Por Jorge Aniceto Molinari:
Es poco probable que la maniobra legal de Donald Trump
cambie los resultados de las elecciones, como cuando en el año 2000 un Tribunal
Supremo conservador decidió a favor de George Bush en lugar de Al Gore, que
perdió entonces por 535 votos. Incluso este Tribunal Supremo, en el que Trump
tiene seis miembros simpatizantes (tres nombrados por él, todo un récord) y
sólo tres no simpatizantes, no se atreverá a cambiar un resultado proveniente
de tantos estados.
Trump se ha ido, pero, por triste que sea decirlo, el trumpismo está aquí para quedarse. Sin embargo, ¿estamos ante una situación específica de los Estados Unidos o se trata de un fenómeno más general? Creemos que, en una era marcada por la globalización, deberíamos intentar un análisis global. Estaríamos dejando afuera un trillón de hechos, eventos y análisis, pero este es ahora el destino del periodismo. Cualquiera podrá añadir lo que crea relevante y decidir lo que se ha dejado fuera. Y será un gran avance en relación con este breve análisis.
Pero empecemos primero con los Estados Unidos. La victoria
de Biden proviene de una inusualmente alta participación en las elecciones del
67% de los votantes. En las elecciones estadounidenses, este indicador
raramente excede el 50%, aunque la mayor participación se registró en 1900,
cuando votó el 73% de la población. Recuerden que en los EE.UU. votar se define
como un privilegio, no como un deber. Para votar hay que registrarse y muchos
estados convierten este requisito en una tarea exigente, excluyendo
automáticamente a la parte más frágil de la población.
Biden ganó el mayor voto popular en la historia de los
EE.UU.: 71,4 millones en comparación con los 69,4 millones obtenidos por Barack
Obama. Sin embargo, Trump obtuvo 68,3 millones de votos, casi cuatro millones
más que en 2016, a pesar de una pandemia que, hasta ahora, ha dejado más de
230.000 muertos, con la peor crisis económica desde la Gran Depresión, y tras
cuatro años de enfrentamientos, algunos masivos, como el de Black Lives matter
(Las Vidas Negras importan). Duplicó los votos de la comunidad LGBT, obtuvo el
18% de los votos afroamericanos, el voto de la mujer blanca a su favor creció
en un 6%, y ganó la Florida gracias a los votos latinos (cubanos, venezolanos
y, en menor medida, puertorriqueños).
Los Estados Unidos están atravesando una transformación
demográfica que exacerbará aún más la polarización. La Oficina del Censo estima
que este año la mayoría de los 74 millones de niños del país no serán blancos.
Y en la década del 2040, la población blanca estará por debajo del 49%,
mientras el otro 51% estará compuesto por latinos, negros, asiáticos y otras
minorías.
La génesis de los Estados Unidos difiere de la de Europa.
Fue creado por una inmigración de religiosos ingleses de tendencia radical que
querían crear un nuevo mundo, "un poblado luminoso en una colina",
donde el secularismo y la corrupción moral de su país quedarían atrás. Tras su
llegada, tuvieron que luchar contra los pueblos indígenas que eran considerados
bárbaros, sin una verdadera religión (muy parecido a lo que hizo la conquista
española en América Latina). La guerra
de independencia de Inglaterra reforzó el valor moral de su acción: libertad de
la tiranía. Y con la Revolución Industrial llegaron oleadas de inmigrantes,
todos escapando de Europa a causa de la pobreza o la opresión.
Con muy baja educación, debían integrarse en una sociedad
fuerte ya existente, que se definió a sí misma como “WASP" (por las siglas
en ingles de blanca, anglosajona, protestante). Para lograrlo, los EE.UU.
inventaron los medios masivos de comunicación como un instrumento para el
crisol (hasta entonces en Europa los periódicos tenían poca circulación
dirigida a las élites), y dos mitos: el Excepcionalismo americano y el Sueño
Americano.
La conquista de Occidente fue una saga nacional, con el cine
como el otro instrumento para formar el crisol. Los hijos de los diferentes
inmigrantes reaccionaron con alegría al sonido de la trompeta anunciando la
carga de caballería que acabaría con las hordas indígenas que venían al ataque.
