miércoles, 15 de julio de 2020

Las elecciones presidenciales en los Estados Unidos (Parte 2)



Por Julio Sergio Alcorta Fernández:
En el documento anterior del 18 de junio, expuse que; “a Trump y sus asesores, que no tienen nada de tontos” …” tienen definida su estrategia que seguramente se asemeje a la de su elección en noviembre de 2016.

En este sentido, considero provechoso para los que queremos hurgar con más acentuación cómo fue posible que un desconocido político haya podido escalar sorpresivamente a ser presidente del imperio más poderosos que haya existido, internarnos en ese barullo de primarias y nominaciones partidistas acontecidas fundamentalmente en el 2016, año en que se celebraron las elecciones presidenciales el primer martes de noviembre.

En aquel momento fue algo estrafalario y ridículo ver como Donald Trump logró pasar de “ser un chiste” a arrasar en las primarias del Partido Republicano.

Todos sus contrarios: Ted Cruz, Jeb Bush, Marco Rubio y otros más, fueron ampliamente aplastados y eliminados cuando se enfrenaron al mentiroso multimillonario.
Sin embargo, pareciera como un castigo a alguien que consideraban un intruso, que desde muy temprano tuvo que afrontar el empuje de una parte mayoritaria de su Partido.

Fue tal la aversión que, desde el inicio, en una revuelta partidista, se sumaron medio centenar de expertos republicanos en política exterior que publicaron una carta conjunta en la que se comprometieron a trabajar enérgicamente en contra de una presidencia a Trump.

Finalmente, no quedó más remedio que importantes sectores de la dirigencia republicana aceptara a regañadientes que Trump no solo era la opción menos mala, sino que eventualmente era imparable en la carrera para ser candidato.

La conclusión que sacaron fue que “pueden vivir con Trump, pero no con Ted Cruz”.
Y, lógicamente, ya en febrero 2016, era el favorito en las encuestas de los republicanos para presidente.
Estando decidido los dos contendientes por ambos partidos, Trump y la Clinton, en el intervalo hasta esa fecha de las elecciones el 3 de noviembre de 2016, el opulento xenófobo y misógino aspirante republicano arremetió desaforada y desvergonzadamente contra su rival, burlándose de las apariencias físicas de ella y de cuantas se atrevieran a enfrentarlo, incluso criticando ferozmente el matrimonio Clinton-Hillary.
Se promocionó en el país como el abanderado de la rabia populista blanca.

Pero, por otro lado, hay que subrayar que los que estuvieron al tanto de todas las incidencias, observaron que, independientemente de estos gazapos del troglodita, mostró que estaba perfectamente aconsejado de cuáles eran los temas primordiales en los que debía acentuar sus esfuerzos.
Y es así como Trump entendió mejor que su rival, que una porción significativa de la sociedad estadounidense estaba temerosa.

Comprendió de alguna manera las preocupaciones de los Estados con menos formación académica y más pobres, de que éstos tenían miedo de que su país estuviera cambiando a su alrededor cada vez más poblado por gente cuyo idioma materno era el español y no el inglés.

Que ganar las elecciones resulta más útil ganar en muchos Estados, aunque sea por un voto de ventaja que ganar en pocos Estados con una abrumadora ventaja de millones de votos.

Tuvo la habilidad de entender que el empresario en su nación, en su mayoría, sienten un profundo y visceral enojo hacia esa cosa amorfa en Washington, que es el “establishment”, la clase dirigente tradicional a la que pertenecen los centenares de congresistas que ocupan un escaño en el capitolio, algunos desde hace décadas.

Hay que recalcar de nuevo que el artífice en la recta final de la campaña, fue Steve Bannon, sujeto que se destaca por ser fanático de impulsar toda suerte de teorías conspirativas, ultra-derechista, racista, sexista y xenófobo.

Han transcurrido casi 4 años de Trump en la presidencia de los Estados Unidos, e independientemente de diversos complejos y gravísimos problemas que están afectando a esa nación, que habría que analizarlos en otra ocasión, nos encontramos de nuevo con el periodo de preselecciones presidenciales en el que ya están definidos sus oponentes: Joe Biden por el Partido Demócrata, y Donald Trump para reelegirse por el Partido Republicano.

Restan solamente un poco más de 3 meses para arribar al primer martes de noviembre, y como nos habíamos imaginado, Trump está enloquecido desplegando sus acostumbrados shows publicitarios y sus amenazas, a pesar de que los datos que nos llegan de los infestados y los fallecidos por la pandemia son espantosos y holocausticos, lo que parece no importarle.

Recientemente pudimos contemplar su visita pre-electoral, con su séquito y con los correspondientes fuegos artificiales, al Monte Rushmore, emblema de la grandeza norteamericana.  Una muestra de que su campaña está priorizando este simbolismo tan descollante en el egocentrismo de ese pueblo y sus dirigentes.

Considero que en estos 90 días que faltan para las elecciones, esta caterva de anormales va a espantar a todos con las acciones más absurdas, increíbles y disparatadas, que irán poniendo en práctica según se vean apresados por las circunstancias.
Es de preocuparse que no se vislumbran los esfuerzos de los demócratas con tal de contrarrestar lo que se presagia con tanta evidencia.

Pareciera que solamente están esperando pacientemente a que sea la pandemia la que los libre de un posible descalabro. Muy pronto lo sabremos.
La Habana, Cuba, 12 de julio de 2020.” Año 62 de la Revolución”.   JSAF
jalcorta@nauta.cu

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