Por Sergio Ortiz:
La finalización del gobierno del fascista Donald Trump trajo un poco de alivio al pueblo estadounidense y al mundo. Otros cuatro años de esa administración iban a ser muy funestos en política, economía, relaciones internacionales, la paz, cambio climático, etc.
El tipo tuvo que irse, pero con 70 millones de votos en sus bolsillos y gravísimos incidentes de la ultraderecha adicta que ingresó en el Capitolio cuando debían certificarse los votos de los colegios electorales y la victoria de Joe Biden. Aquel capital electoral y político deja al magnate como un posible recambio hacia 2024, que ojalá no ocurra.
Esa clara condena a Trump no nos genera ni una pizca de expectativa en Biden, que sí tienen muchos políticos de centroizquierda y progresistas del mundo. También en Argentina. Últimamente se ha movido hacia el centro-derecha, pero el socialdemócrata Alberto Fernández hizo públicas esas esperanzas. El 21 de enero le escribió a Biden: “Argentina se encuentra esperanzada en cimentar una agenda de trabajo compartida”. Añadió: “le deseo el mejor de los éxitos; lo sé conocedor en cuerpo y alma de la realidad de América Latina”.
No es nuestro caso. A lo sumo podemos reconocer que, al inicio, en algunos temas la nueva administración será algo mejor. Por ejemplo, al anunciar que volverá a la Organización Mundial de la Salud y los Convenios de Cambio Climático firmados en 2015, de donde se fue el republicano dando un portazo. Quizás modifique alguna resolución puntual de Trump del bloqueo yanqui contra Cuba o sacándola de la lista de estados “patrocinadores del terrorismo”, donde la metió a último momento sin la menor razón.
Pero esos leves cambios no supondrán que Estados Unidos dejará de ser la mayor expresión del imperialismo mundial. Para la Mayor de las Antillas no supondrá el levantamiento del bloqueo sino un alivio parcial-parcial, dentro de la estrategia global de derrumbar el socialismo y la revolución cubana. No por nada el bloqueo comenzó con un presidente demócrata, John F. Kennedy, en febrero de 1962…
Prontuarios varios
Para acertar en el desenvolvimiento de los gobiernos hay que saber quiénes son sus responsables. O sea, conocer el prontuario de los presidentes y ministros. Biden fue durante 35 años senador, titular de la Comisión Judicial y de la Comisión de Relaciones Exteriores. Dos renglones claves: el primero enfocado en cuestiones legales internas y el segundo en la política exterior de la superpotencia.
Por si hubiera alguna duda, el católico Biden fue vicepresidente en los dos mandatos de Barack Obama, que no fueron precisamente caritativos con los pueblos y gobiernos de Venezuela, Cuba, Palestina, Siria, Irán, Irak, Ucrania, Corea del Norte, Rusia y China.
El gabinete del asumido el 20 de enero pasado tiene personeros de ese perfil imperialista, agresivo y favorable a las multinacionales, banqueros y contratistas de empresas de armamento.
Por ejemplo, el secretario de Estado Antony Blinken debutó declarando que Nicolás Maduro es “un dictador brutal”. Blinken es un halcón con todas las plumas.
Como secretario de Defensa (léase Ataque) está el general Lloyd Austin, que fue ejecutivo de Raytheon, una de las mayores fabricantes de armamentos y de triste fama en la guerra contra Irak.
Al frente de la Secretaría del Tesoro está una mujer, Yanet Yellen, por primera vez en la historia, pero es alguien vinculada al mundo empresario y Wall Street.
Brian Deese, ex director global de inversiones sustentables del fondo BlackRock, encabeza el Consejo Económico Nacional que aconsejará las medidas económicas al gabinete.
La subsecretaria para Asuntos Políticos, en el Departamento de Estado, es Victoria Nuland, fascista que organizó el golpe y posterior guerra en Ucrania.
