Por: Lucianos Alermi
En una nota circulada por boletines digitales y blogs hace
unos días, el ex diputado y secretario general del Partido SI, Carlos Raimundi,
realiza “Una Mirada más sobre Argentina, Brasil y Venezuela”, lo cual describe
y sobre lo cual reflexiona y concluye esbozando el desafío de “reconstruir la
robustez del cristal que proteja, consolide y torne irreversible, en un nuevo
momento de la unidad continental, la democracia profunda y social de América
del Sur, la Patria Grande.” Para tal fin, propone comenzar por “una cumbre de
líderes populares de la región, estén o no en el gobierno."
Sin dudas que ésta es apenas una parte. La propia noción de
crisis, de lo que se entiende como tal, de lo que se publicita de ella, por
ejemplo como críticas al programa económico “nacional” del actual gobierno que
ni siquiera cumple con su propia pauta de abrir la economía para atraer
inversiones que no llegan, están contenida en las premisas de esa visión.
Como señalamos en otros apuntes, en estas convocatorias a la
acción se presenta el conflicto principal que tenemos que poder resolver
porque, haciéndolo, vamos trazando el sentido de un camino para poder salir del
lugar de subordinación económica y política en el que estamos..
Dilucidar estas cuestiones tiene que ser parte del debate
programático del campo popular. No sirve ordenar la voluntad de la militancia
por oposición al gobierno de Macri y en comparación con las políticas públicas
inclusivas y distributivas del gobierno anterior. De ese modo solo tendremos
información para no quererlo pero no habrá herramientas para superarlo. El
debate pasa, esencialmente entonces por lo que entendemos que es superarlo.
Igual que cuando años atrás hablábamos de “profundizar”. Debate que es disputa,
disputa en y por las prácticas militantes que nos hagan movimiento, es decir,
que nos pongan en movimiento con perspectivas de un escenario de futuro,
favorable.
Reconstruir lo que consolide y torne irreversible la
democracia profunda y social de la Patria Grande, como lo menciona el autor y
con el cual claro que coincidimos, nos pone de lleno en el terreno de las correlaciones
de fuerza necesaria que lo hagan posible y que lo sostengan. Sobre todo, a la
luz de lo vivido con nuestros gobiernos latinoamericanos que, a pesar de la
voluntad y de los embates de los líderes, no logramos proyectar en el tiempo
los objetivos ni los indicadores socio-económicos favorables de distribución e
inclusión.
Si el problema entonces está en las correlaciones de fuerza,
pues es allí donde hay que trabajar empeñando el tiempo y demás recursos.
Quizás podríamos decir que el mismo tiempo dedicado a estas líneas bien
podrían, en todo caso, destinarse a lo que decimos debe destinarse. Y claro que
sí. Por eso es doble el esfuerzo de sumar y multiplicar pues no se trata de
adhesiones y exclamaciones pasivas sino -como se dijo- , de la práctica militante en todos los frentes
sociales. Se trata de una tarea que sin esa escala y esa simultaneidad, no
logra el carácter social que requiere.
Por lo tanto, el debate de ideas puesto en este plano -no en
el de libres pensadores sino en el de ideas conducentes-, es esencial para la
formación de ese espacio social, para la síntesis de los muchos espacios
políticos, institucionales y sectoriales privados (mi partido, mi agrupación,
mi sindicato) en un espacio social. Es decir, un momento social.
Hay que derrotar la versión institucionalista de la política
que nos deja a la espera de una restitución de gobiernos. Aun cuando no se
descarte de antemano esa posibilidad, sin un escenario donde las relaciones de
fuerza sean favorables, bien pueden las
figuras y los líderes volver a ocupar cargos sin que se trate de avance alguno.
Lo distinto, está en el recorrido que hagamos entre tanto.
Puede que la pregunta distintiva entre lo uno y lo otro gire
en torno a cómo se altera la relación entre las fuerzas. Pero no es solo una
cuestión de forma, o de técnica, o de elegir la mejor alternativa entre varias.
