Por Homar Garcés:
Tal cual se ha considerado al leninismo como el marxismo de
la época del imperialismo y de la revolución proletaria, el chavismo podría
presentarse como la postura bolivariana del período histórico correspondiente a
la lucha por obtener y completar la absoluta descolonización de Venezuela, esta
vez en un amplio sentido cultural y económico, así como de emancipación
política frente a la hegemonía imperialista de Estados Unidos (ejercida sin
mucha oposición a lo largo de la geografía nuestraamericana) y de la
construcción y práctica de una nueva clase de democracia, la democracia
participativa y protagónica. Estos rasgos serían suficientes para anexarle al
chavismo la categoría de ideología (como algunos ya lo reconocen), a pesar de
estar compuesto por diferentes aportaciones revolucionarias extraídas de
experiencias y teóricos de otras épocas y latitudes; lo cual -visto con
objetividad- no hace mella en su singularidad.
Para los puristas (especialmente quienes siguen el ideario
bolivariano), el chavismo sería una aberración al unir los ideales encarnados
por Simón Bolívar con aquellos representados por Marx, Engels y Lenin,
aduciendo que entre los mismos existiría una incompatibilidad insuperable.
Igual ocurre con las referencias al Evangelio, al ubicar a Jesús de Nazaret
como el precursor del socialismo revolucionario, lo que le produce urticaria a
la jerarquía eclesiástica, habituada a condenar -junto con las clases
dominantes- cualquier tentativa por hacer posibles sus postulados
fundamentales, explotando, al mismo tiempo, el anticlericalismo de muchos
marxistas. Otro tanto sucede entre aquellos que profesan el marxismo leninismo,
el trotskismo y el anarquismo, al cuestionar el militarismo presente en un gran
porcentaje de cargos de gobierno, compartidos con ex militantes de los principales
partidos políticos tradicionales (AD y COPEI), así como el reformismo,
traducido en la falta de medidas realmente anticapitalistas y el
fortalecimiento del viejo Estado burgués liberal.
No obstante, en medio de todo, el chavismo representa para
los sectores populares una opción válida, la cual -entre otras cosas positivas-
les permitió visibilizarse e intervenir de manera decisiva en los asuntos del
Estado, asumiendo una posición protagónica que siempre les fue negada por los
regímenes anteriores, a pesar de los discursos rimbombantes que, en toda fecha
patria, ensalzaran su soberanía. Pero no es esta la única circunstancia que le
dio base popular al chavismo. Chávez entendió la importancia de saldar la
enorme deuda social acumulada durante más de cuarenta años con el pueblo
venezolano, lo que comenzó a hacer mediante la implementación de las diferentes El chavismo como construcción ideológica de nueva generación
Si bien es cierto que los cambios cuantitativos producidos a
partir de estas Misiones se palpan en un mejoramiento sustancial de las
condiciones materiales de vida de la gran mayoría excluida (cuestión negada
reiteradamente por los grupos de la oposición), sería necio admitir que algo
similar se logró también en materia económica, implantando el socialismo
revolucionario en las instituciones y empresas pertenecientes al Estado como en
aquellas que se expropiaron y crearon bajo la figura de propiedad social y
comunal. Es decir, en un plano político-ideológico pudo avanzarse en la idea de
construir lo que Hugo Chávez denominó el socialismo del siglo 21, pero poco (o
nada) se concretó bajo tal orientación en el orden económico; convirtiéndose
esto último en el talón de Aquiles del chavismo, sobre todo en lo que respecta
a la socialización, diversificación e intensificación de la actividad
productiva nacional.
Como explicación de esta realidad contradictoria, en
«Razones de una revolución», Mario Sanoja e Iraida Vargas Arenas concluyen que
«la casualidad de nuestro atraso y de nuestra crisis social es de carácter
estructural e histórico: sus raíces se afincan en la condición colonial que nos
fue impuesta en el siglo XVI y en la condición semicolonial y dependiente en la
cual vivimos desde 1810». Por tanto, le toca al chavismo (entendido desde
abajo) librar una crucial batalla de índole cultural e ideológica para extirpar
esta rémora histórica, la cual -ahondando en sus repercusiones a través del
tiempo- se mantiene viva en el comportamiento dual, despótico y servil, de
dirigentes, funcionarios y gobernantes. Circunstancia que conspira
permanentemente contra la posibilidad real de alcanzar una democracia
participativa y protagónica, al modo de la consagrada en la Constitución de
1999, obligando al pueblo a trazarse metas que la superen definitivamente,
incluyendo la estigmatización excluyente y racista de que ha sido víctima por
parte de los sectores dominantes y de sus ideólogos orgánicos.
En este punto, la descolonialidad del pensamiento es una
tarea impostergable del chavismo, sin excluir la visión emancipatoria del
socialismo, si se detecta en él elementos que definen al eurocentrismo; una
cuestión que pocos se atreven a abordar con la seriedad y la objetividad que
merece, contentándose con sólo hacer alardes de un conocimiento escolástico y
una retórica vacua, sin asidero alguno con la realidad a transformar.
