sábado, 6 de marzo de 2021

ACOMPAÑAMIENTO COMO MÉTODO DE LUCHA

Por Sandra Angeleri: 

En mis intentos por cambiar la sociedad, he descubierto la necesidad de transformarme a mí misma. No es suficiente imaginar relaciones sociales más decentes y democráticas: es necesario convertirme en una persona capaz de vivir esas relaciones en el presente. Mi búsqueda de auto-transformación es un esfuerzo colectivo basado en conexiones con otras y otros, es una lucha persistente que necesita desarrollar el hábito de escuchar, participar en la desmitistificación y buscar maestras en todo momento. Las maestras que necesito no son necesariamente expertas que ofrecen instrucción en las aulas. Expreso respeto y aprecio para con las personas con conocimientos profundos --al fin y al cabo, no niego que soy una profesora de la UCV-- pero también quiero expresar las diferentes clases de lecciones que he aprendido de aquellas personas que, como las mujeres que han organizado este evento, han desarrollado una capacidad inmensa para el amor en un mundo que a menudo hace que se piense que las otras personas, aparentemente, no son dignas de ser amadas.

Laura, Rebeca, Mónica y otras a quienes no conozco mucho y por eso no nombro, no usan la palabra "acompañamiento" para describir esta práctica, pero eso es lo que yo he aprendido de ellas, de su militancia como mujeres feministas siempre en compañía --conscientemente elegida por ellas-- de la gente pobre, rechazada y discriminada. Las mujeres que he encontrado en este evento resuenan con las capacidades de resistencia y resiliencia que también tuve la oportunidad de conocer, temprano en mi vida, en lo que mi mamá llamaba “mi estadía” por los cuarteles y las cárceles cuando me tocó ser presa política en Uruguay, en la década del setenta. Esas mujeres uruguayas y estas mujeres venezolanas que me formaron son activistas sindicales, comunistas, socialistas, mujeres del taller de defensa personal, compañeras de mi consejo comunal, mujeres campesinas o mineras, dirigentes de los barrios caraqueños, profesionales, empleadas de ministerios y alcaldías.

Las mujeres que hicieron posible este encuentro fusionan el ser feministas con el antirracismo debido a un destino compartido vinculado al despojo, desplazamiento y esclavitud. En este encuentro virtual, reflexivo e infinitamente generativo, buscan aumentar la larga historia de la práctica que llamo “acompañamiento” referida a los muchos feminismos que hoy tenemos.  Se preguntan:

“Pero, si es que el ejemplo de feminismo para mí, es mi abuela”;

“Nuestros varones no pueden estar fuera de la lucha, son parte del problema y deben ser parte de la solución”;

“Las mujeres negras estamos trabajando desde siempre, queremos reivindicación y justicia”.

“El aborto no es solo tema de la libertad individual sobre los cuerpos, incluye nociones de familia extendida, esclavitud, lo hemos usado como forma de resistencia contra el sistema esclavista”.

“¿Por qué la mayoría de las mujeres afro-venezolanas e indígenas no se sienten convocadas por el feminismo?

“¿Existe una agenda particular afro-venezolana sobre estos temas?”

“¿Habrá mayor acercamiento con los feminismos o mujerismos africanos?”

Quiero explicar cómo en los niveles más íntimos y personales de existencia y comprensión, el acompañamiento surge de "mirar y ver" en lugar de "mirar hacia otro lado", de “escuchar” en lugar de “hablar prematuramente” y de “promover la cooperación” en lugar de promover “la competencia”. 

Las mujeres negras llegaron para decirnos que el racismo es parte integral y no parte periférica y tangencial del capitalismo y del poder heteropatriarcal; que el racismo tiene lugar no por el carácter irremediablemente racista de quienes, como individuos, no son indígenas o afrodescendientes, sino porque el proyecto racial es útil para las élites como mecanismo para preservar la jerarquía, la explotación y la desigualdad en la sociedad. Han comenzado a pensar que lo que ha hecho la población racista no lo ha hecho porque fueran hombres o mujeres blancos, sino por alguna otra razón, y este encuentro intenta ubicar y explicar esa razón.

El sistema de clases --creado por los europeos que llevaron a cabo la acumulación originaria de capital en territorios extra-europeos-- fue un proyecto que globalizó al planeta jerarquizando cuerpos y territorios a través de la racialización: describía a quienes tenían propiedades como “completamente humanos”, mientras que las y los desprovistos de propiedades --y del derecho a tenerlas-- eran concebidos como “menos que humanos”.

