jueves, 18 de agosto de 2016

Líderes y liderazgo

Alquimia política

Por: Ramón E. Azócar A.

Hoy día sigue prevaleciendo errores de precisión teórica en las posturas de quienes abordan el tema del comportamiento organizacional y gerencial; se busca presentar el tema del liderazgo como una especie de “talento” especial, cuando en realidad el liderazgo es manejo del poder y de las relaciones de poder en cualquier organización, sobre todo, las denominadas organizaciones complejas.

Según autores como David Goleman, R. Boyatzis y A. McKee, las tipologías clásicas que describen el tipo de líder, van desde el líder laissez faire, cuya capacidad de liderazgo es cuestionada, por cuanto realmente no lo ejerce, sino que se deja llevar por las circunstancias, o bien deja en manos de los demás la toma de decisiones; el líder autocrático, quien tiene  su capacidad de liderazgo basada en el poder sobre los demás; el líder demagogo, cuya capacidad de liderazgo se basa en su capacidad de utilizar a su favor los temores o las diferencias entre los demás; y el líder democrático, que perfila un estilo de líder que se abre a las discusiones, opiniones y participación general para la toma de decisiones, en las cuales toma parte de manera activa, sin perder de vista su papel rector. 

Pero las teorías de la inteligencia emocional, propuesta por Goleman, y la teoría sistémica de las organizaciones inteligentes, del estadounidense Peter Senge, las tipologías de liderazgo tienen a su vez sub-categorías que permiten definir el perfil del líder dentro de un marco psico-social que lo interrelaciona con su medio social y organizacional. Esta la percepción del líder coercitivo, el cual demanda conformidad y aceptación inmediata de las decisiones que él toma, se equipara al líder autocrático; el líder orientativo, que se caracteriza por conducir o movilizar, a la gente hacia su visión o sus objetivos, sin aparente forzamiento de los intereses o visiones de los demás; el líder filiativo, que fomenta los lazos de afecto y la armonía dentro de una organización; el líder participativo, crea consenso a través de la participación, equiparándose con el líder democrático; el líder imaginativo, que es líder promueve la excelencia y autonomía de su equipo; y el líder capacitador, cuyo estilo de liderazgo desarrolla a su personal para el futuro.

En ese marco de clasificación, según la teoría de David McClelland, descubrió que los directivos con inteligencia emocional eran más efectivos que otros. En este sentido, conjuntamente con Richard Boyatzis y Annie McKee, propuso una tipología de líderes basada en la inteligencia emocional, la cual presentan en el texto “El Líder Resonante”, estableciendo seis estilos de liderazgo: el visionario, que inspira a las personas, orientándolas en términos de largo plazo; el coaching que construye capacidades a largo plazo, conjugando las actuaciones y habilidades individuales con las metas organizativas; afiliativo, crea una atmósfera cálida, armónica y centrada en la gente, conectándola entre sí; el democrático,  que describe al liderazgo que se obtiene a partir de los aportes y acuerdos de todos en el grupo; el timonel,  cuyo liderazgo traza metas ambiciosas y continuamente monitorea el progreso hacia esas metas; y el autoritario,  cuyo estilo dirige a través de la autoridad, es efectivo cuando se requiere cambiar los hábitos de una organización que atraviesa una situación crítica o frente a una emergencia.

En el plano de la inteligencia emocional, el líder resonante, tiene la capacidad de sintonizar los sentimientos de las personas y encauzar sus emociones en una dirección positiva, movilizando lo mejor de ellas; cuando esto ocurre, se crea un efecto denominado resonancia, a diferencia de las disonancias que sucede cuando no se crea esta sintonía o los sentimientos se enfocan en dirección negativa.

A todas estas, tomando ideas de Ana Arteaga y Soraya Ramón, en su ensayo “Liderazgo resonante según género”, el líder resonante constituye una ventana abierta entre todas las nuevas propuestas para beneficiar el desempeño laboral, es decir, un líder emocionalmente inteligente, alienta en sus equipos cierto grado de bienestar que les lleva a compartir ideas, aprender los unos de los otros, asumir decisiones grupales y permitir, en suma, el funcionamiento correcto de las cosas.

En concreto, para constituirse en un tipo de líder resonante, la base está en el desarrollo de la inteligencia emocional, donde las habilidades que implica, para reconocer y manejar adecuadamente los propios sentimientos, requieren aprender a estructurar relaciones interpersonales efectivas. En este aspecto, es donde falla el liderazgo político (sea de oposición o de gobierno), porque no asume la necesidad de que las capacidades han de ser desarrolladas en diversos niveles, donde se pueda distinguir las fortalezas y debilidades en sus acciones con la gente, destacando un vínculo con sus aptitudes emocionales.

Los líderes, en el plano del poder político global, no son buenos líderes, porque lo fundamental, que es estar en contacto con las propias emociones y las del colectivo, es imposible establecer empatía; sin un liderazgo emocional, es complicado obtener un equipo de trabajo creativo y eficaz; es por ello que, como destaca  Arteaga y Ramón, los líderes tienen el deber de encauzar sus emociones y las de sus seguidores en una dirección positiva, provocan un efecto que se difunde sobre estos y que, según Goleman, el liderazgo resonante,  que incita a vibrar sincrónicamente en razón del sonido aplicado al contexto humano, le dan vivencialidad al papel del líder político en la construcción de un diálogo activo y perenne, que haga de la masa (pueblo), un componente activo de las ejecutorias de las políticas públicas de Estado.

Se nos hace necesarios líderes que coadyuven emocionalmente con la dirección política de sus pueblos, el problema se ha presentado cuando se prioriza una emoción efímera, superficial, carnal, viciosa; y no una emoción que esté ligada con la productividad, acá el liderazgo resonante le da reflejar una actitud entusiasta ante sus seguidores y movilizarlos a actuar conforme a los objetivos, encauzando las emociones de cada uno de ellos en forma optimista.

Por otra parte, el líder gestiona las emociones para incentivar a un determinado grupo en el alcance de sus objetivos, depende del grado de inteligencia emocional, siendo esta referida a las capacidades que le permite no solamente el conocimiento y manejo efectivo de sus propias emociones, sino encauzar las de sus seguidores en la dirección adecuada hacia el logro de las metas que un proyecto de país tenga. Esto hace que nos formulemos una gran pregunta generadora: ¿Cómo entender, desde el espíritu del liderazgo, que es necesario estar en sintonía con los sentimientos de las personas en dirección emocionalmente positiva, para buscar empatía propia entre él y el liderado, haciéndolos sentir parte de un mismo sueño?

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