Por Carolina Vásquez Araya
El Zócalo no ha dejado lugar a dudas sobre la esperanza de
los mexicanos.
Con un lleno total en el mayor escenario de México –el
Zócalo- y en medio de una ceremonia celebrada por las autoridades de los
pueblos originarios para entregarle el bastón de mando, López Obrador inició su
sexenio bajo la promesa del cambio total; la lucha contra la corrupción y la
consolidación de las instituciones mexicanas debilitadas durante décadas de
gobiernos venales, opacos e incompetentes. El mensaje va claro, tan claro como
su discurso de toma de posesión en donde lanzó las más fuertes andanadas jamás
escuchadas -en una ceremonia de tal importancia- contra las políticas
neoliberales y los crímenes y excesos cometidos durante el mandato de su
antecesor.
Mientras eso sucedía en México, levantando una ola de
esperanza para el resto del continente, en Buenos Aires llegaba a su fin la
cumbre del G20 con la resistencia de Estados Unidos a firmar un acuerdo sobre
el cambio climático y defendiendo su hegemonía en el ámbito de los acuerdos
comerciales. Los países más poderosos del mundo tuvieron dos días para decidir
cuál será el futuro del planeta durante los próximos años, pero por supuesto
ese es un futuro claramente definido por intereses geopolíticos, industriales y
comerciales entre gigantes, con total desapego respecto de los intereses
primordiales de la mayoría de países en vías de desarrollo cuyas poblaciones
enfrentan hambre, guerras y pérdida acelerada de sus recursos.
En el otro extremo del continente, el pronunciamiento
inaugural de Andrés Manuel López Obrador fue la antítesis del G20. Su rechazo
al marco neoliberal favorecido por su antecesor como parte de su programa de
gobierno lanza un mensaje poderoso a su vecino del norte señalando un primer
golpe importante de timón en las relaciones bilaterales. Asimismo, consciente
de la enorme dimensión de su compromiso y confiando en el respaldo popular, el
nuevo Presidente de México, uno de los países más poderosos e influyentes de
América Latina, toma distancia de los grupos de poder que llevaron a su
antecesor a la primera magistratura y prácticamente los erradica del entorno
oficial.
Mensaje recibido. Así debería percibirse este nuevo episodio
de la política latinoamericana, que trae nuevos aires y promesas cuyo
cumplimiento representaría un soplo de aire fresco para el resto de países. En
el caso de las naciones centroamericanas, el impacto será directo no solo en
cuanto al tratamiento de la crisis migratoria y los tratados regionales, sino
también en cuanto a un nuevo marco ético para las relaciones entre gobiernos.
Muchos son los comentarios de escepticismo que rodean el inicio de la nueva
administración; sin embargo, aun cuando López Obrador cumpliera una ínfima
parte de lo prometido como nuevo jefe de Estado, solo con eso el cambio podría
ser tan rotundo y revolucionario como para transformar la política regional.
“No me dejen solo”, repitió, con la certeza de que sin la
participación ciudadana no existe la menor perspectiva de éxito. “No nos puede
fallar” es la respuesta unánime del pueblo mexicano. Así, con este
pronunciamiento poderoso y cargado de energía, comienza una nueva etapa cuyos
ecos podrían repercutir en sus vecinos para despertar una poderosa ola de
entusiasmo ciudadano en las naciones centroamericanas más afectadas por la
corrupción de sus autoridades. En México, un país castigado por las estructuras
criminales incrustadas en el Estado –igual como sucede en otros países
cercanos- se encuentra quizá el renacer de los valores democráticos que ya la
historia actual había dado por irrecuperables.
elquintopatio@gmail.com
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