Por Manuel Montañez:
Desde hace tiempo venimos diciendo que ya a nadie le debe
sorprender que haya presidentes con antecedentes delictivos, asesinos,
genocidas, violadores de derechos humanos, narcotraficantes, paramilitares,
homofóbicos, racistas, o xenófobos. No creo que cualquiera de esas condiciones
-algunas o todas- sea fundamento de asombro. Al revés, ello es consustancial
con el sistema capitalista que arrastra todas esas lacras, por lo que poner a
uno de los suyos en el más alto lugar de la administración es lo natural.
La democracia representativa como expresión política del
sistema capitalista no es democrática ni es representativa.
En los hechos, es una dictadura de los poderosos. Aquella
idea de que la democracia es el gobierno de las mayorías dejó de ser una
realidad, si es que en algún momento lo fue. Hoy, la mayor parte de los
gobiernos del mundo son de minoría, habida cuenta que el sistema ha alejado a
los votantes de las urnas con las consiguientes altas abstenciones que en
muchos casos llega a 50% y más. En esa medida, los “líderes” son favorecidos
con el apoyo de entre 20 y 30% de los electores, con lo cual se legaliza una
democracia ilegitima, que se expresa cotidianamente en cualquier encuesta de
opinión.
Pero a esta desgracia se ha venido a sumar una mucho peor y
más peligrosa. Desde hace casi un siglo el mundo no se veía inmerso en el
peligro de un liderazgo irracional, fuera de control que responde a situaciones
de orden subjetivo que la política no puede manejar. Nos enfrentamos a la
actuación sicopática de algunos dirigentes, en especial de Donald Trump. Así,
tengo la impresión que los instrumentos de la política, la economía y el
derecho no son suficientes para dar respuestas a variables que entran en el
terreno de lo absurdo, lo insensato y lo disparatado. Se hace necesario
recurrir a la siquiatría y la sicología para ajustar los comportamientos
políticos frente a liderazgos como los de Trump y en menor medida Bolsonaro,
Piñera y Uribe que violentan las normas elementales de conducta política
transformando el arte de la conducción del Estado en una suma de voluntades
fanáticas que se sustentan en el desprecio y el odio a la humanidad. Duque no,
Duque es teledirigido por el otro, por eso en Colombia le dicen su presidente.
El sicólogo catalán Oscar Castillero Mimenza se propuso en
un artículo descubrir las características psicológicas de Adolfo Hitler. Para
ello se basó en los perfiles diseñados por el destacado sicólogo estadounidense
Henry Murray quien realizará en 1943 el primer perfil sicológico de Hitler por
encargo de la Oficina de Servicios Estratégicos de Estados Unidos (OSS por sus
siglas en inglés). El informe titulado: “Análisis de la personalidad de Adolf
Hitler: con predicciones para tratar con él antes y después de la rendición de
Alemania” es un referente obligado para este tema, aunque sólo fue dado a
conocer en 2004.
Castillero advierte -de la misma manera que lo hicieron
todos los especialistas consultados para este artículo- que sin haber podido
tener un tratamiento directo con el paciente, “la única manera de tratar de
establecer algo semejante a un perfil psicológico es el análisis de sus
discursos, sus actos y las ideas que transmitió a través de la escritura”.
A partir del estudio de Murray, Castillero hace nueve
consideraciones que emergen del estudio de personalidad del líder nazi:
1.
Egolatría y complejo de Mesías.
2.
Dificultades para la intimidad.
3.
Sentimientos de inferioridad y auto desprecio.
4.
Desprecio hacia la debilidad.
5.
Perseverancia.
6. Carisma
y capacidad de manipulación.
7.
Teatralidad.
8. Obsesión
por el poder.
9. Poca
capacidad de empatía.
Consultada al respecto, Una profesora jubilada de la Escuela
de Sicología de la Universidad Central de Venezuela que pidió no ser identificada,
opinó que las consideraciones de Castillero, pueden ser perfectamente aplicadas
para confirmar que la personalidad de Trump es análoga a la de Hitler.
Según la ex docente: “su discurso, comportamiento y sus
acciones denotan características similares”. Afirmó que el individuo sicópata
no es curable ni puede superar la enfermedad.
En un caso como este, que refiere a un individuo inteligente y de alto
nivel, con carisma y capacidad para engañar y manipular, con abiertas
manifestaciones egocéntricas y de baja empatía, generalmente se refiere a
personas con serias dificultades para configurar una personalidad estable,
necesitan ser reconocidos, porque en la mayoría de las veces no lo han sido en
su infancia o juventud y que han padecido carencias afectivas.
El “Manual de diagnóstico y estadística de los trastornos
mentales” quinta edición, publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría
establece que: “La psicopatía es un trastorno de la personalidad complejo
caracterizado por dificultades emocionales, conductuales y de relación. Su
repercusión es clínica, social y judicial. […] se traduce en la aparición
simultánea de problemas en tres vertientes: en su relación con los demás, en su
afectividad y en su conducta.
