Por Juan Pablo Cárdenas S.:
En treinta años de postdictadura, los chilenos nunca han
podido comprobar cuál es el peso ciudadano real de nuestros partidos políticos.
La competencia democrática ha estado acotada siempre por los acuerdos cupulares
que se pactan antes de cada evento electoral, en los cuales se reparten las
cuotas de poder y se impide la sana renovación de los actores políticos.
La edad promedio de los parlamentarios se ha elevado preocupantemente a causa de esta cantidad de transacciones entre las colectividades, lo que abunda también en el envejecimiento de las mismas instituciones y la corrupción de quienes buscan aferrarse a sus cargos. Esto explica la actual apatía ciudadana y que hoy los militantes efectivos de los partidos difícilmente excedan el 4 o 5 por ciento de padrón electoral.
En los últimos días, hemos tenido la saludable noticia de
que los partidos de oposición no lograron un acuerdo para encarar todos juntos
las elecciones primarias para gobernadores regionales. De esta forma, todo indica
que en la autodenominada centro izquierda, al menos habrá tres o cuatro
referentes que, por supuesto, ahora no solo tendrán que competir con el
oficialismo sino entre ellos. En la derecha, en cambio, los acuerdos suelen ser
más fluidos, puesto que los más ruidosos disensos entre sus integrantes
finalmente concluyen en acuerdos electorales forzados por La Moneda y los
poderosos grupos empresariales que fielmente todos representan en el Gobierno,
el Poder Legislativo y también en muchos municipios.
Pero en este incordio nada es muy definitivo. Ya sabemos
cómo la clase política hace algunos años logró una legislación express que en
muy pocas horas extendió el plazo de inscripción de sus candidatos ante el
Servicio Electoral, para así salvar a la Democracia Cristiana, cuyas reyertas
internas le hacían imposible armar a tiempo su nómina de postulantes. No sería
extraño, entonces, que los partidos de la ex Concertación, el Partido Comunista
y el Frente Amplio pudieran alcanzar más adelante alguna forma de soslayar esta
división en busca de un mejor escrutinio. En todos ellos también opera la
incertidumbre de cuánto realmente pesa cada uno en la opinión pública y, en
algunos casos, poder despejar si podrán siquiera alcanzar un mínimo caudal de
sufragios para no desaparecer del mapa electoral.
Creemos, en cambio, que los próximos comicios puedan
responder ésta y otras incógnitas. Tal vez, una mayor diversidad de opciones
pudiera despertar, además, el interés de ese sesenta por ciento de ciudadanos
que ya no concurre a las urnas y siente un intenso desprecio por los que, a
fuerza de inicuas componendas, se reeligen incesantemente y no dudan en
proclamarse representantes del pueblo.
En las democracias serias, los pactos entre partidos se
alcanzan una vez en que se instala el Ejecutivo y las cámaras legislativas, lo
que debe ser así para darle gobernabilidad a sus países, sobre todo cuando no
hay referente que alcance la mayoría absoluta de los votos. Entre otros
propósitos, ojalá que la nueva Constitución le garantice a los ciudadanos la
posibilidad de remover a sus representantes cuando estos incumplan sus promesas
electorales o simplemente hayan perdido la confianza del electorado. En Chile,
se da el caso de que el propio Piñera está resuelto a completar su segundo
gobierno, pese a que fue elegido por menos del 35 por ciento de padrón
electoral y su pésima gestión lo ha llevado a derrumbarse estrepitosamente en
las encuestas. Sin duda que la pandemia y los estados de emergencia contribuyen
a su cometido.
Pensamos que resultaría muy importante, entre otros, conocer
por fin la gravitación de los comunistas y de ese multifacético Frente Amplio
que para muchos todavía promete una esperanzadora renovación en la política.
También podrá ser útil comprobar si todavía existe, realmente, un añoso partido
como el de los radicales, tanto como evaluar si el PPD, el Partido Socialista y
la Democracia Cristiana tienen alguna razón de seguir existiendo. Cuando lo que
se aprecia en ellos es una mera afluencia de ambiciones personales, y ya desde
hace mucho tiempo no se distinguen sus perfiles doctrinarios y programáticos.
Baste para ello observar la continuidad de acciones y omisiones entre todos los
últimos mandatarios. No en vano, algunos dicen que la principal oposición a
Piñera es Piñera mismo. Lo que dice y decide.
