Por Carolina Vásquez Araya:
La estrategia de terror impulsada por Piñera solo añade más
carbón a la hoguera.
Cuando un pueblo pierde el miedo es cuando los gobernantes
–demócratas o no- deben empezar a reflexionar sobre las causas e iniciar un
proceso de cambio. Todo lo contrario, hacen los dictadores: refuerzan sus
dispositivos de represión, siembran el terror entre los manifestantes,
asesinan, torturan y violan como modo de dejar bien establecido su poder y,
finalmente, terminan por transformarse en aquello que eran desde un principio
detrás de la máscara de la democracia y la institucionalidad. Esto ha sucedido
con el régimen neoliberal de Chile, un sistema impuesto desde el corazón del
imperio y el cual ha dejado en la miseria a millones de seres humanos alrededor
del mundo.
La juventud chilena, con una trasgresión transformada en
símbolo –la evasión del pago del Metro de Santiago- rompió los diques de una
sociedad que se ha visto arrinconada tras decenios de abuso y marginación,
empobrecimiento de sus capas medias, pauperismo en sus segmentos más pobres y
el enriquecimiento ilícito –aunque legalizado- de un mínimo porcentaje de
privilegiados que observan desde sus trincheras económicas cómo se hunde el
país. Esa juventud, que no vivió la dictadura en carne propia, comprendió bien
que la subordinación a un sistema depredador e injusto no es la vía para acceder
a un futuro de bienestar y desarrollo.
Lo sucedido desde entonces, ya es historia y ha provocado
una avalancha de reacciones a nivel mundial: millones de personas se congregan
en inmensas manifestaciones exigiendo, por fin, el cambio necesario. Entre otras
demandas, además de la renuncia del presidente y sus ministros, exige una nueva
constitución para derogar los lineamientos impuestos por la dictadura, y
cambios sustanciales en la administración pública, entre otros: los servicios
de salud; el sistema de pensiones; el acceso al agua; al mar; la
nacionalización de recursos nacionales que hoy alimentan fortunas privadas; la
educación pública y, por encima de todo, la erradicación de toda clase de
violencia ejercida desde el Estado contra la población.
Los muertos y heridos como consecuencia de la represión
militar y de carabineros habla claro sobre el miedo del gobernante y sus
huestes económicas. Temen perder los privilegios mal habidos y demuestran tal
pánico a la fuerza popular que han traspasado todos los límites, convirtiendo
al país en un campo de batalla en donde predominan el abuso y la violencia
estatal. La presión hacia los medios de comunicación afines al régimen es solo
una de sus tácticas más perversas, también han intentado satanizar las protestas
iniciando una serie de ataques planificados por sus cuerpos uniformados, con el
propósito de instalar una imagen de terrorismo; han acusado a otros países de
haberse infiltrado provocando el conflicto, han criminalizado a la juventud y
han implementado toda clase de mecanismos fascistas, como las violaciones
sexuales, la tortura y los ataques armados directos contra manifestantes
desarmados y pacíficos.
El Estado chileno bajo el mando del presidente Piñera está
cometiendo un crimen, pero un crimen imperfecto. La máscara les ha quedado
pequeña y hoy, gracias a quienes han documentado los detalles de los ataques de
carabineros y militares y también a las declaraciones de algunos funcionarios
que han comenzado a revelar detalles sobre las ilegalidades cometidas por las
autoridades, ya la pobre reputación del gobierno de Chile se revela de cuerpo
entero. Chile ha dejado de ser ejemplo para el mundo; hoy se conoce en detalle
y a todo color de qué males padece el sistema dorado de su neoliberalismo.
elquintopatio@gmail.com
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