Por Aram Aharonian:
Hace dos décadas, la movilización de trabajadores,
campesinos, estudiantes, exigía la necesidad de otro mundo posible, en plena
arremetida del neoliberalismo y de la financiarización de la economía. Había
esperanza, había entusiasmo, había movilización. Estábamos (re)descubriéndonos,
viéndonos con nuestros propios ojos.
Y también surgían gobiernos progresistas, preocupados por las grandes mayorías de sus países, por la paz, el multilateralismo, que, vale reconocerlo, dieron aliento a la creación y a las casi un centenar de sucesivas reuniones multitudinarias del Foro Social Mundial, desde Porto Alegre al mundo.
¿Otro mundo todavía es posible?, se pregunta el sociólogo
brasileño Emir Sader (1). Lo cierto es que éste, el de hoy, ya es otro mundo.
No el que queríamos, no por el que lucha babamos, pero sin duda muy, muy
diferente a aquel de principios del milenio. Ese mundo ya no existe. Pero tampoco
existen los imaginarios unitarios de ese mundo que anhelábamos.
No es lo mismo el mundo visto por los europeos, que siguen
tratando de colonizar cultural y políticamente a los países emergentes, que el
mundo de un indígena o un desempleado americano, o un habitante del África
subsahariana.
A falta del FSM, lamentablemente las luchas globales han
sido enrutadas por ONGs europeas y estadounidenses, que son las que han marcado
(y financiado) en los últimos años la agenda contestataria, con reclamos muy
distantes a los de los movimientos sociales (sindicales, campesinos,
estudiantiles) latinoamericanos, por ejemplo.
Hasta el Papa sabe que hacen falta transformaciones para que
la vida sea viable. Para el Vaticano, la desigualdad es el fruto de un
crecimiento económico injusto que prescinde de los valores fundamentales. Es un
virus que viene de una economía enferma.
El Vaticano tradicionalmente ha apoyado el sistema
capitalista, y para que el Papa reconozca que ya no es posible seguir viviendo
así es porque el sistema, a todas luces, está destruyendo las posibilidades
futuras de la humanidad.
Hoy vivimos en un
mundo, mucho peor que hace dos décadas, donde el uno por ciento de la población
mundial acapara la misma cantidad de recursos y riquezas que el 99 por ciento
restante. Un mundo que se ha vuelto mucho más desigual, xenófobo, racista. Y
que amenaza albergar un desempleo y una hambruna sin precedentes en la pos
pademia que se viene.
“La finanza, desvinculada de la economía real, supera en sus
transacciones especulativas cada día 40 veces lo que produce el trabajo humano
de todo el mundo en bienes y servicios. El populismo, el nacionalismo y la
xenofobia gobiernan el 71% de la humanidad”, señala un nuevo documento de
integrantes “renovadores “del Consejo Internacional del FSM.
Hay una debilidad del liberalismo clásico, sustentada por
ONGs europeas sobre todo, que el FSM soportó desde su nacimiento: la antinomia
sociedad civil-Estado. Con la descalificación del Estado como autoritario,
ineficiente, superado históricamente, en épocas donde varios de los países
latinoamericanos estaban en manos de gobiernos progresistas, que luchaban
contra el neoliberalismo y en búsqueda de una democracia participativa.
Parte de la dirigencia del FSM suponía que competía con los
gobiernos e incluso creía que se podían implementar políticas sociales sin el
Estado, pero en realidad lo que hacían era marginarse (y marginar a numerosa
gente valiosa) de los procesos que vivían nuestros países.
Coincidimos con la
nueva propuesta del Grupo Renovador del CI: ya no basta con debatir con el
enemigo, el capitalismo sin reglas ni controles. También con que, si el fin es
el de unir fuerzas, movilizar, denunciar y exigir cambios a las instituciones
nacionales e internacionales, no basta debatir, sino que hay que pasar a la
acción.
Sin dejar el debate, debemos que pasar a la acción.
Obviamente, el enemigo se ha beneficiado y sigue beneficiándose con nuestra
inacción y con nuestra verborragia inconducente.
Pero, hete aquí, hay
quienes no creen necesario debatir sobre lo sucedido en los últimos 20 años.
Coincidimos con que los partidos políticos –digamos que progresistas- carecen
de capacidad de elaboración a largo plazo, y viven para una política de
soluciones cortoplacistas, administrativas, en las cuales la corrupción y la
manipulación de los ciudadanos son, en muchos casos, prácticas cotidianas.
Pero nada de “otro mundo posible, necesario, imprescindible”
podrá ser posible si no vemos el mundo con ojos de hoy, no de hace dos décadas,
si no asumimos y analizamos las problemáticas desde el punto de vista de un
nuevo pensamiento crítico, lejano a los añejos y repetidos dogmas, de cara a la
inteligencia artificial, los algoritmos, el bigdata, la sociedad de vigilancia.
