Por Ilka Oliva Corado:
Como un mal hereditario en las nuevas generaciones se
reproduce con facilidad porque son
generaciones desvalidas, dejadas a la intemperie, carcomidas que como bagazos
son lanzadas a las urnas, a las calles,
a la vida. Infestadas de ese gen que
acaba con el cerebro en un parpadear estas generaciones no conocen de
primaveras, han vivido invernando en
cuartos oscuros desde siempre, no conocen el calor del sol ni la alegría del
trinar de las aves, son incapaces de
sentir algo que esté fuera del margen de su radar de fascistas. Inclusive no
saben que lo son, porque carecen de
raciocinio.
Estas generaciones son como bultos apilados que cargan y
descargan en sus lomos los obreros del mundo, como bloques de cemento, como
quintales de hierro que forman columnas en las que se sigue cimentando el
germen del fascismo. No tienen vida, no huelen el olor de las flores y no
sienten el dolor del otro y mucho menos su propio hedor.
Estructuralmente el fascismo está en las aulas escolares,
como moho en las paredes, en el lenguaje del docente, en los libros de
universidad, en el mensaje subliminal de los anuncios televisivos, en la línea
de espera de un hospital público, en las manos del médico. Estructuralmente
está en el arquitecto que diseña mansiones en la colinas, en la sentencia de un
juez, en las decisiones de la Corte Suprema de Justicia, en los barrotes de una
cárcel, en las pasillos de un centro de detención para menores.
Está en los derechos negados, en los árboles que se arrancan
para que jamás regrese la primavera y sigan invernando en cuartos oscuros las
generaciones que son alimentadas por el germen del fascismo. Una malnutrición
que crea seres humanos insensibles, egoístas, perezosos, machistas, racistas,
homofóbicos, arrogantes y cachurecos que a la menor oportunidad tratan de
eliminar a como de lugar a quien represente un peligro para su cautiverio e
intente abrir las puertas de esos cuartos oscuros y les muestre la frescura del
viento, el calor del sol y la neblina de las madrugadas.
A quien se atreva a mostrarles los colores del arcoíris, de
los árboles en otoño, el aleteo de las mariposas, la suave brisa del mar. El
palpitar de un corazón feliz, la sonrisa de los niños, a quien los invite a
sentir los abrazos curadores de los
abuelos.
Por dicha, siempre están los inadaptados, los locos, los
soñadores. Por suerte siempre están los atrevidos, los necios, los imprudentes
que se lanzan de cabeza al vacío sin recurso alguno más que el de un corazón
libre. Son ellos los que milenariamente han nutrido la resistencia, y es la resistencia la que sigue
embelleciendo las primaveras.
ilka@cronicasdeunainquilina.com
0 comentarios:
Publicar un comentario