Por Homar Garcés:
En el largo camino hacia su emancipación, las mujeres han
tenido que confrontar siempre el mito extendido de la superioridad que tendrían
los hombres sobre ellas. «Superioridad» que es refrendada por distintos credos
y tradiciones que no reconocen más que culpas y deberes de las mujeres, por lo
que, en consecuencia, según esto, debieran solo dedicarse a la reproducción, a
la atención de sus cónyuges y a los quehaceres domésticos. Esto también sirvió
para que a la mujer se le negara por mucho tiempo la posibilidad de ser
propietaria, de divorciarse, de votar o de acceder al sistema educativo formal,
convertida así en una paria hasta avanzado el siglo XX. En la actualidad, al
margen de varios de sus derechos alcanzados, muchas mujeres son víctimas de la
violencia doméstica, cuyos casos apenas logran ser condenados en los
tribunales, muchas veces desestimados por algún tecnicismo legal, que no
contribuyen a disminuir la cifra creciente de tal violencia y los feminicidios
que se producen a escala mundial, en especial en algunos países de nuestra
América.
En este marco, en su artículo "Patriarcado", Marcelo Colussi hace referencia al hecho que «propiedad privada, familia, dominación y patriarcado son elementos de un mismo conjunto. Es imposible -quimérico, podría agregarse- pretender establecer un orden cronológico en todo ello. Lo cierto es que, desde sus orígenes hasta la fecha, funcionan indisolublemente. El pensamiento dominante de una época, la ideología -también las religiones, con la importancia toral que han tenido y continúan teniendo en la actualidad en todos los asuntos que podrían llamarse sociales, o éticos-, certifican esta unión entre los elementos mencionados. Nuestras sociedades se basan indistinta e indisolublemente en todo eso. Por tanto, propiedad privada, su defensa violenta (léase: guerras, entre otras cosas, represión de toda protesta social, de todo intento de cambio), y patriarcado son una misma cosa».
Tal aseveración iguala lo que generalmente es atacado de
forma aislada, sin relacionarlo con otras situaciones que son generadas por la
misma causa, cuestión que ha permitido, además, que cada una sea combatida de
modo particular y sea aprovechada por los sectores dominantes para explotarla
en su propio beneficio, haciendo creer a muchas que si son aceptadas es
consecuencia de su vocación democrática y no de la lucha librada por las
mujeres a favor de sus derechos. Sin embargo, aún se sigue ignorando (muy a
propósito, dado el efecto subversivo que ello tendría) la ligazón o conexión
existente entre dichos elementos, pese a que el cuestionamiento de uno
conduciría inexorablemente al cuestionamiento de los otros; teniendo en puerta
una revolución de mayor trascendencia.
Es por eso que la posición de los diferentes movimientos feministas no podría centrarse en la satisfacción de una sola demanda, teniendo que abarcar otros aspectos igualmente importantes en los planos políticos, económicos y sociales donde la condición femenina sigue estando en minusvalía, a pesar de los distintos códigos vigentes.
Y esto pasa por desarraigar la cultura de sumisión en que ha
crecido la mayoría de las mujeres, haciéndoles trabajadoras sin remuneración y
objetos sexuales sin dignidad propia, reproduciéndose ésta, así, de un modo
ininterrumpido, sirviendo -pese a sí mismas- de vehículos de transmisión de los
paradigmas que las degradan. Algo que no deja de ser polémico pero que exige
más que análisis someros, de manera que se perciba la emancipación de la mujer
como parte esencial de la transformación estructural del tipo de civilización
existente, dando espacio y posibilidades al logro de una emancipación integral
-sin discriminación- para todas y todos.
mandingarebelde@gmail.com
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