Por Msc. Félix Roque Rivero:
Donald Trump, el 45° presidente de los Estados Unidos de
Norteamérica ha señalado que su país es “una nación nacida bajo el mandato
divino”. Resume en esa frase la excepcionalidad de los estadounidenses. El
Destino Manifiesto es una filosofía nacional que explica la manera en que este
país entiende su lugar en el mundo y se relaciona con otros pueblos. A lo largo
de la historia estadounidense, desde las trece colonias hasta nuestros días, el
Destino Manifiesto ha mantenido la convicción nacional de que Dios eligió a los
Estados Unidos para ser una potencia política y económica, una nación superior.
(Mkt, 2016, Portal Se Piensa).
La frase “Destino Manifiesto” apareció por primera vez, la
historia es harto conocida, en un artículo que escribió el periodista John L.
O’Sullivan, en 1845, en la revista Democratic Review de Nueva York. En su
artículo, O’Sullivan explicaba las razones de la necesaria expansión
territorial de los Estados Unidos y apoyaba la anexión de Texas. Decía: “el
cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el
continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del
gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un
árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus
capacidades y el crecimiento que tiene como destino”. Como lo sostiene el
profesor Vladimir Acosta en su extraordinario libro “El monstruo y sus
entrañas”, “Estados unidos es una sociedad religiosa y fundamentalista”.
(Acosta, Vladimir, 2017, p 26).
Esa sociedad que se cree predestinada por Dios para dominar
el mundo, es hoy la sociedad que lideriza Donald Trump, un tipo que ha
declarado ser presbiteriano practicante y seguidor de las enseñanzas del pastor
Norman Vincent Peale, que predica el poder del pensamiento positivo y que fue
el padrino en su primera boda. Como lo explica el profesor Vladimir Acosta, el
fundamentalismo cristiano “es un producto de los EEUU y es una de sus
expresiones culturales que cuenta con un peso descomunal”.
Dada la significación del elemento religioso entre los
estadounidenses, importa realizar una brevísima cauterización de este elemento
para así entender el porte presbiteriano de Trump y, sobre todo, sus
arremetidas contra los pueblos, amparadas en esa “religiosidad” que como
cartilla le imponen a los presidentes estadounidenses a la hora de tomar el
juramento de ley. En esa sociedad que se jacta de ser libertaria, por un largo
tiempo se usaba el The Bible Belt, una especie de cinturón adherido al cuerpo,
que hacía referencia a los capítulos del Antiguo Testamento. Con ello se tenía
la falsa creencia de que los mensajes de los profetas servían de escudos
protectores de las personas. Ese cinturón, era en realidad un tremendo negocio
ya que se vendía por un precio que superaba los quince dólares. En esa sociedad
nació la organización del Ku Klux Klan, responsable de miles de muertes, sobre
todo de negros en la zona de Carolina del sur.
En 1787 los EEUU nacen como Nación, con una profunda
vinculación a la iglesia, a la religión. Ese Estado naciente, nunca se ha
desvinculado de la Iglesia, aunque una de las Enmiendas a la Constitución así
lo establezca. Las llamadas trece colonias respondían a los planteamientos
religiosos de las más de 2.150 sectas que existían, como lo reseña Peter Scowen
en el “Libro negro de América”. El catolicismo papista, los anglicanos, los
puritanos calvinistas, los luteranos, los cuáqueros que fundaron a Filadelfia
con el pastor William Penn que fue asesinado y los mormones, la “religión más
original”, fundada por el profeta Joseph Smith.
De todas esas religiones, tal vez la más comprensiva de los
derechos de los indígenas y de los negros lo fue la de los cuáqueros y que por
practicar la poligamia, fueron perseguidos, asesinados muchos de sus líderes.
Estas religiones fueron las sostenedoras del destino manifiesto que justificaba
las más abyectas tropelías cometidas, siempre a nombre de la libertad y de un
Dios Supremo. Cuando los EEUU invadieron a México y se apoderaron de más de la
mitad de su territorio, lo que “legalizaron” con el Tratado de
Guadalupe-Hidalgo en 1848, en el periódico Whig Intelligencer escribieron un
editorial que finalizaba diciendo “No tomamos nada por conquista…gracias a
Dios”. (Zinn, Howard, La Otra Historia de los Estados Unidos, p. 159).
¿Qué significa ser presbiteriano?
