Por Leandro Albani:
El periodista Ricardo Ragendorfer habla con La tinta sobre
“Patricia. De la lucha armada a la Seguridad”, la biografía de la ministra más
temible del gobierno de Cambiemos.
Desde la fundación de la República Argentina, las familias
Bullrich, Luro y Pueyrredón sostuvieron los cimientos liberales de un país
nacido al calor de disputas intestinas, genocidios, persecuciones e intrigas
políticas. Esos tres apellidos son los que lleva en su documento de identidad
la actual ministra de Seguridad. Aunque Patricia Bullrich Luro Pueyrredón
comenzó su militancia política al ritmo de la efervescencia de la década de
1970, enrolada en la Juventud Peronista (JP) y Montoneros, los años
transcurridos demuestran que La Piba –uno de sus tantos apodos- siempre tuvo
claro su horizonte: escalar peldaños, acaparar poder, figurar entre los
vencederos y no dudar en dar saltos mortales que siempre la dejaron bien
parada.
La historia y la trayectoria política de Bullrich fue
investigada hasta el mínimo detalle por el periodista Ricardo Ragendorfer,
autor de libros como La Bonaerense (junto a Carlos Dutil), La secta del
gatillo, Crónicas de la vida turbia y Los doblados.
(Imagen: La tinta)
Patricia. De la lucha armada a la Seguridad, publicado hace
apenas unas semanas por la editorial Planeta, es una radiografía de la ministra
más temible y polémica de la administración de Mauricio Macri. Pero el libro
también se convierte en un recorrido por las últimas décadas políticas del
país, en las cuales Bullrich fue una operadora que osciló entre las directivas
de personajes como Rodolfo Galimberti, Antonio Cafiero, Carlos Menem, Fernando
de la Rua, hasta llegar a convertirse en la principal impulsora de las políticas
represivas del gobierno de Cambiemos. A su vez, muestra las “funciones”
cumplidas por Bullrich para alcanzar la “reconciliación” con los represores de
la última dictadura militar, y sus vínculos con los bajos fondos de los
servicios de inteligencia de Argentina.
¿Cómo surge la idea del libro?
Originalmente, fue un ofrecimiento editorial. Al principio,
no me entusiasmó del todo, porque no me agradaba la idea de tener que dedicarle
algunos meses de mi vida a esta mujer. Pero a las pocas horas empecé a sentir
bajo mis talones el costillar de Rocinante. Y me empecé a entusiasmar, porque
comprendí que, a través de la vida y la trayectoria de Bullrich, podía relatar
más de cuarenta años de historia argentina. También comprendí que era un libro
urgente que desemboca en el macrismo. Si el macrismo de por sí es un régimen
nefasto, el rol que le cupo a Bullrich es el más espantoso de este régimen
nefasto. En ese sentido, era una historia que merecía ser escrita.
¿Cómo describís la relación tan cercana que durante tantos
años tuvo con Rodolfo Galimberti?
Ella es una especie de animal político amaestrado por
Galimberti. Sabemos que Bullrich accede a él por un lazo familiar: Galimberti
era pareja de su hermana Julieta. Galimberti le abre las puertas a un mundo en
el cual ella podía encontrar algo así como su identidad.
Bullrich es una especie de fiel escudera de esa personalidad
sinuosa y ambigua que era Galimberti. Junto a él, vive determinadas situaciones
que la van a marcar para siempre. Por ejemplo, uno de los grandes hallazgos del
libro fue haber descubierto un detalle del secuestro de los hermanos Jorge y
Juan Born, que durante 43 años estuvo oculto: uno de los muertos durante el
secuestro de los Born, en el cual Patricia tuvo un rol incidental porque le
hicieron hacer un par de tareas de inteligencia precisas -como monitorear el
tránsito de la zona del hecho-, aunque tal vez sin que ella supiera quiénes
eran los blancos. En esa operación, cuyo mando táctico estuvo a cargo de
Galimberti, y el mando estratégico a cargo de Roberto “El Negro” Quieto, mueren
dos personas: el chofer, que en el momento de la emboscada manotea la guantera
para sacar un arma, y un señor que estaba sentado al lado, y que ese día no
tenía que estar en ese auto. Por esas cosas de la vida, sí estaba y muere
ametrallado.
Esa misma noche se supo que ese hombre era un gerente de
Molinos Río de La Plata, que esa mañana había tenido la mala ocurrencia de ir a
desayunar con Jorge Born. Ese hombre se llamaba Alberto Bosch. De casualidad, y
43 años después, pude determinar que Alberto Bosch era el tío segundo de
Patricia. Desde luego, ese tipo de situaciones repercuten en el espíritu de una
persona joven y hace que establezcan pactos duraderos con quienes motorizaron
esa circunstancia.
Es muy interesante leer el capítulo donde armas el árbol
genealógico de Bullrich, que se remite a los padres fundadores liberales de
Argentina.
