Por Juan Pablo Cárdenas S:
Hubiera querido en esta columna dar cuenta de una profunda
autocrítica de la clase política después de los resultados del Plebiscito. A
propósito de ese casi ochenta por ciento de ciudadanos que votaron por derogar
la Constitución de Pinochet, pero, también, para expresar su repudio al
Gobierno, al Parlamento y, en general, a los más altos funcionarios públicos,
incluidos los oficiales de las FFAA, las jefaturas de Carabineros y de la
policía civil. Sin embargo, antes de que se escrutaran los últimos sufragios,
los partidos hicieron caso omiso de la sentencia popular y a la mañana
siguiente reiniciaron su consabido oficio electoral.
Por cierto, que, tampoco, hubo ministros, subsecretarios, legisladores, alcaldes o concejales que renunciaran a sus cargos o dejaran a disposición de los militantes la conducción de sus partidos. En esta actitud, una vez más, no hubo vencedores ni vencidos. Ni siquiera los que públicamente llamaron a prolongar la institucionalidad vigente o aspiraron a que el pueblo les regalará siquiera un escaño en la Convención Constitucional que se encargará de definir la próxima Carta Magna. Toda una desvergüenza que no se entiende desde los países democráticos acostumbrados a escuchar a los ciudadanos y practicar realmente la alternancia en el poder.
El país debe elegir a todos los miembros de la Constituyente
en lo que debe ser una asamblea paritaria de hombre y mujeres, pero por sobre
todo al Servicio Electoral debiera dotársele de atribuciones para impedir que
los partidos monopolicen las nóminas de candidatos, dándole a las
organizaciones sociales y a los independientes o, mejor dicho, no militantes,
la posibilidad real de participar en los próximos comicios.
Todos debemos exigir que se legisle urgentemente para impedir los arreglos cupulares y los millonarios gastos electorales, de forma que no lleguen a instalarse en la Constituyente los mismos de siempre, los que tienen dinero o quienes se proponen, ciertamente, y como lo han declarado, morigerar los cambios, salvar el modelo económico desigual y combatir el descontento popular con mayor represión policial y violaciones de los DDHH.
Sin embargo, lo que estamos percibiendo es que a lo sumo
serian los propios partidos los que agregarían a sus listas a algunos
independientes, porque a éstos se les haría prácticamente imposible postular
autónomamente de las colectividades políticas, según la ley electoral vigente.
Menos oportunidades tendrían, todavía, las innumerables
organizaciones sociales que repletaron ciudades y pueblos con sus demandas, sin
que en estas manifestaciones pudiéramos visualizar los estandartes partidistas
ni los rostros de los políticos activos y bien apoltronados en el Congreso
Nacional y el Ejecutivo. Se sabe que cuando algunos de estos quisieron sumarse
a las marchas, tuvieron que escapar rápidamente para no ser verdaderamente
linchados por el pueblo. Fueran de derecha, izquierda o centro. Por más que los
canales de televisión, algunos periódicos o emisoras los convocaran a sus
matinales y noticiarios faranduleros. Los hicieran parte de un estallido social
con el que no estuvieron comprometidos ni invitados, después de treinta años
que se dieron maña para darle continuidad a la herencia institucional
pinochetista y al régimen neoliberal.
Como ya se ha indicado, antes de la próxima contienda
presidencial, los chilenos tendremos que elegir a los gobernadores de todo el
país, a las autoridades municipales y a los miembros de la Convención
Constitucional. De allí que resulte tan absurdo y monstruoso en estos días la
proclamación de tantos postulantes para suceder a Piñera en La Moneda. Al menos unos cuatro o cinco de los partidos
oficialistas; otros tres o cuatro del PPD y del Partido Socialista; mínimo unos
cuatro cinco de la Democracia Cristiana; unos dos o tres del Frente Amplio y de
sus grupos o “sensibilidades”, como las llaman, además del siempre listo
candidato del PRO, un alcalde comunista que sin tapujos también se ha auto
designado. Como también aguardamos por los de otras colectividades que siempre
se muestran prestos a ofrecer a sus rostros para desempatar las querellas entre
los partidos más grandes. Entre todo un espectro político que no suma más de
cien o ciento cincuenta mil militantes. Sin contar todavía el crónico apetito
de quienes buscan repetirse el plato en La Moneda. Aquellos y aquellas figuras
que no los inhiben el paso implacable de sus años y sucesivos actos de
corrupción.
