Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Desde muy temprana edad, Fidel Castro fascinó multitudes por
una imanada elocuencia que deslumbraba a los que lo escuchaban. Sus discursos
devenidos en pedagogía revolucionaria a partir de enero de 1959 permiten
conformar y dar continuidad al hilo histórico de la revolución cubana. Sería
muy difícil establecer una alocución mejor que otra en términos retóricos, pero
en cuanto a contenido se refiere, hay algunas que marcaron pauta y definieron
el curso de Cuba y de la vida de su pueblo.
Uno de ellos -entre los más trascendentales a mi juicio- es
el pronunciado el 5 de diciembre de 1988 en la Plaza de la Revolución de La
Habana, en la conmemoración del 32 aniversario del desembarco del Granma, fecha
considerada fundacional de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Esta
proclama, esclarecida en su esencia y notable en su dimensión, encarna el valor
de la erudición, la memoria de la lealtad, la confianza en el futuro, la fuerza
de los momentos difíciles y la felicidad en la victoria que Fidel siempre supo
transmitirle a su pueblo.
Al explicar los avatares de la misión internacionalista del
pueblo cubano que condujo a la derrota total del ejército sudafricano en la
batalla de Cuito Cuanavale en el sureste de Angola, la cual trajo consigo el
fin de la oprobiosa ideología del apartheid en toda África, el comandante en
jefe de la revolución cubana selló sus palabras con dos frases: "Ser
internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad. Quien no sea
capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí
mismo".
Con ello, Fidel firmó una hoja más en el libro de la leyenda
de Cuba, proporcionándole estructura formal a un distintivo que estando
adherido férreamente a la perenne tradición de lucha de su pueblo, ahora, de la
mano del líder, adquiría dimensión superlativa al transformarse en identidad
que daba continuidad a su historia, pudiendo ser asumida por las nuevas
generaciones que habrían de nacer en la gloriosa isla del Caribe, como
expresión pura de la cubanidad.
Veinte años antes, en 1968 Fidel ya se había referido al
tema. Al dirigirse al pueblo en una alocución televisada para analizar los
acontecimientos que habían ocurrido en Checoslovaquia durante ese año, refrendó
su convicción de que: “…el ideal comunista no puede olvidarse un solo instante
del internacionalismo. Los que luchan por el comunismo dentro de cualquier país
del mundo, no pueden nunca olvidarse del resto del mundo y cuál es la situación
de miseria, de subdesarrollo, de pobreza, de ignorancia, de explotación en este
resto del mundo”.
Cuando Fidel hablaba de la deuda que Cuba tenía con la
humanidad, tal vez estaba recordando a aquellos que viniendo de otras tierras
lucharon junto al pueblo cubano por su independencia. El más destacado entre
ellos fue sin duda Máximo Gómez, nacido en República Dominicana quien llegó a
ostentar el grado de Mayor General terminando la Guerra de Independencia de
1895 como General en Jefe del Ejército Mambí.
Pero no fue el único, junto a él estuvieron los hermanos
peruanos Leoncio Prado y José Santos Grocio Prado, el puertorriqueño Juan Rius
Rivera, el polaco Carlos Roloff, el colombiano Avelino Rosas, el chileno Pedro
Vargas Sotomayor y los estadounidenses Thomas Jordan y Henry Reeve entre otros,
todos de destacada participación en la contienda emancipadora.
Pero también, desde muy temprano Cuba había ofrecido su
solidaridad generosa a otros pueblos.
José Francisco Lemus llegó al grado de coronel del Ejército de Bolívar,
Francisco Agüero y Manuel Andrés formaron parte del Ejército Libertador de
Bolivia como subtenientes.
Gesta relevante de la historia más reciente de Cuba fue la
participación de centenares de sus hijos que organizados por el partido
Comunista o a través de otros procedimientos, acudieron al llamado de España
para defender la República. Formaron
parte de la 15 Brigada Internacional, el 50 Regimiento de Milicias, la 112
División al mando de Enrique Líster, la 46 División al mando de Valentín
González “el Campesino” y el Batallón Abraham Lincoln en el que una de sus
compañías que estaba destinada a los enfrentamientos en las zonas más álgidas
tenía una sección constituida íntegramente por cubanos provenientes de la
centuria Guiteras al mando de Rodolfo de Armas, caído en combate en febrero de
1937. De la misma manera, dieron su vida en España los destacados
revolucionarios cubanos Moisés Raigorodsky, líder estudiantil, el obrero
Policarpo Candón y el escritor y periodista Pablo de la Torriente Brau, quien
había nacido en Puerto Rico.