Y además de los medios de comunicación y el cine, una fuerte industria
publicitaria conformó los gustos y patrones de consumo. La abundancia de
recursos naturales y la permanente llegada de inmigrantes, impulsó un
crecimiento continuo. Aquí es que los dos mitos se convierten en verdades
indiscutibles.
El Excepcionalísimo americano, el hecho de que los EE.UU.
tiene un destino diferente al de todos los demás países, se convirtió en un
elemento básico del discurso público. En 1850, el presidente James Monroe
emitió una declaración según la cual ningún país europeo podía ya intervenir en
América Latina. Y todavía hoy, una gran parte de la población piensa que EE.UU.
tiene el derecho de intervenir en el mundo, porque EE.UU. es el guardián del
orden y la ley en un mundo caótico.
Para convertirse en ciudadano americano, tienes que jurar
que olvidas tus orígenes, porque has nacido como un hombre nuevo. La
inscripción de la Estatua de la Libertad, lo primero que vieron millones de
inmigrantes después de un largo viaje, lleva una inscripción que simboliza bien
el mito:
"¡Guarda, tierras antiguas, tus esplendores de otra
época!" grita la estatua con labios silenciosos. "Dadme tus cansadas,
tus pobres, Tus masas amontonadas gimiendo por respirar aire libre, A los
despreciados de vuestras costas abarrotadas, Envía hacia mí a los desheredados,
a los perdidos por la tempestad, ¡Alzo mi lámpara junto a la puerta
dorada!"
El segundo mito, el Sueño Americano, era otra poderosa herramienta para la paciencia y el trabajo duro. Era parte del legado fundacional protestante. Cualquiera que trabajara duro se volvería adinerado o rico.
Si no te haces rico, es porque no te esforzaste lo
suficiente. Este es el mito que la Iglesia Evangélica ha adoptado: Dios
recompensa a los trabajadores esforzados y no a los perezosos. Como resultado,
la pobreza no es contemplada por Dios. Y la Iglesia Evangélica ha logrado un
resultado notable (no sólo en los EE.UU., sino en todas partes, desde Brasil
hasta Guatemala): tener a los pobres votando por la derecha.
El excepcionalísimo de los EE.UU. es evidente cuando se mira
a otras colonias inglesas. Australia, por ejemplo, fue el destino de
prostitutas, ladrones y ciudadanos británicos en bancarrota. Sería imposible
imaginar al primer ministro de Australia hablando en nombre de Australia y de
la Humanidad, como lo hace habitualmente el presidente de los EE.UU. Tampoco el
primer ministro de Canadá hablaría jamás en nombre de Dios o diría que Dios ama
a Canadá. Los EE.UU. es el único país del mundo que no acepta que su personal
militar sea juzgado por un tribunal extranjero.
Y EE.UU. vió confirmada su excepcionalidad, y su papel como
defensor de la humanidad, con la Segunda Guerra Mundial. A pesar de las enormes
pérdidas de tropas y civiles rusos (27 millones, frente a 419.000
estadounidenses), el claro vencedor contra los males del nazismo y el fascismo
fueron los Estados Unidos de América. Fue capaz de ganar la guerra gracias a su
asombrosa producción militar (un barco en tres días) y a la construcción de la
bomba atómica. Así, entró en nuestra era contemporánea con todos sus mitos
reforzados.
Y el Plan Marshall, que resucitó a Europa de sus ruinas, fue
una medida de contención contra el nuevo mal, el comunismo, pero también se
convirtió en la prueba final de su superioridad y solidaridad.
Estados Unidos también creó las Naciones Unidas como una
institución que evitaría la repetición de los horrores de la guerra. Se
pretendía reunir a todos los países bajo el mismo techo y tomar decisiones a
través de debates y acuerdos, no de la guerra. Pero el mundo no se congeló,
porque la visión americana del mundo se convirtió en una camisa de fuerza para
los EE.UU., que predicaba la libertad de comercio e inversiones. Por supuesto,
era con mucho el país más fuerte y por lo tanto el ganador de un Orden Mundial
Americano, con la amenaza soviética bajo contención, la estrategia formulada
por el diplomático estadounidense George F. Kennan en 1947.
Pero una vez que la ONU se expande de los 50 países originales a 187, y usted insiste en la libre competencia y el comercio, se convierte en una víctima de su propia retórica. Todos esos países, en una institución democrática, tienen un voto. En 1973, la Asamblea General votó unánimemente a favor de un Nuevo Orden Económico Mundial, basado en la solidaridad internacional y en la transferencia de riqueza de los países ricos a los pobres para el desarrollo mundial. Estados Unidos votó con la Asamblea General.
