sábado, 26 de noviembre de 2016

Los intermediarios de la política y la organización del pueblo

Por:  Lucianos Alermi 

En una nota circulada por boletines digitales y blogs hace unos días, el ex diputado y secretario general del Partido SI, Carlos Raimundi, realiza “Una Mirada más sobre Argentina, Brasil y Venezuela”, lo cual describe y sobre lo cual reflexiona y concluye esbozando el desafío de “reconstruir la robustez del cristal que proteja, consolide y torne irreversible, en un nuevo momento de la unidad continental, la democracia profunda y social de América del Sur, la Patria Grande.” Para tal fin, propone comenzar por “una cumbre de líderes populares de la región, estén o no en el gobierno."

 Es ésta una más de las tantas notas -y de las acciones- que dejan expuesta con total naturalidad cómo algunas fracciones entienden el modo de pertenecer al campo nacional, popular y latinoamericano y, de esa manera, cómo entienden la situación y con qué salida convidan.

Sin dudas que ésta es apenas una parte. La propia noción de crisis, de lo que se entiende como tal, de lo que se publicita de ella, por ejemplo como críticas al programa económico “nacional” del actual gobierno que ni siquiera cumple con su propia pauta de abrir la economía para atraer inversiones que no llegan, están contenida en las premisas de esa visión.

Como señalamos en otros apuntes, en estas convocatorias a la acción se presenta el conflicto principal que tenemos que poder resolver porque, haciéndolo, vamos trazando el sentido de un camino para poder salir del lugar de subordinación económica y política en el que estamos..

Dilucidar estas cuestiones tiene que ser parte del debate programático del campo popular. No sirve ordenar la voluntad de la militancia por oposición al gobierno de Macri y en comparación con las políticas públicas inclusivas y distributivas del gobierno anterior. De ese modo solo tendremos información para no quererlo pero no habrá herramientas para superarlo. El debate pasa, esencialmente entonces por lo que entendemos que es superarlo. Igual que cuando años atrás hablábamos de “profundizar”. Debate que es disputa, disputa en y por las prácticas militantes que nos hagan movimiento, es decir, que nos pongan en movimiento con perspectivas de un escenario de futuro, favorable.

Reconstruir lo que consolide y torne irreversible la democracia profunda y social de la Patria Grande, como lo menciona el autor y con el cual claro que coincidimos, nos pone de lleno en el terreno de las correlaciones de fuerza necesaria que lo hagan posible y que lo sostengan. Sobre todo, a la luz de lo vivido con nuestros gobiernos latinoamericanos que, a pesar de la voluntad y de los embates de los líderes, no logramos proyectar en el tiempo los objetivos ni los indicadores socio-económicos favorables de distribución e inclusión.

Si el problema entonces está en las correlaciones de fuerza, pues es allí donde hay que trabajar empeñando el tiempo y demás recursos. Quizás podríamos decir que el mismo tiempo dedicado a estas líneas bien podrían, en todo caso, destinarse a lo que decimos debe destinarse. Y claro que sí. Por eso es doble el esfuerzo de sumar y multiplicar pues no se trata de adhesiones y exclamaciones pasivas sino -como se dijo- ,  de la práctica militante en todos los frentes sociales. Se trata de una tarea que sin esa escala y esa simultaneidad, no logra el carácter social que requiere.

Por lo tanto, el debate de ideas puesto en este plano -no en el de libres pensadores sino en el de ideas conducentes-, es esencial para la formación de ese espacio social, para la síntesis de los muchos espacios políticos, institucionales y sectoriales privados (mi partido, mi agrupación, mi sindicato) en un espacio social. Es decir, un momento social.

Hay que derrotar la versión institucionalista de la política que nos deja a la espera de una restitución de gobiernos. Aun cuando no se descarte de antemano esa posibilidad, sin un escenario donde las relaciones de fuerza sean favorables,  bien pueden las figuras y los líderes volver a ocupar cargos sin que se trate de avance alguno. Lo distinto, está en el recorrido que hagamos entre tanto.