Entendida la política en Chile como una carrera constante por el poder y los cargos de “representación”, es decir nunca o muy pocas veces como una oportunidad de servicio público, esta proliferación de candidatos no nos parece tan extraña, aunque cada vez se haga más indignante. Debemos ser el país en toda la tierra que se nutre de menos agrupaciones sindicales juveniles y gremiales.
Ya no existen los partidos que en el pasado se ufanaban de
representar a la clase obrera o, siquiera, a los sectores medios. Asimismo, son
muchos los jóvenes que se han atrevido a fundar nuevos movimientos y que en muy
pocos años han terminado envueltos por los pactos electorales, como extraviados
por los grandes empresarios que financian la actividad electoral o las votaciones
de los legisladores.
De seguir este grave desdén a los verdaderos artífices de
los resultados del Plebiscito, lo sensato sería que los sectores sociales
volvieran a golpear la mesa, irrumpieran nuevamente en las calles para hacer
todavía más explicito su repudio al conjunto de la clase política. La lucha, en
este sentido, no solo es contra el gobierno de Piñera, sino a favor de
establecer una institucionalidad genuinamente democrática, incluido el rescate
de todos los derechos políticos, económicos y sociales conculcados. Devolverle
la soberanía al pueblo y arrebatársela a los necios que dicen actuar en su
nombre, y que solo vienen traicionándolo en todas las últimas décadas.
Ojalá no nos dejemos madrugar nuevamente por las trampas
políticas del sistema electoral y que en los comicios venideros la
participación electoral exija un pacto previo de garantías políticas, si no
queremos reiterarnos en la masiva abstención ciudadana o fomentar la violencia
como solución a las injusticias. El pueblo debe avanzar a la primera línea de
la acción y decisiones políticas.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
El pueblo, que desde el 18 de octubre de año pasado, ha estado golpeando la mesa, recuperando soberanía mandataria, tiene el legítimo derecho de seguir manifestando pacíficamente su disenso, ahora con respecto al rayado de cancha del proceso constitucional, que hicieron todos los políticos y sus partidos, el mes de noviembre del año pasado. No se ha escuchado el mandato del pueblo por una Nueva Constitución Soberana. Se ha impuesto una Convención Constitucional donde mandan los políticos rechazados por el pueblo, una nueva trampa, yo diría, una nueva traición al pueblo. El pueblo movilizado debe seguir exigiendo Asamblea Constituyente. En ella, no cabe la clase política, que por más de 30 años, se ha adaptado a la herencia institucional, constitucional del neo liberalismo o capitalismo salvaje de dictadura, buscando su propio interés, el de sus partidos y de los poderosos privados, que en forma corrupta financiaron a los candidatos de clase política actual.- La anulación de votos y los votos en blanco, primero, y luego la abstención, no fue entendida por los políticos, o no quisieron oír el grito del pueblo. Ahora, con nueva movilización, el pueblo debe exigir una Asamblea Constituyente, en ella están sólo constituyentes elegido por el pueblo, quienes se asesorarán por abogados probos y limpios. ¡No a Convención Constitucional! ¡No a la clase política actual! ¿Por qué dirán algunos? El título del escrito del periodista Juan Pablo Cárdenas, es la respuesta.
ResponderEliminarLa Convención Constitucional debe funcionar como Cabildo Abierto para primero elegir representantes en todos los pueblos y circunscripciones electorales de Chile,esa debe ser democracia de abajo hacia arriba.
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