Pero entonces llegó Ronald Reagan, un admirador de John
Wayne y, en muchos sentidos, un precursor de Trump. Poco después de su
elección, en 1981, Reagan fue a la Cumbre Norte-Sur de Jefes de Estado en
Cancún, México, para anunciar que Estados Unidos ya no aceptaba ser un país
como todos los demás, y que seguiría una política exterior más conveniente para
sus intereses.
Reagan también tenía una visión de un cambio radical en su
casa. Creía, firmemente, que los valores de justicia social, solidaridad y
equidad fiscal, se habían convertido en un freno para la economía y la
sociedad. Fue el primero en introducir la idea de que el Estado (la
"bestia") estaba inflado, era costoso e ineficiente, y era el enemigo
de las empresas y corporaciones, que debían no tocarse para que pudieran
liberar toda su creatividad. Entre otras cosas, quería cerrar el Ministerio de
Educación, porque creía que la educación se podía hacer mejor en el sistema
privado.
Era un muy buen comunicador y un especialista en encontrar
respuestas fáciles a cuestiones muy complicadas, banalizando el verdadero
problema - un ejemplo sobre el medio ambiente: las industrias no contaminan,
los árboles contaminan-. Para su época, los EE.UU. habían alcanzado un nivel
impresionante de investigación y enseñanza (para unos pocos), como lo demuestra
el gran número de Premios Nobel.
Reagan fue también el primero en desafiar abiertamente a las
élites, hablando en nombre de los ciudadanos comunes: el pueblo. Y es aquí
donde la historia de los EE.UU. pierde su identidad individual y comienza a
fusionarse con el mundo. Reagan tuvo su contraparte en Europa, Margaret Thatcher,
que compartía la misma visión, y se fue a pelear contra los sindicatos,
recortar el gasto público, privatizar los ferrocarriles, los aeropuertos y todo
lo que fuera posible. Ella pronunció su famosa frase: "la sociedad no
existe, sólo los individuos". Juntos lanzaron lo que se llamó la
globalización neoliberal y se retiraron de la UNESCO. La base principal era que
el mercado, y ya no más el hombre, era la base de la economía y la sociedad. El
Secretario de Estado de EE.UU. Henry Kissinger afirmó que la globalización era
el nuevo nombre de la Dominación Americana.
Todo esto fue reforzado por tres acontecimientos históricos. 1) La caída del Muro de Berlín en 1989 que eliminó la amenaza del comunismo y dio al capitalismo una total libertad de maniobra. 2) El Consenso de Washington, establecido por el Departamento del Tesoro de los EE.UU., el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El Consenso ordenó en todo el mundo que los costos sociales eran improductivos, que cualquier barrera nacional debía ser abolida para permitir que las inversiones y el libre comercio prosperaran y privatizar al máximo posible. 3) La teoría de la "Tercera Vía" del Primer Ministro del Reino Unido Tony Blair según la cual, debido a que era imposible detener la globalización, lo mejor para la izquierda era montarse en ella y convertirse en su rostro humano.
Así, durante dos décadas, bajo la influencia estadounidense, la globalización neoliberal se convirtió en la norma de gobierno, tanto a nivel nacional como internacional. De acuerdo con sus apologistas, impulsaría todos los barcos.
Pero entonces, en 2008, un terremoto sacudió Wall Street. En 1999, bajo el mandato de Bill Clinton, se abolió la regulación Steagall-Glass, adoptada tras el colapso de la bolsa de 1929. Esa regulación había mantenido a los bancos de inversión separados de los bancos comerciales tradicionales. Un tsunami gigante golpeó las inversiones, es decir, la especulación. Libre de todo control y de control internacional (el sector bancario es el único en el mundo sin ningún instrumento regulador o contralor), el sistema bancario tomó vida propia, abandonando la economía real. Y entró en más y más operaciones especulativas hasta que, en 2008, los bancos estadounidenses prácticamente quebraron. Esa crisis se expandió por todo el mundo y, en 2009, en Europa los bancos también se fueron a la quiebra. Según las estimaciones de la OCDE, para rescatar el sistema bancario, fue necesario invertir dos billones de dólares. Eso equivale a 267 dólares por persona en un mundo en el que casi 2.000 millones de personas vivían entonces con menos de dos dólares al día.
