Por Sandra Angeleri:
En mis intentos por cambiar la sociedad, he descubierto la
necesidad de transformarme a mí misma. No es suficiente imaginar relaciones
sociales más decentes y democráticas: es necesario convertirme en una persona
capaz de vivir esas relaciones en el presente. Mi búsqueda de
auto-transformación es un esfuerzo colectivo basado en conexiones con otras y
otros, es una lucha persistente que necesita desarrollar el hábito de escuchar,
participar en la desmitistificación y buscar maestras en todo momento. Las maestras
que necesito no son necesariamente expertas que ofrecen instrucción en las
aulas. Expreso respeto y aprecio para con las personas con conocimientos
profundos --al fin y al cabo, no niego que soy una profesora de la UCV-- pero
también quiero expresar las diferentes clases de lecciones que he aprendido de
aquellas personas que, como las mujeres que han organizado este evento, han
desarrollado una capacidad inmensa para el amor en un mundo que a menudo hace
que se piense que las otras personas, aparentemente, no son dignas de ser
amadas.
Laura, Rebeca, Mónica y otras a quienes no conozco mucho y por eso no nombro, no usan la palabra "acompañamiento" para describir esta práctica, pero eso es lo que yo he aprendido de ellas, de su militancia como mujeres feministas siempre en compañía --conscientemente elegida por ellas-- de la gente pobre, rechazada y discriminada. Las mujeres que he encontrado en este evento resuenan con las capacidades de resistencia y resiliencia que también tuve la oportunidad de conocer, temprano en mi vida, en lo que mi mamá llamaba “mi estadía” por los cuarteles y las cárceles cuando me tocó ser presa política en Uruguay, en la década del setenta. Esas mujeres uruguayas y estas mujeres venezolanas que me formaron son activistas sindicales, comunistas, socialistas, mujeres del taller de defensa personal, compañeras de mi consejo comunal, mujeres campesinas o mineras, dirigentes de los barrios caraqueños, profesionales, empleadas de ministerios y alcaldías.
Las mujeres que hicieron posible este encuentro fusionan el
ser feministas con el antirracismo debido a un destino compartido vinculado al
despojo, desplazamiento y esclavitud. En este encuentro virtual, reflexivo e
infinitamente generativo, buscan aumentar la larga historia de la práctica que
llamo “acompañamiento” referida a los muchos feminismos que hoy tenemos. Se preguntan:
“Pero, si es que el ejemplo de feminismo para mí, es mi
abuela”;
“Nuestros varones no pueden estar fuera de la lucha, son
parte del problema y deben ser parte de la solución”;
“Las mujeres negras estamos trabajando desde siempre,
queremos reivindicación y justicia”.
“El aborto no es solo tema de la libertad individual sobre
los cuerpos, incluye nociones de familia extendida, esclavitud, lo hemos usado
como forma de resistencia contra el sistema esclavista”.
“¿Por qué la mayoría de las mujeres afro-venezolanas e
indígenas no se sienten convocadas por el feminismo?
“¿Existe una agenda particular afro-venezolana sobre estos
temas?”
“¿Habrá mayor acercamiento con los feminismos o mujerismos
africanos?”
Quiero explicar cómo en los niveles más íntimos y personales
de existencia y comprensión, el acompañamiento surge de "mirar y ver"
en lugar de "mirar hacia otro lado", de “escuchar” en lugar de
“hablar prematuramente” y de “promover la cooperación” en lugar de promover “la
competencia”.
Las mujeres negras llegaron para decirnos que el racismo es
parte integral y no parte periférica y tangencial del capitalismo y del poder
heteropatriarcal; que el racismo tiene lugar no por el carácter
irremediablemente racista de quienes, como individuos, no son indígenas o
afrodescendientes, sino porque el proyecto racial es útil para las élites como
mecanismo para preservar la jerarquía, la explotación y la desigualdad en la sociedad.
Han comenzado a pensar que lo que ha hecho la población racista no lo ha hecho
porque fueran hombres o mujeres blancos, sino por alguna otra razón, y este
encuentro intenta ubicar y explicar esa razón.
El sistema de clases --creado por los europeos que llevaron
a cabo la acumulación originaria de capital en territorios extra-europeos-- fue
un proyecto que globalizó al planeta jerarquizando cuerpos y territorios a
través de la racialización: describía a quienes tenían propiedades como
“completamente humanos”, mientras que las y los desprovistos de propiedades --y
del derecho a tenerlas-- eran concebidos como “menos que humanos”.
