Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Es tema de todas las democracias del mundo el desapego
existente entre las decisiones que adoptan las clases políticas y las reales
aspiraciones del pueblo. Cada vez más se ha consolidado el voluntarismo de los
gobiernos, parlamentos y partidos políticos a la hora de legislar sobre asuntos
que obviamente tendrán consecuencias en la vida de sus naciones. Son muy pocos
los regímenes que gobiernan consultando a los ciudadanos, al menos en aquellos
tópicos más trascendentales.
Los plebiscitos y consultas populares más bien incomodan a
los llamados “representantes del pueblo” y cualquiera que busque interpretar el
sentimiento ciudadano habitualmente es motejado de populista a fin de
desbaratar aquellas que pudieran afectar los intereses que defienden las clases
dirigentes. Esto explica que más de un 52 por ciento de los ciudadanos muestren
insatisfacción con sus democracias, según una encuesta realizada en 34 países.
Un sondeo que también consigna que al menos seis de lada diez ciudadanos
piensan que “los políticos simplemente no se preocupan de lo que piensan sus
ciudadanos”.
El caso de Chile es, en este sentido, muy extremo. En toda
nuestra historia política jamás alguna de sus constituciones ha sido definida
por el pueblo o siquiera refrendada por el sufragio universal. Para colmo,
desde 1980 nos rige una Carta Fundamental diseñada por un dictador y, en su
época, fuera ampliamente denunciada como ilegítima, antidemocrática y
autoritaria. Lo curioso es que en más de 30 años de pospinochetismo los
diversos gobiernos y parlamentos apenas le hicieron algunos retoques a su
contenido, y cada uno de los políticos que ha llegado a La Moneda o al
Parlamento ha jurado respetarla irrestrictamente. Renunciando o postergando, en
la práctica, a las más importantes demandas de la población.
Tal es lo ocurrido con la reforma previsional que recién
ahora encontró quórum en el Poder Legislativo para disponer que los millones de
trabajadores cotizantes puedan retirar el 10 por ciento de sus ahorros para
enfrentar la tragedia del desempleo, el hambre y todos los trastornos sociales
provocados o evidenciados por la pandemia del Coronavirus. Una iniciativa que
se explica en los magros recursos dispuestos por el gobierno de Sebastián
Piñera para encarar la emergencia sanitaria, pese a las ingentes reservas
monetarias de nuestro país. Y de lo cual se hacía gala.
Tan grave es la crisis social y el descontento, que más de
un 80 por ciento de los chilenos ha apoyado la idea de disponer de sus propios
fondos de pensiones, a sabiendas que la merma de sus ahorros previsionales les
va a disminuir sus ya escuálidas pensiones al momento de jubilarse. Una
solución a todas luces escandalosa porque le arrebata a los trabajadores los
recursos que debiera disponer el Estado, o, mejor aún, podría expropiárseles a
las onerosas utilidades de las AFP, esto es las empresas (AFP) que especulan
con la administración de sus ahorros previsionales. Todos sabemos que esta
reforma constitucional ha alcanzado mayoría gracias a algunos votos de
legisladores de la derecha temerosos del desastre electoral que podría
ocasionarles negarse a una demanda tan mayoritaria de la población.
Sin embargo, opera a favor de que esta iniciativa prospere
la advertencia de sindicatos y movimientos sociales de toda índole en cuanto a
que están dispuestos a reeditar con más fuerza que antes la explosión social de
octubre y noviembre pasado, la que llevó al borde del precipicio a la
institucionalidad vigente como a sus mandamases. Los que finalmente se
salvaron, qué duda cabe, gracias justamente a la irrupción de la pandemia. U
virus que, además de sus horrores, explica que por seis meses el país, sus ciudades
y pueblos hayan sido puestos bajo control militar y sus habitantes
constreñidos, otra vez, por la violación sistemática de sus derechos humanos.
Incluso con la realidad de la tortura y el encarcelamiento de miles de
chilenos, según lo denunciado internacionalmente.
Justo es reconocer que la llamada oposición política poco o
nada hizo en sus respectivos gobiernos de la Concertación y de la Nueva Mayoría
para encarar la ya antigua demanda de reemplazar el sistema previsional.
Renuencia que se explica en el encantamiento que les produjo el sistema
neoliberal y la corrupción que en tres décadas se hizo transversal a toda la
política. En los aportes que las mismas AFP, bancos y otras grandes empresas
les han hecho a las contiendas electorales, como sobornando directamente a
muchos políticos, ya sea incorporándolos a sus planillas de pago o a los
propios directorios de sus sociedades anónimas.
Con lo anterior, lo que se constata actualmente es el miedo
al pueblo: es lo que explica este primer remezón al sistema previsional y que
también auspicia la posibilidad de que otras transformaciones puedan imponerse
en los próximos meses para evitar, como se reconoce públicamente, el alzamiento
popular y la demolición del “orden establecido”. En materia de salud, por ejemplo,
donde las inequidades también son tan flagrantes.
De hecho, no son pocos los políticos de derecha que ya
apoyan la realización del plebiscito a sabiendas que, sí o sí, esta consulta de
octubre próximo va a derogar la Constitución.
Pero ello, insistimos, no significa que de pronto los políticos chilenos
se estén fidelizando con los objeticos “del gobierno del pueblo y por el
pueblo”; es solo el pavor a que la voluntad soberana de la nación pueda
imponerse al voluntarismo de quienes se sienten iluminados y designados para
imponerle al país lo que les place. Asegurando, con desparpajo, que lo que le
conviene al país es lo le interesa a los grandes empresarios e inversionistas
extranjeros.
Queda claro que la tolerancia es un bien democrático que
tiene muy pocos adeptos en nuestros febles regímenes republicanos. Ya sea por
la herencia de lo que constituyó entonces el “verticalismo revolucionario” o,
también, por los resabios del autoritarismo y el resurgimiento de las
consabidas frondas tutelares. Malas prácticas que han hecho crisis en todo el
espectro político y ahora provocan la rebelión de las bases partidarias y las
consecuentes “cazas de brujas” al interior de los partidos y otras agrupaciones
en Chile.
Cuando reciente encuesta hecha a simpatizantes de derecha
nos indica que más de la mitad de estas bases es partidaria de ponerle término
a la Constitución actual; un 53 por ciento le atribuye al descontento social la
crisis y la violencia política y, por supuesto, más del 65 por ciento es
partidario de aprobar la reforma al sistema de pensiones. Negocio tan celosamente resguardado por el
gobierno de Piñera y las cúpulas de la alianza oficialista en el poder; así sea
tenga actualmente apenas un 22 por ciento de adhesión ciudadana y pretenda
completar todo su período presidencial.
Lo que en una democracia seria sería imposible.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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