Por Juan Pablo Cárdenas S.
Al menos dos teleseries de Netflix de muy buena crítica y
acogida nos han ilustrado sobre el funcionamiento de los regímenes parlamentarios
europeos, dándonos la idea de que, en Chile, a propósito de una nueva
Constitución, podríamos sacudirnos de un presidencialismo tan autoritario y
establecer una institucionalidad en que lidere el Congreso Nacional más que La
Moneda. De esta forma, podríamos también liberarnos de aquellos gobernantes que
lo hacen mal y pierden y mucho apoyo ciudadano durante su gestión
Aunque se dicen llamar mandatarios (que obedecen a los intereses de la nación), la verdad es que en gran parte de nuestro Continente tenemos jefes de estado que hacen lo que les place cuando reciben la manda presidencial y no pueden ser removidos mediante golpes de estado o procesos judiciales que pueden tardar demasiados años, pese a haber desertado de sus promesas y cometido actos severos de corrupción.
Muchos pensamos que con el Estallido Social Sebastián Piñera
debió renunciar a su cargo, toda vez que en las encuestas es evidente que no
goza de un insignificante apoyo ciudadano. Tampoco los parlamentarios han
estado dispuestos a promover una acusación constitucional en su contra ante el
serio descalabro de nuestra economía, las graves violaciones de los Derechos
Humanos y el desprecio que incluso le expresan los partidos oficialistas o de
la derecha política. Por muchos menos despropósitos observamos que otros
gobernantes de la Tierra son removidos y no se esperan las nuevas elecciones
presidenciales para que cesen en sus cargos.
Pero nos da la impresión de que carecemos de las condiciones
propicias para que las mayorías parlamentarias puedan designar y sustituir a
los presidentes de la República. Cómo tampoco concebir un gobierno de mayoría,
o incluso de minoría, en un país en que actualmente tienen representación en el
Poder Legislativo al menos veinticuatro referentes políticos, sin considerar
sus distintas tendencias o “sensibilidades” internas. Cuando tenemos una Ley
Electoral tan laxa que permite la fundación y refundación constante de partidos
políticos, a la orden del día siempre de toda suerte de caudillismos, cuyo objetivo
común ya no es ideológico sino quedar bien posicionado para las próximas
votaciones populares. Permanentes pactos
y sus pactos que se arman y desarman según las calculadoras electorales. Sumado
a esto la influencia del dinero y el cohecho de los poderosos grupos de interés
y presión, entre las que destacan las grandes empresas nacionales y
extranjeras.
El descrédito de la actual clase política chilena se explica
fundamentalmente en sus malas prácticas que obviamente no se compadecen con el
interés ciudadano. La Pandemia ha evidenciado todavía más esta lacra y crisis.
Da la impresión que el parlamentarismo solo podría ser
viable con dos o tres partidos ejes en que, por supuesto, cohabiten
democráticamente los distintas intereses y expresiones de la población, como
sucede en Dinamarca, Inglaterra y otros países. Para citar los ejemplos que
tenemos más a la vista a propósito de estas exitosas seriales políticas de la
televisión. Por cierto, que en Chile habría que ser un verdadero experto para
descifrar la multiplicidad de siglas de la Izquierda e, incluso, entender la
atomización existente también en la Derecha, donde se supone existe un elevado
consenso en el propósito de velar por la vigencia del régimen neoliberal y
favorecer lo que las cúpulas empresariales le instruyen a gobernantes,
legisladores y jueces de la República.
Hoy en Chile, lo que reina es la dispersión y la ambición
desatada. Todos los días observamos en la prensa y redes sociales la
proclamación de nuevos candidatos presidenciales que ya se hace imposible
enumerar, a la vez que los partidos y movimientos sacan cuentas y proclaman
toda suerte de postulantes para los próximos comicios parlamentarios,
municipales y de gobernadores regionales. Algunos de los cuales competirán,
primero, en elecciones primarias mientras que el grueso será designado a dedo
por las directivas partidarias. En las que la voz de los no militantes enfrenta
una barrera inexpugnable salvo que se trate de un deportista, cantante o
alguien de la farándula televisiva que pueda sumarles votos a sus listas.
Casi por un ochenta por ciento, la ciudadanía voto en el
reciente plebiscito para excluir a los legisladores de la próxima Convención
Constituyente, pero esta decisión soberana ya está siendo burlada por todo el
espectro partidista. Da pena o indignación observar cómo los nombres de los más
prominentes y legítimos personajes del llamado mundo social van haciéndose agua
y reciben un portazo de parte del Servicio Electoral, como de los partidos si
estos se mantienen renuentes a militar o simplemente carecen de los medios para
recopilar las adhesiones y firmas necesarias para competir en las elecciones
dispuestas para que el pueblo por primera vez elija a sus representantes más
genuinos. En la misión de trazar el rumbo institucional del país y de nuestra
supuesta democracia que, como sabemos, hasta aquí se niega a ser
“participativa”.
Tampoco es posible concebir en esta dispersión política la
posibilidad de que Chile se dé una constitución federal, cuando desde la
Capital se definen prácticamente todos los recursos y políticas públicas, pese
a que es desde las regiones donde más se recauda para el erario nacional. En
efecto, la diversidad geográfica y cultural del país importa un bledo en
nuestro exacerbado centralismo. Regiones, provincias, ciudades y pueblos valen
más bien como meras circunscripciones y distritos electorales, cuya suerte está
muy condicionada por número de sufragantes, más que por sus recursos naturales
o incluso estratégicos. De esta forma, las zonas del extremo norte y del sur,
por ejemplo, se ven muy menoscabadas frente a lo que ocurre al otro lado de los
Andes donde se practica el federalismo y los recursos fiscales con distribuidos
en todo el país teniendo en consideración, incluso, objetivos de seguridad nacional
y soberanía.
De otra forma, no se explicaría que nuestra Araucanía sea la
zona más atrasada del país, se haya convertido en un verdadero polvorín y hasta
se perciban en aumento los viejos aires independentistas. La misma suerte que
tienen aquellos pueblos que son colindantes con Perú y Bolivia o pertenezcan a
nuestros territorios de ultramar. Más cerca de Asia que del Continente
geográfica y culturalmente.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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