En América y en África, esta concepción que racializa a los
seres humanos se llevó a cabo contra la población originaria y la población que
esclavizada fue traída de diferentes países africanos justificando la
privatización de espacios, cuerpos y trabajo, que es lo que el capitalismo
hace. En ese momento, la ideología y la política del capitalismo hace de la
“raza” una “cosa” y más tarde, la biología y la antropología inventan la
categoría pseudo-científica “raza” a efectos de justificar la desposesión y la
explotación de los no-europeos.
Si la “raza” es un constructo social, ¿qué significa decir
que la raza existe y porqué importa (o no importa) organizarse como mujeres
afro en Venezuela? La construcción social se ve a menudo como una
diferenciación entre un hacer creado por la sociedad versus algo estrictamente
biológico o científico. En Venezuela, Ligia Montañez lo ha expresado de forma
brillante en un texto que recomiendo leer titulado El racismo oculto en una
sociedad no racista. A su vez, las categorías sociales raciales se crean para
distinguir una población de otra. El privilegio de la población blanca
venezolana solo significa algo en relación con la desposesión de la población
negra o indígena.
Quiero pensar, entonces, la construcción social de la raza
desde un punto de vista pedagógico. A mis estudiantes les parece muy poco
creíble hablar de la raza como una construcción social cuando su realidad
material es que su cabello rizado, su color de piel, su familia de origen les
marca personal y socialmente. Suelo decirles que lo único que tiene la
población blanca que la población negra necesita --o debería querer tener-- es
el poder. Ahora bien, la razón por la que esto es significativo en el contexto
del antirracismo y los feminismos es porque esta afirmación critica que en el
“ser de color blanco o en el ser mestizo” haya algo esencial que le conecte con
algún tipo de noción de superioridad, y muestra que se trata de poder y de las
formas en que el poder crea este tipo de categorías que perpetúa realidades
materiales. Esto implica la necesidad de debatir sobre privilegios raciales. Y
estas ideas sí tienen mucho sentido para mis estudiantes, porque a partir de
relacionar el fenotipo con el poder se da en ellas una toma de conciencia que
les centra como sujetas agentes racializadas.
Entonces, cuando pienso en el “privilegio racial de la
población de ascendencia europea” pienso en este privilegio como una alianza
política que reúne a las personas que son de origen europeo --que están mejor
posicionadas por y en este sistema político y económico-- y aquellas que están
peor posicionadas por y en este sistema político y económico. Es por eso que
hablamos de “racismo sistémico”.
¿Qué es entonces el “privilegio blanco”? Es una ventaja estructurada y estructurante
que canaliza ganancias y enriquecimientos inmerecidos e injustos de la
población blanca mientras impone obligaciones inmerecidas e injustas en el
camino de la población negra. El ser de color blanco representa ventajas por
tener una vida laboral facilitada por redes de información que canalizan
oportunidades de empleo a familiares y amistades en el presente y en el pasado,
especialmente a través de transferencias intergeneracionales de riqueza
heredada que transmite el botín de la discriminación a las generaciones
venideras.
Sostengo que la racialización anima a las y los venezolanos
que no son ni indígenas ni negros a invertir en su propio privilegio racial, a
permanecer fieles a una identidad que les proporciona recursos, poder y
oportunidades. Como ya he dicho, esta identidad racial no tiene fundamento
válido alguno ni en la biología ni en la antropología, sin embargo, los
privilegios de la población blanca sí son hechos sociales que producen y
reproducen una identidad racial con consecuencias reales. A pesar de la intensa
y frecuente negación de que el ser blancos signifique algo para los así
designados, las opciones sociales que toman determinan el lugar dónde viven, a
qué escuelas asisten sus hijas e hijos, qué carreras siguen y qué políticas
respaldan.
Sostengo que la construcción artificial de la raza blanca
casi siempre llega a poseer a los blancos a menos que desarrollen identidades
antirracistas y se despojen de sus apegos al privilegio blanco. Y aquí aparece
de lleno la necesidad de que el feminismo sea antirracista. La inversión en el
privilegio es una cuestión de poder, no simplemente de prejuicio. Y en este momento
de mi exposición, espero que quede claro que oponerse al privilegio blanco no
es lo mismo que oponerse a la gente blanca. Incluso las personas
afrodescendientes o indígenas pueden convertirse en agentes activos del
privilegio blanco, así como en participantes pasivos en sus jerarquías y
recompensas. Si no todos los que disfrutan del privilegio de ser blancos son
blancos, se deduce que no todos los blancos tienen que seguir siendo cómplices
de la supremacía blanca, que hay un elemento de elección en todo esto. Siempre
tenemos la opción de volvernos antirracistas. No elegimos nuestro color, pero
elegimos nuestros compromisos, nuestra política.