Me impresionó mucho que el primer Bullrich que llega a este
país es August Bullrich, un mercenario alemán que es capturado por las tropas
de las Provincias Unidas del Río de La Plata, en la batalla de Ituzaingó,
durante la guerra con Brasil. Este hombre se casa con una chica criolla, hija
de un hidalgo español, que fue fusilado por Juan Martín de Pueyrredón luego de
la famosa conspiración de Álzaga contra el Primer Triunvirato. Por otra parte,
Juan Martín de Pueyrredón años después se casa con una jovencita de 13 años,
cuyo padre también había sido fusilado por Pueyrredón en esas mismas
circunstancias. Los lazos del azar hacen que esas dos familias, que
desembocarían años después en Patricia Bullrich, estuvieran anudadas por cosas
tan extremas como un paredón.
Tanto los Bullrich, a través de Adolfo Bullrich, hijo de
Augusto, el rematador que hizo su fortuna en base a las tierras ganadas a los
indios durante la Campaña del Desierto, y los Luro, que es la otra rama materna
de los Bullrich, se ven anudados por la señera figura de Julio Argentino Roca,
tanto en la Campaña del Desierto como en la función pública cuando era
presidente. En ese sentido, hay una especie de simbolismo con lo que, casi un
siglo y medio después, haría Patricia Bullrich en el sur del país con su
ofensiva contra el pueblo mapuche.
¿En la década de 1980 se ve más clara la sinuosidad política
de Bullrich?
Es una característica de ella, pero no es que cambia. Toda
esa travesía y esa parábola de esa metamorfosis desembocan en una certeza:
Patricia sigue siendo la misma. Eso significa que, de algún modo, su proyecto
político no es otro que la acumulación de poder, sea donde sea. La acumulación
de poder y de otras cosas, porque desde fines de la década de 1970 descubro que
Galimberti tiene una obsesión en la cual, para saciarla, Patricia lo sigue a
pie juntilla, que es la guita del rescate por el secuestro de los Born. Eso,
más allá de las diferencias políticas con la conducción de Montoneros, motoriza
la animosidad que tenía Galimberti hacia la conducción. Galimberti, que había
participado en el secuestro de los Born, no mordió ni un solo billete de los 60
palos verdes que se cobró por el rescate.
En consecuencia, la fractura galimbertista de 1979, con la
cual se crea el efímero Peronismo Montonero Auténtico (PMA), tiene por objetivo
esa guita. También tiene ese objetivo la posterior reinserción y reconciliación
de Galiberti con la conducción nacional en el Peronismo Revolucionario, que era
el sello bajo el cual se cobija la estructura residual de Montoneros para
seguir existiendo en 1980, y así volver a morder esa guita. Su idea era
meterse, crear otra escisión y esta vez sí quedarse con la guita, lo cual no lo
logra. Finalmente, araña algunos manguitos de esa fortuna cuando es convocado
por Born para ser testigo en la demanda a la familia Graiver por la
recuperación de los 17 millones de dólares que Montoneros les había dado para
reinsertarlos en el circuito legal.
Es para destacar la participación de Patricia en el proyecto
que encabeza Galimberti por establecer un pacto de reconciliación con los
represores de la dictadura. Alfonsín, al enjuiciar a las Juntas Militares firma
un decreto para enjuiciar a las cúpulas guerrilleras, y Galimberti queda en off
side. Entonces toma una posición muy crítica ante la teoría de los dos
demonios, pero no planteando que había un solo demonio que declaró una
persecución sangrienta y con fines de exterminio contra toda la sociedad
argentino, sino que plantea lo que llamo la “teoría de los ángeles caídos”, que
consistió en poner en un mismo plano de inocencia penal a los represores y a
los guerrilleros.
Y Patricia aboga por eso. Incluso, ellos se relacionan con
Guardia de Hierro por dos razones. La primera, porque Alejandro “El Gallego”
Álvarez, que era el líder de Guardia de Hierro, a fines de 1982, después de la
guerra de las Malvinas, había elaborado un documento que se llamaba “Unidad de los
combatientes”, donde planteaba la “teoría de los ángeles caído” para garantizar
la gobernabilidad de un futuro gobierno peronista, sin saber que iban a ganar
los radicales. Por otra parte, porque ellos tenían contactos con los represores
y entonces Galimberti se relaciona con El Gallego Álvarez, y Patricia con el ex
diputado Mario Gurioli, otro Guardia de Hierro, entre cuyos asesores estaba
Jorge Radice, el represor de la ESMA, que es el tipo con el cual Galimberti y
Patricia toman contacto y se hacen grandes amigos. Ahí se da una empatía hacia
la represión que a Bullrich le duraría hasta el presente.
¿La génesis de la actual Patricia Bullrich siempre estuvo
presente en su historia política?