Para Jonathan Muñoz Vásquez, pastor de la Iglesia
presbiteriana de Chile, cuando se produce el movimiento conocido como La
Reforma con Calvino a la cabeza, la iglesia ya reformada, una vez que se instala
y difunde su predicación del evangelio en Escocia bajo el liderazgo de John
Knox —alumno y colaborador de Juan Calvino—, tomó en el siglo XVI el nombre de
iglesia presbiteriana. Ello fue así por la forma como se diseñó el gobierno,
liderizado por estructuras integradas “por varones con sabiduría, experiencia y
dones para ejercer el gobierno y la enseñanza en la iglesia”. A estos varones
también se les llama en la Biblia de “presbíteros”, que significa literalmente
“ancianos”. Al ser una iglesia gobernada por consejos de presbíteros, las
iglesias reformadas de Escocia se popularizan más con el nombre de
presbiterianas. (Muñoz Vásquez, Jonathan, portal TGC´, 30 de abril, 2015).
Ser presbiteriano es creer profundamente en Dios, en Cristo,
no necesariamente en el Papa. Esto permite entender los enfrentamientos de
Trump con su Santidad Francisco en materias como las relacionadas con la
construcción del muro en México. Sobre esto Francisco llamó la atención de
Donald Trump y le dijo textualmente que “quien esté pensando en construir un
muro (para separar a los pueblos) no es cristiano”. Ser presbiteriano es asumir
con fe las reformas de la confesión, es entender que existe un pacto renovado
entre Dios y sus criaturas en una iglesia “eclesiológicamente reformada”.
Pero ¿qué religión han tenido los presidentes
estadounidenses?; tres presidentes fueron abiertamente no religiosos: Thomas Jefferson, Andrew Johnson y Abraham
Lincoln y uno, Kennedy, católico. Los demás han sido cristianos sobre todo
presbiterianos, bautistas y episcopales. Uno fue cuáquero: Richard Nixon. De los
535 miembros del Congreso de los EEUU ninguno se identifica como ateo, y
sólo uno declara no tener una afiliación religiosa concreta. Y ello pese a que
en la sociedad americana existe un 20% que se declaran no afiliados a ninguna
religión. (Antonio Gómez Movellán, ¿Qué religión tiene Donald Trump? 20
OCTUBRE, 2016). Con Donald Trump continua la saga de presidentes
presbiterianos.
Las creencias religiosas de la familia Trump.
Los Trump, religiosamente hablando no son una unidad.
Mientras Donald es presbiteriano declarado y confeso, su madre Mary Trump,
influyó en su formación religiosa y lo encaminó desde niño en la fe a los
presbíteros; su esposa Melania es católica de comunión y oración, así quedó
demostrado en la visita al Vaticano cuando el Papa le regaló un rosario
bendecido por él. Ivanka, la hija predilecta de Trump es judía, debió
convertirse a esta religión para poder casarse con Jared Kushner, yerno y
asesor principal del presidente. Ellos fueron los que impusieron a Trump el
cambio de la embajada a Jerusalén e Ivanka se sintió “transfigurada” cuando oró
ante el Muro de los Lamentos pidiendo por la salvación de Israel, el pueblo
elegido por Dios para velar por la Tierra Prometida y por el regreso del
Mesías.
Trump, con todo y ser el “jefe” de la familia, no es el
conductor espiritual de ella y debe asumir las contradicciones en su seno, que
no son pocas. Ivanka y su esposo son dos verdaderos halcones que asesoran al
presidente en sus políticas para el Oriente Medio. Son los que atizan un
eventual conflicto entre Israel e Irán, tienen conexiones muy poderosas con el
sistema financiero-militar para la fabricación y ventas de armas y parten de su
fundamentalismo religioso, aliados con el sionismo más recalcitrante que
propugna por intervenir en Siria, que subsidia al ISIS y que aspira el control
energético de toda la zona. Trump los apoya mientras Melania dirige sus
oraciones al cielo.
¿En qué cree Mr. Trump?
Como lo afirma Umberto Eco, los laicos “viven obsesionados
por un nuevo Apocalipsis”. (Eco, Umberto. En qué creen los que no creen.
Ediciones Temas de Hoy, 1997). Donald Trump es uno de esos laicos que afirmando
creer (en un Dios), sus acciones permiten concluir que ese Dios es la creación
que nace de sus propias convicciones, lo que significa que ese Ser Supremo no
es necesariamente el Dios de los demás sino su propio Dios, el cual le
complace, le cuida, lo llena de fortuna, lo hace exitoso en el mundo de los
negocios, orienta y guía su Gobierno, le dice qué hacer y cómo hacerlo. Como
dice el filósofo italiano Gianni Vattino, Trump quiere hacernos creer que él
cree en lo que cree. Para el periodista Daniel Burke, “Aunque Donald Trump dice
ser presbiteriano practicante, sus comentarios sobre Dios y religión han sido
confusos”. (Burke, Daniel. Editor de Asuntos Religiosos de CNN, octubre, 2016).