Puede que la pregunta distintiva entre lo uno y lo otro gire en torno a cómo se altera la relación entre las fuerzas. Pero no es solo una cuestión de forma, o de técnica, o de elegir la mejor alternativa entre varias. Pasa fundamentalmente por lo que entendamos -y queramos- acerca de lo que es una fuerza. ¿Qué distingue una fuerza de otra: la lucidez de las ideas, la sensatez de las ideas, la inclusión social que expresan esas ideas o el cuerpo social que las empuja? Esa quizás sea la forma más concreta de plantear el entuerto en cuestión.

¿Podría entonces Raimundi haber planteado algo diferente a “comenzar por una cumbre de líderes populares” que “estén o no en el gobierno”? ¿Podría cualquier otro secretario general de cualquiera de los partidos de la pequeña burguesía, arribar a una conclusión diferente? Su ser, su origen y su razón de ser, es la institucionalidad que disputa con otras fracciones de partidos la representatividad de lo social en el mercado de la política. Un mercado igual al de las demás mercancías, donde se ofrecen unos y otros productos y servicios.

Pasa que detrás de estas otras mercancías hay trabajo social pasado acumulado y, en ese sentido, hay un valor material puesto a competir en la góndola. Qué hay detrás de estas personas que se presentan como partidos.  ¿Cuál es el trabajo social pasado y acumulado ahora en forma de partido? ¿Tiene carácter social? ¿Qué carácter social, de qué clase, de qué fracción? ¿Es decir, cuál es el sector social en movimiento que representa y cuánto lo representa en función del valor que pone en juego y del juego al que convida?

Estos partidos "se" representan y expresan la visión de su propia fracción social que, ilustrada, anda esgrimiendo razones por las cuales cree que podría representar el interés popular, en el gobierno o en el parlamento.

El problema no es ni personal ni individualmente ni Raimundi ni ninguno de los secretarios generales de esas agrupaciones. El problema es hacia dónde quiere llevar lo popular ese progresismo, ese representativismo que pulula en todos los ámbitos. Y nuestro problema es en qué tareas embarcamos el tiempo y nuestra fuerza de trabajo militante, dónde quemamos nuestros limitados recursos sociales y, así, qué valor social producimos y ponemos en juego.

En la nota antes mencionada se enumeran un conjunto de riquezas naturales soterradas en el lado suramericano del mapa, se explica que lo que pretenden “los grandes conglomerados” es que no seamos los pueblos quienes controlemos esos recursos y se descubre el imperialismo detrás de la máscara demócrata de quienes se hicieron con el gobierno en Argentina y en Brasil, y de quienes quieren hacerlo en Venezuela, Ecuador y Bolivia. No se dice nada de Cuba, de Colombia, de México, de Uruguay, de Ecuador, de Chile: pareciera así que solo la interrupción de la continuidad institucional de los gobiernos es lo que configura lo que entiende como problema.

Nada nuevo. Por el contrario, si de cara a la militancia recién después de tantos años de ejercitar la representación popular se descubre el imperialismo, quizás nos esté dando una pista de por qué estamos como estamos. Ahora, las reflexiones siguientes del autor son las que introducen novedades que, aunque versen sobre lo ya sucedido, son pistas para el futuro al que convoca. Ese futuro sobre el que estamos debatiendo.

La primera reflexión de Raimundi sobre las experiencias de los gobiernos pasados, dice: "no sirve hacer concesiones como el ajuste propuesto por Dilma, porque no sacian, sino que reavivan la voracidad de las corporaciones, y a su vez desencantan al Pueblo". Hay de todo es esa afirmación y daría para largo. Quedémonos con: “desencantan al pueblo”. O sea, el pueblo está en otro lado, pueblo es otra cosa. Nosotros acá, en la superestructura, en la institucionalidad del gobierno o peleando por serlo, y el pueblo, al que no hay que desencantar, allá. O vaya a saber dónde, pero la reflexión marca una clara distancia y distinción entre nosotros-gobierno y el pueblo.