Totalmente. La política y la ideología fue un medio, la
cuestión era siempre estar donde caliente el sol. En un momento dado, en la
década de 1970, no había por qué no pensar que el socialismo nacional iba a ser
el futuro del país. Entonces ella estaba ahí. El discurso, los argumentos
políticos y los principios, eran simplemente medios para practicar una
metodología, que sería una constante en su vida política, que es el alpinismo
político.
En la época del Mundial de Fútbol hay toda una polémica en
el exilio, en la cual se planteaba boicotear el mundial o utilizarlo para
mostrarle al mundo lo que era el régimen militar. En España, donde Patricia
estaba organizando por cuenta de Galimberti a la JP del Movimiento Peronista
Montonero, ella aboga por el boicot. Pero Galimberti la llama desde México y le
dice: “Pelotuda, no leíste la postura de Montoneros sobre eso”. Al día
siguiente, empieza a abogar, por lo contrario. Lo mismo pasa con la
contraofensiva de Montoneros. Al principio, ella reclutaba gente para ir a la
contraofensiva, hasta que se produce la ruptura (de Galimberti) y, de golpe y
porrazo, a los tipos que había reclutado les dice que no vayan.
Viene a mi memoria otro episodio que la describe por entero:
cuando ya era diputada menemista, que había ganado en la lista de Erman
González, en un momento dado renuncia, sobreactuando su indignación ante un
caso de corrupción. Ella se estaba yendo con Domingo Cavallo, a quien veía con
grandes oportunidades de ser la estrella del post menemismo. Su sobreactuación
era tan burda que Eduardo Varela Cid, que era su compañero de bancada, se la
recrimina y ella le dice: “Yo no estoy acá para hacer negocios”. Y Varela Cid
le responde: “Mirá, piba, tu único negocio es la acumulación de poder”. Eso es
Patricia.
Por otra parte, ella siempre ofreció ser el ariete operativo
de todos los espacios políticos que ocupó. En definitiva, en ese largo
peregrinaje, Patricia logró ocupar únicamente dos puestos ejecutivos en los
peores gobiernos que hubo en este país: en el de la Alianza y en el de Macri.
En esos gobiernos hizo las tareas más horribles.
—¿Cómo analizas la gestión de Bullrich como ministra de
Seguridad?
—Su tarea, y lo que la convierte dentro de los parámetros
del macrismo en una ministra exitosa, es tener en sus manos lo más fácil de
esta gestión: cagar a palos a la gente. Algo mucho más fácil que sanear la
economía o saciar las necesidades de la población desde el ministerio de
Desarrollo Social. Para eso, ella hace un pacto con las fuerzas de seguridad
que es muy simple: demagogia punitiva a cambio de la vista gorda con los
negocios. Su gestión y su relación con las fuerzas de seguridad se asientan en
el autogobierno policial que, como todos sabemos, está cifrado en la
autofinanciación policial a través de la caja delictiva. Es, en definitiva, un
pacto mafioso.
Hay determinadas circunstancias, detalles y penumbras que le
van a ir en contra cuando todo esto se termine. En el libro, pormenorizo y
detallo su relación con Marcelo D’ Alessio, los servicios que le prestaba en su
calidad de agente inorgánico del ministerio de Seguridad, además de prestar
servicio para otros organismos no menos oscuros como la Agencia Federal de
Inteligencia (AFI). Detrás de cada logro operativo de Patricia está D’Alessio.
Pero aún hoy, ella dice por televisión que a D’Alessio se lo habían presentado
una vez y le pareció un lunático y no le dio más bola.
La captura de Pérez Corradi, que desemboca en un papelón
porque tenía que declarar contra Aníbal Fernández y termina ensuciando a
Ernesto Sanz, que era el aliado radical de Cambiemos, por una coima, es otro
caso. Todos los operativos anti drogas grandes, como el Bobinas de Acero, se
los entregó D’Alessio. O el caso Gómez Centurión, al que lo engarronan mal, tan
mal que hasta es restituido en su puesto, convirtiéndose en una especia de
capitán Dreyfus del macrismo. Cuando le allanan la casa a principio de este año
a D’Alessio, encuentran todos los materiales del seguimiento de inteligencia
que se hizo sobre Centurión. De por sí, Patricia está engrampada en esa causa,
y tarde o temprano tendrá que dar explicaciones. En estas cosas se cifra la
trastienda de su gestión. Además, la reapertura del caso Maldonado va a
ascender hacia sus tres funcionarios más estrechos: Pablo Noceti, Gonzalo Cané
y Daniel Barberis.
¿Cómo ves el futuro de Patricia Bullrich?
No quisiera estar en sus zapatos. Por la edad que tiene y
por cómo sale del gobierno, no creo que pueda encontrar nuevos horizontes o
nuevos lugares donde el sol caliente. Desde el punto de vista penal, preferiría
ser el Gordo Valor.
leandroalbani@gmail.com
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