Pero sobre todo si no partimos de la base de que debemos pensar en otro mundo, el pospandémico, donde cientos de millones de personas quedarán sin empleo y, por ende, al borde de la pobreza y el hambre. El principal problema de la humanidad será la democratización del hambre y garantizar la alimentación de todos y todas.
El FSM, que nació con una gran fuerza aglutinadora, está
ausente desde hace años de los procesos de movilización en el mundo. Las luchas contra el racismo, contra la
crisis climática y por la igualdad de género, se llevaron y llevan a cabo sin
participación del FSM. La acción de la sociedad civil hay que entenderla como
una acción política, porque su meta es transformar el inmoral statu quo.
Lo cierto es que no se habría llegado a la Conferencia
Climática de Paris, ni a las leyes para la dignidad de la mujer, ni al debate
en los gobiernos sobre el racismo, sin la sociedad civil. Y el FSM no estaba
allí. Hay algo que hay que comprender:
este mundo es muy diferente al de 1981, cuando se fundó el FSM. Y aquellos que
lo fundaron hoy tienen 40 años más.
Para cambiar la realidad no se necesitan solo de diálogos,
sino –básicamente- de acciones concretas. Y si el FSM no está dispuesto a ello,
seguirá desaparecida. Si la sociedad civil no puede tomar posición sobre los
grandes temas y hacer sentir su voz, si no pasa a ser actor holístico y
transversal, representativo y participativo, se habrá tirado al vacío 20 años
de esfuerzos de miles y miles de personas por un mundo mejor, como planta el
Grupo Renovador del FSM.
Es hora de que la izquierda y el progresismo asuman su
autocrítica, como lo está haciendo parte del Consejo Internacional (CI) del
Foro, para tomar conciencia de porqué el movimiento se ha ido endogamizando y
marginando. Hoy, solo nostálgicos de épocas mejores, recuerdan el FSM: pasaron
20 años y mucha agua (y napalm y glifosato) sobre el mundo.
Es cierto, en este mundo distópico, el FSM ha perdido muchos
de sus participantes, y algunas grandes organizaciones consideran que no
necesitan del Foro para encontrar la ruta a seguir, máxime cuando las bases de
las mismas organizaciones son las que exigen acción.
La pandemia, lamentablemente, demostró que a través de foros
virtuales se puede debatir, intercambiar ideas y propuestas, compartir
experiencias a diario, sin necesidad siquiera de contacto físico. Pero todo
queda allí: nunca se llegará a la acción concertada.
Pero lo peor es que
integrantes del Consejo Internacional creen que la Carta de Principios del
Foro, su documento de gobernabilidad, es algo similar a la Biblia o al Corán. Y
fue eso lo que pasó en la reunión del CI en Montreal, cuando una persona,
amparándose religiosamente en la Carta, bloqueó un repudio colectivo al golpe
que se armaba en Brasil, el país donde surgió, precisamente, el Foro.
Si lo que se buscaba era evitar divisiones obligando a resoluciones por unanimidad, bastó una sola persona –de las 150 del CI- para olvidarse de que una de las bases del Foro es defender la democracia. Desde allí podemos entender por qué de los 150 miembros activos del CI quedan unos 40: los movimientos sociales y las grandes organizaciones hicieron mutis por el foro. ¡Qué fácil hubiera sido cambiar la exigida unanimidad a un quórum altísimo! (Claro, si hubiera habido voluntad para ello).
¿Realmente hay grandes temas donde la llamada sociedad
civil, el progresismo y la izquierda no estén de acuerdo? Citemos, el cambio
climático, el patriarcado, el rechazo a los nacionalismos, el racismo y la
xenofobia, la defensa de los migrantes, los gastos militares, la defensa de los
derechos humanos… Y viendo hacia adelante, la necesidad de una vacuna universal
y gratuita contra el covid-19.
Por eso es
interesante la propuesta del Grupo Renovador sobre la democratización del
Consejo Internacional que incluya un debate sobre su gobernabilidad, y que sume
la incorporación de jóvenes militantes –trabajadores, campesinos,
universitarios, científicos- del campo popular, el regreso de movimientos
sociales –sobre todo si éstos se han aggiornado- para, juntos, adelantar un
programa de acción a nivel regional y mundial.
Solamente si el Foro se asume como actor con identidad en la
coordinación de acciones concretas, será posible rescatarlo e insertarlo en las
luchas contemporáneas en contra del neoliberalismo, en la construcción de ese mundo
posible… y muy distinto.
Notas
1) Ver
https://wsimag.com/es/economia-y-politica/63580-es-posible-otro-mundo-todavia
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la) y susrysurtv.
aharonianaram@yahoo.com
0 comentarios:
Publicar un comentario