Por Juan Pablo Cárdenas S.:
La clase política chilena discurrió discutir ahora sobre una
eventual disminución de la jornada de trabajo. Lo que se persigue es que las
personas y las familias puedan contar con más tiempo para su convivencia,
cuando se asume que es demasiado el que dedican los trabajadores a sus
ocupaciones y a movilizarse hacia y desde sus fuentes laborales. Hay quienes
sostienen que rebajar la jornada de 45 horas semanales a 40 o 41 podría,
incluso, incrementar la productividad, la que en Chile manifiesta cifras
precarias en relación a la de otros países.
Sin mayores estudios que avalen el impacto de una reforma en
tal sentido, tanto el Gobierno como la oposición se muestran favorables a esta
idea y el Congreso Nacional se dispone a legislar al respecto, ya sea acogiendo
la iniciativa de La Moneda o apoyando la posición de algunos parlamentarios
comunistas que también tienen su propia propuesta. Como ocurre a menudo en
nuestro país, se discute sin consultar todavía el parecer de los trabajadores,
de sus sindicatos y referentes gremiales. Pero ya en la víspera de nuevos
procesos eleccionarios, el oficialismo y sus detractores buscan cosechar
dividendos electorales con una propuesta que seguramente puede alcanzar gran
arraigo popular. Aunque sea bien poco probable que pueda concretarse en ley
próximamente, cuando ya se insinúan los reparos que pondrá el gran
empresariado, siempre renuente a elevar las contrataciones o los sueldos de sus
empleados.
A la luz de cualquier observación mínimamente rigurosa se
puede concluir que los trabajadores que pudiesen acortar su jornada de trabajo
no son más que los que pertenecen a la administración pública y en aquellas
empresas reguladas que están al día con sus obligaciones salariales y
previsionales. Que se hará muy difícil que una ley pueda ser acogida por los
cientos de miles de trabajadores independientes e informales que tanto abundan
en nuestro mercado laboral, así como aquellos que se desempeñan en el agro, la
minería y otras actividades en que es prácticamente imposible imponer una
rígida jornada de trabajo.
Al respecto, es pavorosa y sobrecogedora la reacción que se
produce cuando los medios de comunicación, especialmente las radios, deciden
consultar la voz de la población, para constatar que hay millones de
trabajadores que exceden con creces sus 45 horas de trabajo semanal, forzados a trabajar hasta 16 o 17 horas al
día para poder recaudar ingresos mínima o medianamente dignos, como ocurre con
tantos transportistas, comerciantes y esos miles de dependientes de las
grandes, medianas y pequeñas tiendas. Incluso con los llamados “coleros”, por
ejemplo, constituidos por esos numerosos vendedores ambulantes que se suman a
las ferias libres para vender ropa usada y todo tipo de enseres de segunda
mano, a fin de lograr un salario muy variable pero corrientemente muy por
debajo del mínimo establecido por la Ley.
Sin desconocer los buenos propósitos de una nueva
legislación laboral, llama atención que esta idea se plantee cuando estamos en
medio de un nuevo incremento del desempleo, cuando se sabe también del aumento
explosivo de los trabajadores sin seguridad social alguna. Y cuando nada o muy
poco han logrado las acciones contra la delincuencia común que justamente se
intensifica cuando la población no abriga expectativas laborales justamente
remuneradas. Sobre todo, en un país sindicado como uno de los más desiguales
del planeta, pese a su enorme producto interno bruto que, por sobre todo,
favorece a la extrema riqueza, a los sectores más pudientes.
Una discusión es estimulada por los medios de comunicación
abyectos al sistema económico, que poco dan cuenta, por ejemplo, de las decenas
de periodistas y funcionarios que son despedidos cotidianamente, especialmente
de los faranduleros canales de televisión. O cuando se reconoce que muchos de
los inmigrantes llegados al país son explotados inicuamente en labores
pésimamente remuneradas, con jornadas de trabajo agobiantes y riesgosas que
igualmente exceden las horas de la jornada legal actual. Cuando se cuentan ya
por decenas de miles los haitianos, colombianos, ecuatorianos y otros
condenados a un trabajo prácticamente esclavo que es bien aprovechado por
algunos inescrupulosos contratistas agrícolas, de la construcción y de los
servicios, que pagan salarios a sus dependientes que apenas les cubren los
arriendos de sus viviendas hacinadas como su precaria alimentación. Realidad
que cualquiera puede observar en las ciudades y pueblos de norte a sur del
país.
Son francamente absurdas o cínicas las referencias que se hacen
a la realidad laboral de Alemania, los países escandinavos y otras naciones
europeas en que los derechos de los trabajadores están resguardados debidamente
y la población activa cuenta con instrumentos sindicales y políticos que
defienden realmente sus intereses. Cuando también existe en ellas una clase
patronal mucho más justa y democrática que la nuestra tan acostumbrada aquí no
solo a vulnerar la legislación y los tratados internacionales, sino experta en
coludirse incesantemente para violar las leyes de la libre competencia y los
derechos de los consumidores. Como ha ocurrido con los propietarios y
empleadores de los laboratorios médicos, las farmacias, las grandes tiendas y
de los servicios públicos en Chile completamente privatizados y extranjerizados.
Suscribiendo totalmente la necesidad de que los chilenos
puedan dedicar más horas del día a sus hogares, a la cultura y el
esparcimiento, el Gobierno y los parlamentarios chilenos debieran, primero,
procurarnos leyes y ejercer supervisión a fin de que se remunere decentemente a
los trabajadores, se les paguen sus horas extraordinarias, se cumpla con sus
cotizaciones previsionales y puedan desempeñarse en condiciones de trabajo
decentes. Mucho más urgente que rebajar las horas de trabajo o flexibilizarlas
(término muy críptico y ambiguo) sería corregir los sistemas de seguridad en el
trabajo y acceso a la salud y otros derechos humanos. En un país en que
anualmente, como se reconoce, mueren entre seis y siete mil personas en las
listas de espera hospitalarias en la esperanza de recibir cirugías y
tratamientos médicos. Cuando, además, centenares de niños pierden sus vidas
anualmente en las calles al estar obligados a trabajar o delinquir para su
subsistencia.
No vaya a ocurrir que al final los únicos favorecidos con
una rebaja en las horas de trabajo sean los propios legisladores y altos
funcionarios de la administración pública. Y decimos “altos” porque también se
sabe que en la propia administración del Estado existe un elevado número de
empleados a honorarios y contrata, sin estabilidad laboral y, por supuesto, con
sueldos muy inferiores a los de sus jefes, especialmente si éstos son de la
confianza de los gobiernos de turno. Es decir, de los que administran el botín
fiscal.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
Si pues, mas tiempo con la familia ¿sin plata? sera para compartir el hambre y las miserias.
ResponderEliminarHay enfoques absolutamente akejadia de la realidad...
ResponderEliminarSi bien hay muy poca fuerza laboral sindicalizada, la principal central, la CUT, participó y apoya el proyecto de Camika (diputada Comunista), de 40 HRS.
Los informales e independientes (coleros, transpirtistas, ambulantes) son una fuerza laboral no regulada, mal se puede legislar. Son "daños colaterales" del inhumano midelo neoliberal.
El proyecto fue presentado hace mas de dos añis, ni esta cruzado por la actual realidad de la cesantia.
El Gobuerno, como siemore ha sido la derecga, es reaccionaria al proyecto de Camila y oresenta un proyecto de 41 horas con "adaptabilidad y flexibilidad laboral" mayor precariedad del trabajador...
"El modelo de producción mas flexible que ha existido es la esclavitud"