"La segunda -dice- es que si los líderes populares no hegemonizan las alianzas político-electorales, sus propios socios acaban por encabezar la conspiración". Preguntemos primero dentro de la propia lógica que propone: ¿no será que hay que elegir mejor a los socios? Sí, estamos de acuerdo, hay que elegir mejor. Ahora, pensemos fuera de su construcción, es decir, contra su construcción: ya que los acontecimientos lo han demostrado, ¿no será que no se trata de alianzas político-electorales sino de alianzas sociales que materialicen luego, mediante determinadas personas y grupo de personas, su momento electoral? Seguramente estaremos de acuerdo al menos en la lógica de esta pregunta. Pero entonces, ¿no será que justamente no se construyó de esa manera lo que se construyó? O peor aún, ¿no será que la alianza social era otra fracción de la sociedad, en representación del sentido de lo popular, pero no con lo popular?

Como en la nota se menciona “el interés de los grandes conglomerados” por nuestros recursos naturales y su “imperativo de destituir, por diferentes vías, a los gobiernos populares de Venezuela, Brasil y Argentina” que, como se dijo antes, es indudable. Pero  veamos lo sucedido ahora en la Cámara de Diputados del Brasil, cuando el martes 25 de octubre se aprobó (359 votos contra 116) una iniciativa de enmienda constitucional para acotar el crecimiento interanual del presupuesto nacional, proyecto impulsado por el actual presidente -y ex vice-presidente de Dilma- Michel Temer.

La crónica de Telesur sobre esa sesión, decía: "Sindicatos, movimientos sociales, estudiantes y la nueva oposición parlamentaria, que quedó en minoría luego de la destitución de Dilma Rousseff, se oponen al ajuste señalando que de esa manera se congelan las inversiones públicas pues no tendrán crecimiento real en las próximas dos décadas". Y agrega que "mientras se desarrollaba la sesión, organizaciones de estudiantes trataron de aplazar la votación".

Sentados en las bancas estaban los mismos integrantes de la misma alianza político-electoral que impuso a Rousseff como presidenta, que luego la destituyó y que votó hace días ésta y otras medidas en sentido contrario al rol activo del Estado en la inversión pública y las políticas sociales inclusivas.

Sindicatos, organizaciones políticas y estudiantiles, fuera del recinto manifestando en contra pero sin fuerza suficiente para torcer la institucionalidad. Lo fáctico es esta foto del poder cedido o mantenido antes -no ahora que votan en contra,  sino antes- a otros sectores sociales.

Las ideas aparecen como tales encarnadas en una materialidad sin la cual no tienen existencia social. Esa materialidad social institucionalizada en el Congreso brasileño, ha demostrado tener unos principios y, ahora, ha demostrado que también tiene otros, por la dudas. También habría allí una analogía -que no se menciona- con estos tipos de representantes legislativos que llegaron a la banca en una alianza electoral y ahora viran.

¿Cambiaron de idea los brasileños? Claro, ellos, los mismos, los mismos partidos, las mismas personas de la misma alianza electoral fueron quienes cambiaron de idea. No hizo falta removerlos y plantar otros.

La relación de fuerza materialmente institucionalizada ya les era favorable aun cuando en primer término llevaron a Rousseff como presidenta. Las cosas no cambiaron una vez que Rousseff fue destituida. Por el contrario, Rousseff fue destituida porque ganó las elecciones enunciando lo popular -y no decimos que no lo haya querido- pero con una alianza electoral apoyada en otra fracción social.

Pues bien, que el presente nos sirva de lección para el futuro.

¿Por qué entonces habría ahora que escuchar a estos ilustres titulares de partidos de la pequeña burguesía y volver a votarlos o volver a seguir lo que nos sugieren? O incluso, ¿por qué ahora debiéramos acudir al llamado de los diputados y senadores de la actual oposición, que necesitan escuchar de primera mano lo que nos sucede a los sectores del pueblo, seamos trabajadores públicos o privados, seamos de las universidades, de las escuelas, de las pymes, del campo, de los sindicatos, de los barrios, o de donde sea?

