Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Sabido es que la institución más desprestigiada en Chile es
el Parlamento y, con ello, la mayoría de sus senadores y diputados. Así lo
señalan las encuestas, pero también la calle. Si bien en el pasado ser
legislador era honroso y reconocido por el pueblo, hoy difícilmente algún
parlamentario escape a los insultos cuando son reconocidos en la vía pública.
Con ocasión del Estallido Social de fines del 2019 no fueron pocos los
políticos que fueron abucheados y escaparon de ser linchados cuando intentaron
confundirse con los miles de manifestantes a lo largo de todo el país.
De nuestros legisladores se piensa lo peor: que son corruptos, que reciben estipendios abusivos y que se aferran a sus cargos cerrándole el paso a las nuevas generaciones. No pocos se han visto envueltos en operaciones de cohecho y con ocasión de algunas leyes importantes para el país han vendido su conciencia a las grandes empresas, las que acostumbran a financiar sus campañas electorales. Varios casos se ventilan en los Tribunales, pero muy pocos de estos personajes han resultado condenados, cuando se sabe que detrás del Congreso, la administración de la Justicia le sigue en el descrédito público.
Quizás por su mala conciencia o simplemente por ganar bonos
en la ciudadanía, el Parlamento discute actualmente un proyecto para rebajar el
número de “representantes del pueblo” como se autodenominan. Muchos quieren que
el Congreso Nacional vuelva a estar integrado por 150 diputados y 50 senadores
como era antes de una reforma que recién hace algunos años elevó el número de
estos funcionarios públicos que, dicho sea de paso, tienen atribuciones muy
limitadas en comparación a las que le otorgan otros países sin un régimen
presidencialista tan marcado y autoritario como el nuestro.
La Oposición a Piñera
piensa que esta iniciativa gubernamental es solo una jugarreta del Mandatario
para recuperar su deteriorada popularidad, aunque con ello reconocen que, si
fuera consultado el pueblo, la inmensa mayoría de los chilenos estaría por
rebajar el número de legisladores a su mínima expresión, cuando además se los
supone poco diligentes y se les imputa dedicar demasiado tiempo a sus reyertas
políticas, a censurar a las testeras parlamentarias y a acusar a los diversos
ministros de estado. Mientras que muchísimos proyectos de ley duermen por años
a la espera de ser atendidos, despachados y promulgados. Lo que resulta muy
absurdo cuando, por lo general, la centro derecha y la centro izquierda solo
tienen matices de diferencias entre sí.
Con ocasión del proceso constituyente y la próxima apertura
de la Convención Constituyente que deberá darle al país una nueva Carta Magna,
se piensa que el Poder Legislativo prácticamente estará demás, cuando todo lo
que decida podrá ser cuestionado y enmendado posteriormente por esta entidad
que ciertamente debiera resultar más amplia y representativa de la voluntad
soberana. Por algo algunos parlamentarios prefirieron abandonar sus curules a
objeto de postularse como candidatos a integrar la Constituyente que deberá
definir una nueva Constitución e institucionalidad que gravite el menos durante
los próximos cincuenta años.
Por otro lado, a Sebastián Piñera le quedan pocos meses de
administración y se ve muy improbable que alcance a promover iniciativas que
prosperen en un parlamento cuya mayoría le es adversa. De allí que ahora
prácticamente esté acotado a dirigir las acciones para encarar la pandemia, en
la esperanza de recuperar algunos puntos en las encuestas, si es que logra
dejar inoculada en los meses que le quedan a una parte importante de la
población. Esto es a unos 10 millones de habitantes.
Lo más probable es que en abril próximo, después de las
elecciones de constituyentes, alcaldes, ediles y gobernadores, la atención
pública se vuelque a los municipios y a los gobiernos regionales y a nadie le
importe mucho lo que pase con estos parlamentarios e, incluso, moradores de La
Moneda. De esta manera es que todos estos tendrán que conformarse con seguir
recibiendo sus millonarios sueldos, viáticos y asignaciones para pagar
asesorías en beneficio, por supuesto, de sus múltiples asesores y operadores
políticos. Como así también lo más seguro que las cámaras y micrófonos del periodismo
ya no se direccionen a los rostros de algunas decenas de parlamentarios que le
deben al Covib 19 haber mantenido alguna visibilidad en los medios.
Se acercan, además,
las elecciones presidenciales en medio de la incertidumbre más completa de lo que
pueda ocurrir. Aunque ya se teme que los partidos políticos vuelvan a proclamar
como candidatos a los mismos de siempre y que en la última consulta popular
merecieron la reprobación de más de un 80 por ciento de los sufragantes. Esto
es, al oponerse tan contundentemente a que los parlamentarios tengan sitio en
la Convención Constituyente. Porque así de menoscabados están frente a la
ciudadanía.
En este cuadro, lo más probable es que en los próximos
comicios la abstención electoral crezca o se mantenga en niveles por encima del
50 por ciento de los potenciales votantes. Lo que no inquieta tanto a la clase
política que busca retener sus cuotas de poder y privilegios en vez de aumentar
su representatividad.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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