Por Homar Garcés;
Transcurridas las primeras décadas del presente siglo, se
puede repetir con igual intención lo que el Apóstol de la independencia cubana,
José Martí, dijera sobre los gobernantes yanquis: “Creen en la necesidad, en el
derecho bárbaro, como único derecho: ‘esto será nuestro, porque lo
necesitamos’. Creen en la superioridad incontrastable de la ‘raza anglosajona
contra la raza latina’. Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron
ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de
Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros”. En razón
de semejante derecho, los imperialistas gringos enarbolan la doctrina Monroe y
su “destino manifiesto” para usufructuar a su libre antojo las riquezas
naturales y mantener una hegemonía indisputable sobre los mercados existentes
al sur del río Bravo.
Con la finalidad de asegurar tal cometido, se procede a la
negación de lo autóctono, de las raíces históricas de nuestros pueblos mestizos
-en complicidad con las clases dominantes endógenas- lo que significa negarles
el derecho de reconocerse en su propia historia, y aceptándose fatalmente, en
consecuencia, como válida la estrategia de occidentalización de nuestra
América, la cual -entre otras cosas- apenas permite visibilizar algunas
manifestaciones artístico-culturales bajo la clasificación genérica de tradiciones
y folklore. Esto se acentuó con la implantación del modelo capitalista
neoliberal, haciéndose creer que es imprescindible (e ineludible) desprenderse
de cualquier tipo de identidad localista o nacionalista para acceder, por la
puerta grande, al ansiado mundo desarrollado del capitalismo contemporáneo.
En abierto contraste con esta realidad recurrente de nuestra
América (víctima, primero, del colonialismo y la expoliación de España y,
luego, del neocolonialismo y la expoliación de Estados Unidos) se impone, como
ya lo determinaran algunos estudiosos de tal realidad, la búsqueda incesante y
diversificada de un pensamiento autónomo que, sin dejar de estar enlazado con
el pasado de luchas de los sectores populares marginados, sea también
cosmopolita. Ahondando algo en este punto, a la globalización neoliberal habría
que oponérsele una globalización emancipatoria contrahegemónica, entendida como
una globalización plural y pluralista, contraria al pensamiento único que
acompaña a aquella, por lo que se requiere una alta dosis de creatividad,
innovación, herejía y subversión. Esto pasa, igualmente, por el reconocimiento
entre los diversos movimientos que la integren de nexos afines, sin perder por
ello su autonomía.
¿Contra qué podría rebelarse este pensamiento autónomo y,
por tanto, descolonizado de nuestra América? En primera instancia, contra la
alienación y la cosificación de las cuales son objeto sus pobladores bajo el
régimen capitalista, en lo que representa -por sus muchas implicaciones- un
formidable desafío en el orden teórico. Luego, quizás de una manera más
inmediata, se haría lo propio respecto al ejercicio de la democracia, partiendo
del cuestionamiento reiterado de sus deficiencias y formalidades. En esta
reflexión, podría recurrirse a lo producido intelectualmente desde nuestra
América, incluyendo, entre otros aportes producidos en esta vasta región, lo
relacionado con la teoría de la dependencia, liberación, la teología de la
liberación y la filosofía de la liberación, en lo que conformaría un conjunto
de búsquedas de cambios dirigidos a una emancipación más plena e integral.
Como parte de este proceso en pos del pensamiento
descolonizado de nuestra América, habría que entender y afianzar la política
bajo una nueva concepción, esto es, hacer de ésta un proyecto ético, en vez de
la práctica tradicional de control de la ciudadanía o como escenario de lucha
de intereses encontrados. Lo mismo habrá que entender respecto a lo social como
práctica política. De acuerdo con Leonardo Boff, habrá que forjar una
ciudadanía activa que se exprese creadoramente en una serie de dimensiones que
permitan concretar un modelo civilizatorio verdaderamente humanizado:
1) Político-participativa, 2) económico-productiva, 3)
popular-incluyente, 4) con-ciudadana, 5) ecológica y 6) terrenal. Es, en
resumidas cuentas, una subversión generalizada en abierta oposición a la
hegemonía del capital y su garante, el Estado burgués-liberal, en todas sus
formas. Esto impulsaría una radicalización profunda de la práctica y el concepto
de la democracia desde el punto de vista de lo social, en lo que sería más bien
una teorización ecologista, pragmática además, ajena a las diversas estructuras
de poder vigentes; lo que implica poner en marcha un serio cuestionamiento de
las mismas y la búsqueda de opciones válidas que contribuyan efectivamente al
logro de la descolonización cultural-ideológica y, por ende, a una liberación
menos retórica (y más real) de los pueblos de nuestra América. -
mandingarebelde@gmail.com
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