Pasa fundamentalmente por lo que entendamos -y queramos- acerca de lo que es
una fuerza. ¿Qué distingue una fuerza de otra: la lucidez de las ideas, la
sensatez de las ideas, la inclusión social que expresan esas ideas o el cuerpo
social que las empuja? Esa quizás sea la forma más concreta de plantear el
entuerto en cuestión.
¿Podría entonces Raimundi haber planteado algo diferente a
“comenzar por una cumbre de líderes populares” que “estén o no en el gobierno”?
¿Podría cualquier otro secretario general de cualquiera de los partidos de la
pequeña burguesía, arribar a una conclusión diferente? Su ser, su origen y su
razón de ser, es la institucionalidad que disputa con otras fracciones de
partidos la representatividad de lo social en el mercado de la política. Un
mercado igual al de las demás mercancías, donde se ofrecen unos y otros
productos y servicios.
Pasa que detrás de estas otras mercancías hay trabajo social
pasado acumulado y, en ese sentido, hay un valor material puesto a competir en
la góndola. Qué hay detrás de estas personas que se presentan como
partidos. ¿Cuál es el trabajo social
pasado y acumulado ahora en forma de partido? ¿Tiene carácter social? ¿Qué
carácter social, de qué clase, de qué fracción? ¿Es decir, cuál es el sector
social en movimiento que representa y cuánto lo representa en función del valor
que pone en juego y del juego al que convida?
Estos partidos "se" representan y expresan la
visión de su propia fracción social que, ilustrada, anda esgrimiendo razones
por las cuales cree que podría representar el interés popular, en el gobierno o
en el parlamento.
El problema no es ni personal ni individualmente ni Raimundi
ni ninguno de los secretarios generales de esas agrupaciones. El problema es
hacia dónde quiere llevar lo popular ese progresismo, ese representativismo que
pulula en todos los ámbitos. Y nuestro problema es en qué tareas embarcamos el
tiempo y nuestra fuerza de trabajo militante, dónde quemamos nuestros limitados
recursos sociales y, así, qué valor social producimos y ponemos en juego.
En la nota antes mencionada se enumeran un conjunto de
riquezas naturales soterradas en el lado suramericano del mapa, se explica que
lo que pretenden “los grandes conglomerados” es que no seamos los pueblos
quienes controlemos esos recursos y se descubre el imperialismo detrás de la
máscara demócrata de quienes se hicieron con el gobierno en Argentina y en
Brasil, y de quienes quieren hacerlo en Venezuela, Ecuador y Bolivia. No se
dice nada de Cuba, de Colombia, de México, de Uruguay, de Ecuador, de Chile:
pareciera así que solo la interrupción de la continuidad institucional de los
gobiernos es lo que configura lo que entiende como problema.
Nada nuevo. Por el contrario, si de cara a la militancia
recién después de tantos años de ejercitar la representación popular se
descubre el imperialismo, quizás nos esté dando una pista de por qué estamos
como estamos. Ahora, las reflexiones siguientes del autor son las que
introducen novedades que, aunque versen sobre lo ya sucedido, son pistas para
el futuro al que convoca. Ese futuro sobre el que estamos debatiendo.
La primera reflexión de Raimundi sobre las experiencias de
los gobiernos pasados, dice: "no sirve hacer concesiones como el ajuste
propuesto por Dilma, porque no sacian, sino que reavivan la voracidad de las
corporaciones, y a su vez desencantan al Pueblo". Hay de todo es esa
afirmación y daría para largo. Quedémonos con: “desencantan al pueblo”. O sea,
el pueblo está en otro lado, pueblo es otra cosa. Nosotros acá, en la
superestructura, en la institucionalidad del gobierno o peleando por serlo, y
el pueblo, al que no hay que desencantar, allá. O vaya a saber dónde, pero la
reflexión marca una clara distancia y distinción entre nosotros-gobierno y el
pueblo.
