La iniciativa de los burócratas de la CGT de que la Iglesia
santifique a Eva Perón generó debates. Muchos autores de «milagros» son
argentinos y no precisamente santos.
Varios capitostes de la excentral obrera devenida en
sindicalista-empresarial solicitaron al arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli,
que inicie el proceso de beatificación de Eva Perón. La extraordinaria mujer
fallecida en 1952 ya está en una alta consideración política de gran parte de
los argentinos. Una minoría sigue mirando con simpatía la criminal consigna de
«Viva el cáncer» que los golpistas de los años ’50 pintaron festejando por
adelantado su muerte.
Evita, como la llamaban cariñosamente, se ganó a pulso ese
lugar admirado, trabajando a favor de los humildes y los trabajadores,
promoviendo el voto de las mujeres, buscando insuflar en el peronismo un germen
revolucionario, desafiando a los oligarcas y alertando contra los traidores al
interior de su movimiento.
Esa última advertencia es pertinente hoy, por ejemplo, respecto
a personajes como Sergio Massa, que estuvo a principios de octubre en el
Departamento de Estado y recibió el paquete cartera respecto a cómo debería
comportarse el futuro gobierno. Le plantearon que Argentina no salga del Cartel
del Lima, el segmento más pútrido de la OEA; que no se acerque a la Venezuela
de Nicolás Maduro y que no le abra puertas a la mayor participación de China en
nuestro país.
Si se respetasen esos criterios la administración Trump
prometió usar su influencia en el FMI para ablandar ciertos criterios en la
negociación con Argentina por la abultada deuda externa.
La advertencia de Eva Perón también fulminaba a los
traidores de adentro. Supo decir: «los dirigentes peronistas que forman
círculos personales sirven a su desmesurada ambición. Para mí esos no son
peronistas; son oligarcas, son ídolos de barro» (Eva Perón, Historia del
peronismo, pág. 83).
A contramano de esa historia y de la calidad política del
personaje real, los popes de Azopardo 802 pidieron que se la santifique. Tramitan
un lugar y condición que ella no deseó y que la gente que la aprecia no pidió.
Eva está en sus corazones y no necesita milagros para permanecer allí.
Los autores de la iniciativa, Daer, Acuña, Piumato y Sola,
son responsables de otro verdadero «milagro». Lograron con su complicidad con
el gobierno de Mauricio Macri, el FMI y las grandes patronales, que el tremendo
ajuste, endeudamiento, pobreza, desocupación y hambre no reventara en Argentina
como en Ecuador, Haití y Chile. Los trabajadores argentinos no van a pedir que
santifiquen a Daer y demás coautores de ese «milagro» que describió Nicolás
Dujovne: por primera vez no caía un gobierno que ejecutaba un ajuste de ese
tamaño.
Milagros macristas.
Que el ingeniero de la coimera Socma se convirtiera en el
primer presidente de derecha elegido por el voto en 2015 podría considerarse el
milagro del PRO. Hasta ese momento los derechosos llegaban a la Casa Rosada
desde corrientes degeneradas de partidos de raíz popular, como el peronismo y
radicalismo, o bien eran generales con tanques y aviones en vez de votos.
En estos cuatro años que por fin están terminando, Macri fue
batiendo récords o milagros negativos. Por caso, llevar el dólar de 9,50 a 64
pesos supuso una devaluación del 560 por ciento. Y es sabido que esos saltos
del verde billete golpean durísimo el bolsillo de los que tienen que comprar
pan a 140 pesos, carne a 350, boleto de colectivo a 30 y pagar boletas de luz y
gas con un 3.000 por ciento de aumento en cuatro años.
La inflación de 2015, del orden del 20 por ciento anual, mal
medida por el INDEC, será este año cercano al 60 por ciento; ese guarismo no es
el que tendrán los salarios, las jubilaciones ni los planes sociales.
Toda esa obra destructiva pegó sin anestesia sobre la
población y explican en buena medida el resultado de las urnas con una derrota
clara del gobierno. El que siembra ajustes recoge tempestades de votos en
contra, aun cuando haya tenido una financiación extra del FMI de 43.000
millones de dólares para financiar la campaña más cara de la historia.
Sólo en la semana previa a la elección el Banco Central
dilapidó 2.700 millones de dólares para aparentar normalidad, pero igual la
fórmula de Juntos por el Cambio resultó derrotada por 8 puntos que pueden ser
uno o dos más. Otro milagro macrista: primera vez que un presidente iba por la
reelección y fracasaba en el intento.
