existente entre éstas (incluyendo a Estados Unidos) y el resto
del mundo. En contraste con tal realidad se impone la búsqueda y el logro de un
pensamiento realmente autónomo, oponiendo a la hegemonía eurocentrista una
globalización emancipatoria contrahegemónica, plural y pluralista, contraria al
pensamiento único que éste representa; lo cual exigirá una alta dosis de
creatividad, de innovación, de herejía y de subversión de parte de nuestros
pueblos subordinados.
mandingarebelde@gmail.com
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