La crisis de 2008-2009, y la consiguiente incertidumbre y
temor, obligaron a un examen crítico de la teoría neoliberal, Durante casi tres
décadas, la ciudadanía, los medios de comunicación, la sociedad civil, los
economistas, los sociólogos y los especialistas en estadística habían
denunciado que la globalización exacerbaba la injusticia social, despojaba a
muchas personas de sus ingresos mediante la relocalización de empresas en
lugares más baratos, creaba un crecimiento desigual entre las ciudades y las
zonas rurales y graves daños al planeta, y que era urgente contrarrestar esos
abusos.
Después de 8 años de George W. Bush, de guerras y de falta
de atención a los problemas sociales del país, Estados Unidos eligió en 2009 a
un hombre con un mensaje de esperanza, integración y paz: Barack Obama. Pero si
Obama realmente quería deshacer un sistema que había sido establecido durante
20 años, estaba fuera de su alcance. En 2015, el Senado de los Estados Unidos
pasó a manos de los republicanos, y el líder de la mayoría del Senado, Mitch
McConnell, bloqueó todos los movimientos posibles de la administración de
Obama. En 2017, se negó incluso a
considerar la propuesta de Obama para la Corte Suprema, porque habría
elecciones en diez meses (el mismo Mitch McConnell que, en sólo tres semanas,
obtuvo el nombramiento de la integra lista y tradicionalista católica Amy Coney
Barrett en vísperas de las recién celebradas elecciones).
Mientras que los sueños evocados por Obama comenzaron a
desvanecerse, la crisis de 2009 trajo consigo algunos acontecimientos políticos
sin precedentes. La incertidumbre y el miedo también se exacerbaron por el
flujo de inmigrantes de países desestabilizados por las intervenciones de los
EE.UU. y Europa en países como Irak, Libia y Siria, y de aquellos que escapaban
de regímenes dictatoriales y del hambre.
En todo el mundo, este proceso trajo consigo un
florecimiento del nacionalismo y la xenofobia, con la creación de los llamados
partidos "soberanistas" en todos los países de Europa y,
progresivamente, en todo el mundo. Todos ellos se basaron en la xenofobia
contra los migrantes, la denuncia de las instituciones mundiales y regionales
como ilegítimas y enemigas de los intereses nacionales, y en hablar a nombre de
las personas víctimas de la globalización: los trabajadores de fábricas que
habían cerrado debido a la relocalización; los llamamientos a un pasado
glorioso (Brexit, 2016); las personas de las zonas rurales que habían quedado
atrás por el desarrollo más rápido de las ciudades (los Chaquetas Amarillas en
Francia en 2018); la anexión brutal de Cachemira a la India por parte del
primer ministro indio Narendra Modi en 2019; la asombrosa eliminación de la protección
de la Amazonia por parte del presidente brasileño Jair Bolsonaro en 2019; la
anexión de Hong Kong en 2020 por parte de Xi.
Así que sería un error apuntar solo a Trump cuando nos
enfrentamos a un problema mucho más grave. Trump, por supuesto, ahora deja a
los demás desnudos. Tal vez, este sea el comienzo de un nuevo ciclo político...
pero el sistema está ahora roto y es casi imposible arreglarlo. La pandemia de
coronavirus ha puesto un clavo más en el ataúd. La ola negacionista es otro
síntoma de cómo la crisis de confianza ha erosionado nuestra sociedad. Y, por
cierto, tenemos ahora dos defensores de la teoría de la conspiración de QAnon
elegidos en la Cámara de Representantes. La teoría QAnon postula que Hillary
Clinton y otras figuras importantes, desde Bill Gates hasta George Soros, se
reúnen para beber la sangre de muchachos jóvenes en el sótano de una pizzería
en Nueva York. Trump aparece como el supuesto salvador. El hecho de que la
pizzería en cuestión no tenga sótano es irrelevante.