La correlación de fuerzas materialmente institucionalizada hoy es resultado de haber relegado, antes, a los sectores del pueblo del ejercicio del poder. O, lo que es parecido: las organizaciones y sectores del pueblo no tuvimos la capacidad de amalgamarnos para sostener y proyectar la alianza social luchando por consolidar una posición programática en, con o contra las políticas de gobierno de las últimas décadas.

Suena parecido, pero no es igual. Dicho de la primera manera, le estamos echando la culpa y la responsabilidad -nuevamente- a los gobiernos, a los ex funcionarios y ex legisladores, a las pequeñas burguesías, reclamándoles por errores o incapacidades y pidiéndoles que, para lo que viene, no nos vuelvan a dejar fuera del juego.

Dicho de la segunda, reconocemos “nuestros” errores y “nuestras” carencias y nos embarcamos en ponernos en movimiento fundiendo en lo concreto las expresiones de los sectores del pueblo, antes que en elegir intermediarios.

Hay muchos mercaderes -grandes y pequeños- ofreciendo sus servicios, queriendo mojar alguna declaración en algún medio, en algún panel, en alguna foto, o en algún foro. Es lo normal, el sistema nos prepara y nos educa para vender. Para comprar y para vender.

Lo distinto es sortear esas mezquinas bambalinas y sumar y multiplicar, allí donde lo popular va ahora animándose a expresarse como sabe hacerlo y para lo que sabe hacerlo: romper el equilibrio y cambiar las relaciones sociales de fuerza.

Nuestra proyección es la organización de y en los territorios sociales del pueblo, integrados en simultáneo en los muchos ámbitos locales: es la única manera de que el tiempo venza al espacio.

Pero, atención también, dicho así en tres líneas pareciera cuasi administrativo, como si se tratara de la mera gestión local de “temas” locales y propios de cada quien. Por el contrario, es luchar también socialmente en ese ámbito para lograrlo. Es luchar, en el lugar en el que estemos, por romper esos moldes que nos han acostumbrado, que nos han educado, que nos han delineado que la política es un camino en el que hay que desarrollarse formalmente como institución, como marca o como producto, visibilizarse (¿?) y competir con los demás que hacen lo mismo, para quedar mejor posicionados en ese mercado de la politocracia. Moldes que justamente nos retienen -o quieren retenernos- para no salir hacia afuera del envase, marchando juntos en y hacia la alianza pueblo.

Poder marchar juntos -pero marchar juntos cuando hay que marchar juntos, cuando la situación nos pide que estemos juntos, no después de que pasó ese momento, no después y solo por la formalidad de la unidad institucional- es una lucha cotidiana. Es la única lucha por la que vale la pena empeñar el tiempo y los limitados recursos: trabajar por las condiciones que permitan expresar socialmente los intereses del pueblo.

Eso es trabajo, mesas y rondas de debate, de coordinación, de discusión, de practicar y aprender la experiencia de organizarnos en el espacio social, más allá del institucional. No es asistir a actividades. Es participar en las actividades. No es concurrir a las convocatorias. Es organizarlas o tener objetivos claros. No es evaluar lo que dicen. Es proponer.

Hay un lugar que tenemos que saber ocupar como lo que somos y no como lo que nos propusieron que seamos. Somos pueblo, somos trabajadores, ocupados, desocupados o en formación, no somos ni intermediarios ni interlocutores profesionales de “la política”. Somos pueblo buscando la forma de organizarnos para salir de la dependencia, habiendo aprendido, décadas tras décadas, batallas tras batallas, derrota tras derrota, que solo sucede cuando lo forjamos con nuestras propias manos.

Asumir esa condición sencilla, es un acto de grandeza. Pero no de esa grandeza moral individual que radica en la humildad de la entrega y la subordinación. Por el contrario, es una grandeza estratégica militante porque con esa iniciativa simultánea construimos la fortaleza material en el tejido social.

lucianosalerni@gmail.com


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