Donald Trump vive de pecado en pecado pero afirma “que con la gracia de Dios y
con el apoyo de su familia espera tener una segunda oportunidad”. Trump ganó
las elecciones en los Colegios Electorales, prometiéndoles a sus electores,
fundamentalmente a los representantes más recalcitrantes de la derecha racista,
volver a los principios originarios de la Nación, regresar a la identidad de
ser estadounidenses, a sus postulados religiosos ancestrales, vinculando los
negocios capitalistas con la religión que les dio origen como país. En esto,
Trump seguramente bien asesorado retomó parte de las tesis de Weber quien en su
Ética Protestante señaló “Es más pronto que los protestantes, tanto en calidad
de oprimidos u opresores, como en mayoría o minoría, han revelado siempre una
singular inclinación hacia el racionalismo económico, inclinación que no se
manifestaba entonces, como tampoco ahora, entre los católicos en ninguna de las
circunstancias”. (Weber, Max. La Ética Protestante y el Espíritu del
Capitalismo).
¿Qué puede esperar el mundo de este presbiteriano?
Como reza la paremia bíblica atribuida a San Mateo “Por sus
hechos lo conoceréis”, sin duda es este un buen indicador para desenmarañar la
conducta religiosa de este hombre que a nombre de su Dios ordena realizar
bombardeos, intervenir y derribar gobiernos, asesinar dirigentes, masacrar
poblaciones enteras incluyendo a los niños. Este hombre que hizo de su vida una
práctica común para abusar de las mujeres a quienes considera objetos de venta
e intercambio. Un tipo que a nombre de sus dogmas religiosos ha sacralizado el
pensamiento cristiano, poniendo al mundo a depender de un hilo ante las
amenazas de una hecatombe nuclear. Con Trump, la geopolítica ha de contar con
el elemento religioso para su cabal comprensión.
La mudanza de la embajada de los EE.UU a Jerusalén, cosa que
no se le ocurrió jamás a ningún presidente, más que verse como un acto de
provocación al mundo musulmán, bien pudiera tratarse de la convicción de Trump,
fundamentada en el Destino Manifiesto, que la llamada “Ciudad de Dios” es en
realidad una ciudad terrenal y esa ciudad lo es Jerusalén, la capital de
Palestina. Que el texto del Apocalipsis de San Juan no es ya, como lo asienta
Umberto Eco, el sonar de las siete trompetas, ni la caída de las estrellas, no
los mares con sus aguas ensangrentadas, ni las langostas que surgen del pozo
del abismo ni la bestia que emerge del mar, no, ese nuevo Apocalipsis tal vez
lo vislumbra Trump en el fortalecimiento de los arsenales nucleares, en la
continua destrucción del medio ambiente, en las llamadas lluvias ácidas. Sus
intentos por “desnuclearizar” la Península Coreana no desecha la presencia militar
gringa en la zona para contrarrestar la presencia de China y de Rusia. Sus
intentos por doblegar a la Revolución Bolivariana y poner fin al gobierno
revolucionario de Cuba, no tiene otro significado que recuperar la totalidad de
lo que otrora llamaron su patio trasero, fundados en la Doctrina Monroe de la
“América para los americanos”. Para Trump, “Dios es lo máximo, no hay nadie
como Dios”. Mientras tanto, en las monedas norteamericanas y en los billetes,
continuará apareciendo la frase In God We Trust. La verdadera creencia
religiosa de Donald Trump son los negocios y si debe echar mano al fantasma del
Apocalipsis, no dudará en hacerlo, para ello es menester, como lo escribe San
Juan, que Satanás sea liberado, que las fuerzas del mal y del bien se destrocen
en fiero combate y que se imponga el Juicio Universal. Sin embargo, no
olvidemos que San Juan también dice que Dios es amor y por amor entiéndase,
como dice Ernesto Cardenal, “la causa del pobre y del indigente”. En el
capítulo final de la novela “Anima Mundi” de la escritora Susanna Tamaro se lee
“Sin respeto, sin amor, el hombre sólo es un mono que corre por el mundo con
las manos sucias de sangre”. Que no olvide esto, el presidente presbiteriano,
si en verdad desea ganarse un puesto en el paraíso.
roque.felix@gmail.com
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