De todos modos, nobleza obliga, se debe reconocer que -en
esa dura derrota – el vencido logró 2.35 millones de votos más que en las PASO,
achicando los 15 puntos que le había sacado entonces Alberto Fernández. ¿Cómo
lo hizo? Para muchos fernandistas, lo logró con fraude, gracias a Smartmatic y
otras malas mañas. Sin embargo, el escrutinio definitivo en 10 provincias
reveló que respecto del provisorio del 27 y 28 de octubre, el Frente de Todos
sumó 74.097 votos más y Juntos por el Cambio aumentó 42.181.
Si el escrutinio definitivo en los otros 14 distritos
faltantes anduviera en esos parámetros, querría decir que no hubo fraude sino
un postrer milagro oligárquico. Habría llegado a la tabla del 40 por ciento de
votos a nivel nacional, perdedores pero suficientes para no ahogarse en esas
olas crecidas. Pudo aferrarse a ese flotante impulsado por el 30 por ciento del
centro-derecha y derecha histórica, de raíz gorila y medio pelo, y una
sumatoria de votos provenientes de otras fórmulas no competitivas y/o aliadas,
de la ultraderecha y del lavagnismo y schiarettismo.
Ese pequeño milagro de llegar al 40 por ciento no puede
ocultar que el gran milagro no ocurrió. El «Sí, se puede» no podía ser. No fue.
El globo amarillo se reventó.
¿Milagro de Alberto?
Las mentes inclinadas a creer en fenómenos mágicos ya están
hablando del milagro de Alberto Fernández. De un político poco conocido hasta
el 18 de mayo pasado, cuando lo ungió como su preferido Cristina, pasó a ser el
presidente electo y aclamado dentro del país y el extranjero. En este momento
está en México donde se reunirá con el presidente López Obrador y por separado
con empresarios como el multimillonario Carlos Slim (Telmex y Claro, entre
otras multis).
¿Podrá el futuro presidente encontrar una solución a los
dramas?
El interrogante queda abierto por cinco razones.
Uno, que el incendio es mucho más devastador que el que el
kirchnerismo recibió en 2003. Con nuevos aumentos de naftas y tarifas, y más
pérdidas de reservas del Central, se agravará hacia el 10 de diciembre.
Otro, que el equipo no está aún organizado, aunque ya han
trascendido algunos nombres. La cartera de Economía, clave, todavía no está
ocupada. En la nueva administración habrá buenos políticos y otros que se están
reciclando después de actuar por años con otros fines, caso del tigrense.
Un tercer elemento adverso es que el casi resucitado Macri,
que ahora invita a su vencedor a un desayuno, pasará a la oposición usando
todas las malas artes que es capaz de usar.
El cuarto factor son las clases dominantes que dicen van a
colaborar con el nuevo gobierno, pero conociendo el paño se puede suponer que
buscarán seguir con sus ganancias extraordinarias. No habrá un milagro de
bondad de los bancos, energéticas y exportadoras. La propia UIA, la más cercana
a AF, dijo que no basta con pactar salarios y precios, sino que quiere una
disminución de impuestos cuanto antes, créditos del Estado y modificar
convenios laborales en camino a una reforma de fondo.
Y el quinto elemento a tener en cuenta, como obstáculo y
peligro para la democracia y Estado de derecho a recuperar es la política del
imperio. Como se dijo, el Departamento de Estado transmitió a su amigo Massa
sus objetivos generales. Luego se dividieron el trabajo. Los policías «buenos»
fueron el FMI y Donald Trump. Kristalina Georgieva dijo que estaba lista para
colaborar con la Argentina y el magnate habló por teléfono con Fernández y le
expresó que estaba listo para buscar entendimientos y conocerlo personalmente.
El policía «malo» fue el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, quien planteó:
«Argentina tiene un compromiso con el Fondo Monetario Internacional y nuestra
expectativa es que este gobierno cumpla con ese compromiso»
La pelota está picando en el campo de Alberto y Cristina. La
mala fe del macrismo y el bloque de los monopolios se puede ver en dos
anécdotas.
Perfil publicó que el presidente electo se enfermó y estaba
internado en el Otamendi. Era falso. Clarín y La Nación aseguraron que Cristina
digitó con Parrilli quiénes podían subir al palco el domingo 27, para dejar
afuera a los gobernadores.
Y que por eso Alberto
fue a Tucumán, y tuvo un palco que excluyó a los K. Obvio que están creando
tensiones y quieren rupturas en el Frente de Todos.
Más allá de esas maldades, lo cierto es que la herencia de
la deuda será maldita. Martín Guzmán, economista de Columbia University y
asesor del Nobel Joseph Stiglitz, le propuso al equipo de Fernández que «para
salir de la espiral recesiva, no habría que pagar deuda por tres años».
¿Se atreverá a eso Fernández? Sería un milagro. Si se anima
y moviliza, no sería un santo, pero podría convertirse en un líder popular como
esa mujer que muchos consideran santa sin pedir permiso vaticano.
ortizserg@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario