Por Homar Garcés:
Ahora, cuando se impone la necesidad de elaborar y de poner
en práctica proyectos descoloniales y pluriversales concretos en nuestra
América (sin que éstos desmerezcan calificarse simplemente como “utópicos”,
obviando y relegando así su carga subversiva), los cuales coadyuven a
desbloquear la tendencia general a considerar cualquier asomo emancipatorio
como una infracción imperdonable del orden establecido, más aún frente a la
crisis civilizatoria que envuelve por entero a la humanidad, el pensamiento del
Maestro Simón Rodríguez no deja de presentarse como una opción válida a la cual
recurrir en todo momento.
Su clara, muy citada, escasamente entendida y nada aplicada
advertencia a las jóvenes repúblicas de nuestro continente, «La América no debe
imitar servilmente, sino ser original», adquiere rasgos ciertamente
subversivos. Lo que es una cuestión imprescindible, si aún se aspira a
concretar una verdadera revolución emancipatoria en estas latitudes, capaz de
trascender el proceso inducido de transculturación y el papel subalterno de
economías dependientes y proveedoras de materia prima del capital global
asignado a nuestras naciones.
Las palabras del Robinson de nuestra historia irrealizada
señalan la forzosa tarea de producir una completa e irreversible ruptura
creadora respecto a los paradigmas de la colonialidad, originados en Europa y
continuados por Estados Unidos. Nuestra América habrá de irrumpir de esta forma
en el escenario planetario mediante una praxis y una teoría sociales harto
diferentes a las habituales o conocidas. De ahí que, en una de sus pocas obras
publicadas en vida, “Sociedades Americanas”, llegue a concluir tempranamente,
no por simple prejuicio, que «la sabiduría de la Europa y la prosperidad de los
Estados Unidos son, en América, dos enemigos de la libertad de pensar. Nada
quieren las nuevas repúblicas admitir que no traiga el pase».
Por ello, ante la crisis generalizada provocada por el
sistema neoliberal globalizado en diversidad de naciones, bien cabría citar
también su certero consejo respecto al tipo de revolución que éstas requieren
para el logro de su total soberanía: “Una revolución política pide una
revolución económica. Si los americanos quieren que la revolución política que
el curso de las cosas ha hecho, y que las circunstancias han protegido, les
traiga verdaderas bienes, hagan una revolución económica y empiecen por los
campos -de ellos pasarán a los talleres de las pocas artes que tienen- y
diariamente notarán mejoras, que nunca habrían conseguido empezando por las
ciudades”.
Para su logro, será necesario un modelo educativo, cuyas
bases estén en plena correspondencia con ambas fases de revolución. En su afán
liberador, Rodríguez concebía la educación como el instrumento más conveniente
con el cual se aseguraría definitivamente la independencia lograda mediante las
armas. Los ciudadanos de las recién nacidas repúblicas de nuestra América
tendrían el reto de formarse adecuadamente y de establecer sistemas de
convivencia y moralidad democráticos, inexistentes por demás en Europa y
Estados Unidos; siendo útiles a la comunidad y a sí mismos. De ahí que
concluyera que “adquirir luces sociales significa rectificar las ideas
inculcadas o malformadas mediante el trato con la realidad, en una conjugación
insuperable de pensar y de actuar, bajo el conocimiento de los principios de
interdependencia y de generalización absoluta. Adquirir virtudes sociales
significa moderar con el amor propio, en una inseparable de sentir y pensar,
sobre el suelo moral de la máxima ‘piensa en todos para que todos piensen en
ti’ que persiguen simultáneamente el beneficio de toda la sociedad y de cada
individuo”.
Con ello en mente, uno de los principales objetivos a
alcanzarse a través de esta nueva educación es la emancipación cultural de
nuestros países, indiferentemente del rango social, económico y político de sus
habitantes. En ésta resaltan tres rasgos particulares: 1.- La ruptura creadora
respecto al discurso colonial, el cual reafirma una concepción del mundo dominadora,
racista, discriminadora, obsoleta y conservadora, contrapuesta por completo a
los ideales de la emancipación, la justicia social y la igualdad de las
personas; 2.- la necesaria formación política e ideológica republicana de cada
ciudadano, complementada por una vocación conscientemente fomentada de servicio
en relación con la nación y sus semejantes, sin los prejuicios, los vicios y
los convencionalismos que caracterizan a los grupos gobernantes tradicionales;
y 3.- la búsqueda inacabada de lo siempre original, evitándose que lo moderno
esté contaminado de lo antiguo, especialmente en lo concerniente a las fuerzas
productivas, las relaciones sociales y las relaciones de poder.
Los consejos transgresores, irreverentes, incesantes y
liberadores del Maestro Simón Rodríguez se enmarcan, así, en un período de
nuestra historia común de naciones que exigía fórmulas de convivencia y de
creación democráticas a fin de asegurar la autodeterminación frente a las
apetencias neocolonialistas de las potencias que apetecían despojar de este
amplio territorio a la corona española. Lo mismo que ahora. Esta vez con un
propósito más inmediato: hacerle frente a quienes, desde adentro y desde
afuera, quieren establecer el dominio total de una minoría sobre los sectores
populares mayoritarios de todas las naciones de nuestra América.
mandingarebelde@gmail.com
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