En América y en África, esta concepción que racializa a los seres humanos se llevó a cabo contra la población originaria y la población que esclavizada fue traída de diferentes países africanos justificando la privatización de espacios, cuerpos y trabajo, que es lo que el capitalismo hace. En ese momento, la ideología y la política del capitalismo hace de la “raza” una “cosa” y más tarde, la biología y la antropología inventan la categoría pseudo-científica “raza” a efectos de justificar la desposesión y la explotación de los no-europeos.

Si la “raza” es un constructo social, ¿qué significa decir que la raza existe y porqué importa (o no importa) organizarse como mujeres afro en Venezuela? La construcción social se ve a menudo como una diferenciación entre un hacer creado por la sociedad versus algo estrictamente biológico o científico. En Venezuela, Ligia Montañez lo ha expresado de forma brillante en un texto que recomiendo leer titulado El racismo oculto en una sociedad no racista. A su vez, las categorías sociales raciales se crean para distinguir una población de otra. El privilegio de la población blanca venezolana solo significa algo en relación con la desposesión de la población negra o indígena.

Quiero pensar, entonces, la construcción social de la raza desde un punto de vista pedagógico. A mis estudiantes les parece muy poco creíble hablar de la raza como una construcción social cuando su realidad material es que su cabello rizado, su color de piel, su familia de origen les marca personal y socialmente. Suelo decirles que lo único que tiene la población blanca que la población negra necesita --o debería querer tener-- es el poder. Ahora bien, la razón por la que esto es significativo en el contexto del antirracismo y los feminismos es porque esta afirmación critica que en el “ser de color blanco o en el ser mestizo” haya algo esencial que le conecte con algún tipo de noción de superioridad, y muestra que se trata de poder y de las formas en que el poder crea este tipo de categorías que perpetúa realidades materiales. Esto implica la necesidad de debatir sobre privilegios raciales. Y estas ideas tienen mucho sentido para mis estudiantes, porque a partir de relacionar el fenotipo con el poder se da en ellas una toma de conciencia que les centra como sujetas agentes racializadas.

Entonces, cuando pienso en el “privilegio racial de la población de ascendencia europea” pienso en este privilegio como una alianza política que reúne a las personas que son de origen europeo --que están mejor posicionadas por y en este sistema político y económico-- y aquellas que están peor posicionadas por y en este sistema político y económico. Es por eso que hablamos de “racismo sistémico”.

¿Qué es entonces el “privilegio blanco”?  Es una ventaja estructurada y estructurante que canaliza ganancias y enriquecimientos inmerecidos e injustos de la población blanca mientras impone obligaciones inmerecidas e injustas en el camino de la población negra. El ser de color blanco representa ventajas por tener una vida laboral facilitada por redes de información que canalizan oportunidades de empleo a familiares y amistades en el presente y en el pasado, especialmente a través de transferencias intergeneracionales de riqueza heredada que transmite el botín de la discriminación a las generaciones venideras.

Sostengo que la racialización anima a las y los venezolanos que no son ni indígenas ni negros a invertir en su propio privilegio racial, a permanecer fieles a una identidad que les proporciona recursos, poder y oportunidades. Como ya he dicho, esta identidad racial no tiene fundamento válido alguno ni en la biología ni en la antropología, sin embargo, los privilegios de la población blanca son hechos sociales que producen y reproducen una identidad racial con consecuencias reales. A pesar de la intensa y frecuente negación de que el ser blancos signifique algo para los así designados, las opciones sociales que toman determinan el lugar dónde viven, a qué escuelas asisten sus hijas e hijos, qué carreras siguen y qué políticas respaldan.

Sostengo que la construcción artificial de la raza blanca casi siempre llega a poseer a los blancos a menos que desarrollen identidades antirracistas y se despojen de sus apegos al privilegio blanco. Y aquí aparece de lleno la necesidad de que el feminismo sea antirracista. La inversión en el privilegio es una cuestión de poder, no simplemente de prejuicio. Y en este momento de mi exposición, espero que quede claro que oponerse al privilegio blanco no es lo mismo que oponerse a la gente blanca. Incluso las personas afrodescendientes o indígenas pueden convertirse en agentes activos del privilegio blanco, así como en participantes pasivos en sus jerarquías y recompensas. Si no todos los que disfrutan del privilegio de ser blancos son blancos, se deduce que no todos los blancos tienen que seguir siendo cómplices de la supremacía blanca, que hay un elemento de elección en todo esto. Siempre tenemos la opción de volvernos antirracistas. No elegimos nuestro color, pero elegimos nuestros compromisos, nuestra política.

