Por Carolina Vásquez Araya:
Radicalización de derechas y mentiras sin disimulo: la
política latinoamericana.
La criminalización de las protestas ciudadanas en el mundo
ha sido la respuesta de los centros de poder económico y político, amenazados
con la pérdida de privilegios y espacios de decisión. Las calles han hablado
claro y, como respuesta, han recibido los duros golpes de la represión. Sin
embargo, los diques van cediendo cada vez más y aquella ciudadanía indecisa y
acomodada comienza ya a decantarse por la protesta. Sin embargo, aun cuando los
cuerpos institucionales armados y entrenados para contener la frustración de
los pueblos han causado muertes y daños severos a quienes expresan su
descontento con el sistema, la dinámica es ya difícil de contener a pesar de
tácticas represivas más propias de situaciones de guerra que de contención de
manifestaciones ciudadanas.
Ante esta realidad, se han disparado desde el corazón del
imperio neoliberal los mecanismos de la nueva Guerra Fría y, sin disimulo
alguno, los presidentes sumisos al poder económico abren las compuertas y
permiten la intervención de elementos capaces de hacerles la tarea sucia:
acallar las protestas y fortalecer a esos gobiernos, no importando cómo ni a
qué precio. Hoy Chile es un espejo en donde se puede ver la mano externa que
viene al rescate de un sistema caduco y fracasado. Por supuesto, cuenta con la
indudable complicidad del puñado de familias poderosas y sus círculos de
influencia, aterrados con la perspectiva de ver afectados sus intereses en el
corto plazo.
El presidente chileno, uno de los hombres más acaudalados
del continente y también uno de los más despreciados en su propio país, se ha
revelado en toda su pequeñez al sabotear la COP25, importante cumbre sobre el
cambio climático, en donde el gobierno chileno dejó en evidencia su decisión de
sacrificar el futuro del planeta en una balanza cuyo peso mayor es el beneficio
particular de los sectores corporativos, en cuyas operaciones reside el mayor
peso de la degradación ambiental del globo. La fracasada intervención de Chile
en el evento y su presentación de un texto alejado de los Acuerdos de París fue
la ratificación de una postura contraria a las evidencias científicas, pero
sobre todo su indiferencia ante la creciente preocupación de los pueblos por
los nocivos efectos de las emisiones de carbono provocadas por la industria.
En otros países de la región se comienza a perfilar un
retroceso a los años de la Guerra Fría, cuando la estrategia de intervención
desde Estados Unidos era totalmente abierta y descarada. En Bolivia, por
ejemplo, puso a funcionar a su títere mayor –la OEA- hasta conseguir sacar del
poder al único mandatario del continente que había realizado un trabajo
sorprendente en uno de los países más golpeados y desiguales de América Latina.
Esto, quizá, como respuesta a su fracaso en las elecciones de Argentina, en donde
la balanza hacia el socialismo le asestó un duro revés. Mientras tanto, el
discurso moralista –democracia, derechos humanos y lucha contra las drogas- no
resiste el menor análisis cuando se observa la manera cómo el Departamento de
Estado actúa frente a los crímenes cometidos por gobiernos mucho más débiles y
corruptos, como el guatemalteco, para asegurarse el uso del territorio de esa
nación en su política anti inmigrantes. Estos peleles, obedientes ante el poder
supremo de las grandes corporaciones y los gobiernos del primer mundo, son
incapaces de comprender los alcances de su traición y arrastran a sus naciones
sin el menor escrúpulo, hacia la miseria y la destrucción.
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