Algunas encuestas dicen que la imagen positiva de Alberto
Fernández rozaba el 80 por ciento hasta el día del amontonamiento de jubilados
en bancos. Hoy bajó algo, pero sigue muy alto. Debe seguir tomando buenas
medidas.
La política tiene esas gratas sorpresas. Que un presidente
surgido casi por arte de magia del dedo inteligente de Cristina Fernández de
Kirchner en su Twitter del 18 de mayo pasado ganara con comodidad las
elecciones y aumentara su popularidad en la pandemia.
No fue magia. Aquella victoria electoral fue por la
reflexión de buena parte del electorado: entendió que Mauricio Macri llevaba a
la tumba de Argentina. Y reaccionó al filo del abismo.
Esta popularidad en alza se origina en que las decisiones
del presidente son consideradas justas y necesarias por gran parte de los
argentinos, incluso por una buena porción de quienes metieron otras boletas en
aquellos comicios.
El coronavirus ha golpeado muy duro la economía local y la
salud pública, con 1.875 contagiados y 83 muertos hasta ayer. Semejante drama
viene siendo enfrentado con buenas políticas sanitarias por el gobierno
nacional y con una batería de medidas económicas. Si bien éstas últimas son
insuficientes, van en el buen sentido social.
El presidente que las adopta concita más reconocimiento que
antes; él y varios funcionarios como el ministro a quien él llamó «comandante
Ginés» en su conferencia de prensa del viernes.
En ese sentido la enfermedad ha tenido un lado positivo, si
puede llamárselo así: sirvió para que la población saque conclusiones sobre lo
que está bueno y lo que estaba muy mal antes y a lo que no quiere volver.
Y eso es lo promisorio de esta crisis. Las acciones de la
derecha política macrista cotizan tan a la baja como algunas acciones de bancos
y monopolios de Argentina en la bolsa de Wall Street. Esa derecha entró en
default. El país no extraño a Macri, salvo algunos multimillonarios y Ceos
nostálgicos de la época de oro vivida con él.
La derecha se quedó sin líderes convocantes. No quiere decir
que esté muerta ni que no pueda reformularse, porque «hierba mala nunca muere».
Pero tendrá que reinventarse y tomar otra vez volumen político, lo que llevará
cierto tiempo. Sigue contando a favor con grupos concentrados de la economía y
los medios de incomunicación, tipo Clarín, La Nación e Infobae. También muchos
trolls dispuestos a repartir fake news a domicilio como incansables
bicicleteros.
Hay algo aún peor para esa derecha cavernícola. Su modelo
económico y cultural está en terapia intensiva por el Covid-19. La crisis ha
demostrado el enorme valor de la salud pública, el rol irreemplazable del
Estado y de la ciencia y tecnología, la cultura de la solidaridad, etc. También
que éste debe ser un país federal. Que es criminal pensar que sobran 20
millones de argentinos y muchas provincias inviables. Macri, como Menem, De la
Rúa y Cavallo, es de los que mandaba a los científicos a lavar los platos. Esa
política neoliberal se mostró, además, como imbécil y suicida.
Ampliar la ayuda del Estado.
AF se viene quedando a mitad de camino en lo económico.
Adoptó paliativos, pero insuficientes por los montos y sin llegar a todos los
necesitados. Por caso, 5 mil pesos para el personal de salud sólo alcanzan para
una compra de menos de medio carrito para una familia, que tiene que comer todo
el mes, además de atender servicios y otros gastos.
Los 10.000 pesos por única vez del IFE fue pedido por 11.3
millones y se lo adjudicaron a menos de 7 millones, duplicando la cifra que
estimaba el gobierno. Los más de 4 millones que vieron denegadas o demoradas su
solicitud, depurados de algunos vivos que siempre hay, albergan a una mayoría
que realmente necesita IFE. Aun recibiéndola, les servirá de alivio para diez
días. ¿Y después?
A mediados de mayo se dará el pico del coronavirus, con
mayor «gasto» estatal en salud, más compras de material y hospitales no
colapsados pero sí a tope. Eso supondrá más erogaciones del fisco, a su vez
disminuido drásticamente en sus ingresos por la recesión y menor recaudación.
La cuarentena en su segunda etapa, con leve flexibilización,
agravará esa recesión al menos hasta el 27 de abril y presumiblemente con nueva
fase en mayo. Eso demandará nuevas necesidades del gobierno para invertir en
salud y en subsidios a millones de compatriotas que deben salvarse del virus,
pero también de la pobreza, el hambre y otras pestes del capitalismo
dependiente.
El gobierno tendrá que ampliar sus miras. La asistencia no
sólo debe ir a los más humildes: hay amplias capas medias que también demandan
atención. No es sólo el obrero de la construcción que no puede hacer changas.
