Por Carlos Alzugaray:
http://www.ipsnoticias.net/2020/11/cuba-eeuu-una-vez-mas-obama-trump-ahora-biden/
Con la elección del demócrata Joseph Biden a la presidencia
de Estados Unidos, una vez más, un cambio de signo político en la Casa Blanca
provoca especulaciones sobre posibles transformaciones en la política hacia
Cuba y en las relaciones bilaterales.
En sus enfoques sobre Cuba, Joe Biden es legatario de la política de Barack Obama, a quien acompañó como vicepresidente en sus dos mandatos. Para volver a esa política, tendrá como obstáculo las acciones totalmente opuestas que ha seguido el presidente Donald Trump. Hay una diferencia abismal entre una y otra política. Obama optó por el acercamiento, la normalización y el abandono formal del “cambio de régimen” como objetivo primario y único, mientras que Trump lo abrazó con particular ensañamiento.
Las concepciones de arrancada de Obama sobre Cuba partían de
que la política basada en el bloqueo económico, comercial y financiero había
fracasado y debía ser reemplazada por el acercamiento para lo cual la
diplomacia era el instrumento idóneo. Fue así como en el 2012 inició
negociaciones secretas con el presidente Raúl Castro. Después de dos años, el
17 de diciembre de 2014, se produjo el anuncio simultáneo de ambos presidentes
de que habían llegado a un acuerdo por el cual convinieron iniciar un proceso
de normalización de relaciones basado en el restablecimiento de los nexos
diplomáticos.
El entendimiento incluyó la liberación de prisioneros y la
promesa del presidente norteamericano de usar sus facultades ejecutivas para
retirar a Cuba de la lista de estados promotores del terrorismo (lo que sí
cumplió) y para aliviar las sanciones que pesaban sobre el pueblo cubano. No
pudo, sin embargo, comprometerse a levantar el bloqueo (llamado engañosamente
embargo por sucesivos gobiernos en Washington), aunque desde el 2004 y en
varias ocasiones reiteró, incluso ante el Congreso de su país en el 2016, que
debía ser levantado incondicionalmente.
Entre esa fecha y enero del 2017 hubo una intensa actividad de intercambio que tuvo dos vertientes, una económico-comercial y otra de carácter diplomático-consular (incluyendo en esta última la actividad científica, cultural y académica).
La esfera
económico-comercial fue la que más atención recabó pues significó que, sin que
se levantaran las restricciones que impiden a ciudadanos norteamericanos
visitar Cuba como turistas, se restableciera el servicio de transporte aéreo
comercial y se permitiera la inclusión de puertos de la Isla en cruceros por el
Caribe. Esto favoreció el incremento en el número de visitantes.
Las medidas también beneficiaron a la emigración cubana pues
eliminaron restricciones a viajes en ambas direcciones y al envío de remesas,
con consecuencias económicas adicionales.
La dimensión diplomático-consular, incluyendo en ella los
intercambios culturales, científicos y académicos, se reflejó, sobre todo, en
el restablecimiento de relaciones diplomáticas, la reapertura de las embajadas
y la firma de 22 instrumentos bilaterales de intercambio en las más disímiles
esferas. Estos acuerdos comenzaron a implementarse mediante la creación de
grupos de trabajo.
No cabe duda de que beneficiaban a ambos países.
Suele exagerarse la magnitud de la flexibilización
económica, que fue realmente limitada. Se mantuvo prácticamente intacto el
complejo y abarcador entramado de sanciones impuestas a Cuba, a pesar de que
las mismas han sido calificadas de ilegales en sucesivas Asambleas Generales de
la ONU comenzando en 1992.
Washington, por su parte, restableció su presencia formal en
Cuba a través de una Embajada, lo cual le permite, no sólo proteger y defender
mejor sus extensos intereses, sino llevar a cabo trabajo de influencia o de
diplomacia pública. En Cuba, hay quien critica esta actividad por considerarla
inevitablemente subversiva, otros la ven como algo normal intrínseco a la
actividad diplomática típica siempre que se respete el legítimo propósito de
fomentar la buena voluntad, la cooperación, y beneficio mutuo.
En marzo de 2016, la visita a La Habana del presidente Obama
y su discurso en el Gran Teatro Alicia Alonso, televisado a todo el país, dio
argumentos a ambas posiciones. Unos lo consideran una intromisión en los
asuntos internos cubanos, otros apuntan que en el mismo el presidente afirmó
por primera vez que EU abandonaba el propósito de “cambio de régimen” y respetaba
el camino que siguiera el pueblo cubano. Esta última posición fue reiterada en
la Directiva Presidencial de Política hacia Cuba emitida en octubre del 2016.
