domingo, 9 de junio de 2019

El fin de la historia. ¿Por Fukuyama? No, por Sebastián Piñera



Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Decir que cada país es diferente y tiene sus particularidades no expone novedad alguna, las características nacionales, idiosincráticas, además de las causas que concurrieron a la formación del Estado y la sociedad,  así como las condicionantes en que se produjo la independencia que dio origen a los Estados nacionales en América Latina a comienzos del siglo XIX incidieron directamente en la configuración del comportamiento político de los actores a través de la historia, a ello se le suma la poderosa influencia que ejercen las dimensiones y las características de la geografía, así como la riqueza económica que posee cada país. Cuando reunimos todos estos ingredientes podemos comenzar a comprender las peculiaridades de sus sistemas políticos y sobre todo, entender que los procesos por los que ha transitado o transita alguno de ellos, son difícilmente replicables en otro.


En esta ocasión quisiera revisar algunos hechos acaecidos en el último medio siglo en Chile que podrían dar cuenta de ciertas particularidades que podrían ayudar a comprender mejor la conducta y la actuación de la clase política.

Los científicos sociales y los políticos se ven obligados a hacer análisis prospectivos que permitan a los primeros, vislumbrar el futuro para hacer propuestas, y tomar decisiones acertadas en el caso de los segundos, pero nadie puede pronosticar con certeza lo que ha de ocurrir, ni siquiera en el corto plazo, mucho menos después de transcurrir largos períodos de la historia. Por supuesto, es mucho más fácil estudiar los fenómenos ocurridos para sacar conclusiones y proyectarlas a fin de que sirvan para el mejor trazado del futuro.

En estas circunstancias, y pasados casi cincuenta años podría elucubrarse que el gobierno del presidente Salvador Allende no tenía ninguna posibilidad de éxito en los términos que él lo había planteado y en la perspectiva de cumplir el programa que había prometido al pueblo y por el que entregó su vida. Es una elemental conclusión que podría sacarse a la luz del posterior proceder de muchos de sus colaboradores que se transformaron en tránsfugas, traidores al ideal del presidente, aliados y amigos de los que sostuvieron la dictadura que lo derrocó y que sumió por 17 años a Chile de oscurantismo, represión y muerte.

El gobierno de Allende fue un ejemplo de pulcritud administrativa al punto que a pesar de que Pinochet esculcó hasta el último rincón en la búsqueda de actos de corrupción, no pudo encontrar nada que manchara la impronta de la gestión realizada por la Unidad Popular. Pero el posterior exilio de muchos de sus representantes por las capitales europeas que motorizó su mutación en asalariados de la social democracia y la democracia cristiana internacional, cambió la naturaleza de su talante, para convertirse en portadores análogos de los valores de la dictadura: el robo, la corrupción, la mentira, el engaño al pueblo y la utilización de la política como bien de lucro y no de servicio al pueblo como era la tradición del Chile previo a 1973.
Tal vez, la percepción de Allende al haber conocido más profundamente a sus colaboradores lo llevó a la decisión de dar su vida para sembrar un ejemplo de dignidad imperecedero en la historia. Es posible que se haya dado cuenta antes que nadie acerca de la putrefacción que lo rodeaba. En esas condiciones, existe la probabilidad de que en lo más recóndito de su conciencia, le taladrara la idea de que no podía avanzar mucho más allá de donde había llegado y es muy factible que se sintiera solitario en su afán de no traicionar la confianza que el pueblo había depositado en él.

El 6 de septiembre de 2015, leí y guardé una carta escrita por el señor Eduardo Villegas (a quien no conozco) dirigida al Director de la radio de la Universidad de Chile titulada “La soledad de Salvador Allende”. Quedé hondamente impactado, por lo que decidí conservarla hasta hoy. En una de sus partes, el señor Villegas dice “…lo más relevante e impactante en mi modesta opinión, fue según el ex funcionario del Departamento de Estado, William Blum, que: ´toda esta información sensible de Estado, [se refiere a la información que la CIA estadounidense comenzó a recabar desde la misma elección de Allende para preparar un golpe de Estado] fue obtenida a partir de la ´compra` de altos funcionarios y dirigentes políticos de la coalición partidaria de Allende, la Unidad Popular`. Evidentemente, la ´inversión financiera` fue canalizada hacia los ´compañeros` del presidente Allende para dar ´información` sensible de Estado a una potencia extranjera, lo que constituye una gran traición no solo a Chile y a su gobierno Constitucional, sino que a su propio camarada”.

En otro ámbito del mismo tema, estamos a pocos años de cumplir 50 años desde que se inició el largo periplo a través del cual, la democracia cristiana transitó una ruta que la llevó de ser aliada de la ultra derecha para derrocar a Allende hasta ahora, año 2019, cuando repite tal acción para volver a ser aliado de la ultra derecha con el fin de sostener al gobierno de Sebastián Piñera, hijo de la dictadura. En el intertanto hizo toda clase de peripecias, para usufructuar primero como aliada de Pinochet para después ser su opositora. Posterior a 1990 se transformó en partido de gobierno y principal beneficiado del regreso de la democracia, tras un acuerdo con Estados Unidos y Pinochet para “hacer justicia en la medida de lo posible”, sin importarle ni siquiera que la dictadura ordenara el asesinato de su líder, dejando claro como paga el amo a quien le sirve.