Esta “biblia” para los diagnósticos de trastornos mentales
en Estados Unidos establece que: “Los psicópatas se caracterizan por tener
sentimientos de grandeza, ser arrogantes y egoístas. Presumen de una gran
importancia hacia ellos mismos y tienden a culpabilizar a los demás de sus fracasos
y deficiencias. Fácilmente se aprovechan de los demás utilizando el encanto, la
manipulación y el engaño. Sus emociones son superficiales y poco sinceras, y
tienen pocos remordimientos cuando causan daño a alguien. Presentan una falta
de empatía y son fríos y superficiales”.
Alicia Pérsico, sicóloga clínica, profesora de la escuela se
Sicología de la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua, Nicaragua,
después de coincidir con Castillero en que para tener un diagnóstico definitivo
se debe tratar al paciente para saber qué elementos influyen en un determinado
comportamiento, cree sin embargo que sí se pueden detectar comportamientos
inadaptados a la sociedad tras la manifestación de exacerbados patrones de
desprecio y violación de los derechos de
los demás en ciertos individuos, que se
relacionan con criterios de trastorno
sociópata (antisocial o psicopático ) de la personalidad.
Estos individuos poseen una distorsión en su observación del
contexto, creen que lo que ellos piensan es la realidad al margen de lo que
puedan opinar otros. Pero, para justificar sus consideraciones necesitan un
colectivo que le de coherencia a su punto de vista.
La profesora Pérsico aprecia que cuando una persona de estas
características tiene poder, se produce una transformación a través de la cual
se siente estar sobre los demás, lo cual es un trastorno grave que influye en
las percepciones y en las conductas.
Continúa la académica expresando que en el caso de Trump
podría decirse que en Estados Unidos hay un fuerte factor cultural que
configura la personalidad de sus ciudadanos resaltando valores de supremacía,
que se manifiesta poderosamente en todos los presidentes de Estados Unidos que
han sido exponentes de un pensamiento y
una conducta distorsionadas, que los ha llevado a creer que tienen un destino
en la historia y que son enviados de Dios, lo cual es condición sine qua non
para ser presidente.
Al respecto, el historiador y crítico social estadounidense
Morris Berman, que se ha especializado en investigar acerca de la historia
cultural e intelectual de Occidente, en un folleto titulado “Localizar al
enemigo: Mito versus realidad en la política exterior de Estados Unidos” opina
que la religión en ese país impone la noción de que su misión es “democratizar
al resto del mundo (mediante la fuerza si es necesario)”.
Berman juzga que ya en los primeros puritanos que llegaron a
lo que después sería Estados Unidos existía esa idea de grupo de gente elegida
por Dios. En el barco Arabella mientras cruzaban el Atlántico, John Winthrop en
1629 dijo: “Encontraremos que el dios de Israel está entre nosotros…él nos
salvará y glorificara puesto que debemos considerar que seremos una ciudad
sobre la colina, los ojos de todo el mundo están puestos sobre nosotros”.
Dos siglos después el escritor estadounidense Henry David
Thoreau siguió fortaleciendo la idea al afirmar que “…si Estados Unidos no
fuera el Gran pionero occidental al que siguieran otras naciones, entonces el
mundo – déjenme repetir esto: el mundo- no tendría un verdadero propósito”.
Así, todos los presidentes de Estados Unidos han incorporado
en su discurso esta idea de ser el “pueblo elegido”. Miles de religiosos desde
sus púlpitos repetían junto a la también escritora estadounidense Harriet
Beecher Stowe -famosa por su novela “La cabaña del tío Tom”- que “Dios creó a
Estados Unidos para iluminar a toda la humanidad”.
Berman expresa que todo este pensamiento ha tenido una gran
influencia en la política exterior de su país porque si se considera que “eres
bueno y que el Otro es malo, por definición, después tienes que transpolar esa
mitología simplista al mundo, y al demonio con la realidad”.
Este factor cultural al que se refería la profesora Pérsico,
tiene -en el caso de Trump- una fuerte influencia dadas sus características
faranduleras que le permiten proyectarse y sobrevivir en medio de la
adversidad.
A los presidentes de Estados Unidos no le importan las
personas en el logro de sus objetivos, no son considerados seres humanos que
están muriendo, sino “bajas”. Su discurso solo puede cambiar cuando estas bajas
llegan al país (o se producen en el mismo, como ocurrió el 11 de septiembre u
hoy, en tiempos de coronavirus) en cajas de madera que son entregadas a sus
familiares. Cuando el interés superior es la ganancia y el lucro, “no importa
que muera gente inferior que no sirve”. Es el clásico discurso supremacista
presente en Trump, de manera sumergida, pero corriente.
Entonces, opera otro factor: el de la culpa, alguien tiene
que tener la culpa.
Hoy es China, la OMS, los gobernadores, los medios de
comunicación o cualquiera que se le ocurra, pero el presidente nunca. Su
narcisismo lo lleva a pensar que no importa cuántos mueran, lo que importa es
“America first”. Tiene un objetivo y nadie lo mueve de la búsqueda del mismo.