Si la raza no existe desde el punto de vista de la ciencia biológica pero sí existe el privilegio relacionado con la clase ¿por qué mencionar la raza? Muy pocos problemas pueden resolverse fingiendo que no existen. En una sociedad como la venezolana, los problemas ligados a la raza generalmente son ignorados. Sostengo, en cambio, que los problemas relacionados con la discriminación racial requieren soluciones basadas en la raza y que la ceguera no elimina el color, sino que refuerza el privilegio racial como la norma no marcada con la que se mide la diferencia.

Con frecuencia, algunas feministas socialistas responden a mi afirmación sobre la centralidad de la “racialización” dentro del capitalismo heteropatriarcal, reiterando que las relaciones de clases y las relaciones de género son reales mientras que las relaciones raciales son entendidas como constructos sociales de importancia secundaria frente a lo que tradicionalmente se identifica como “las contradicciones fundamentales,” que vienen a ser las de clase, a las que hoy se le agrega las de género. Dicen que hoy es divisivo requerir justicia racial y utilizar la acción racial políticamente.

Esta ceguera con respecto a lo racial lleva la inactividad en relación a las mujeres indígenas y afros o negras. En el discurso cotidiano del feminismo tradicional el pretender no ver el color se considera una virtud. Las feministas blancas con frecuencia se jactan de "no ver la raza". Muchas veces muestran gran consternación porque, según ellas, las personas negras e indígenas que viven en barrios empobrecidos y enclaves rurales aislados plagados de viviendas inadecuadas y con oportunidades educativas inferiores parecen estar, según ellas, demasiado enfocadas en sus identidades raciales.  Esta apelación a la ceguera racial es un pronunciamiento sin plan alguno de acción y de lucha.  Esperar que las instituciones reparen las lesiones raciales sin hacer referencia a la raza es como tener que pedir direcciones a un destino que no se permite nombrar. La ceguera racial sobrevive y prospera no por lo que produce, sino por lo que previene: la exposición, el análisis y la remediación de la distorsión de las oportunidades sociales y las oportunidades de vida.  Las invocaciones del feminismo a la neutralidad racial ocultan una lealtad duradera a las evasiones de la responsabilidad y las prácticas de negación y rechazo.

Lo que propongo es una toma de posición política conducente a la responsabilidad y a la acción en respuesta a las condiciones creadas por siglos de racismo estructural y personal.

Mis palabras provienen de un sentimiento que me lleva a actuar. Lo que veo que hacen las mujeres negras me hizo mirarme a mí misma y pensar en lo que estaba dispuesta a arriesgar por mis propias creencias. Tengo edad suficiente para darme cuenta que las personas buenas y malas vienen en todos los colores. Pero las mujeres que me convocaron a esta mesa me hicieron pensar más sobre lo que significaba para mí ser blanca en un mundo donde las ventajas del privilegio racial se transforman en desventajas de otras personas.

El acompañamiento que defiendo se basa en el cultivo de capacidades colectivas para notar a las demás y conectarse con ellas. Esto implica esfuerzos para cruzar las barreras a menudo invisibles que dividen a las personas en situaciones diferentes. Defino la responsabilidad como un compromiso colectivo para responder con habilidad, escuchar los gritos de las y los excluidos, y responderles de forma honorable y decente, ver sus problemas como nuestros problemas. Concibo el acompañamiento como una herramienta para llevar a cabo, expandir y profundizar el reconocimiento de nuestra dependencia mutua.

Sin embargo, no es fácil imaginar, y mucho menos promulgar, un mundo nuevo y mejor en las condiciones actuales. Tiempos como los actuales proporcionan razones para la desesperación. ¿Cuál es el trabajo a hacer? ¿Nos sentamos y miramos con dolor cómo el mundo se desmorona? ¿Buscamos trepar a un sitio de refugio privado? ¿Estaremos contentas con simplemente hacer descripciones cada vez más indignadas o más elocuentes del sufrimiento que nos rodea mientras el sufrimiento continúa sin cesar?

Es precisamente la terrible naturaleza de nuestros problemas actuales lo que hace que las herramientas de acompañamiento sean tan importantes. Es hora de explorar, aprender y participar en el avance de estrategias e imaginaciones sociales de los grupos sociales más agraviados, despreciados y rechazados. Hoy vivimos una crisis que ha desacreditado la autoridad de expertos y la legitimidad de los líderes y que requiere una respuesta colectiva. En este contexto, las prácticas de acompañamiento abren un camino potencial a otro mundo. Este es un encuentro para nuestro tiempo que llega justo a tiempo. El acompañamiento nos brinda las herramientas de elevarnos por encima de nuestras diferencias y luchar TODAS unidas, aunque no seamos ni queramos ser idénticas.

sandra_angeleri@yahoo.com

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