Paremos con los prontuarios porque con lo dicho debe quedar poco lugar para las dudas: la administración Biden es el mismo perro con otro collar y otros ladridos.
Definiciones nefastas
El presidente y su secretario de Estado han reiterado declaraciones contrarias a Venezuela, como si fuera una vulgar dictadura; han mantenido su reconocimiento al “presidente encargado” (encargado por ellos), Juan Guaidó. Entre tanto se calcula que las sanciones económicas, comerciales y financieras, políticas, en suma, contra Caracas, provocaron la muerte de unas 40.000 personas. Esta guerra contra la nación bolivariana no fue comenzada por Trump sino en el año 2005. En 2014 Obama firmó una orden ejecutiva y al año siguiente el Congreso votó una resolución “legalizando” ese bloqueo.
Por otro lado, Biden declaró que el presidente chino Xi Jinping “no tiene ni un hueso de democracia”. Ahora sostuvo una primera conversación telefónica con su colega chino donde se comportó como la superpotencia que es: acusó a su par de competencia económica desleal contra EE UU y de amenazar a Taiwán, violar los derechos humanos en Hong Kong y de la minoría uigur en Xinjiang.
En lenguaje diplomático, pero firme, el líder chino le contestó: “la cuestión de Taiwán y los temas relacionados con Hong Kong y Xinjiang, entre otros, son asuntos internos de China y conciernen a la soberanía e integridad territorial del país asiático, ante lo cual la parte estadounidense debe respetar los intereses fundamentales de China”.
Biden coincide básicamente con la política anti china de su predecesor, tanto en las sanciones económicas con su trasfondo de guerra tecnológica, como en concentrar fuerzas militares tratando de cercar al país socialista. Por eso anunció la creación de un grupo de tareas para aumentar la presencia militar estadounidense en Asia-Pacífico.
Viene perdiendo la pulseada tecnológica con la red china del 5G. Tampoco la tiene fácil con ese cerco naval pues “según datos de 2020, Pekín logró convertir la flota de la Marina China en la más grande del mundo, que cuenta con 350 barcos de guerra, sobrepasando a la de los EE UU por primera vez en la historia, que cuenta con 293.
Esto es lo que le preocupa a Biden”. (Augusto Taglioni, en www.lapoliticaonline.com).
Desde el punto de vista de la Argentina y más allá de los coqueteos del presidente Fernández con Biden, la relación seguirá siendo entre el imperio y un país capitalista dependiente. Con su voto decisivo en el Bureau del FMI en Washington, la secretaria del Tesoro influirá en las decisiones de la directora gerente Kristalina Georgieva tratando de hacer más dura la renegociación de la deuda argentina.
EE UU, obsesionado por su política anti china, pondrá obstáculos a los importantes acuerdos de Buenos Aires con Beijing; no sólo en materia de 5G sino también en financiación de represas, venta de cereales, carnes y minerales, provisión de vacunas contra el COVID-19, etc.
Y último, pero no menos importante, Washington no tiene dudas en cuál es su mejor opción geoestratégica respecto al Atlántico Sur y Malvinas, entre Argentina y el Reino Unido, su socio fiable de la OTAN.
El 12 de febrero pasado la cancillería argentina deploró que un submarino nuclear de USA, el USS Greeneville (SSN 772), hubiera incursionado en el Atlántico Sur, con apoyo aéreo británico. La intrusión yanqui-británica fue publicada por la cuenta oficial de Twitter del Comando de Fuerza Submarina del Atlántico (COMSUBLANT), congratulándose que eso había demostrado “el alcance global de las fuerzas de ambas naciones”.
Hechos y no palabras, pero también las palabras ilustran que no se puede tener ninguna expectativa favorable en el presidente número 46. El sistema bipartidista es dependiente de las ubres envenenadas de Wall Street, los misiles del Pentágono y las fake news de monopolios como Facebook y Google.
ortizserg@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario