Por Carolina Vásquez Araya:
Las reacciones lo dicen todo frente a la ola migratoria
latinoamericana
Los fenómenos migratorios forman parte ineludible de la
historia de la Humanidad. Múltiples motivos han generado desplazamientos de
grandes conglomerados humanos desde que aparecieron sobre la faz de la Tierra:
sequías, inundaciones, invasiones, pestes y hambrunas han obligado a
comunidades enteras a buscar refugio en otras latitudes. Por lo tanto, es
preciso observar el fenómeno desde una perspectiva más amplia y no como un
problema puntual de un país o una región determinados.
Las recientes oleadas de migrantes procedentes de países en
crisis han impactado a quienes, con una mezcla de solidaridad y repudio, ven a
las familias en tránsito o en proceso de convertirse en residentes permanentes
como una amenaza latente, sobre todo cuando esos movimientos migratorios son
masivos y objeto de gran atención mediática. Pero también existen migraciones
lentas y sostenidas, como las procedentes de los países más afectados por la
miseria y la violencia, cuyos habitantes van escapando en un goteo constante
hacia tierras más prósperas buscando aquello que su patria no les brinda.
Nada hay más injusto como el rechazo hacia quienes por
necesidad abandonan su tierra, sobre todo si está basado en la ignorancia y el
prejuicio. Para comprender la dimensión del drama humano implícito en una
migración forzada por el hambre y la violencia, es preciso acercarse y conocer
cómo el miedo y el instinto de supervivencia son fuerzas tan poderosas como
para inducir a una familia a enfrentar los riesgos de una ruta desconocida y
plagada de obstáculos. La criminalización de los migrantes por parte de líderes
de países poderosos –el caso Trump y sus mensajes de odio y racismo hacia los
pueblos latinoamericanos- no hace más que provocar un eco destructivo en
ciertos sectores de la sociedad, tanto aquella perteneciente a los países que
experimentan el fenómeno de paso como de ingreso de migrantes, ambos temerosos
de la amenaza implícita en todo lo que escapa a su visión conservadora y
proteccionista.
Esta falta de empatía es claramente perceptible en un amplio
sector de la sociedad estadounidense, pero también en ciertas capas medias
urbanas de los países afectados, cuya aparente sensibilidad humana desaparece
ante la vista de la cruda realidad de sus periferias, en donde se hacen
visibles los estragos de la corrupción, la desidia gubernamental y la
indiferencia ciudadana. En países con elevados indicadores de desigualdad,
pobreza, violencia y desnutrición, la huida hacia otros horizontes es casi
inevitable y termina siendo el resultado obvio de la falta de oportunidades y
del círculo vicioso de una miseria abrumadora.
En esta era de la comunicación instantánea y ante el
desarrollo de los procesos migratorios masivos en algunos países de la región,
llama la atención la abundancia de comentarios xenófobos y racistas contra
quienes arriesgan su vida y la de sus hijos en la búsqueda de una vida mejor.
Al parecer, olvidan su propio origen –producto de otras migraciones con
similares motivos-, reniegan de sus ancestros y con ello hacen evidente que el
lustre de barniz de solidaridad y empatía se descascara ante la menor amenaza a
su marco de valores y estilo de vida. Muy pocos habitantes de este continente
pueden considerarse plenamente pertenecientes a su territorio. Las migraciones
europeas, asiáticas y africanas han poblado, mezclado y asentado sus reales en
estas tierras pródigas de las Américas. Las pretensiones de pureza étnica o
nacionalismos herméticos son por lo tanto cada día más insostenibles y
absurdas, pero sobre todo aterradoramente inhumanas.
elquintopatio@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario