Por Julio Sergio Alcorta Fernández:
Estoy consciente de que evocar parte de la historia de China
limitándonos a unas pocas cuartillas, es algo absurdo.
Sin embargo, si lo
reducimos únicamente a sus relaciones con los Estados Unidos, seguramente me
permitiría lo que hace tiempo estoy tratando de concebir, tomando en cuenta lo
impresionante que resultan las evidencias de unos pérfidos y farisaicos
vínculos del imperio norteamericano con el pueblo de China.
Desde muy temprano se fueron revelando estas maquinaciones,
y es así como siendo presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, a
principios del siglo XX (1903), junto al concepto que los estadounidenses
tenían de los chinos, que estaba impregnado de matices de superioridad étnica y
cultural, manifestó: “son racialmente inmorales, depravados e indignos”.
Veamos cómo fueron procediendo de forma solapada y, a la
vez, con astucia, habilidad y felonía, desde el inicio del siglo XX.
Primeramente, es necesario puntualizar que los gobiernos de
los Estados Unidos casi siempre han estado involucrados en los hechos que se
han producido en ese gigantesco país, sobre todo a partir de su engreimiento
excepcionalista de que se le reconociera como un baluarte indispensable, sobre
todo a partir del inicio del siglo XX, EN QUE YA EL ENGENDRO IMPERIAL ESTABA
DANDO SUS PRIMEROS PASOS
En esos momentos Estados Unidos tenía acantonadas tropas en
Shanghai y sus cañoneras hacían de las suyas para “velar” por sus intereses.
En junio de 1900, no resistiendo más las hambrunas y los
desafueros que estaba sufriendo la población, una multitud harapienta se
apoderó de Pekín, sitiando junto con los guardias imperiales, las delegaciones
extranjeras.
Tropas norteamericanas marcharon entre las filas de un
cuerpo internacional de rescate. El 14 de agosto esa tropa entró en Pekín
convirtiendo a esa antigua ciudad, en un infierno de asesinatos, pillajes,
incendios y violaciones.
Después de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos mantuvo
su extra-territoriedad en China. Sus ciudadanos actuaban como amos extranjeros,
sus cañoneras también patrullaban el rio Yantzé y ayudaron a frustrar la
Revolución de 1926-1927.
Las inversiones de los Estados Unidos aumentaron, si bien
permanecieron por debajo de las de Inglaterra y Japón. Sin embargo, durante la
2ª. Guerra Mundial, proporcionó a los Estados Unidos una absoluta superioridad
militar sobre las empresas británicas y japonesas.
Por otro lado, al fundarse el Partido Comunista Chino, en un
Congreso que tuvo lugar entre el 23 de julio y el 15 de agosto de 1921, uno de
sus principales objetivos fue dedicarse a la reunificación del país, y entre
sus fundadores se encontraba el joven Mao Zedong.
Asimismo, en los años 1923 y 1924, se conformó el Frente
Unido Antimperialista entre el Partido Comunista Chino y el Kuomingtan (Partido
Nacionalista del Pueblo), que dirigía la corriente nacionalista del intelectual
Sun Yat-Sen, que al morir, en 1925, un tal Chiang Kai-Shek, lo sustituyó.
Este último personaje era un furibundo enemigo de las ideas
comunistas, traicionando alevosamente el proceso de unidad e iniciando una
actividad represiva militar de fondo contra las fuerzas patrióticas comunistas
en una campaña de cerco y exterminio en que pudo vencerlas, con el franco
entendimiento y apoyo de los Estados Unidos.
Con los que lograron escapar de esa traición, se encontraba
Mao Zedong que se estableció en un amplio territorio con un fuerte núcleo de
comunistas.
En este sentido, el gobierno norteamericano comprendió la
necesidad de emprender una obstinada campaña con el fin de afirmar el dominio
en China, pues consideraba que las condiciones estaban creadas para lograrlo.
Es así como se pudo conocer que ya el Dpto. de Estado había decidido poner en
práctica la siguiente estrategia:
• Destruir
el Movimiento de Liberación Nacional.
• Aislar a
la Unión Soviética.
• Adelantarse
a los otros adversarios, especialmente Japón.
• Enarbolar
la antigua consigna de “Puertas Abiertas”.
Aprovechando las circunstancias, como buenos comerciantes,
para 1930 los Estados Unidos se habían adueñado de las redes telefónicas, el
transporte, centrales eléctricas, radioemisoras, y los banqueros de Wall Street
se esmeraban por dirigir las finanzas.
Pero sin imaginárselo, el 18 de septiembre de 1931,
sorpresivamente Japón se lanzó a la conquista de China. La Liga de las Naciones
no tomó ninguna decisión.
En un memo del presidente norteamericano Hoover, resumió el
punto de vista de su gobierno: “Japón –decía- tiene sus razones…hace años
tenemos relaciones cordiales con ese país y, por lo tanto, debemos prestar
atención a sus planes”.
Esta artimaña perseguía lo que estratégicamente los Estados
Unidos pretendían con el fin de poner al Japón contra la Unión Soviética.
La embestida bélica de Japón alcanzó su culminación en julio
de 1937, cuando Tokio lanzó sus ejércitos para conquistar el grueso de China.
Mientras tanto, los Estados Unidos clamaban de qué no
querían un holocausto en China, pero si aplaudían por considerar al Japón, como
expresaron anteriormente, un buen elemento para lanzarlo contra la Unión
Soviética. Y como era de suponer, el Ministro de Relaciones Exteriores de
Japón, se mostró complacido: “La actitud de los Estados Unidos en el incidente
Chino es justa y ecuánime”.
Siendo consecuentes con sus socios, y nada menos que a solo
2 años del bombardeo “sorpresivo” de la aviación japonesa a la Base Naval
Norteamericana de Pearl Harbor, los Estados Unidos enviaron a Japón: materiales
estratégicos, artículos industriales, cobre, camiones, petróleo, equipos y
maquinarias, hierro, etc. etc.
El 6 de diciembre de 1937, el New York Times, publicó un
comunicado del Comité Norteamericano para la No Participación en la Agresión
Japonesa, señalando: “Japón contribuyó con sus pilotos y los Estados Unidos con
sus aviones, nafta y bombas, para atacar a las indefensas ciudades chinas.
A pesar de toda esta desvergüenza, los infantes de marina de
los Estados Unidos, continuaron en el Shanghai ocupado por los japoneses,
confraternizando con el invasor, hasta casi fines de 1941
Después del ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de
1941, Estados Unidos entró en la 2da Guerra Mundial. Chiang Kai Sek, el hombre
fuerte de los Estados Unidos, reanudó la guerra anticomunista en China, pero no
pudieron liquidar a la ola incontenible del Ejército Popular de China, dirigido
por Mao
Al pasar el tiempo, los imperialistas norteamericanos
exigieron de nuevo a Chiang Kai Sek que adoptase medidas decisivas contra las
regiones en China, y, a ese efecto, llevó a cabo, con el apoyo material de los
Estados Unidos, durante los meses de junio y julio de 1945, apenas dos meses de
ocupar el poder Harry S. Truman, otra gran ofensiva contra los ejércitos
populares de liberación, la cual fue también rechazada.
Chiang Kai Sek y los restos de su ejército huyeron a Formosa
(Taiwan), en los transportes militares de la marina de los Estados Unidos.
En relación a la supuesta mediación de los Estados Unidos en
el problema chino, ya Mao, en entrevista de prensa de septiembre 1946, había
denunciado la misma, declarando que la política del gobierno de los Estados
Unidos consistía en servirse de la pretendida mediación como cortina de humo
para fortalecer en todos los sentidos la posición de Chiang Kai Sek, a fin de
convertir virtualmente a China en una colonia de los Estados Unidos.
Definitivamente, la proclamación de la República Popular
China se llevó a cabo el 1ro. de octubre de 1949, pero no fue hasta después de
dos décadas que la nación se reconoció internacionalmente y pudo formar parte
de la ONU, por la negativa intencional de los Estados Unidos en aquella época.
La derrota de Chiank Kai Sek, líder del Kuomingtan,
representaba un duro golpe para la política de los círculos más derechistas y
belicosos de los Estados Unidos, pasando a responsabilizar al gobierno por la
pérdida de China.
Fue tal la discordia, que el senador J. R. Mc Carthy, del
Partido Republicano atribuyó a supuestos comunistas infiltrados en el
Departamento de Estado, la culpa por los reveses de la política exterior de la
nación.
Estos hechos fomentaron la paranoia anti-comunista y,
durante la guerra de Corea, hubo realmente fuertes presiones, inclusive del
general Douglas Mc Arthur, para que los Estados Unidos recurriera a la bomba
atómica contra China.
Para los Estados Unidos, significó no solo la pérdida de un
lucrativo mercado, sino del surgimiento en Asia de una hoguera que estimularía
próximos incendios.
Comenzaba con hábil intuición la sutil propaganda,
concibiendo a los chinos de SABIOS Y ESTOICOS ALIADOS DURANTE LA 2DA.GUERRA
MUNDIAL, A LA DEL “PELIGRO AMARILLO”; UNA HORDA BÁRBARA Y CRUEL, dispuestos a
devorarse el planeta.
La nueva nación comunista se convirtió para los Estados
Unidos en una especie de inmensa ciudad prohibida inaccesible. No existió
comercio directo, ni servicios telefónicos o intercambios de ningún tipo; ni
siquiera de información meteorológica; y una generación de estadounidenses
creció pensando que los peligrosos chinos habitaban una galaxia distinta,
marginada de la civilización y, por lo tanto, consideraron que no tenían aún la
mayoría de edad para ingresar en la ONU.
Un Libro Blanco oficial del Departamento de Estado que se
hizo sobre China, admitió que la derrota de Chiang Kai Sek era el resultado de
la expresión de la voluntad del pueblo chino, sobre la cual los Estados Unidos
trató de influir, pero no pudo.
He tratado de resumir lo más posible esta gesta del pueblo
heroico de China y sus relaciones con los Estados Unidos, en un periodo de
aproximadamente medio siglo, lo que no descarta que pueda haber sido más cuidadoso
y exigente en conformar una reseña más ordenada.
Pero como expreso al inicio de este escrito, preferí
realizarlo con esas limitaciones, con la convicción de rememorarlo precisamente
AHORA, cuando estamos en presencia de una vorágine de engaños y patrañas que el
gobierno de los Estados Unidos y su farsante mandatario Donald Trump ha estado
propagando cínicamente.
De estas notas en adelante, es OTRA HISTORIA, que comenzó
con la aprobación de la élite gobernante norteamericana de la sorprendente
visita del presidente Richard Nixon a China en febrero de 1972.
LO QUE SÍ ES EVIDENTE QUE, PARA LOS GOBERNANTES DEL IMPERIO
NORTEAMERICANO, CHINA SERÁ SIEMPRE EL “PELIGRO AMARILLO”; EL QUE HACE PELIGRAR
SU HEGEMONÍA; AL QUE HAY QUE PONERLE FRENO, POR SU ATREVIMIENTO EN LLEGAR HASTA
ESTOS TIEMPOS EN QUE SU SOLA EXISTENCIA LOS LLENA DE TEMORES.
jalcorta@nauta.cu
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