Dimensionar electoralmente lo que son, podría facilitar la
posibilidad de que visualicemos un líder y abanderado presidencial que logre
derrotar a quienes con tanta opacidad se vienen rotando en La Moneda, cuando
los que barajan los medios de comunicación son caudillos de suyo presuntuosos,
sin ideario definido y cuya aparente popularidad está dada más por los
matinales de la televisión que por los sus logros y solvencia ética. Por algo
las mismas encuestas no logran ser muy coherentes en sus mediciones de un mes a
otro.
La gran duda que ahora surge es si los partidos serán
capaces de encontrar tantos candidatos para postular a los altos cargos
públicos o si para ello deberán recurrir nuevamente a cantantes, deportistas y
figuras de los mismos vodeviles criollos para confeccionar sus listas. A pesar
de que se asume ampliamente que el más seguro oficio e ingreso lo otorgan los
altos cargos del Estado.
Democracia debe ser diversidad informativa, libertad de
expresión y de asociación más que comicios perpetuamente determinados en Chile
por el dinero y la creciente apatía electoral. De allí que nuestro sistema
institucional esté tan desacreditado y el país se haya visto forzado a irrumpir
en las calles y ciudades para expresar sus frustrados anhelos y demandas
sociales. Por lo mismo es que el pueblo fue capaz de imponerle a las
autoridades un proceso constituyente y el plebiscito de de este fin de mes;
aunque en las numerosas trampas impuestas por el Ejecutivo y el Parlamento nada
asegura que este evento logre consolidar posteriormente la voluntad soberana y
reúna un caudal de votos para legitimarse. Por algo quienes temen su inminente
derrota en esta consulta están activando los peligros del coronavirus para que
los ciudadanos desistan de votar. A sí como se negaron a permitir el sufragio
virtual o a distancia, como ocurre en varias naciones del mundo.
Quizás si lo único que se pueda asegurar, por ahora, sea un
masivo “apruebo “ a una nueva Carta Básica, además de desahuciar que la
Convención Constitucional quede integrada por representantes designados por el
Poder Legislativo. Confiamos que ello termine con la desmedida influencia de la
actual clase política, estimule el alejamiento de la administración pública de
decenas de personajes que por mucho tiempo vienen medrando del poder, como de
las reglas del juego que les heredara el pinochetismo. De lo que llaman “estado
de derecho”.
De todas maneras, de prevalecer los leoninos quórums y otras
zancadillas en el proceso de redactar la nueva Constitución, estos saludables
desacuerdos al interior de la oligarquía, así como los resultados del mismo
plebiscito, lo que más pueden es volver a alentar es la organización social
como su movilización y protesta, los verdaderos motores del cambio que Chile se
merece. Porque después de treinta años de echar el mismo cántaro al agua, éste
terminó quebrándose.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
SIN DUDA ALGUNA QUE... "LOS CANDIDATOS" O "LOS ACUERDOS", ESO QUEDÓ EN EL PASADO. CADA UNO QUIERE ALGO NUEVO. NO HAY UNIÓN, NO SE ESCUCHAN ACUERDOS DE TENDENCIAS O ALGO POR EL ESTILO, SÓLO EXISTE EGOÍSMO Y AMBICIÓN POR TOMARSE TODOS LOS CUPOS. SE SIGUE HABLANDO DE OPOSICIÓN Y ESO HACE AÑOS QUE NO SABEMOS DE "ELLO". LOS POLITIQUEROS SE HACEN TRAMPAS ENTRE ELLOS Y PARECIERA QUE SON LLAMADOS A CORRER EN BUSCA DEL TESORO PERDIDO - O ¡VAMOS TODOS A SACAR EL ORO!. 'AHORA?, EL PUEBLO YA NO CUENTA PARA NADA, NO EXISTE LA PATRIA, NADA LOS MUEVE MÁS QUE... ¡VAMOS QUE EL TIEMPO SE ACABA Y AÚN HAY MUCHO QUE SACAR DE ESTE LUGAR PARA VIVIR EL RESTO DE LA VIDA, SIN TENER SOBRESALTOS, LA ¡¡¡¡ BURBUJA IDEAL!!!
ResponderEliminar