Volviendo a los Estados Unidos, los mitos del
excepcionalísimo y del Sueño Americano ahora se han evaporado. Trump lo hizo
sorprendentemente bien si se mira la situación desde el punto de vista de
hombre culto. Es el primer presidente de los Estados Unidos que nunca habló en
nombre del pueblo: por el contrario, retrató a los que no le votaron como
antiestadounidenses. En su gobierno, tuvo muy pocas reuniones del gabinete y
gobernó a través de tweets, rara vez consultando a su personal. Movilizó los
temores de la población blanca contra los inmigrantes y otras minorías;
proclamó la ley y el orden contra cualquier movilización, demonizando a los
participantes.
Es la quintaesencia del narcisismo, sólo se ama a sí mismo, no se preocupa por nadie más y no confía en nadie. Es un ejemplo de misoginia, pagó sus impuestos en China, pero no en los Estados Unidos. Ha inaugurado la era post-verdad, haciendo varias afirmaciones falsas por día. Ha usado la administración pública como su equipo personal, cambiando continuamente a los funcionarios públicos y poniendo en sus puestos a personas que comparten sus puntos de vista. El Ministro de Educación no cree en la escuela pública. El Ministro de Justicia cree que el presidente tiene poder sobre el poder judicial.
La persona responsable del medio ambiente está en contra de
la energía limpia. ¡Parece que los vampiros están a cargo de los bancos de
sangre!
Es inútil enumerar todos los desastres de Trump en los
asuntos internacionales pues estos son bien conocidos. Se ha retirado de la
idea de la cooperación internacional, del acuerdo de París sobre el clima y de
la Organización Mundial de la Salud, ha puesto en peligro la Organización
Mundial del Comercio (una creación de los EE.UU.), ha mostrado preferencias por
dictadores como Putin y Kim Il Jong, y ha banalizado la alianza de la OTAN
(otra creación de los EE.UU.) ...y podríamos seguir y seguir. Representa el
aislacionismo clásico americano: retirémonos de un mundo en caos, que no nos
aprecia, sino que sólo quiere explotarnos. Pero ahora vivimos en un mundo
multipolar y la globalización está siendo jugada por muchas manos. Para 2035,
China habrá superado a los EE.UU. como la potencia más fuerte del mundo.
Sin embargo, Trump ha conseguido votos de todos los estratos
enfermizos de la sociedad americana. Los blancos que se sienten amenazados; la
población rural que se siente abandonada; los trabajadores de las fábricas que
cerraron debido a la relocalización; la clase media acomodada de los suburbios
que se siente amenazada por los pobres que invaden sus propiedades; los negros
que se convierten en clase media y miran con horror las miserias de la mayoría
de los afroamericanos; los evangélicos que se alegraron de que el Tribunal
Supremo se convirtiera en una institución de derecha y tuviera un
vicepresidente, Mike Pence, y un Secretario de Estado, Mike Pompeo, ambos
evangélicos; aquellos que mantienen el mito del Lejano Oeste, su
individualismo, su valor machista y sus armas; todos los que consideran al
Estado, al público, como un enemigo de la libertad; los policías que
encontraron su impunidad enjuiciada; aquellos que decidieron que las mujeres,
los gays, el aborto y los derechos humanos estaban llevando a América a lo
opuesto de sus valores fundacionales. Toda esa gente existe, fue unida por
Trump, y van a sobrevivirle. Y en un país donde existe el odio y los opositores
se han convertido en enemigos, plagado por la epidemia de las drogas, donde uno
de cada seis estadounidenses padece problemas psicológicos y más personas
mueren al año a causa de las armas que durante la Guerra de Vietnam, crear la
unidad es una tarea muy, muy difícil.
Los demócratas pensaron que presentar a un candidato mayor y
civilizado, Joe Biden, traería de vuelta la empatía y el diálogo como factor de
unidad. De hecho, lo que parece es Trump ha perdido las elecciones y no que
Biden las ha ganado. Los progresistas lo ven como una personificación del orden
establecido y seguirán presionándolo para que se libere del sistema. Sólo
sabremos el 6 de enero: si el Partido Republicano se mantiene en el Senado,
como es probable, y si el Senado regresa bajo el control de Mitch McConnell, el
bloqueo que puso frente a Obama será visto como tiempos suaves. Biden podrá
deshacer muchas de las órdenes ejecutivas de Trump, pero, por ejemplo, no podrá
cambiar la composición de la Corte Suprema, que durará por lo menos un par de
décadas. No podrá aumentar la cobertura de salud.
