Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Afortunadamente para el mundo, quienes gobiernan ahora en la
Casa Blanca no son personas inteligentes, moralmente sólidas o cultas. De allí
que se sucedan en contradicciones, querellas internas y adopten torpes
decisiones. A esta altura de la intensa y cobarde acción imperialista para
desestabilizar a Venezuela lo que apreciamos es un enorme ridículo, que de
todas maneras resulta trágico para la población bolivariana, así como
amenazante para toda el área latinoamericana y del Caribe. Lo único que ha
podido materializar Donald Trump hasta aquí es el robo de las petroleras y
fondos venezolanos en su territorio, así como el bloqueo comercial impuesto a
este país, lo que de todas maneras ha logrado es estimular el espíritu soberano
de esta nación, cohesionar a sus Fuerzas Armadas y poner el pie de lucha a un
pueblo indómito, que podría llegar a cobrarle un suculento precio a cualquier
intento de invasión militar de parte de Estados Unidos. Como en el pasado
sucediera con los vietnamitas.
Ya se ve que lo que menos le importa al gobierno de Trump es
la democracia en Venezuela, en nuestra región o en cualquier lugar del orbe.
Por algo son las principales aliadas de la potencia imperial las más temibles
tiranías mundiales, como la de Arabia Saudita o aquellas naciones en que se
violan sistemáticamente los derechos humanos, sociales y políticos. El propio
país de Washington compite en la actualidad con las naciones más desiguales del
mundo, con una pavorosa y creciente cifra de pobres y bajo un estado de
violencia y criminalidad verdaderamente terroríficos, como cualquiera puede
comprobarlo en la prensa mundial.
Después de su fracasada acción en Cúcuta, viaja a los países
que le son más dóciles el Secretario de Estado Norteamericano Mike Pompeo. Esto
es a Chile, Paraguay, Ecuador y Colombia, donde lo reciben mandatarios abyectos
convencidos de que el Emisario les señalaría nuevas tareas para continuar
acosando al régimen de Nicolás Maduro. Craso error, cuando en su gira lo que
más preocupó a Pompeo fue trazarle línea a Piñera y los otros jefes de estado
respecto de lo que deben hacer para oponerse a los propósitos chinos de
invertir y comerciar con América Latina.
Preocupado por esa “peligrosa penetración” comercial china que, en
realidad, se explica en las “ventajas comparativas que la industria y los
capitales de la gran potencia asiática le ofrecen a la región y a todo el
mundo. Incluso a los Estados Unidos.
En la inminencia de un viaje a China del cual ya Piñera no
le sería fácil desbaratarse, Pompeo le hizo indicaciones respecto de qué hacer
y hasta donde desplegar su agenda original en Beiging. Particularmente, Pompeo
busca que el presidente chileno frene las inversiones de la empresa Huawey en
nuestro país, las que ya están muy consolidadas en el mercado chileno. Una
presión insólita como ilícita respecto de la cual el Mandatario chileno ya le
prometió suspender la visita a las instalaciones de esta empresa en el Asia,
aunque ahora último dice estar dispuesto a reunirse con algunos de sus ejecutivos.
Episodio que, por supuesto, molestó a los chinos e indujo al embajador de ese
país a publicar una airada carta en la prensa chilena para fustigar las
expresiones del emisario norteamericano en cuanto a que, detrás de este gigante
empresarial chino, estaría la presencia el régimen comunista y su afán de
penetrar ideológicamente nuestro continente.
Sabedores de que Estados Unidos, más que amigos, tiene
intereses en el mundo, es que sus emisarios se relacionan con nuestros jefes de
estado como si fueran simples peones de su política injerencista. Ejerciendo
una grosera e indisimulada presión, más encima, ante aquellos gobernantes
latinoamericanos que han ido antes a golpear las puertas de la Casa Blanca y el
Departamento de Estado cuando necesitaron ayuda para derribar a Allende y a
otros presidentes efectivamente democráticamente, para después sostener por
largos años a los militares en el poder. A los que, por fin, los abandonaron
cuando ya se aseguraron de que los eventuales sucesores de los regímenes
autoritarios no se propondrían otra cosa que conservar el modelo económico
social que conviene a los Estados Unidos, proteger a sus inversionistas,
continuar la extranjerización de sus recursos básicos y, a lo sumo, velar por
una “democracia protegida” como la que Pinochet nos legara hasta hoy.
Sebastián Piñera tampoco tiene muchas luces más que Trump,
Pompeo y otros hazmerreíres de la política norteamericana y regional. Sin
embargo, en materia de negocios se le suponía un defensor del libre mercado que
ahora Estados Unidos quiere borrar de un manotazo en las relaciones económicas
internacionales. Como los políticos de su generación, sufrió también la
deslealtad que Pinochet y sus secuaces sintieron, por ejemplo, respecto de
Estados Unidos, cuando este país decidió que ya era hora que se fueran de La
Moneda. De allí que nos extrañe tanto su actual docilidad hacia el Imperio y
que, para satisfacer las demandas de Trump, haya echado por la borda nuestra
soberanía, independencia y dignidad nacional para comprometer a Chile con un
golpe de estado fratricida orquestado por los Estados Unidos. Que se haya
fotografiado con Trump, incluso, arrimando nuestra bandera a la de los Estados
Unidos y se haya refocilado con la visita de Pompeo, allanándose a cumplir cabalmente
sus instrucciones.
Es claro que los dueños de la economía chilena, de sus
yacimientos, aguas, instituciones financieras y previsionales son las empresas
transnacionales, protegidas por Estados Unidos y la institucionalidad
internacional que les sirven. A ratos se nos señala que solamente nos hace
falta hablar en inglés y reemplazar a nuestra moneda por el dólar, como ya está
materializado, por lo demás, en el lenguaje de las cifras de Hacienda y nuestro
presupuesto nacional. Sin embargo, podíamos jactarnos de tener todavía cierta
autonomía para negociar con China y otras naciones, así como abrirnos a
inversionistas de distintas proveniencias. Pero tal parece que ahora el
gobierno norteamericano dijo basta y ni siquiera quiere permitirnos una rendija
abierta al mundo en tal sentido. Y, si Piñera está conteste con esto, podría
explicarse que haya propuesto a nuestro país (con ese montaje que hizo ante
Trump de ambas banderas) para que Chile se constituya en un socio más de los
que integran el pabellón norteamericano.
¿Terminarán también las fuerzas armadas chilenas desfilando
e integrando operaciones internacionales conjuntas con Estados Unidos?
¿Podríamos seguir vendiéndoles nuestro cobre a China y otras naciones si nos
cerráramos a sus inversiones y productos?
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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