La apertura o deshielo tuvo una vida efímera. En menos de
seis meses el sucesor de Obama, Donald Trump, decidió cancelarla, emitiendo una
nueva Directiva con tal propósito.
No había justificación alguna para ello. Tuvo su origen en
la forma arbitraria de hacer política de Trump: su obseción con revertir todo
lo hecho por su predecesor; su desprecio por la diplomacia y creencia en el uso
de la coacción y el miedo contra enemigos, reales o percibidos; y
consideraciones de tipo doméstico materializadas en una frase: “On Cuba, make
Marco Rubio happy”. “Sobre Cuba, hagan feliz a Marco Rubio,” referencia al
senador partidario de una línea dura.
Trump no sólo ha recrudecido las sanciones con medidas de
castigo adicionales y continuado el financiamiento de opositores, sino que ha
añadido dos elementos nuevos: una campaña contra la cooperación médica internacional
cubana y la autorización para que se ponga en vigor el título III de la Ley
Helms Burton, dirigido a afectar las inversiones extranjeras en Cuba. Por otra
parte, explotó políticamente un extraño incidente cuyo origen no está nada
claro 3 años después, en que Estados Unidos reclama, sin presentar evidencias,
que sus funcionarios diplomáticos han sufrido lesiones cerebrales de cierta
importancia atribuidos a supuestos “ataques con armas sónicas”. No llegó a la
ruptura de las relaciones diplomáticas, pero se tomaron medidas que
prácticamente anularon y redujeron a su mínima expresión el personal en ambas
embajadas, incluyendo el cierre de la actividad consular, que tanto daño ha
hecho a las visitas familiares de cubanos a sus parientes en territorio norteamericano.
Lo que los candidatos presidenciales y vicepresidenciales
dicen en las campañas electorales no siempre debe tomarse al pie de la letra,
pero algo queda claro de las declaraciones de Joe Biden, Kamala Harris y sus
asesores: habrá cambios en la política hacia Cuba y esos cambios van dirigidos
a eliminar, si no todas, al menos buena parte de las sanciones impuestas por
Donald Trump, y a retornar a la política de acercamiento intentada por Obama,
lo que presupone reanudar el camino de la normalización.
Una de las declaraciones más llamativas de Joe Biden sobre el curso que seguirá con Cuba las reprodujo el sitio web del Cuba Study Group, una organización cubano americana que apoya retomar el proceso de normalización. Fueron las siguientes: “La situación en la Cuba de hoy no es la misma que la situación hace cuatro años y yo seguiré políticas que reconozcan las circunstancias actuales, comenzando por la eliminación de las restricciones de Trump sobre remesas y viajes, que dañan al pueblo cubano y mantienen las familias separadas.
También me ocuparé del retraso en más de 20,000 solicitudes
de visa que ha aumentado bajo la administración, demandaré la liberación de
presos políticos y defenderé los derechos humanos en Cuba, tal y como hice
cuando fui vicepresidente”.
Si se hacen a un lado los usuales giros retóricos sobre
derechos humanos, presos políticos, y demás, es obvio que el presidente electo
tiene como punto de partida volver a la política tal y como fue diseñada
trabajosamente en la administración de la cual fue vicepresidente. Ese objetivo
puede ser complejo dada la envergadura de los retrocesos impuestos unilateral y
arbitrariamente por el señor Trump, pero hay algo que reconocer, la Cuba de hoy
no es la de hace cuatro años. Valdría la pena apuntar algunos elementos clave:
• Es una
Cuba satisfecha de haber resistido exitosamente las acciones agresivas de la
administración Trump. No se ha podido ocultar la alegría popular con su
derrota.
• Es un
país con un nuevo presidente, Miguel Díaz Canel, perteneciente a la generación
nacida con la Revolución.
• Cuba
cuenta con una nueva Constitución ratificada en consulta y referendo popular
masivo. Expertos reconocen avances en temas de derechos humanos.
• La
sociedad cubana está mucho más conectada a la Red que en el 2016.
• Probablemente
lo más importante, el país está en proceso de vencer la COVID 19 utilizando
políticas muy similares a las que pretende implantar Joe Biden en Estados
Unidos.
• Y, por
último, el gobierno ha relanzado con ahínco el programa de reformas económicas
aprobado con una renovada importancia al sector no estatal y a la
descentralización.
Cualquiera que sea el enfoque del presidente electo Joe
Biden sobre Cuba, sería bueno tener en cuenta estas realidades.
Le facilita el camino que el gobierno cubano ha reiterado su
disposición a retomar el proceso de normalización.
Pero hay algo que no ha cambiado: la determinación de pueblo
y gobierno a seguir resistiendo si se persiste en la coerción.
ex diplomático y profesor universitario; ensayista y analista
político.
carlosalzugaray@gmail.com
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