Por Manuel Holzapfel G.:
Recuerdo la mañana del miércoles 12 de septiembre de 1973 en
Temuco, junto a mi abuela, escuchando las noticias en la radio. De fondo
marchas militares y el locutor exaltando el golpe ejecutado el día anterior por
las fuerzas armadas. Sus palabras me quedaron grabadas para siempre: “saludamos
la gesta libertaria del glorioso ejército de Chile, que ha salvado al país de
la dictadura marxista”, clamaba eufórico. “Nos informan, que avanzan camiones
por la Avenida Caupolicán cargados con gas, azúcar, harina y toda clase de
alimentos. Ha terminado la escasez y el hambre en la que nos tenía sumidos el
gobierno de la Unidad Popular”, exclamaba jubiloso. Parecía un milagro que en
menos de 24 horas, el comercio de la ciudad estuviera abarrotado de mercadería.
El mismo prodigio ocurrió en todo el país.
Con 12 años recién cumplidos, sabía muy bien que no había
tal milagro. Vi muchas veces que en las casas de amigos de familias de derecha
tenían de todo. Me asqueaba verlos colmar de azúcar sus tazas de té y engullir
el pan con mantequilla, queso y jamón, mientras vociferaban que “estos
upelientos nos tienen muertos de hambre”.
Después vino lo peor: asesinatos masivos, cárcel, tortura,
desapariciones, exilio y la implantación de un modelo de acumulación
capitalista, que convirtió a Chile en uno de los países más desiguales del
mundo. El genocidio fue el precio que el pueblo chileno pagó para que el
imperialismo norteamericano, autor intelectual y financista del golpe militar,
recuperara el cobre que Salvador Allende había nacionalizado, destruyera el
proceso de la vía chilena al socialismo, y la minoría oligárquica del país,
recuperara sus granjerías y privilegios de clase. En sus últimas palabras
Allende apuntó claramente al imperialismo, al capital foráneo y a la reacción
como los instigadores de la desestabilización del gobierno de la Unidad Popular
y del golpe.
Hoy, 46 años después, somos testigos de la misma infamia del
imperio en Venezuela. El libreto es el mismo utilizado en Chile, y con algunas
diferencias menores, en Irak, Libia y Siria, país donde gracias a la
intervención de Rusia, han debido salir con la cola entre las piernas. En
Venezuela, el botín es infinitamente más suculento que en Chile. Por ello, no
escatiman esfuerzos para destruir la Revolución Bolivariana y lograr apoderarse
de las mayores reservas de petróleo del planeta, del oro (segundas mayores
reservas del mundo), diamantes, hierro, bauxita, cobre y coltán, entre otros
muchos recursos.
La voracidad de Estados Unidos es directamente proporcional
con su deuda de casi 20 billones de dólares, que representa la tercera parte de
la deuda global de 63 billones de dólares. Con una deuda impagable y el avance
inexorable de China para constituirse en primera potencia mundial, al imperialismo
sólo le queda como alternativa la guerra para apoderarse de los recursos
naturales de otros países. China está superando en todos los terrenos a Estados
Unidos, que trata inútilmente de apuntalar un capitalismo que enfrenta la peor
crisis de su historia.
El presidente de China, Xi Jinping, ha señalado que “la
historia ha probado y continuará demostrando que solo el socialismo puede
salvar a China” y que el Partido Comunista constituye el supremo liderazgo
político del país. Lo anterior demuestra, que a diferencia de lo que muchos
piensan, la contradicción entre Estados Unidos y China, no es de carácter Inter
capitalista. La contradicción sigue siendo entre capitalismo y socialismo, y es
importante tener claro, que la asonada imperialista en Venezuela, forma parte
de esa contradicción principal. Las recientes declaraciones del secretario de
Defensa de Estados Unidos, Patrick Shanahan son elocuentes, en este sentido,
cuando señaló que el objetivo fundamental del presupuesto 2020 de las fuerzas
armadas norteamericanas es “China, China, China”. Lo repitió tres veces para
que no quedara duda alguna.