Son típicos atributos del enfermo, en Trump se manifiesta
claramente también un rasgo narcisista distorsionador de la realidad que se
revela en su idea de grandeza, en su capacidad de manipulación que lleva a
mantener a todos preocupados en las cosas pequeñas. Ese delirio lo lleva
siempre a anteponer la palabra “gran” en todo lo que dice: “el gran estado de
New York”, “la gran industria de Estados Unidos”, “los grandes trabajadores del
petróleo” y otros sin necesidad de ser usado en términos del lenguaje.
Su ego gigantesco, la suposición de que es merecedor de
todos los elogios, además de sus apreciables manifestaciones de autoritarismo,
prepotencia y arrogancia, su menosprecio por la gente, su necesidad de ser
admirado y lisonjeado, su falta de empatía con personas incluso cercanas, su
agresividad en el discurso y en su gesticulación van configurando un perfil que
calza perfectamente con el de un paciente con rasgos sicopáticos. Así mismo, su
ideología y comportamiento racista vienen desde la juventud considerando que su
padre fue miembro activo del Ku Klux Klan.
Su discurso no coherente y los continuos cambios en sus
convicciones, dan cuenta de una personalidad inestable lo cual es sumamente
peligroso cuando se manejan capacidades y posibilidades que influyen en la vida
de millones de personas, en este caso cuando se está hablando del hombre que
preside el país más poderoso del planeta.
En un mensaje del escritor inglés Nate White que ha sido
ampliamente reproducido en las redes sociales, al caracterizar a Trump dice que
éste: “Golpea bajo, lo que un caballero
no debe, nunca podría hacer, y cada golpe que apunta está por debajo del
cinturón. Le gusta particularmente patear a los vulnerables o los sin
voz”. Agrega: “Se convierte en una forma
de arte; es un Picasso de mezquindades; un Shakespeare de mierda”, y continúa:
“Sus defectos tienen defectos… Dios sabe que siempre ha habido gente estúpida
en el mundo, y mucha gente desagradable también. Pero raramente la estupidez ha
sido tan desagradable, o la maldad tan estúpida. Él hace que Nixon parezca
digno de confianza y George W. [Bush] parezca inteligente”.
Para finalizar su descripción escribe que “si Frankenstein
decidiera hacer un monstruo montado enteramente de defectos humanos, haría un
Trump. Y si ser un idiota fuera un programa de televisión, Trump sería una
serie”.
Ahora veamos algunas acciones de Trump: Manifestó pública
felicidad por el incremento de los pacientes contagiados por coronavirus en
Irán.
Aprobó la realización de maniobras militares en Europa,
Bahréin, Colombia y el Caribe en el momento más álgido del coronavirus en
Europa y Estados Unidos. No le interesó saber que la gripe española reportada
por primera vez en Fort Riley (Kansas, Estados Unidos) en 1918 fue potenciada
por la primera guerra mundial y llevada de América a Europa por un soldado
estadounidense.
Se transformó en el primer presidente que le declara la
guerra bacteriológica a sus propias fuerzas armadas si se considera que esta
decisión ha significado que además del “Theodore Roosevelt”, los portaaviones
“Ronald Reagan”, “Carl Vinson” y “Nimitz” también tienen casos confirmados de
coronavirus.
Celebró la destitución del jefe del portaviones “Theodore
Roosevelt” que había solicitado que sus marineros pudieran cumplir
correctamente la cuarentena.
Incitó a realizar manifestaciones en contra de los
gobernadores demócratas que decretaron cuarentena y distanciamiento social,
llamando a “liberar a Minnesota. Michigan y Virginia”.
Determinó arbitrariamente la apertura del comercio y las
actividades deportivas cuando todavía el coronavirus se encuentra en su mayor
apogeo.
Amenazó con cerrar el Congreso de su país, si los
parlamentarios no aprobaban las propuestas que él había hecho para designar
nuevos cargos en la administración.
Ordenó aprobar en el congreso una ley de apoyo a Taiwán que
violenta los acuerdos sobre los que se sustentan las relaciones entre Estados
Unidos y China, el mismo día que tuvo una conversación telefónica amistosa con
el presidente Xi Jinping.
Insistió sin pruebas en culpar a China de ser causante de la
pandemia y a la OMS de ser cómplice de su propagación.
Recomendó el uso de la hidroxicloroquina para el tratamiento
del virus, contra la opinión informada de la OMS y de las propias autoridades
de salud de su país, sólo porque es accionista del laboratorio francés que
produce el fármaco. En Brasil le hicieron caso y se produjeron 11 muertes.
Ordenó retirar el aporte monetario de Estados Unidos a la
OMS, en pleno desarrollo de la pandemia.
Estimuló las compras de armas de los ciudadanos como
instrumento de defensa previendo que la pandemia y la crisis que pueda producir
generará masas disconformes que asalten los comercios y las viviendas.
monlan2001@yahoo.com
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