La historia recoge el indudable origen fascista del Partido Demócrata Cristiano de Chile (PDC) que se remonta a la Falange Nacional fundada en 1935 caracterizada por una ideología nacionalista, fascista y corporativista, cercana a los postulados que enarbolaba Benito Mussolini.
Otra característica resaltante del Chile del último medio siglo es la capacidad de las clases dominantes para generar fuerzas que, asumiéndose de izquierda, en el ámbito de situaciones marcadas por la ofensiva del movimiento popular en la lucha por la conquista de sus derechos, se transforman en el ariete principal en contra de la propia izquierda.

Así ocurrió en 1969 con el surgimiento del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) que con un “olfato político” increíble emergió desde el PDC para incorporarse a la Unidad Popular ante la posibilidad cierta de triunfo de Salvador Allende en las elecciones que se habrían de realizar en septiembre de 1970. De extraña manera, el MAPU asumió ostentosas posiciones de ultra izquierda que lejos de ayudar, torpedearon al gobierno de la Unidad Popular, dificultando el sostenimiento de los equilibrios que intentaba asegurar el presidente Allende para mantenerse en el gobierno al que había sido llevado por votación popular. Hoy, alguno de los más conspicuos líderes del MAPU como Oscar Guillermo Garretón (quien vivió un exilio dorado en Cuba) y Enrique Correa, no son más que repugnantes lobbystas de empresas de dudosa reputación, presuntos violadores y acosadores sexuales y hasta de los propios miembros de las fuerzas armadas que han sido acusados de transgresión de los derechos humanos.

Otro tanto, aconteció con la creación del Partido por la Democracia (PPD) en 1998, en medio de las indetenibles manifestaciones populares, que se expresaban de múltiples formas contra la dictadura. No surgió antes, no, sino en la recta final y en el momento en que se avizoraba el fin de la satrapía pinochetista. Nótese la casualidad, el MAPU surgió un año antes del triunfo de la Unidad Popular y el PPD, un año antes del colapso de la dictadura. Vale decir que entre sus fundadores estaban insignes miembros del otrora MAPU, que nuevamente cambiaron de sigla cuando vieron que la victoria del pueblo estaba cerca. De la afiebrada retórica anti dictadura, pasaron a ser principales sostenedores del modelo creado por ella, de su estirpe neoliberal y su subordinación a Estados Unidos. Si Allende reviviera para verlo, creo que preferiría volver a morir ante tamaña perfidia y apostasía. Es de tal podredumbre este fétido partiducho que Heraldo Muñoz, un chileno domesticado en Estados Unidos por el Partido Demócrata y la corriente ultra reaccionaria de Hillary Clinton, es el actual secretario general de ese engendro 

Aunque es muy pronto para emitir juicios definitivos, pareciera que en la actualidad el partido político de Giorgio Jackson, Revolución Democrática, sería un nuevo MAPU o un nuevo PPD. Si resultara ser cierto, ello cerraría este ciclo de 50 años de la historia chilena, en la que partidos “oportunamente” surgidos en la coyuntura, se asumen como “distintos” para terminar siendo freno del movimiento popular e instrumento de la ambición de sus líderes.

No cabe duda que el modelo de Pinochet ha sido el más “exitoso” de todos los que en América Latina irrumpieron en la década de los 70 bajo los influjos de la doctrina de seguridad nacional y el Plan Cóndor. La dictadura logró que su sistema perviviera en el tiempo, sostenido incluso por los partidos políticos que la enfrentaron, y que se han coludido para mantener el patrón neoliberal independientemente de quien gobierne haciendo muy tenue las diferencias entre los conglomerados de derecha que han gobernado los últimos 39 años.

La conjunción de acciones que van desde el asesinato y la desaparición de dirigentes, la tortura y la persecución cometidas por la dictadura, se han venido a unir con la atomización del movimiento sindical, la división del movimiento popular, la extensión de la propiedad monopólica y del sistema neoliberal con la cuasi desaparición del Estado, el exterminio de la prensa alternativa y la anulación de Chile en el escenario internacional, salvo para resguardar los intereses de los empresarios, todo lo cual se ha consolidado en la pos dictadura, y que han venido a configurar el exitoso modelo chileno, vitrina que Estados Unidos muestra al mundo como ejemplo de país leal indistintamente administrado por socialistas o fascistas sin que se puedan observar grandes diferencias.

Un Síndrome de Estocolmo generalizado en la clase política que antaño sostuvo posiciones de defensa de los intereses populares parece cubrir como un paraguas a parte importante de ese sector, los ejemplos de Isabel Allende, Michelle Bachelet Carolina Tohá, Juan Pablo Letelier, Marco Enríquez Ominami, Eduardo Frei Ruiz-Tagle entre otros, son solo algunos de los que expresan con su actuación -como símbolo de los tiempos- la adoración a los verdugos de sus padres.

Hacía tiempo que quería escribir sobre esto, pero ahora es un imperativo, se van a eliminar los estudios de historia y los jóvenes no sabrán que esto sucedió. De eso se trata, de que no conozcan de donde vienen para que no puedan pensar a donde quieren ir. Ni siquiera a Pinochet se le ocurrió tamaño despropósito.
sergioro07@hotmail.com

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