sábado, 19 de octubre de 2019

En pos del pensamiento descolonizado de nuestra América


Por Homar Garcés;

Transcurridas las primeras décadas del presente siglo, se puede repetir con igual intención lo que el Apóstol de la independencia cubana, José Martí, dijera sobre los gobernantes yanquis: “Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: ‘esto será nuestro, porque lo necesitamos’. Creen en la superioridad incontrastable de la ‘raza anglosajona contra la raza latina’. Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros”. En razón de semejante derecho, los imperialistas gringos enarbolan la doctrina Monroe y su “destino manifiesto” para usufructuar a su libre antojo las riquezas naturales y mantener una hegemonía indisputable sobre los mercados existentes al sur del río Bravo.


Con la finalidad de asegurar tal cometido, se procede a la negación de lo autóctono, de las raíces históricas de nuestros pueblos mestizos -en complicidad con las clases dominantes endógenas- lo que significa negarles el derecho de reconocerse en su propia historia, y aceptándose fatalmente, en consecuencia, como válida la estrategia de occidentalización de nuestra América, la cual -entre otras cosas- apenas permite visibilizar algunas manifestaciones artístico-culturales bajo la clasificación genérica de tradiciones y folklore. Esto se acentuó con la implantación del modelo capitalista neoliberal, haciéndose creer que es imprescindible (e ineludible) desprenderse de cualquier tipo de identidad localista o nacionalista para acceder, por la puerta grande, al ansiado mundo desarrollado del capitalismo contemporáneo.

En abierto contraste con esta realidad recurrente de nuestra América (víctima, primero, del colonialismo y la expoliación de España y, luego, del neocolonialismo y la expoliación de Estados Unidos) se impone, como ya lo determinaran algunos estudiosos de tal realidad, la búsqueda incesante y diversificada de un pensamiento autónomo que, sin dejar de estar enlazado con el pasado de luchas de los sectores populares marginados, sea también cosmopolita. Ahondando algo en este punto, a la globalización neoliberal habría que oponérsele una globalización emancipatoria contrahegemónica, entendida como una globalización plural y pluralista, contraria al pensamiento único que acompaña a aquella, por lo que se requiere una alta dosis de creatividad, innovación, herejía y subversión. Esto pasa, igualmente, por el reconocimiento entre los diversos movimientos que la integren de nexos afines, sin perder por ello su autonomía.

¿Contra qué podría rebelarse este pensamiento autónomo y, por tanto, descolonizado de nuestra América? En primera instancia, contra la alienación y la cosificación de las cuales son objeto sus pobladores bajo el régimen capitalista, en lo que representa -por sus muchas implicaciones- un formidable desafío en el orden teórico. Luego, quizás de una manera más inmediata, se haría lo propio respecto al ejercicio de la democracia, partiendo del cuestionamiento reiterado de sus deficiencias y formalidades. En esta reflexión, podría recurrirse a lo producido intelectualmente desde nuestra América, incluyendo, entre otros aportes producidos en esta vasta región, lo relacionado con la teoría de la dependencia, liberación, la teología de la liberación y la filosofía de la liberación, en lo que conformaría un conjunto de búsquedas de cambios dirigidos a una emancipación más plena e integral.

Como parte de este proceso en pos del pensamiento descolonizado de nuestra América, habría que entender y afianzar la política bajo una nueva concepción, esto es, hacer de ésta un proyecto ético, en vez de la práctica tradicional de control de la ciudadanía o como escenario de lucha de intereses encontrados. Lo mismo habrá que entender respecto a lo social como práctica política. De acuerdo con Leonardo Boff, habrá que forjar una ciudadanía activa que se exprese creadoramente en una serie de dimensiones que permitan concretar un modelo civilizatorio verdaderamente humanizado:

1) Político-participativa, 2) económico-productiva, 3) popular-incluyente, 4) con-ciudadana, 5) ecológica y 6) terrenal. Es, en resumidas cuentas, una subversión generalizada en abierta oposición a la hegemonía del capital y su garante, el Estado burgués-liberal, en todas sus formas. Esto impulsaría una radicalización profunda de la práctica y el concepto de la democracia desde el punto de vista de lo social, en lo que sería más bien una teorización ecologista, pragmática además, ajena a las diversas estructuras de poder vigentes; lo que implica poner en marcha un serio cuestionamiento de las mismas y la búsqueda de opciones válidas que contribuyan efectivamente al logro de la descolonización cultural-ideológica y, por ende, a una liberación menos retórica (y más real) de los pueblos de nuestra América. - 
mandingarebelde@gmail.com

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