En el área de la salud, ya en el siglo XIX se destacaron
médicos cubanos que fueron a salvar vidas en conflictos de otros países, entre
ellos los doctores Antonio Lorenzo Luaces de Iraola Guerra quien participó en
la guerra de Secesión de Estados Unidos, Manuel García Lavín y Chappotin en la
guerra franco prusiana, donde obtuvo la Legión de Honor de Francia y Luis Díaz
Soto en la guerra civil española, inaugurando una tradición que la revolución
triunfante en 1959 habría de transformar en vocación y práctica permanente
convirtiéndola en valor intrínseco que el pueblo de Cuba construiría para el
bien de su propia salud y la de toda la humanidad.
Ya en 1960, tras el terremoto ocurrido en el mes de mayo en
Chile, médicos y técnicos de salud cubanos acudieron a prestar ayuda solidaria
cuando la revolución apenas transitaba su segundo año, a pesar que más de 3.000
médicos (alrededor del 50% de los existentes) habían abandonado el país cuando
percibieron que la medicina dejaría de ser un bien de lucro para tornarse en
derecho de todo el pueblo.
En 1963, se produce la formalización de la colaboración
médica cubana como instrumento de amistad y solidaridad con los pueblos a
partir del 23 de mayo de ese año cuando es enviada una brigada de 54
trabajadores de la salud a Argelia, país africano que había obtenido
recientemente su independencia del dominio francés. Este primer contingente
estuvo conformado por 29 médicos, 14 enfermeros y enfermeras, 7 técnicos de
rayos x y 4 odontólogos que cumplieron su misión de forma totalmente
voluntaria.
En las tres primeras
décadas de la revolución, Cuba prestó asistencia médica en innumerables países,
entre ellos Vietnam, Angola, Siria, Etiopía, Namibia, Líbano, Libia, Palestina
y Nicaragua cuando fue asolada por el terremoto de 1972 en tiempos en que el
país vivía bajo la atroz dictadura de Somoza. Posteriormente, misiones similares acudieron a Perú afectado por un
terremoto, a Haití, Guatemala, la misma Nicaragua ya durante la revolución
sandinista, Granada, Brasil, Pakistán y Uruguay entre otros.
Junto a ello, Cuba comenzó a ofrecer gratuitamente becas
para la formación de médicos en sus universidades, en primera instancia a
Vietnam, a aquellos países africanos que iban accediendo a la independencia en
la década de los 70 del siglo pasado y al Chile de Salvador Allende. La amplia
solicitud de países del mundo subdesarrollado para que Cuba les formara
profesionales de la salud condujo a la fundación en 1999 de la Escuela
Latinoamericana de Medicina (ELAM). Según su página oficial éste es un
“proyecto científico–pedagógico [que] hoy acoge a estudiantes de 122 países
latinoamericanos, caribeños, de Estados Unidos, África, Asia y Oceanía. Estos
jóvenes presentan diversidades étnicas, educacionales y culturales, pero todos
cursan sus estudios en un clima fraterno y amistoso” configurando una
experiencia única de su tipo en todo el mundo, que también es expresión de los
altos valores humanistas y solidarios de la Cuba revolucionaria.
En abril de 1986 ocurrió un accidente en una central nuclear
al norte de Ucrania en las inmediaciones de la ciudades de Chernóbil y Pripiat,
a unos 15 km. de la frontera con Bielorrusia. Se calcula que alrededor de 600
mil personas recibieron algún grado de radiación, entre ellos muchos jóvenes e
infantes. Una vez más, Cuba se ofreció para dar tratamiento a esos niños
afectados por el accidente. En ese marco, entre marzo de 1990 y noviembre de
2011, 26.114 pacientes (84% niños) de Ucrania, Rusia y Bielorrusia recibieron
acogida y tratamiento en una urbanización especialmente habilitada para ello al
este de La Habana. Vale recordar que en el intertanto, la Unión Soviética
desapreció, Cuba fue sometida a un incremento del criminal bloqueo de Estados
Unidos conduciendo a lo que fue denominado “período especial”, el momento más
crítico en términos económicos desde 1959, sin que el programa de apoyo a la
recuperación de los niños de Chernóbil fuera paralizado o suspendido.
