Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Ojalá todos los estados del mundo hicieran un acto de
contrición por los agravios inferidos a otros pueblos y a sus propias
poblaciones. Si se revisa la historia universal, es posible que ninguno de los
países actuales esté libre de culpa al respecto, cuando en realidad las guerras
y el afán colonialista no ha cesado de manifestarse en todos los continentes.
Pero también con el expansionismo y las cruentas invasiones, existen
instituciones que cometieron horribles despropósitos bajo pretexto de propagar
su fe, como es el caso de la Iglesia Católica, la que actuó de consuno con
España, Portugal y otros estados para posicionarse de nuestro Continente y
enseñorearse en éste por más de tres siglos.
Andrés Manuel López Obrador, el presidente de mayor arraigo
popular de América Latina, acaba de sorprender al mundo con su interpelación a
España y a El Vaticano a objeto de que estos estados pidan perdón por las
graves violaciones de los Derechos Humanos consumados con la conquista de
nuestros territorios, donde fácilmente la mitad de la población aborigen fue
eliminada, al tiempo que los conquistadores empezaron a vaciar nuestros
yacimientos de oro, plata y otros recursos. Faena en que los europeos necesitaron,
incluso, traer mano de obra esclava de África para acometer sus crímenes y
despojos.
López Obrador solo les exige a España y a la Iglesia
Católica que pidan perdón por sus severas transgresiones. No les ha pedido
ningún acto de reparación, como ocurría exigírseles hasta hace poco a los
países que derrotados en las guerras. Nada más que algo como el perdón que
ofreció Alemania a los judíos y al estado de Israel después del holocausto, por
ejemplo, en la promesa expresa o tácita de no volver a incurrir nunca más en
actos tan deleznables como el racismo, el genocidio y otras formas de violar la
dignidad humana. O realizar tan solo un gesto como el de presidente Patricio
Aylwin en nombre del estado chileno a los que fueron las víctimas del
pinochetismo y la dictadura cívico militar. Aunque prometiera hacer verdad y
justicia solo “en la medida de lo posible”.
Sin embargo, esta exigencia de mandatario mexicano ha caído
pésima en las autoridades españolas y ha servido para que diversos personajes
de nuestra región intenten ridiculizar a López Obrador por el largo tiempo
transcurrido desde la Conquista de América, como por las propias faltas
cometidas por su estado en contra de aztecas y otras decenas de pueblos
autóctonos. Entre ellos, el escritor Mario Vargas Llosa, que tomó la
nacionalidad española, seguramente frustrado por la derrota electoral que le
propinaron los ciudadanos peruanos en su intento de alcanzar la Presidencia del
país heredero del imperio incásico sometido por España.
Si bien ya resultaría iluso exigir reparación por los
despropósitos de los colonizadores, pensamos que es bueno para la salud y
conciencia de la humanidad que la historia no se nuble y que los países se
preocupen de mantener en la memoria colectiva los episodios más ingratos de nuestras
respectivas trayectorias. De allí la importancia de que se conserven los campos
de concentración y exterminio como testimonio de lo acontecido; que se erijan
museos y se escriba sin cesar para advertirle a las nuevas generaciones lo
sucedido en ese pasado que no alcanzaron a conocer. Cuando aquí mismo, en el
Cono Sur de América Latina, algunos se empeñan en borrar con el codo los
horrores que escribieron con sus manos criminales, y ya tenemos al menos dos
generaciones nuevas que han sabido de las dictaduras militares solo de
oído. Por lo que la impunidad ha ido
consolidándose paulatinamente gracias a la ignorancia sobre lo acontecido.
Sería muy digno que los países del viejo Continente
tuvieran, aunque fuera tan tardíamente, un gesto hacia todos los continentes
que avasallaron. Mal que mal, los actuales gobernantes europeos ya no tienen
responsabilidad respecto de lo obrado por sus antecesores. Por lo mismo que
nadie, tampoco, les está exigiendo indemnización alguna al respecto, aunque
dicho sea de paso muy justo sería que devolvieran, al menos, aquellas piezas de
arte que exhiben pomposamente sus museos y que fueran robadas durante sus
conquistas mundiales desde Egipto hasta la propia Rapanuí o Isla de Pascua.
Por cierto, que también sería noble que cada uno de nuestros
gobiernos se disculpara, también, por el rezago provocado a nuestra nación, por
los atropellos que siguieron a la Emancipación Americana, la inicua explotación
de los trabajadores, la extendida pobreza y la vergonzosa concentración de la
riqueza. Desde México hasta Chile los horrores se prolongan hasta nuestros días
y quienes quieren mofarse de la iniciativa de Manuel López Obrador, sin duda,
quieren evitar que un país como el nuestro se obligue a pedirle perdón a los
mapuches por el despojo de sus ancestrales territorios y el ejercicio constante
del terrorismo de estado en contra de sus comunidades, organizaciones y valores
culturales. Menos desean, todavía, que los actuales gobernantes que provocaron
y sostuvieron el Golpe Militar de 1973 ( y siguen reprimiendo a la Araucanía)
tengan que hacer un debido acto de contrición por esos 17 años de pánico social
que propiciaron.
La disculpa que debieran ofrecer los países hegemónicos de
ayer y de hoy no compromete la honra de los actuales habitantes de esos
estados. Se sabe que los delitos cometidos durante tres siglos de colonialismo
en América son de responsabilidad de quienes vinieron a nuestro continente, se
asentaron y también aquí multiplicaron su descendencia. Sangre de
conquistadores que puede constatarse en nuestros ADN, más que en el de los que
siguieron viviendo en los países europeos. Ideas buenas e inconvenientes que se
heredaron en nuestras legislaciones y prácticas políticas con mucha más fuerza
que en los países que hoy tienen reputación de demócratas y promotores de los
DDHH. Y que nada debieran temer, entonces, al reconocer las iniquidades
cometidas por los colonizadores. Toda vez que también se reconoce en nuestros
países el rico legado cultural que heredamos de quienes pretendieron
domesticarnos para siempre. Cuanto, asimismo, es justo valorar el testimonio de
sacerdotes y obispos en favor de la Emancipación, la redención de los
oprimidos, la justicia social y la propia promoción y defensa de los Derechos
Humanos.
Estamos ciertos que si hoy Estados Unidos se disculpara
efectivamente por las bombas y cruentas invasiones en Viet Nam, Japón y tantos
otros países asiáticos, africanos y latinoamericanos, a Donald Trump se le
haría muy difícil seguir propiciando nuevas masacres contra la libre
determinación de los pueblos y estados independientes. Y, en vez de amurallar
sus fronteras se propondría abrir las puertas de su país a nuevas
inmigraciones. Así como en el pasado lo hizo con quienes, en definitiva,
cimentaron el poderío de su país.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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