sábado, 14 de septiembre de 2019

Dos miradas sobre la degradación de John Bolton



Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
La película “Vice” estrenada en diciembre de 2018 dirigida por Adam McKay, producida entre otros por Brad Pitt y Will Ferrell y protagonizada por Christian Bale en el papel de Dick Cheney, le valió a Bale para obtener el premio Globo de Oro como mejor actor.  La misma es caracterizada precisamente como un film biográfico de Cheney, quien después de ocupar varios cargos en diferentes administraciones llegó a ser vicepresidente de Estados Unidos durante el gobierno de George Bush hijo.


En la cinta se observa una escena en la que Cheney comienza en el año 2001 a organizar un aparato paralelo que transformó en el verdadero gobierno de Estados Unidos, ante el carácter dubitativo y la notable incapacidad y estulticia del presidente George W. Bush, lo cual queda claramente evidenciado en la película. Al pasar revista -junto a un asesor- de los leales que tiene dentro de la administración, Cheney expone que en el Departamento de Estado estaba John Bolton a quien caracteriza de alocado pero leal. La película muestra con interesante genio descriptivo el verdadero rol del poder en las sombras que dirige a Estados Unidos, al cual John Bolton ha servido siempre como un soldado.

Lo cierto es que desde enero de 1982 cuando ocupó el cargo de Administrador Auxiliar de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) con la responsabilidad de dirigir la Coordinación de Programas y Políticas cuando tenía 33 años durante el gobierno de Ronald Reagan, John Bolton ha estado involucrado -desde el gobierno o desde la academia- en la elaboración y ejecución de puntos de vista y políticas que han sido y son la expresión del sector más conservador, reaccionario y extremista de Estados Unidos. 

Su destitución/ renuncia (dependiendo de la óptica con que se vea) como Consejero de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump ha venido a estremecer el ya inestable sistema internacional en la perspectiva de la influencia que la mayor potencia mundial tiene sobre el mismo.

Tal decisión tiene dos miradas, una de carácter táctico y coyuntural y otra desde su análisis en el espacio estratégico y estructural. En el primer ámbito, está el examen circunstancial del hecho. Bolton es expresión del sector más guerrerista del establishment estadounidense. Su pensamiento denota una ideología recalcitrantemente conservadora, rayana en un fanatismo pocas veces visto y portador de opiniones racistas, misóginas y excluyentes que solo tienen comparación con el ideario del nazi fascismo y el nacionalismo japonés que hizo erupción en Europa y el lejano Oriente en la primera mitad del siglo pasado con todas las consecuencias conocidas para la humanidad.

Durante su gestión en la Casa Blanca, Bolton desarrolló -con la mayor impudicia- una agenda propia hasta que se hizo incluso incontrolable para el propio presidente Trump, al asumir posiciones contrarias a las que ha pretendido enarbolar en su intento de volver a lograr la grandeza de Estados Unidos apelando a las políticas que le permitieron –a partir de su expansión territorial, económica y militar en el siglo XIX- llegar a ser la primera potencia mundial para desatar toda su vocación imperialista desde 1898.

Trump, cuyos arrebatos se dan en el marco de una estructura mental sicopática, no de un pensamiento, ideología o doctrina racionalmente determinada, tiene un acercamiento a la política desde una lógica empresarial en la que las gestiones solo tienen validez si producen resultados económicos y financieros positivos. En esa medida, considera como un lastre poseer un gigantesco contingente militar desarrollando guerras y conflictos por todo el planeta en” defensa” de ciertos aliados que no pagan por ello. También entiende que no es viable desde el punto de vista económico realizar operaciones militares contra países que son capaces de resistir la acción estadounidense, produciendo prologadas guerras que podrían continuar mermando las alicaídas arcas de su país.

Este aspecto fue el que le condujo a un choque sin solución con Bolton quien era partidario de mantener, profundizar e iniciar conflictos con Irán, la República Popular Democrática de Corea, Siria, Afganistán, Cuba, Nicaragua y Venezuela, llevando incluso algunos de ellos a la intervención militar sin descartar la guerra como instrumento de la política. Tampoco ocultaba su animadversión contra Rusia o China, potencias en las que clamaba por el incremento de sanciones económicas que hasta ahora no han denotado propósito efectivo alguno.

Que Bolton se haya ido, mientras los presidentes de esos países se mantienen en el poder, sus pueblos resisten y se debilita la hegemonía estadounidense es una gran cosa. Que el más alto exponente de la ideología de terror imperante en las altas esferas del poder de Estados Unidos haya sido destituido y humillado por su jefe es indudablemente una buena noticia. Que el supremacismo blanco, el racismo y el extremismo fascista se hayan visto impotentes por la salida del espacio de poder que poseía su máximo exponente en el gobierno, es algo de lo que el pueblo noble y valiente de Estados Unidos debe enorgullecerse porque también es expresión de su propia resistencia. Que el creador del Grupo de Lima, el principal socio de Almagro, el que parió a Guaidó y a su camarilla lumpen haya sido expulsado de la Casa Blanca, no deja de generar disfrute y felicidad. Todo ello es motivo de celebración y dicha y debe ser entendido como una victoria de los pueblos que luchan y resisten.

En otro plano, resulta ilusorio suponer que la variación que se producirá en la administración de Estados Unidos, pueda tener significación alguna en la política real. Sería desconocer la esencia del sistema imperial estadounidense o, visto desde otra perspectiva, considerar que su ADN pueda ser modificado con el simple cambio de un funcionario por muy encumbrado que esté en la estructura del sistema, no pasa de ser un sueño.

El imperialismo estadounidense es un sistema de dominación que no considera los vaivenes de la organización gubernamental para la toma de decisiones. Por eso, éstas se llaman administraciones o “gobiernos temporales” como siempre nos recuerda el investigador cubano Luis Suárez al hacer referencia al documento de Santa Fe I. Es posible detectar algunas diferencias entre gobiernos demócratas o republicanos en materia de política interna sobre todo el ámbito social o en su acercamiento a ciertos valores de la civilización, pero en materia de política exterior, actúan sobre la base de una política de régimen único en que sobresale su carácter totalitario y agresivo con pequeñas acciones de ajuste a fin de modificar políticas evidentemente fracasadas.

En esa medida, la destitución de Bolton no tiene mayor significación independientemente de quien sea su sucesor o de donde provenga, siempre debe saberse que para llegar a esas instancias es necesario tener la aprobación de lo que el antes mencionado documento de Santa Fe I denomina “gobierno permanente” configurado por los “grupos de poder y poderes fácticos”.

Desde este punto de vista, no hay nada que conmemorar, solo seguirse preparando para enfrentar los avatares que implican la decisión de ser libres e independientes porque la lucha será eterna mientras la sociedad de clases exista y el poder imperial siga utilizando la irracionalidad de la fuerza para imponer un modelo de sociedad excluyente, agresiva, injusta y desigual.

sergioro07@hotmail.com

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