Por Eduardo Contreras:
El 22 de enero falleció en Santiago de Chile el juez Juan
Guzmán Tapia, un personaje especial de nuestro tiempo, que tuvo la dignidad y
valentía de someter a juicio al dictador Augusto Pinochet. Recuperaba así para
el Poder Judicial de nuestro país la honra perdida al no haber sido capaz dicha
institución de al menos intentar aplicar las normas jurídicas frente a la
dictadura. Recordemos además que la Corte Suprema de 1973 fue cómplice del
derrocamiento del gobierno legítimo del presidente Salvador Allende.
La brillante historia de este juez comenzó cuando el 12 de enero de 1998 un grupo de abogados comunistas presentamos la primera querella criminal en contra de Pinochet por todos los asesinatos, desapariciones de personas, torturas y detenciones ilegales perpetradas en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973. José Cavieres, Julia Urquieta, Graciela Álvarez, Alberto Espinoza, Ramón Vargas y quien escribe estas líneas formamos ese grupo y fue Gladys Marín, por entonces Secretaria General del PC chileno, quien encabezó la delegación que llegó hasta el Palacio de los Tribunales en Santiago para iniciar esa histórica experiencia.
Debo señalar que varios conocidos abogados no estuvieron de
acuerdo con esa querella que consideraban destinada al fracaso. Algunos con
argumentos jurídicos comprensibles, otros por razones muy poco éticas.
Ni siquiera los periodistas de tribunales pensaron que
sucedería algo. La sorpresa vino horas después cuando la Corte decidió aceptar
a trámite esa querella y designó como magistrado a cargo al entonces ministro
de la Corte de Apelaciones de Santiago, don Juan Guzmán Tapia. Entonces sí fue
noticia que sobrepasó las fronteras nacionales. Comenzaba el cambio en el Poder
Judicial.
Sin embargo, circuló una opinión, privada pero generalizada,
en el sentido de que no sucedería mucho dada la circunstancia que se
consideraba al juez designado como un hombre conservador y que lo probable
sería que tras algunas diligencias menores cerraría el proceso sin incriminar a
nadie.
¡Cuán equivocados estaban esos agoreros!
Lo que en enero de 1998 se inició con el juez Guzmán ha sido
no sólo un hecho histórico para Chile, sino además todo un acontecimiento
jurídico internacional. Porque no sólo se juzgó a Pinochet, no sólo estuvo
detenido, sino que se inició un conjunto de decenas y luego de centenas de
nuevas querellas contra el dictador y demás culpables de las gravísimas
violaciones a los derechos humanos.
Hoy, a más de 20 años desde entonces persiste una enorme
cantidad de acciones judiciales a lo largo de Chile y se ha debido designar a
numerosos jueces especiales a cargo de esos procesos. En paralelo, permanecen
en las cárceles chilenas numerosos ex oficiales de las Fuerza Armadas y de
Carabineros que fueron autores, cómplices o encubridores de crímenes horrorosos
y que sin duda morirán en prisión, como ya ha sucedido con varios de ellos.
Nada de lo cual habría sucedido jamás sin la actuación
inicial de ese gran chileno que fue el juez Juan Guzmán Tapia.
Este magistrado era un hombre culto nacido en una hermosa
familia. Hijo del gran poeta y diplomático chileno don Juan Guzmán Cruchaga
(Alma no de digas nada que para tu voz dormida ya está mi puerta cerrada) y de
doña Raquel Tapia Caballero, hermana del gran pianista chileno Arnaldo Tapia
Caballero.
Con el apoyo de la entonces excelente Brigada de Derechos
Humanos de la Policía civil de Investigaciones, recorrió el país entero
descubriendo entierros clandestinos de cadáveres, centros de torturas
desconocidos hasta entonces y elementos como los pesados hierros con los que
ataban a quienes lanzaban vivos al mar desde aviones, a objeto que no pudieran
flotar y quizás salvarse.
En el desarrollo de su excelente investigación fue además
dictando resoluciones de procesamiento en contra de numerosos uniformados. A la
par, comenzaron las amenazas en contra de su vida, la de su esposa y la de sus
hijas. En varias ocasiones, detuvieron el auto en que se trasladaba el juez y
le mostraron fotos de sus hijas advirtiéndole que, de seguir con el proceso,
ellas pagarían con su vida. Pero nada le detuvo y junto con recuperar toda la
verdad histórica fueron marchando a prisión los criminales, algunos de ellos
incluso que se habían fugado al extranjero como el caso de Paul Schaeffer,
creador y jefe del centro de torturas llamado “Colonia Dignidad”, que fuera
detenido en Buenos Aires, Argentina, en un espectacular operativo de la PDI.
Guzmán, hombre del Derecho y la Cultura, se desempeñó además
en actividades académicas, tanto en el país como en el exterior y participó en
una cantidad de foros y conferencias en diversos lugares, prestigiando a Chile.
Por lo que, más allá de la Pandemia, ha llamado la atención que, producida su
muerte, haya sido notoria la ausencia tanto en la ceremonia fúnebre religiosa
como en sus funerales, de personeros del Poder Judicial.
No hubo delegaciones formales ni declaraciones públicas. Ni
qué decir de los medios de prensa del sistema o del mundo de la política y de
las autoridades del Estado. Quien sí se hizo presente de modo personal fue la
actual Subsecretaria de Derechos Humanos del gobierno chileno, que había sido
su alumna, y además se conoció el saludo del Partido Comunista de Chile.
Dos miradas muy diferentes pero que coincidieron en valorar
el extraordinario mérito de un juez que, más allá de los indiferentes o de los
partidarios de Pinochet, ha entrado de lleno y exitosamente a la Historia de
Chile.
Así lo reconoce también otra gran personalidad internacional
como es el Juez español Baltasar Garzón quien acaba de hacer público su
homenaje a su amigo, el juez Guzmán.
eduardocontreras2@gmail.com
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