Por Dr. Tito Tricot:
Me pregunto si alguna
vez, ministro Víctor Pérez, se habrá mirado al espejo, si desnudo frente al
cristal, cuando usted deseaba verse blanco, rubio, acaso de profundos ojos
azules, horrorizado se enfrentó a su molesta modernidad. Es que usted,
ministro, como casi todos nosotros, aunque trate de ignorarlo y borrarlo con
los dientes apretados, tenemos sangre mapuche. Es tanto su odio al indio que
trató de lavar su piel con furia, ministro. Y se miró al espejo nuevamente,
pero todo fue inútil, seguía con su indianidad pegada al cuerpo. Entonces
quebró el espejo en mil pedazos ante el insoportable destino de no poder ser
caucásico. Así, antes que usted, ministro, y después también, fue emergiendo y
consolidando una elite dominante racista que ha intentado aniquilar por todos
los medios, física, económica, política, social o culturalmente a los pueblos
originarios.
Por lo mismo, no es casualidad que en sus primeras
declaraciones haya sostenido que su prioridad sería el conflicto en La
Araucanía “porque los chilenos merecen vivir en paz y tranquilidad. Alejaremos
a los violentos para solucionar los problemas”. En otras palabras, su
preocupación no es la violencia, sino que el bienestar de los chilenos ¿Y los
mapuches, ellos no merecen vivir en paz?
Es decir, ministro, una vez más el discurso radicalizado, el culpar al
mapuche del conflicto lo que es igual a indicar que los extremistas son los
mapuches.
Ello a pesar que numerosos organismos nacionales e
internacionales han señalado que no se puede equiparar a las justas demandas
sociales con terrorismo. Y estas demandas sociales tienen que ver con tierra,
territorio y, fundamentalmente, con derechos colectivos como pueblo. Nada
distinto a lo que plantea la legislación internacional.
Tampoco es casualidad que su primer viaje, ministro, haya
sido a la región de La Araucanía ¿Por qué? Podría haber sido cualquiera otra,
pero no, había que entregar una potente señal política, una demostración de
fuerza. El Estado disciplinado, abusador, racista, colonizador. ¿Se miró al
espejo antes de viajar ministro? ¿Fue tal su desesperación al verse moreno
reiteradamente que se vistió con cota, malla y espada, se caló su yelmo y
partió al sur a cazar salvajes como en el siglo XVI? ¿O quizás fusil y quepí
como en el siglo XIX?
Al final da lo mismo, ministro, si llegó con yelmo o quepí,
lo importante es que su efímera visita tuvo graves consecuencias. Primero,
quedó claro que este gobierno moribundo utilizará el conflicto chileno-mapuche
como un trofeo de guerra. Que no le interesa en lo más mínimo solucionar el
conflicto, menos aún le importa el pueblo mapuche. Defenderá los intereses del
modelo neoliberal en la zona, que son los mismos grupos económicos de todo
Chile, además de los descendientes de los colonos. Esto, piensa ministro, le
ganará el apoyo de los sectores duros de la derecha.
Segundo, al declarar que en el Wallmapu no existen presos
políticos –que es exactamente lo que decía el dictador Pinochet– en el contexto
de una huelga de hambre de una veintena de presos políticos mapuche que se
prolonga por casi 90 días, lo que hizo, ministro, es provocar a todo un pueblo.
En particular porque uno de ellos, Celestino Córdova es machi, autoridad
socio-religiosa mapuche, y cuyo estado de salud, además, se halla
extremadamente deteriorado. Todos ellos están encarcelados en el marco del
conflicto chileno-mapuche cuyo origen se encuentra en la ocupación militar por
parte del Estado chileno del territorio mapuche en el siglo XIX. El Wallmapu,
el País mapuche, es un País invadido, por eso ellos son prisioneros políticos
de un conflicto que no iniciaron.
Tercero, ministro, como abogado usted sabe muy bien
–supongo– que la huelga de hambre actual es por demandas muy concretas: la
aplicación de los artículos 8, 9 y 10 del Convenio 169 de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), que manifiesta que se debe tener singular
consideración por aquellos presos pertenecientes a pueblos originarios por su
condición de tales. Especialmente en lo que dice relación con sus derechos
económicos, sociales y culturales. Por esto, los prisioneros mapuches piden
cumplir sus penas en sus comunidades, en otros centros de reclusión donde
puedan trabajar o, en el caso del machi Celestino Córdova, en su espacio
ceremonial.
Cuarto. Sus palabras, accionar y arrogancia, ministro, sin
duda propulsaron los deleznables sucesos de Curacautin, Ercilla y Traiguen
donde grupos de civiles de manera violenta y artera atacaron, con la
complicidad de Carabineros, a comuneros mapuche que habían ocupado las
dependencias de las municipalidades de estas ciudades en solidaridad con los
presos en huelga de hambre. Esta incitación al odio y al enfrentamiento entre
pueblos tampoco es casualidad. Siempre ha existido el racismo en La Araucanía,
latente y patente, más en los últimos 20 años las confrontaciones más
ostensibles han sido entre mapuche y agentes del Estado, guardias de seguridad
de las forestales, agricultores y algunos grupos paramilitares de ultraderecha.
Siempre la violencia proviniendo de estos grupos y la autodefensa de los
mapuches. Ahora se está incentivando o manipulando el odio y accionar
interracial y esto puede tener horrendas consecuencias.
Lo anterior, el resurgimiento de la ultraderecha y el
fascismo es un fenómeno mundial, pero acá, ministro, su gobierno está
políticamente moribundo y quizás quiera pasar a la historia, antes de morir,
como el que solucionó el conflicto en territorio mapuche con una limpieza
étnica al estilo nazi. No lo sabemos. Lo que no entiende, ministro, es que si
intenta hacerlo cuando se mire al espejo continuará portando la misma
indignidad. Lo que no comprende, ministro, es que hace mucho que el pueblo
mapuche dijo basta y que su lucha es por autonomía y territorio. Lo que no
entiende, ministro, es que usted va a pasar a la historia como el ministro que
impidió la solución política del conflicto e incendió el País mapuche,
Director Centro de Estudios de América Latina y el
Caribe-CEALC
tricot18@gmail.com
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