Por Juan Pablo Cárdenas S.:
El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ha
prometido que durante su gestión solo va a viajar al extranjero en la
eventualidad de convenir acuerdos con otras naciones que favorezcan a su país.
Promesas y actitudes como ésta avalan el enorme respaldo ciudadano que mantiene
y que, por cierto, supera la popularidad de todos los demás gobernantes del
Continente y, acaso, del mundo. Renuncia el Mandatario lo que llama “turismo
presidencial” practicado por muchos de sus colegas de la Región, especialmente
por los jefes de estado del cono sur de América del Sur que, a propósito de lo
que sucede en Venezuela, se están desplazando incesantemente con sus
cancilleres y asesores de un país a otro. Lo que sin duda los obliga a un
ingente gasto, sin que sus viajes puedan medirse en resultados auspiciosos para
sus poblaciones.
De un tiempo a esta parte, ya no son los tratados
comerciales, la búsqueda de inversiones extranjeras o la colaboración
científica y tecnológica entre nuestras naciones los que constituyen el
cometido principal de estos desplazamientos presidenciales. El neoliberalismo y
la dependencia ya están consolidados institucional y económicamente en nuestro
Continente. Por ello es que, de pronto, los gobernantes de Colombia, Brasil,
Argentina, Paraguay, Perú y Chile han descubierto que el tema de la democracia
en otros países de la Región les puede ocasionar mediáticos y fastuosos
encuentros a fin de ganarse la aprobación del presidente estadounidense.
Es decir de quien encabeza las operaciones políticas y
militares para derribar al gobierno de Nicolás Maduro, el país que tiene las
mayores reservas de petróleo y de otras materias primas de todo el orbe.
Mandatados por Trump, precisamente, es que varios de ellos concurrieron a la
localidad colombiana de Cúcuta desde donde trataron infructuosamente invadir
Venezuela. Haciendo un ridículo de marca universal que para lo único que ha
servido es para demostrar su completa obsecuencia hacia la Casa Blanca y las
delirantes posiciones de su titular.
Lo curioso es que ninguno de estos jefes de estado, ni
siquiera uno, puede exhibir una trayectoria política realmente democrática,
cuando todos en el pasado han formado parte o apoyado a las dictaduras cívico
militares que por largo tiempo se enseñorearon en nuestros países y produjeron
la peor catástrofe en materia de derechos Humanos de nuestra historia regional.
Incluso en un país como Colombia en que, si bien sin dictadura, el horror de la
guerra civil se prolongó por muchos años gracias a quienes por tanto tiempo se
demostraron renuentes a buscar la paz y la conciliación con los rebeldes y
ahora continúan gobernando y violando los derechos de los trabajadores y los
derechos cívicos más elementales.
Sorprende observar que el propio Sebastián Piñera se atreva
a formar parte de esta cruzada anti chavista, después de mantener silencio y
hacer tan buenos negocios durante el régimen de Pinochet hasta convertirse en
un multimillonario, y así arribar a la política en un país en que el dinero es
el principal ingrediente para triunfar en las elecciones supuestamente
democráticas. Dentro del marco, por supuesto, de la Constitución de 1980 que
todavía nos rige y nos fuera heredada por el Dictador.
Mucho mejor lo harían estos mandatarios si se comprometieran
a borrar las inequidades e iniquidades de sus propios países. Buscaran
satisfacer los profundos pendientes democráticos demandados por sus
poblaciones, donde los niveles de abstención ciudadana se pronuncian de
elección en elección a causa de la profunda y creciente decepción popular. Si
se propusieran hacerle frente a la extrema concentración de la riqueza y
pérdida de nuestra soberanía territorial, como a bajar efectivamente los
índices de violencia de cada una de sus naciones, a causa de la pobreza y
desigualdad ya crónicas. Cuánto nos gustaría que abrieran sus ojos a las
encuestas que señalan que ya la mayoría de nuestros habitantes perdió la
confianza en la democracia y, desde luego, en los actores de la política. En
especial en los partidos.
Paralelamente a este turismo presidencial, se celebra en
nuestro país un Foro Democrático (así lo llaman) donde concurren múltiples
políticos, empresarios y pretendidos intelectuales de derecha y de
centroderecha del Continente, cuyos nombres en el pasado siempre se asociaron a
los regímenes de facto. Como, ahora, a la impunidad respecto de los crímenes
cometidos que hasta hoy no terminan de investigar y sancionar los tribunales de
justicia. Que se hicieran una
autocrítica por la corrupción asociada a cada uno de sus referentes políticos,
cuando, por ejemplo, quien le entregara la banda presidencial a un Bolsonaro, a
los pocos días es detenido y sindicado por encabezar una mafiosa organización
destinada a asaltar los recursos fiscales y recibir sobornos de las empresas
extranjeras interesadas en invertir en nuestros yacimientos, bancos y obras
públicas.
Se entiende muy bien en todos estos presidentes discurran un
nuevo pretexto y referente multinacional para profitar de las granjerías del
poder, cuando ya no existe la autorización que debían dar los parlamentos a los
viajes al exterior de los mandatarios. Una traba que parecía absurda, pero que
hoy podría servir para frenar los abusos que se practican al respecto.
Especialmente en Chile, donde el afán viajero de nuestros últimos gobernantes
ha demostrado ser francamente compulsivo.
Pero, hay que reconocerlo. Es vergonzoso que las
invocaciones “democráticas” de tales mandatarios tengan tan compungidos a los
líderes y organizaciones de izquierda. Que se sientan interpelados y
abochornados por Trump y sus secuaces en el Continente. Que en el caso de
nuestro país y algunos otros estén cediendo a la división y a las reyertas
internas bajo el libreto impuesto por el Departamento de Estado y, por
supuesto, replicado por La Moneda y los medios de comunicación que
cotidianamente, ya sea por ignorancia y miedo, desfiguran la realidad interna e
internacional.
Que soslayen condenar siquiera el injerencismo
norteamericano que nunca, como todos sabemos, ha sembrado la democracia en los
países que constantemente invade y fustiga criminalmente en todo el mundo. Que
estén abandonando la idea de que es la justicia social el principal motor del
progresismo y no la defensa o promoción de aquellas democracias mentirosas que
se imponen hoy en nuestros países marcados por las profundas diferencias
económicas y culturales. Por cierto, lacras definitivamente antidemocráticas.
Que se olviden de aquella convicción de antaño de las
izquierdas, en cuanto a que la democracia es solo posible con estándares
decentes de igualdad y libertad, con un ciudadano educado, informado y libre y
en los medios de comunicación se descubra una verdadera diversidad.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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