Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Por fin después de tantos años de postdictadura, una
política chilena se atreve a declarar que para ella primero están las demandas
populares que el apego irrestricto a la Constitución. Se trata nada menos que
de la actual presidenta del Senado, la que ha debido soportar una andanada de
críticas por el “sacrilegio” cometido contra nuestra Carta Fundamental vigente
desde 1980. Esto es, el texto constitucional legado por Pinochet que se ha
prometido mil veces derogar y reemplazar por otro. Políticos de derecha y de la
auto denominada centro izquierda han denostado a la blasfema parlamentaria y le
exigen que renuncie a su cargo.
Ojalá que la senadora Adriana Muñoz resista a las presiones
de quienes en 1973 no trepidaron en violar la Constitución de 1925 y
materializar un cruento golpe de estado y magnicidio presidencial. Deseamos que
también se imponga a los propios políticos de su sector que la están
censurando, seguramente en la esperanza de reemplazarla en un cargo muy
apetecido. Porque, como se sabe, acumular cargos y prebendas es el principal oficio
de nuestros “servidores públicos.
Unos y otros podrían recordar las famosas declaraciones de
quien se considera el “forjador de nuestra República” y que no tuvo
inconveniente alguno en decir que “la Constitución es una señora que hay que
violarla cuando las circunstancias se extremen”. Sin duda se trata del ministro
conservador Diego Portales a propósito de la Constitución de 1833 que el mismo
contribuyó, curiosamente, a definir y dictar.
En efecto, parece que buena parte de nuestra clase política
se olvidó que su primera responsabilidad es la de satisfacer las demandas del
pueblo y cumplir con sus promesas electorales una vez en posición de los altos
cargos del Estado. Efectivamente, lo que nos parece una vergüenza es que los
miembros del Ejecutivo y dl Parlamento juren respetar la Constitución y las
leyes y se avengan con la legislación que nos rige y que, en ningún caso, se
trata de normas aprobadas por los ciudadanos.
Tanto así que, antes de la pandemia del coronavirus, el país
estaba a punto de concurrir a un plebiscito y aprobar la realización de una
asamblea constituyente para fundar una profunda reforma de nuestra
institucionalidad. Itinerario político que fue suspendido por Sebastián Piñera
con la dictación de un estado de emergencia para inhibir el ejercicio de
derechos que como el de asociación hoy tienen a millones de chilenos
confinados, en el desempleo y el hambre. En virtud, justamente, de una Carta
Fundamental que le otorga poderes abusivos al Jefe de Estado y a La Moneda,
facultades que, para colmo, no han demostrado hasta aquí ningún avance
importante en la mitigación de un contagio. Al contrario de lo sucedido en
otros países que acotan la acción de los gobernantes y no renuncian a respetar
los Derechos Humanos consagrados universalmente.
Es evidente que en Chile la distancia entre el poder
político económico respecto de la realidad de la población ha llevado a
reconocer al propio Ministro de Salud que no tenía idea de que en Chile
existiera tanta desigualdad y hacinamiento en las poblaciones pobres, las que
con las cuarentenas han estado obligados a contagiarse y morir como moscas. Por
estos días, otros descubren que el número de los indigentes supera el 25 por
ciento de la población y, después de tanto tiempo, se conviene que cientos de miles
de chilenos padecen hambre.
Vaya qué hipocresía la de algunos columnistas impactados por
las expresiones de una parlamentaria mientras en otros de sus escritos alientan
la desestabilización de algunos gobiernos de América Latina y se hacen
cómplices de las acciones de Donald Trump para bloquearlos y derribarlos.
Países que, sin duda, también tienen sus propias constituciones muchas veces
refrendadas por sus pueblos. Lo que aquí en toda nuestra historia jamás ha
ocurrido.
Vaya qué vergüenza, asimismo, que sectores e izquierda no
hayan reaccionado como se merece el sincero reconocimiento de la presidenta del
Senado. Muchos de ellos, plenamente conscientes de que la Constitución de 1980,
en su origen y contenido, no se aviene con principios democráticos, provocando
en Chile una desigualdad extrema, además de una concentración escandalosa de la
riqueza. Junto con abrirle las puertas de nuestra economía al enseñoramiento de
las empresas extranjeras, lo que en otras circunstancias sería tildado de
traición a la patria.
Sin embargo, En el mismo matutino de extrema derecha que se
consignan las opiniones de los más críticos y cínicos detractores de la postura
de la senadora Muñoz, se editorializa para fustigar cualquier posibilidad de un
impuesto patrimonial a favor de los más afligidos por la pandemia. Un gravamen
sugerido solo para la extrema riqueza y limitado en el tiempo hasta que el país
recobre su “normalidad”, tal como se asegura.
Ello demuestra a plenitud que, pese a la tragedia y los
despropósitos políticos y económicos revelados por la Pandemia, quienes nos
gobiernan y forman parte de la clase hegemónica no tienen voluntad alguna de
que se alteren los actuales preceptos constitucionales que tanto los han
favorecido, como garantizado en su impunidad. De allí la necesidad de que los
chilenos recuperen su movilización y mantengan su arrolladora voluntad de
desbaratar el que llaman “estado de derecho”.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
La Senadora Muñoz ha dicho la verdad y la verdad duele. Los acontecimientos de hoy nos recuerda lo que expresaba el Cardenal Silva Henriquez en tiempos en que la agitación social exigía cambios. Expresaba: "Quienes se oponen a la revolución pacifica, hacen inevitable la revolución violenta". Los sectores privilegiados, siempre conservadores, implantan la violencia y crean condiciones para que ella se reproduzca. Necesitamos un Chile consecuente con la defensa de los Derechos Humanos, sin desempleados, sin hambre, sin concentraciÓn de la riqueza en pocas manos. Llegó el tiempo de la DEMOCRACIA PARTICIPATIVA, SOLIDARIA, CON JUSTICIA SOCIAL.-
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