La posibilidad de
aumentar el salario mínimo y los impuestos a los muy ricos será casi nula. Los
republicanos volverán a ser los guardianes de la austeridad fiscal, después de
haber dejado que Trump aumentara el déficit nacional a un nivel sin
precedentes. Y la cada vez más poderosa izquierda del Partido Demócrata tratará
de condicionar y empujar a Biden, a quien eligieron sólo para deshacerse de
Trump.
Ahora Trump ha perdido su Teflón y es un perdedor. Pero
tiene 68 millones de seguidores en Twitter y, probablemente, va a abrir su
propio canal de televisión. Va a ser un serio problema para el Partido
Republicano. Va a cultivar el mito de las elecciones robadas y mantener a sus
seguidores en un estado de confrontación. Trump se ha ido, pero el trumpismo
permanece. Y esta es una verdad para el mundo. Hasta que eliminemos la
globalización neoliberal, los Trumps, los Bolsonaros, los Viktor Orbans y demás
de este mundo, serán sólo la parte visible del iceberg. ¿Pero qué va a hacer
eso? Tenemos un rayo de esperanza desde la sociedad civil. El drama climático
ha traído a los jóvenes de vuelta al activismo. Y, además, están las otras dos
movilizaciones mundiales, Me Too (Yo también) por la dignidad de la mujer y
Black Lives Matter (Las Vidas Negras importan) para combatir el racismo - que
no es sólo un fenómeno americano-, que han reunido a millones de personas en
todo el mundo.
Estamos en un período de transición. No está claro hacia
dónde, pero sólo podemos esperar que sea una transición sin sangre. Al final,
dependerá de los hombres y mujeres de todo el mundo, de la capacidad de
encontrar valores comunes en nuestras diversidades para establecer relaciones
de paz y crear puentes globales de justicia social, solidaridad y
participación. Controlar el cambio climático y salvar nuestro planeta es una
tarea inmediata y urgente. Esto dependerá de cada uno de nosotros, y debemos
hacer que éste sea el primer puente que se camine, con toda la humanidad.
Mi comentario:
Como de costumbre un texto lleno de análisis de gran valor,
que no debemos evitar referenciar si queremos examinar este problema con
profundidad.
Esta afirmación es tal vez el quid de la cuestión: “Pero el
mundo no se congeló, porque la visión americana del mundo se convirtió en una
camisa de fuerza para los EE.UU., que predicaba la libertad de comercio e
inversiones”.
Trump rompió con esto. ¿Por una razón política o por una razón económica que dio forma al contenido de su política?: por el ahogo para un sector del capitalismo, el que tiene su sede fundamental en el seno de esta nación y para quién el agostamiento de la tasa de ganancia no es solo una enunciación teórica.
A ello respondió Trump para su aventura, y los resultados
están a la vista, en esta elección superó su propia marca de la elección, pero
ahora no le alcanzó porque la presión sobre el pueblo de EE.UU. es tan grande
que la gente sintió la necesidad de pronunciarse y se pronunció.
Pero el problema que originó esta circunstancia está latente
y por ahora sin solución. El libre comercio y el centro del capitalismo se
desplazan hacia China y su entorno gobernada, por el Partido Comunista, y la
izquierda en el mundo no tiene también por ahora programa para resolver esta
situación. Tanto es así que la vicepresidente de Argentina la Dra. Cristina
Fernández en un planteo que nadie ha cuestionado ha planteado que ellos también
se deben volcar hacia adentro al estilo Trump.
Ningún gobierno, ningún Estado en el mundo tiene derecho a
destruir ninguna nacionalidad, pero a su vez esto no se resuelve por la vía de
constituir Estados por cada nacionalidad para con una economía cerrada y propia
se puedan resolver los problemas; el mundo necesita gobernar su economía y
democratizarla con instrumentos que permitan hacerlo, como la moneda única y
universal y un sistema impositivo basado en la circulación del dinero que de muerte
a los paraísos fiscales.
A esta altura del desarrollo humano, Trump y el trumpismo,
son una creación de la falta de programa de una izquierda que se ha cerrado en
sus fronteras nacionales y como el propio Trump niega sus propios orígenes.
Pero nunca como antes estamos ante la posibilidad de cambiar en un enorme
avance la vida de la humanidad toda.
sipagola@adinet.com.uy
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