"La segunda -dice- es que si los líderes populares no
hegemonizan las alianzas político-electorales, sus propios socios acaban por
encabezar la conspiración". Preguntemos primero dentro de la propia lógica
que propone: ¿no será que hay que elegir mejor a los socios? Sí, estamos de
acuerdo, hay que elegir mejor. Ahora, pensemos fuera de su construcción, es
decir, contra su construcción: ya que los acontecimientos lo han demostrado,
¿no será que no se trata de alianzas político-electorales sino de alianzas
sociales que materialicen luego, mediante determinadas personas y grupo de
personas, su momento electoral? Seguramente estaremos de acuerdo al menos en la
lógica de esta pregunta. Pero entonces, ¿no será que justamente no se construyó
de esa manera lo que se construyó? O peor aún, ¿no será que la alianza social
era otra fracción de la sociedad, en representación del sentido de lo popular,
pero no con lo popular?
Como en la nota se menciona “el interés de los grandes
conglomerados” por nuestros recursos naturales y su “imperativo de destituir,
por diferentes vías, a los gobiernos populares de Venezuela, Brasil y
Argentina” que, como se dijo antes, es indudable. Pero veamos lo sucedido ahora en la Cámara de
Diputados del Brasil, cuando el martes 25 de octubre se aprobó (359 votos
contra 116) una iniciativa de enmienda constitucional para acotar el
crecimiento interanual del presupuesto nacional, proyecto impulsado por el
actual presidente -y ex vice-presidente de Dilma- Michel Temer.
La crónica de Telesur sobre esa sesión, decía:
"Sindicatos, movimientos sociales, estudiantes y la nueva oposición
parlamentaria, que quedó en minoría luego de la destitución de Dilma Rousseff,
se oponen al ajuste señalando que de esa manera se congelan las inversiones
públicas pues no tendrán crecimiento real en las próximas dos décadas". Y
agrega que "mientras se desarrollaba la sesión, organizaciones de
estudiantes trataron de aplazar la votación".
Sentados en las bancas estaban los mismos integrantes de la
misma alianza político-electoral que impuso a Rousseff como presidenta, que
luego la destituyó y que votó hace días ésta y otras medidas en sentido
contrario al rol activo del Estado en la inversión pública y las políticas
sociales inclusivas.
Sindicatos, organizaciones políticas y estudiantiles, fuera
del recinto manifestando en contra pero sin fuerza suficiente para torcer la
institucionalidad. Lo fáctico es esta foto del poder cedido o mantenido antes
-no ahora que votan en contra, sino antes-
a otros sectores sociales.
Las ideas aparecen como tales encarnadas en una materialidad
sin la cual no tienen existencia social. Esa materialidad social
institucionalizada en el Congreso brasileño, ha demostrado tener unos
principios y, ahora, ha demostrado que también tiene otros, por la dudas.
También habría allí una analogía -que no se menciona- con estos tipos de
representantes legislativos que llegaron a la banca en una alianza electoral y
ahora viran.
¿Cambiaron de idea los brasileños? Claro, ellos, los mismos,
los mismos partidos, las mismas personas de la misma alianza electoral fueron
quienes cambiaron de idea. No hizo falta removerlos y plantar otros.
La relación de fuerza materialmente institucionalizada ya
les era favorable aun cuando en primer término llevaron a Rousseff como
presidenta. Las cosas no cambiaron una vez que Rousseff fue destituida. Por el
contrario, Rousseff fue destituida porque ganó las elecciones enunciando lo
popular -y no decimos que no lo haya querido- pero con una alianza electoral
apoyada en otra fracción social.
Pues bien, que el presente nos sirva de lección para el
futuro.
¿Por qué entonces habría ahora que escuchar a estos ilustres
titulares de partidos de la pequeña burguesía y volver a votarlos o volver a
seguir lo que nos sugieren? O incluso, ¿por qué ahora debiéramos acudir al
llamado de los diputados y senadores de la actual oposición, que necesitan
escuchar de primera mano lo que nos sucede a los sectores del pueblo, seamos
trabajadores públicos o privados, seamos de las universidades, de las escuelas,
de las pymes, del campo, de los sindicatos, de los barrios, o de donde sea?