Aún con sus muchas debilidades a cuestas, no se puede
desmeritar del todo al chavismo. Tiene a su favor la virtud de haber motivado y
movilizado a un amplio segmento de la población tras un proyecto de redención
social y de soberanía nacional que no pudieron articular los grupos de la
izquierda tradicional, independientemente de su constancia, sacrificios y
heroísmo, plasmados, básicamente, en la época de la lucha guerrillera. Gran
parte de sus postulados recogen las aspiraciones y experiencias heterogéneas de
movimientos sociales y políticos de una diversidad de países, lo que atrae la
atención a nivel mundial, suponiendo que estos orientan la transición a una
sociedad de tipo socialista y, por ende, anticapitalista. Sin menoscabo de lo
hecho y pregonado por veinte años consecutivos, es factible que el chavismo
(entendido y erigido desde abajo) pueda percibirse y admitirse como una
construcción ideológica de nueva generación. O, por lo menos, servir de
inspiración y de base para que surja y se consolide un amplio movimiento
popular pluralista que, quizá, lo trascienda. En lo que ha sido y tendría que
ser. -
mandingarebelde@gmail.comde inclusión social, aprovechando los cuantiosos dividendos generados
por la renta petrolera.
Si bien es cierto que los cambios cuantitativos producidos a
partir de estas Misiones se palpan en un mejoramiento sustancial de las
condiciones materiales de vida de la gran mayoría excluida (cuestión negada
reiteradamente por los grupos de la oposición), sería necio admitir que algo
similar se logró también en materia económica, implantando el socialismo
revolucionario en las instituciones y empresas pertenecientes al Estado como en
aquellas que se expropiaron y crearon bajo la figura de propiedad social y
comunal. Es decir, en un plano político-ideológico pudo avanzarse en la idea de
construir lo que Hugo Chávez denominó el socialismo del siglo 21, pero poco (o
nada) se concretó bajo tal orientación en el orden económico; convirtiéndose
esto último en el talón de Aquiles del chavismo, sobre todo en lo que respecta
a la socialización, diversificación e intensificación de la actividad
productiva nacional.
Como explicación de esta realidad contradictoria, en
«Razones de una revolución», Mario Sanoja e Iraida Vargas Arenas concluyen que
«la casualidad de nuestro atraso y de nuestra crisis social es de carácter
estructural e histórico: sus raíces se afincan en la condición colonial que nos
fue impuesta en el siglo XVI y en la condición semicolonial y dependiente en la
cual vivimos desde 1810». Por tanto, le toca al chavismo (entendido desde
abajo) librar una crucial batalla de índole cultural e ideológica para extirpar
esta rémora histórica, la cual -ahondando en sus repercusiones a través del
tiempo- se mantiene viva en el comportamiento dual, despótico y servil, de
dirigentes, funcionarios y gobernantes. Circunstancia que conspira
permanentemente contra la posibilidad real de alcanzar una democracia
participativa y protagónica, al modo de la consagrada en la Constitución de
1999, obligando al pueblo a trazarse metas que la superen definitivamente,
incluyendo la estigmatización excluyente y racista de que ha sido víctima por
parte de los sectores dominantes y de sus ideólogos orgánicos.
En este punto, la descolonialidad del pensamiento es una
tarea impostergable del chavismo, sin excluir la visión emancipatoria del
socialismo, si se detecta en él elementos que definen al eurocentrismo; una
cuestión que pocos se atreven a abordar con la seriedad y la objetividad que
merece, contentándose con sólo hacer alardes de un conocimiento escolástico y
una retórica vacua, sin asidero alguno con la realidad a transformar.
Aún con sus muchas debilidades a cuestas, no se puede
desmeritar del todo al chavismo. Tiene a su favor la virtud de haber motivado y
movilizado a un amplio segmento de la población tras un proyecto de redención
social y de soberanía nacional que no pudieron articular los grupos de la
izquierda tradicional, independientemente de su constancia, sacrificios y
heroísmo, plasmados, básicamente, en la época de la lucha guerrillera. Gran
parte de sus postulados recogen las aspiraciones y experiencias heterogéneas de
movimientos sociales y políticos de una diversidad de países, lo que atrae la
atención a nivel mundial, suponiendo que estos orientan la transición a una
sociedad de tipo socialista y, por ende, anticapitalista. Sin menoscabo de lo
hecho y pregonado por veinte años consecutivos, es factible que el chavismo
(entendido y erigido desde abajo) pueda percibirse y admitirse como una
construcción ideológica de nueva generación. O, por lo menos, servir de
inspiración y de base para que surja y se consolide un amplio movimiento
popular pluralista que, quizá, lo trascienda. En lo que ha sido y tendría que
ser. -
mandingarebelde@gmail.com
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