Si la raza no existe desde el punto de vista de la ciencia
biológica pero sí existe el privilegio relacionado con la clase ¿por qué
mencionar la raza? Muy pocos problemas pueden resolverse fingiendo que no
existen. En una sociedad como la venezolana, los problemas ligados a la raza
generalmente son ignorados. Sostengo, en cambio, que los problemas relacionados
con la discriminación racial requieren soluciones basadas en la raza y que la
ceguera no elimina el color, sino que refuerza el privilegio racial como la
norma no marcada con la que se mide la diferencia.
Con frecuencia, algunas feministas socialistas responden a
mi afirmación sobre la centralidad de la “racialización” dentro del capitalismo
heteropatriarcal, reiterando que las relaciones de clases y las relaciones de
género son reales mientras que las relaciones raciales son entendidas como
constructos sociales de importancia secundaria frente a lo que tradicionalmente
se identifica como “las contradicciones fundamentales,” que vienen a ser las de
clase, a las que hoy se le agrega las de género. Dicen que hoy es divisivo
requerir justicia racial y utilizar la acción racial políticamente.
Esta ceguera con respecto a lo racial lleva la inactividad
en relación a las mujeres indígenas y afros o negras. En el discurso cotidiano
del feminismo tradicional el pretender no ver el color se considera una virtud.
Las feministas blancas con frecuencia se jactan de "no ver la raza".
Muchas veces muestran gran consternación porque, según ellas, las personas
negras e indígenas que viven en barrios empobrecidos y enclaves rurales
aislados plagados de viviendas inadecuadas y con oportunidades educativas
inferiores parecen estar, según ellas, demasiado enfocadas en sus identidades
raciales. Esta apelación a la ceguera
racial es un pronunciamiento sin plan alguno de acción y de lucha. Esperar que las instituciones reparen las
lesiones raciales sin hacer referencia a la raza es como tener que pedir
direcciones a un destino que no se permite nombrar. La ceguera racial sobrevive
y prospera no por lo que produce, sino por lo que previene: la exposición, el
análisis y la remediación de la distorsión de las oportunidades sociales y las
oportunidades de vida. Las invocaciones
del feminismo a la neutralidad racial ocultan una lealtad duradera a las
evasiones de la responsabilidad y las prácticas de negación y rechazo.
Lo que propongo es una toma de posición política conducente
a la responsabilidad y a la acción en respuesta a las condiciones creadas por
siglos de racismo estructural y personal.
Mis palabras provienen de un sentimiento que me lleva a
actuar. Lo que veo que hacen las mujeres negras me hizo mirarme a mí misma y
pensar en lo que estaba dispuesta a arriesgar por mis propias creencias. Tengo
edad suficiente para darme cuenta que las personas buenas y malas vienen en
todos los colores. Pero las mujeres que me convocaron a esta mesa me hicieron
pensar más sobre lo que significaba para mí ser blanca en un mundo donde las
ventajas del privilegio racial se transforman en desventajas de otras personas.
El acompañamiento que defiendo se basa en el cultivo de
capacidades colectivas para notar a las demás y conectarse con ellas. Esto
implica esfuerzos para cruzar las barreras a menudo invisibles que dividen a
las personas en situaciones diferentes. Defino la responsabilidad como un
compromiso colectivo para responder con habilidad, escuchar los gritos de las y
los excluidos, y responderles de forma honorable y decente, ver sus problemas
como nuestros problemas. Concibo el acompañamiento como una herramienta para
llevar a cabo, expandir y profundizar el reconocimiento de nuestra dependencia mutua.
Sin embargo, no es fácil imaginar, y mucho menos promulgar,
un mundo nuevo y mejor en las condiciones actuales. Tiempos como los actuales
proporcionan razones para la desesperación. ¿Cuál es el trabajo a hacer? ¿Nos
sentamos y miramos con dolor cómo el mundo se desmorona? ¿Buscamos trepar a un
sitio de refugio privado? ¿Estaremos contentas con simplemente hacer
descripciones cada vez más indignadas o más elocuentes del sufrimiento que nos
rodea mientras el sufrimiento continúa sin cesar?
Es precisamente la terrible naturaleza de nuestros problemas
actuales lo que hace que las herramientas de acompañamiento sean tan
importantes. Es hora de explorar, aprender y participar en el avance de
estrategias e imaginaciones sociales de los grupos sociales más agraviados,
despreciados y rechazados. Hoy vivimos una crisis que ha desacreditado la
autoridad de expertos y la legitimidad de los líderes y que requiere una
respuesta colectiva. En este contexto, las prácticas de acompañamiento abren un
camino potencial a otro mundo. Este es un encuentro para nuestro tiempo que
llega justo a tiempo. El acompañamiento nos brinda las herramientas de
elevarnos por encima de nuestras diferencias y luchar TODAS unidas, aunque no
seamos ni queramos ser idénticas.
sandra_angeleri@yahoo.com
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