Tampoco el electricista, jardinero, pintor, peluquero, cocinero, mono tributistas
de C y D, psicólogos, profes de gimnasia, fisioterapeutas, artesanos, libreros,
mozos, paseadores de perros y cincuenta oficios y profesiones más.
Incluso, algo que tiene en cuenta AF, pero sin mayor eco
práctico, el Estado debe asistir más a 600.000 empresas pequeñas y medianas que
están cayendo, con muchas cerradas, por falta de actividad. No tienen cómo
pagar los sueldos de sus empleados. Los famosos créditos de bancos al 24 por
ciento de interés para esos fines no están saliendo por negativa de los banqueros.
El gobierno, por más buena intención que tenga, no puede
seguir imprimiendo billetes porque hay un límite, traspasado el cual esa
emisión se vuelve como bumerán en forma de inflación y otros males. El Banco
Central emitió desde comienzo de año 600.000 millones de pesos, la mayor parte
para ayudar a combatir la pandemia. Eso no puede seguir «pum para arriba». Hay
que ir arriba, bien arriba, pero afectando a los que más tienen.
AF tendría que jugar a fondo en el área económica, afectando
a los grupos concentrados para contar con fondos frescos reales y asistir a
millones de compatriotas.
Deshojando la margarita.
Determinados gestos y políticas de amplitud, son necesarias
en esta coyuntura, pero llevadas al extremo terminan siendo negativas.
Fernández está muy preocupado por dar una imagen de plural,
atrayendo a su entorno a Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales, Jorge
Macri y otros dirigentes de Cambiemos. Esos «camaradas de ruta» son ya un
contrapeso para la decisión de tomar medidas económicas de fondo.
El núcleo kirchnerista del Frente de Todos hizo trascender
hace varios días que Máximo Kirchner pergeñaba un proyecto de impuesto sobre
quienes en 2016 blanquearon dólares no declarados en el exterior. Ese blanqueo
macrista-massista fue de 110.000 millones de dólares.
El macrismo puso el grito en el cielo contra el impuesto,
con tres instrumentos de hacerse oír: sus legisladores se opusieron de plano,
los medios de incomunicación fulminaron de inconstitucionalidad a aquella
iniciativa y los cacerolearos fueron mandados a hacer ruido en la Capital.
Eso fue suficiente para que el oficialismo retrocediera en
chancletas. El presidente descartó la idea en reportaje con Joaquín Morales
Solá, uno de los interlocutores en los medios concentrados buscados para ganar
su benevolencia política.
Como la gravedad de la situación y la necesidad de fondos
reales siguió en ascenso, la bancada del Frente de Todos mantuvo y reacomodó su
idea original. En vez de afectar los dólares blanqueados, apuntó a un impuesto
a los bienes personales que superen determinado alto monto. Un impuesto a las
grandes fortunas, con Carlos Heller como diputado encargado.
Las descalificaciones de la derecha y multimillonarios no
amainaron. Siguieron mostrando los dientes frente al impuesto, de diversas
maneras. No hace falta ser un lince para darse cuenta que la confirmación de
Techint de despedir a 1.450 trabajadores de la construcción fue un mensaje
directo a Olivos: si me afectan con impuestos voy a despedir a miles más. Otros
colegas de monopolios amigos harán otro tanto y los afectados van a protestar
duro contra el gobierno; el idilio de la gente con Fernández se habrá
terminado. Esa fue la «autodefensa» esgrimida por Paolo Rocca, el miserable.
El impuesto a las grandes fortunas tiene buena base. La DGI
de Mercedes Marcó del Pont informó haber recibido de agencias colegas de los
países de la OCDE la data de cuentas de 950 argentinos con depósitos en el
exterior de más de un millón de dólares cada uno. El cálculo es que esa gente,
de algún modo hay que llamarla, tiene 2.600 millones de dólares no declarados o
mintiendo con tener una cantidad muy inferior a la real.
Todas las voces, incluso opositoras, pueden ser bienvenidas
si sintonizan en luchar contra la pandemia. Pero esa fase ya terminó. Ahora no
es hora de fotos con el jefe de gobierno de la CABA sino de sumar a todos los
sectores políticos y sociales, comenzando desde abajo, por las organizaciones
sociales y políticas del ancho campo nacional y popular. Sólo así habrá una
masa crítica y anchas espaldas para sostener decisiones trascendentes como el
impuesto a las grandes fortunas.
Las cosas no pueden quedar ahí, en un impuesto
extraordinario una vez en la vida. Hay que cobrarlo todos los años, con una
alícuota alta, y avanzar sobre otros responsables a los que la crisis dejó en
offside. Las campanas doblan por la Patria Financiera y piden una
nacionalización de la banca.
ortizserg@gmail.com
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