Por Marcelo Colussi
Así como los gobiernos de los Estados Unidos necesitan las
empresas petroleras para garantizar el combustible necesario para su capacidad
de guerra global, las compañías petroleras necesitan de sus gobiernos y su
poder militar para asegurar el control de yacimientos de petróleo en todo el
mundo y las rutas de transporte”
James Paul, Informe del Global Policy Forum.
Para el capitalismo de Estados Unidos es imprescindible el
petróleo. El oro negro es su savia vital. Todo su derrochador e insostenible
american way of live se basa en el consumo inmisericorde de petróleo. Por lo
pronto es el país del mundo que más hidrocarburos traga diariamente: 20
millones de barriles diarios. Quien le sigue, la República Popular China, llega
apenas a la mitad de esa cifra: unos 10 millones de barriles diarios. Entre su
inconmensurable parque industrial, la monumental cantidad de vehículos
particulares y medios masivos de transporte que movilizan a su población y el
gigantesco aparato militar de que dispone (más su reserva estratégica,
calculada en 700 millones de barriles), su sed de este elemento es insaciable.
El negocio del petróleo es, de hecho, uno de los más grandes
del orbe: el segundo tras la industria militar (35 mil dólares por segundo
gastados en armas). Las compañías petroleras estadounidenses, todas privadas,
están entre las más enormes del planeta: mega-monstruos de acción global como
la Exxon-Mobil (cuarta compañía a nivel mundial), la Chevron-Texaco, la
Conoco-Phillips, la Amoco, la Bush Energy, la Oxy, y otras algo menores (Koch
Industries, Apache Corporation, PBF Energy, Alon USA), todas tienen
facturaciones multimillonarias, y en buena medida son las que fijan la política
exterior de Washington.
Podría decirse que la historia de Estados Unidos es la
historia del petróleo, del que está en su subsuelo (60% de su consumo diario) y
del que está en el subsuelo de otros países, pero que la clase dirigente de esa
nación parece seguir considerando propio, con la pequeña diferencia –o “detalle
molesto”– que no cae dentro de sus fronteras. ¿Por qué la geopolítica de la
Casa Blanca pone tanto énfasis en Medio Oriente y el Golfo Pérsico, o más
recientemente –desde la Revolución Bolivariana en adelante– en Venezuela?
Porque ahí están las reservas de oro negro más grandes del mundo. Y porque,
aunque no están en su propio subsuelo, las considera propias.
Dos son las causas por las que la política imperial de
Washington se construye con olor a petróleo (y a armas: su complejo
militar-industrial es el primer negocio de su economía). Por un lado, porque
necesita seguir manteniendo la provisión de oro negro como oxígeno
indispensable para su sistema económico capitalista (su parque industrial, todo
el enorme campo de la petroquímica, el mundo del automotor, los transportes en
general –aéreos, terrestres, marítimos–, su aparato militar, la carrera
espacial… todo depende, directa o indirectamente, del petróleo). Asegurando el
acceso a petróleo (40% de su consumo viene del exterior) mantiene su estándar
de vida y, fundamentalmente, no permite que caigan las megaempresas petroleras
que manejan ese fabuloso negocio.
Dato significativo: el actual Secretario de Estado, Rex
Tillerson, fue anteriormente Director Ejecutivo de la mega-petrolera
Exxon-Mobil, así como la ex Secretaria, Condoleezza Rice, fue antes una
encumbrada directiva de la petrolera Chevron. ¿Qué significa eso? Que la alta
política de la Casa Blanca no distingue mayormente entre funcionario público
tomador de decisiones y personal jerárquico de sus corporaciones globales; en
realidad, son prácticamente lo mismo. ¿Quién dirige a quién?
Pero por otro lado –y esto hoy día es de capital importancia–,
el negocio del petróleo, al menos hasta la fecha, se ha manejado en dólares.
Esa moneda, impuesta por el imperialismo estadounidense, es la que rige las
petro-transacciones internacionales. Cuando algunos países (Irán, Irak, Corea
del Norte) manifestaron su alejamiento de la zona dólar para pasar a otras
monedas (euro, rublo, yuan, yen, cesta combinada de divisas) en su comercio
internacional, fueron declarados miembros del “eje del mal”, supuestamente por
apoyar al siempre impreciso y nunca bien definido “terrorismo”. Está claro:
Washington tiembla (¡y tiembla mucho!) cuando ve que su moneda puede perder
valor.. O, dicho en otros términos, cuando ve que su reinado puede empezar a
caer..
Para la geoestrategia de la Casa Blanca perder la hegemonía
del dólar para las transacciones petroleras marca el principio del fin de su
supremacía. Es por eso que quiere asegurarse a toda costa las reservas
petroleras mundiales (al menos la mayor cantidad) para no verse sujeta a un
comercio donde no es Washington el que pone las condiciones.
¿Para qué salió el 1° de febrero el Secretario de Estado Rex
Tillerson a una gira de una semana por países “amigos” de la región
latinoamericana (México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica, todos con
gobiernos de ultra derecha, neoliberales y completamente alineados con las
políticas del amo del Norte)? Supuestamente para “promover un hemisferio
seguro, próspero, con seguridad energética y democrático”. ¿Qué significa eso?
