Por Juan Pablo Cárdenas S.:
No es cuestión de que la prensa magnifique los
acontecimientos para obtener audiencia, rating y lectores. La vida cotidiana en
Chile se ha hecho francamente peligrosa y los delitos comunes se demuestran
cada vez más frecuentes y brutales. Se mata para robar un auto, para despojar a
los ancianos de sus modestas pensiones como a los niños de sus bicicletas. Se trata
ahora de bandas constituidas por adolescentes e inimputables, cuyas armas las
obtienen de los narcotraficantes, de las propias policías y de las redes de
contrabando. Los pobres les roban a los propios pobres y también a los ricos. Y
hasta han surgido mujeres que se organizan, delinquen e incluso inducen a sus
hijos a practicar asaltos y un sinnúmero de acciones criminales.
En tiempos de pandemia a veces no existe más remedio que violar la ley y atentar contra el prójimo frente a un gobierno extremadamente cicatero, que se ufana de estar ganando más dinero que nunca por el alto precio internacional del cobre. Piñera y sus afines ciertamente celebran las “oportunidades de negocios” que han surgido de la crisis sanitaria; para ello es cosa de observar las ganancias de los bancos, las ventas de automóviles lujosos y toda esa suerte de emprendimientos que también nos sirven para jactarnos frente a nuestros vecinos.
En este sentido, ha sido bienvenida la inmigración que está
salvando nuestra agricultura y los servicios básicos. Desde hace años,
requeríamos de más mano de obra barata, según concluyen muchos. Los servicios
domésticos hasta se nutren de peruanas, bolivianas que, además de sus servicios
propios, les enseñan a hablar mejor a los niños pudientes y de paso enriquecer
nuestras prácticas gastronómicas.
Por todas las calles del país se aprecian distintos colores,
idiomas, vestimentas y diversas otras curiosidades. Nos estamos convirtiendo en
un país cosmopolita y los trabajadores chilenos ya aprendieron que es un pésimo
negocio mostrar su descontento y deseo de ser justamente remunerado. La brecha
entre los ingresos de pobres y ricos se ha extendido aún más y amenaza, por
supuesto, con hacerse muy explosiva.
La Moneda sabe que la pandemia es su mejor aliado, mientras
haya dinero para pagarle bien a los uniformados. Porque mientras se pasen por
alto sus consabidos privilegios y asaltos al erario nacional se puede conjurar
cualquier amenaza contra el “orden constituido”.
De esta forma, derechos tan fundamentales como el de la educación y la diversidad informativa sucumben ante la posibilidad de que la prensa tenga “material” diario para sus informativos teñidos de sangre.
La terrible noticia de un niño desaparecido en el sur
desaparecido y luego encontrado muerto ha servido para incrementar el morbo de
los telespectadores y extenderle sus contratos a los más frívolos rostros de la
farándula informativa nacional que empezaban a ser exonerados a falta de hechos
atroces y publicidad comercial. Porque se sabe que ahora lo que importa es solo
lo que sucede en Chile, aunque el mundo sea un hervidero de noticias.
Fútbol virtual, crímenes y bulladas corrupciones de la
política es lo que más importa mientras la vida se hace agua especialmente
allí, donde viven los más pobres y discriminados, cuya cotidianeidad no existe
para la mayor parte de los medios de comunicación. Porque solo alcanzan
especial notoriedad los delitos que se prodigan en los barrios pudientes y,
aunque el crimen se intensifica, se soslayan las estadísticas que nos señalan
cuántos chilenos mueren a diario por el cáncer y las otras pestes que se han
dejado de atender ante el Coronavirus.
Tampoco importan los cesantes que se prodigan aún más
durante las cuarentenas que, según muchos, contribuirían mucho más a los
contagios del Covid 19 en las zonas más hacinadas del país, donde vive la
enorme mayoría de nuestra población. Pueblos y ciudades que la Televisión solo
consigna cuando se ve forzada a reportar las cacerías policiales en los barrios
pobres y las poblaciones indígenas. Las que recién son reconocidas por la
autoridad como “macrozonas”, a las que ahora busca imponerles el estado se
sitio y el rigor militar, al igual que en tiempos de dictadura, y cuyos muertos
todavía no se terminan de encontrar y contar.
Realmente, parece tarde ganarle ya a la delincuencia, cuando
la corrupción, para colmo, está tan entronizada en los tribunales de justicia,
las policías y las clases dirigentes. Cuando los fiscales y jueces compiten
mediáticamente entre ellos y aun no se terminen de contar los desfalcos de
todas las ramas de nuestra “Defensa” Nacional. Cuando los grandes empresarios
ya hicieron un balance favorable entre sus asaltos a los consumidores como al
Fisco y las módicas sumas que pagaron en multas solo en aquellos casos en que
el escándalo se hizo indisimulable.
¡Vaya como han
retornado rápido a la política los legisladores y jefes de partido sobornados!
Preparémonos para que muchos malhechores se reelijan en los municipios,
levanten sus candidaturas para el Parlamento y alcancen incluso un cupo en lo
que muchos quieren ver como un nuevo coto de caza de la política competitiva y
bien remunerada: la “Convención constituyente”.
Todo esto explica que el país no se dé leyes más estrictas para combatir el crimen organizado. Si los atroces episodios de tortura, desapariciones forzadas y juicios sumarios siguen impunes o reciben una sanción nimia y hasta ridícula.
Curiosamente, los mismos que exigen el “máximo rigor de la
ley” para los delincuentes comunes son los que buscan el indulto para los más
tenebrosos agentes del estado, los banqueros, los políticos corruptos y los
llamados criminales de cuello y corbata.
Pese a las restricciones a la libertad de movimiento, a los
confinamientos y estados de sitio, el pueblo sale cada vez más resuelto a las
calles para clamar por justicia y exigir un NO a la Impunidad. Los delincuentes
comunes se han hecho igualmente repudiables que los carabineros, los políticos
y los tribunales.
La desconfianza se ha generalizado y la línea que separaba
el bien y el mal está completamente desdibujada. Como completamente nublados,
además, los referentes morales y liderazgos espirituales. Ya no hay quien pueda describir con alguna
certeza lo que ocurre. Todos parecemos desconfiar de todo: La existencia se nos
hace cada vez más frágil e incierta. Donde “la vida ya no vale nada”.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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