Para lograr concretar su campaña de rapiña en Venezuela,
Estados Unidos cuenta con el apoyo incondicional de la banda de corruptos y
rastreros del Grupo de Lima, entre los cuales destaca el magnate y presidente
de Chile, Sebastián Piñera. A ello se suma una campaña mediática planetaria de
desinformación y mentira que en Chile ha sido constante y perniciosa. Desde los
matinales, programas de farándula a los noticieros, la operación contra
Venezuela no permite descanso. Periodistas y conductores radiales y de
televisión, por ignorancia o simple oportunismo, repiten como papagayos el
libreto informativo impuesto por el imperio. Atacar a Venezuela, se ha convertido
en algo de buen tono, en credencial de buena conducta, en una especie de
deporte nacional, que practican obedientemente, políticos, periodistas, rostros
televisivos y cantantes de cuarta categoría.
Los mismos hipócritas callan frente a la represión sistemática
del Estado chileno contra el pueblo mapuche y la crisis humanitaria en Yemen
donde 14 millones de yemeníes sufren hambre y 85 mil niños menores de cinco
años han muerto de desnutrición. Una guerra civil de casi cuatro años, que
tiene como protagonista a Estados Unidos apoyando a la coalición militar
liderada por Arabia Saudita. Nada dicen Almagro, Piñera, Duque, Macri, Moreno y
Bolsonaro de los 160 dirigentes sociales asesinados en menos de un año en
Colombia ni de los más de 200 mil asesinatos y 40 mil desaparecidos en México
desde que comenzó en 2006 el genocidio disfrazado de guerra contra el
narcotráfico, promovido por Washington. Sólo en enero de 2019 hubo 2.853
asesinatos y los “artistas” del imperio Bosé, Sanz, Juanes, Guerra, Montaner y
demás mequetrefes, callan servilmente.
Sin asco, se han puesto al servicio de Estados Unidos, que
más que un estado, es la mayor organización criminal del planeta, que pretende
convencer al mundo de su rol de gendarme de la democracia y la libertad. Estas
“blancas palomas de la paz”, cuentan con 6.800 ojivas nucleares y más de 700
bases militares en 70 países. Lanzaron bombas atómicas en Hirochima y Nagasaki
y han invadido e intervenido militarmente en México, Puerto Rico, Nicaragua,
Cuba, Haití, República Dominicana, Guatemala, Honduras, Grenada, Panamá, Corea,
Vietnam, Somalia, Afganistán, Irak (dos veces), Yugoeslavia, Pakistán, Yemen y
Libia.
El prontuario de estos “campeones de la democracia” parece
no tener fin, porque también financiaron y participaron directamente en los
golpes militares de Venezuela (1948 y 2002), Paraguay, Guatemala, República
Dominicana, Brasil, Argentina (1966 y 1976), Bolivia, Uruguay, Chile, El
Salvador, Panamá, Perú, Haití y Honduras.
Ése es el doble rasero del imperio que montó el show de
Cúcuta para entregar una supuesta “ayuda humanitaria” de 20 millones de dólares
a Venezuela, en circunstancias que las pérdidas producto de las sanciones que
le ha impuesto a ese país, ascienden a 20 mil millones de dólares anuales. El
objetivo real era crear las condiciones para invadir, y la intentona criminal
contó con la complicidad directa de los nuevos guaripolas de Donald Trump: los
presidentes de Colombia y Chile, Iván Duque y Sebastián Piñera. Es el accionar
gansteril, de los ejecutores del boicot eléctrico; de los patrones de los
mercenarios que asesinan a diestra y siniestra sembrando el caos y destruyendo
los estados que Washington considera un peligro para sus intereses. Así lo han
hecho en Irak, Libia, Ucrania, Siria, Yemen y también en Venezuela.
La realidad objetiva demuestra que Estados Unidos, es la
mayor amenaza para el planeta y la humanidad. Lamentablemente, en Chile los
representantes del Frente Amplio, Boric, Jackson, Sánchez y la ex Concertación
devenida en Nueva Mayoría, hacen la vista gorda y se suman por acción u omisión
a la campaña del imperialismo contra Venezuela. La historia juzgará su cobardía
y oportunismo.
coigue2@hotmail.com
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