Preparar las condiciones para garantizar “su” seguridad
energética, la de su país, la del american way of life que debe seguir teniendo
la población estadounidense para no dañar la economía de sus grandes
corporaciones. Es decir: recuperar las enormes reservas petrolíferas de
Venezuela (las más grandes del mundo) para tener asegurada una provisión de oro
negro a largo plazo (más de 200 años), pudiendo así seguir fijando los precios
en dólar.
De las cinco petroleras más grandes del orbe actualmente (la
estatal Saudi Aramco, de Arabia Saudita, la estatal National Iranian Oil
Company –NIOC–, de Irán, la estatal China National Petroleum Corporation
–CNPC–, de la República Popular China, la privada Exxon-Mobil, de Estados
Unidos, y la estatal Petróleos de Venezuela –PDVSA–, de Venezuela), ya son
varias las que se están escapando del primado del dólar: los iraníes, los
chinos y los venezolanos están pasando a fijar sus transacciones en otras
divisas. Obviamente, la clase dirigente estadounidense tiembla.
Por lo pronto China, segundo consumidor mundial de petróleo y
gran potencia económico-industrial-financiera, comenzó a establecer los
contratos a futuro de oro negro en petro-yuanes, debidamente respaldados en
oro, y ya no en dólares. Eso se vincula con el lanzamiento que hará Rusia el
próximo 5 de marzo del cripto-rublo (constituyendo ese país la mayor reserva
petrolera fuera de la OPEP, también con ingentes reservas en oro), más la
entrada en vigencia el 20 de febrero de la cripto-moneda Petro, en Venezuela,
desvinculándose todos de la zona-dólar, al igual que también lo hace Irán.
La “seguridad energética” perseguida por Estados Unidos,
machaconamente remarcada por el Secretario de Estado Rex Tillerson en su gira,
no es otra cosa sino el intento (desesperado intento) de retomar las reservas
energéticas de Venezuela (petróleo y gas, y eventualmente otros minerales
estratégicos, pero en lo fundamental: el petróleo), que desde la Revolución
Bolivariana han pasado a ser administradas por el propio Estado, con un
proyecto nacional y popular con talante socialista.
De ese modo, ver perder PDVSA es inadmisible para la lógica
imperial (que es la lógica de su clase dominante, y para el caso, de las
grandes corporaciones petroleras). En otros términos, la gira del Secretario
Tillerson busca crear un grupo regional alineado absolutamente con Washington
–el Arcomepe: Argentina, Colombia, México, Perú– con el que pedir (y llevar a
cabo) la intervención “humanitaria” en Venezuela. Todo lo cual hace más que
evidente que en Venezuela no hay “narco dictadura asesina”, como pretende el
envenenado discurso dominante promovido desde la Casa Blanca y sus usinas
mediáticas: ¡hay mucho petróleo! ¡Hay una compañía petrolera estatal que ahora,
desde la llegada de Chávez a la presidencia y la edificación de la Revolución
Bolivariana, distribuye la renta que ese negocio da, de una manera más
equitativa, popular, beneficiando a los sectores históricamente marginados!
PDVSA, con el actual proceso político en curso, dejó de ser una filial
estadounidense para pasar a ser una verdadera empresa venezolana con honda
proyección social.
La idea del gobierno estadounidense es que el
petro-secretario “ministro de colonias”, de gira por “ese pueblito que está al
sur del Río Bravo llamado Latinoamérica”, pueda crear las condiciones para
poder hacer de la Exxon-Mobil, hoy día la cuarta compañía petrolera del globo,
la primera, recuperando la venezolana PDVSA.
El continuo acecho que ha tenido la Revolución Bolivariana
durante toda su existencia se explica por eso: por tener las reservas de
hidrocarburos más grandes del mundo. El lanzamiento de estas cripto-monedas por
parte de otras potencias mundiales como China y Rusia y su abandono del dólar,
encendieron peligrosamente las alarmas en Estados Unidos. Lo que pueda venir
ahora para Venezuela no es muy simpático precisamente: si todo lo que se
intentó hasta el momento para detener la Revolución Bolivariana –ayer con Hugo
Chávez a la cabeza, hoy con Nicolás Maduro– no funcionó, en el momento actual,
con el golpe que pueden significar estas medidas anti-dólar, el peligro para la
hegemonía estadounidense se redobla. Y los animales heridos, lo sabemos, son
los más peligrosos, porque lanzan los manotazos más letales, por una pura
cuestión de sobrevivencia.
El imperio norteamericano no ha caído ni está pronto a agonizar,
pero da muestras de honda preocupación.. Y en esas condiciones, puede hacer
cualquier cosa para mantener su hegemonía. La idea de una guerra nuclear
limitada da vuelta por muchas cabezas de ideólogos de Estados Unidos. Podrá ser
un absurdo disparate en términos humanitarios, pero la desesperación puede
llevar a cualquier insensatez, a cualquier imprudencia. Lo que puedan pergeñar
para la República Bolivariana de Venezuela es incierto, aunque todo indica que,
producto de la actual gira de Tillerson, es muy probable que se organicen
países que “intervengan” para rescatar a la población de la “crisis
humanitaria”.
Si habrá luego “acciones para salvar a la población de la
sanguinaria dictadura madurista” no está claro aún, pero todo indica que eso es
posible (quizá intervención de la OEA, o de la ONU, con fuerzas multilaterales
lideradas por Estados Unidos). De ahí que debe condenarse con la más categórica
energía todo intento injerencista. Venezuela es un país independiente, libre y
soberano, y su petróleo y recursos naturales son de los venezolanos, de nadie
más.
mmcolussi@gmail.com
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