La correlación de fuerzas materialmente institucionalizada
hoy es resultado de haber relegado, antes, a los sectores del pueblo del ejercicio
del poder. O, lo que es parecido: las organizaciones y sectores del pueblo no
tuvimos la capacidad de amalgamarnos para sostener y proyectar la alianza
social luchando por consolidar una posición programática en, con o contra las
políticas de gobierno de las últimas décadas.
Suena parecido, pero no es igual. Dicho de la primera
manera, le estamos echando la culpa y la responsabilidad -nuevamente- a los
gobiernos, a los ex funcionarios y ex legisladores, a las pequeñas burguesías,
reclamándoles por errores o incapacidades y pidiéndoles que, para lo que viene,
no nos vuelvan a dejar fuera del juego.
Dicho de la segunda, reconocemos “nuestros” errores y
“nuestras” carencias y nos embarcamos en ponernos en movimiento fundiendo en lo
concreto las expresiones de los sectores del pueblo, antes que en elegir
intermediarios.
Hay muchos mercaderes -grandes y pequeños- ofreciendo sus
servicios, queriendo mojar alguna declaración en algún medio, en algún panel,
en alguna foto, o en algún foro. Es lo normal, el sistema nos prepara y nos
educa para vender. Para comprar y para vender.
Lo distinto es sortear esas mezquinas bambalinas y sumar y
multiplicar, allí donde lo popular va ahora animándose a expresarse como sabe
hacerlo y para lo que sabe hacerlo: romper el equilibrio y cambiar las
relaciones sociales de fuerza.
Nuestra proyección es la organización de y en los
territorios sociales del pueblo, integrados en simultáneo en los muchos ámbitos
locales: es la única manera de que el tiempo venza al espacio.
Pero, atención también, dicho así en tres líneas pareciera
cuasi administrativo, como si se tratara de la mera gestión local de “temas”
locales y propios de cada quien. Por el contrario, es luchar también
socialmente en ese ámbito para lograrlo. Es luchar, en el lugar en el que
estemos, por romper esos moldes que nos han acostumbrado, que nos han educado,
que nos han delineado que la política es un camino en el que hay que
desarrollarse formalmente como institución, como marca o como producto,
visibilizarse (¿?) y competir con los demás que hacen lo mismo, para quedar
mejor posicionados en ese mercado de la politocracia. Moldes que justamente nos
retienen -o quieren retenernos- para no salir hacia afuera del envase,
marchando juntos en y hacia la alianza pueblo.
Poder marchar juntos -pero marchar juntos cuando hay que
marchar juntos, cuando la situación nos pide que estemos juntos, no después de
que pasó ese momento, no después y solo por la formalidad de la unidad
institucional- es una lucha cotidiana. Es la única lucha por la que vale la
pena empeñar el tiempo y los limitados recursos: trabajar por las condiciones
que permitan expresar socialmente los intereses del pueblo.
Eso es trabajo, mesas y rondas de debate, de coordinación,
de discusión, de practicar y aprender la experiencia de organizarnos en el
espacio social, más allá del institucional. No es asistir a actividades. Es
participar en las actividades. No es concurrir a las convocatorias. Es
organizarlas o tener objetivos claros. No es evaluar lo que dicen. Es proponer.
Hay un lugar que tenemos que saber ocupar como lo que somos
y no como lo que nos propusieron que seamos. Somos pueblo, somos trabajadores,
ocupados, desocupados o en formación, no somos ni intermediarios ni
interlocutores profesionales de “la política”. Somos pueblo buscando la forma
de organizarnos para salir de la dependencia, habiendo aprendido, décadas tras
décadas, batallas tras batallas, derrota tras derrota, que solo sucede cuando
lo forjamos con nuestras propias manos.
Asumir esa condición sencilla, es un acto de grandeza. Pero
no de esa grandeza moral individual que radica en la humildad de la entrega y
la subordinación. Por el contrario, es una grandeza estratégica militante
porque con esa iniciativa simultánea construimos la fortaleza material en el
tejido social.
lucianosalerni@gmail.com
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