El 10 de septiembre de 2014 ante un llamado realizado el día
anterior por el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon recabando ayuda para
detener el avance de la epidemia de ébola que afectaba a varios países
africanos, el gobierno de Cuba dio a
conocer, que aportaría una brigada de
165 integrantes, de los cuales 62 eran médicos y 103 enfermeros y enfermeras
con un promedio de 15 años de experiencia que se ofrecieron voluntariamente
para esta misión de alto contenido humanitario, dada la peligrosidad del virus.
Estos se sumaron a los 23 colaboradores médicos que Cuba ya tenía en Sierra
Leona y 16 en Guinea. Cuba fue el país del mundo que más aportó a la lucha
contra esta epidemia en África.
En el desarrollo,
mejoramiento, ampliación y especialización de la ayuda médica cubana, el 25 de
agosto de 2005, el comandante en jefe Fidel Castro decide la fundación de una
brigada internacional de médicos especializados en situaciones de desastres y
graves epidemias. Dos días antes, el huracán Katrina había irrumpido desde el
golfo de México en el sur de estados unidos causando muerte y devastación en
los estados de Lousiana, Mississippi y Alabama. No importó que Cuba siguiera sometida
al cruel bloqueo estadounidense que por 45 años en ese momento golpeaba
cotidianamente la vida del pueblo. Una vez más, estuvo presente el sentimiento
humano por encima del conflicto para ofrecer la necesaria ayuda médica para el
atribulado pueblo de esos estados sureños.
En el interés de “saldar su deuda con la humanidad” como
había dicho Fidel, ese contingente recibió el nombre de Henry Reeve -rindiendo
de esa manera- homenaje a aquel joven neoyorkino quien con solo 19 años se
incorporó a la lucha independentista de Cuba contra el dominio español.
Henry Reeve nació en Brooklyn el 4 de abril de 1850. En Cuba
fue conocido como “el Inglesito”. Por su valentía y disciplina en el combate
fue ascendiendo en el escalón de mando del ejército mambí hasta llegar a
ostentar el grado General de Brigada en 1873 después de haber participado en
más de 400. Fue segundo del Mayor general Ignacio Agramonte y, a la muerte de
éste, pasó a ser el segundo del Mayor general Máximo Gómez. Bajo el mando de
Agramonte, Reeve participó en el rescate del general Julio Sanguily que se
encontraba prisionero de los españoles en octubre de 1871. Agramonte, Reeve y otros 34 soldados
vencieron a una tropa realista de 120 hombres
Bajo el mando de este último, Reeve participa en la invasión
a la central provincia de Las Villas, circunstancias en la cual el 4 de agosto
de 1876 en Yaguaramas, su unidad es aniquilada en un combate y ante la
imposibilidad de escapar, prefiere quitarse la vida antes de caer en manos de
los españoles. En su libro “Reeve: el
inglesito”, Gilberto Toste Ballart afirma que la vida revolucionaria del joven
estadounidense “fue de gran brillantez y gloria, reconocida aun por sus
adversarios del lado colonialista”.
Con su nombre inmortal,
desde el inicio de la pandemia de Covid-19 en el mundo hasta la fecha,
alrededor de 10 mil cooperantes cubanos han integrado el Contingente. Según
informó el ministro de Salud de Cuba, José Ángel Portal, hasta el momento 44
contingentes de la brigada “Henry Reeve” han trabajado en 37 países “con la
participación de más de 3.750 profesionales, de los cuales el 64% son mujeres y
se han sumado al resto de los 58 países [donde existe ayuda médica cubana] que
también han atendido a más de 79.000 pacientes”.
La Brigada “Henry Reeve” ha hecho suyo el principio de Fidel
y han entendido que al luchar por la vida de otros, lo están haciendo por Cuba.
Pero van más allá. Lo hacen con entrega, con amor, con profundo sentimiento
humanista, sin pedir nada a cambio encarnando un ejemplo inimitable de los
ideales más puros y los principios más sólidos que deberían regular las
relaciones entre las naciones y los pueblos del planeta
Por todo ello, sería de elemental justicia que se le
concediera el Premio Nobel de la Paz a la Brigada Henry Reeve que ha esparcido
salud por el mundo, poniendo a Cuba, a su pueblo, y a su personal médico en el
pedestal más alto al que se puede aspirar: el de ser promotores de vida y de
amor en todos los rincones del mundo a donde ha llegado su brazo solidario y
fraterno sin medir dificultades, contratiempos ni adversidades solo con el
cerebro y el corazón puestos en transmitir la grandeza desbordante de Cuba, de
su pueblo y de su revolución. Así, también se rinde homenaje al apóstol José
Martí quien estableciera con plena certeza que “Patria es humanidad”.
sergioro07@hotmail.com
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