Po Emilia M. Carlevaro:
Supongamos que la reforma previsional que impulsó Ortega era
justa (y no regresiva) y que los que manifestaban en su contra estaban
equivocados… Supongamos que no hubo omisión ni negligencia en sofocar el
incendio que terminó con parte del corazón de la Reserva Biológica Indio Maíz y que los que
denunciaron y protestaron por esto estaban equivocados…
Supongamos que los sacerdotes católicos que auxilian,
conversan y apoyan a los jóvenes activistas son más conservadores y pro
imperialistas que el recientemente fallecido Cardenal Obando y Bravo, que se
opuso al primer gobierno del FSLN y que apoyó a la contrarrevolución
(instigada, respaldada y financiada por
Reagan y el escandaloso Irangate), pero que en 2016 fue declarado por Ortega
“Prócer de la Paz y la Reconciliación”…
Supongamos que todos los organismos de derechos humanos
–gubernamentales y no gubernamentales, nicaragüenses y extranjeros- se hayan
convertido unánime y simultáneamente en marionetas del imperialismo y la
reacción, sesgando sus informes para desprestigiar al gobierno y que los que
reclaman su intervención y divulgan sus informes están equivocados…
Supongamos que la mayor parte del cerno del FSLN de la
Revolución del 79 (Henry Ruiz, Mónica Baltodano, Víctor Tirado, Dora Ma.
Téllez, Sergio Ramírez, Luis Carrión,
Gioconda Belli, Ernesto Cardenal, etc.) se hallen en estado de confusión o de
vileza extrema e induzcan al pueblo a cometer errores y que miles los sigan…
Supongamos que el imperialismo yanqui tiene la capacidad de
orquestar, tras 11 años de gobierno de Ortega (con control total de las fuerzas
coercitivas del Estado, con dominio de gran parte de la prensa y de los
aparatos de las organizaciones de masas), una maniobra desestabilizadora de tal
magnitud que hace que miles se lancen a
las calles arriesgando sus vidas…
Supongamos, entonces, que estamos frente a una espectacular
maniobra desestabilizadora contra un gobierno defensor del pueblo,
revolucionario y antiimperialista, que logra que miles de alienados, digitados
por el imperio y la burguesía, salgan –estúpidamente- a protestar, inermes,
arriesgando que los maten a ellos y sus familias para apenas arañar a las
fuerzas gubernamentales. En síntesis: miles de pobres (en Nicaragua el 80% de
la población lo es) digitados, confundidos, dispuestos a morir…
Entonces, si todos estos supuestos fueran verdad, ¿qué
debería hacer el gobierno con estos manifestantes? ¿Su no razón es razón para
dispararle al boleo, encarcelarlos e interrogarlos bajo tortura, herirlos,
matarlos?
Y nosotros, aquellos uruguayos que siempre pensamos que los
gobiernos tienen el deber de que sus Estados cumplan con la obligación de
garantizar los derechos de las personas, empezando por la vida y la libertad,
los que venimos trabajando por eso, dentro y fuera de fronteras, desde el
pachecato hasta ahora, ¿qué hacemos?
¿Decimos que el gobierno y el Estado de Nicaragua tienen
menos obligaciones que los de Uruguay?
¿Decimos que los más de doscientos muertos -los habidos en
estos dos meses- son menos valiosos que los nuestros? ¿Que los nuestros no
debían morir porque tenían razón y estos sí porque estaban equivocados?
¿Nos hacemos los distraídos?
¿Repetimos el argumento de que se prestaron –consciente o
inconscientemente- para desestabilizar un gobierno revolucionario y que
entonces…? [- ¿Entonces qué?, terminemos
la frase por favor. Entonces… ¿se lo buscaron?… ¿se lo merecen?...]
Nosotros, los que nos oponemos a la pena de muerte aun para
el peor delincuente, ¿la aceptamos contra los manifestantes?, ¿acaso la
sospecha que haya fuerzas políticas nicaragüenses de derecha que con total oportunismo pretendan
manipular y dirigir las protestas, nos inhibe para solidarizarnos con las
víctimas?
Muchos nicaragüenses nos hablan y escriben informándonos,
pidiéndonos solidaridad, apelan a nuestra sensibilidad de demócratas,
progresistas, defensores de los derechos humanos y/o izquierdistas… ¿no les
contestamos?, ¿no vamos a hacer una gestión, un gesto público?
¿Es que todavía no comprendimos que no se trata de dirimir
si los manifestantes tienen o no razón, sino de defender sus derechos y
libertades fundamentales? Nadie nos pide que opinemos sobre la política interna
nicaragüense, nos piden que ayudemos a evitar que se siga enlutando Nicaragua
con la sangre de los que desde los más remotos pueblitos a las ciudades,
desarmados, luchan en las calles. Nos
piden que, de una vez por todas, seamos capaces de exigir que cese la
represión, que se ponga fin al accionar terrorista del Estado.
Nos recuerdan, sin decirlo, que la defensa de los enunciados
en la Declaración Universal de Derechos Humanos no tiene fronteras.
Me resuena la canción de Zitarrosa, pongo una de sus líneas en plural:
Qué pena, que no nos duela el dolor.
Emilia M. Carlevaro
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