Por Carolina Vásquez Araya:
Nunca la degradación de un gobierno había sido tan
contundente como ahora.
En la conducta de los gobernantes hay extremos imposibles de
ignorar. Retrocesos capaces de aplastar no solo la dignidad de las personas
sino también su integridad física y moral. Actos de tal magnitud como para
despertar todas las alarmas, en especial si son cometidos por quienes están
supuestos a administrar con ética y transparencia los bienes del Estado. El
ejemplo más ilustrativo de tales desmanes está ahí, en Guatemala, y a la vista
del mundo.
Alguna vez creí haber visto los extremos de la perversidad
en los círculos del poder. Pero lo sucedido antes y durante la erupción del
Volcán de Fuego la semana pasada ha sobrepasado todo lo imaginable. Las hordas
gubernamentales no tardaron en organizarse, pero no para alertar a la población
en riesgo, sino para apoderarse del flujo de ayuda recolectada por la
ciudadanía y fingir, por medio de actos indignos de seres humanos, que esta
provenía del gobierno. No contentos con esa farsa, algunos alcaldes han asumido
un poder ilegítimo para prohibir la entrega directa de víveres y otros insumos
a la población damnificada, obligando a los donantes a depositarlos en sus
bodegas, quizá con el propósito de utilizarla a su favor en alguna próxima
campaña electoral.
Pero lo más aberrante ha sido la actitud de las autoridades
en su trato a la población infantil guatemalteca refugiada; son niños y niñas
que lo han perdido todo. Son las víctimas de siempre, la infancia desprotegida
por pobre, indígena y campesina. Tengo en la memoria la inconcebible imagen de
la repartición de bananos y la marca con tinta en la frente de esos niños para
que no osaran pedir otro. ¿Es acaso la instauración del Último Reich en
Guatemala? ¿Coinciden estas atrocidades con las perversas intenciones del
congreso, cuyo propósito es marginar legalmente toda diversidad sexual mediante
oscuros pactos en medio del caos? ¿Es parte del nuevo régimen dictatorial
legislar para eliminar las penas por crímenes de lesa humanidad? ¿Con qué
autoridad esas pandillas arremeten contra los pequeños avances alcanzados en la
búsqueda de una sociedad justa e igualitaria?
En medio del dolor y la rabia es imposible pasar por alto
que un funcionario aparentemente no identificado tuvo el gesto de alertar a
primeras horas de la mañana del domingo a la gerencia de un exclusivo club de
golf porque ahí se hospedaban personas
importantes. Evacuaron las instalaciones del club a las 10 de la mañana. Todos
se salvaron. Mientras tanto, la Comisión para la Prevención de Desastres emitía
un comunicado afirmando que no era necesaria la evacuación. ¿Acaso otra
estrategia contra la población indígena? Cientos de víctimas fatales merecen
ahora investigación, justicia y reparación por parte de un gobierno que les
negó el derecho de tener una oportunidad de sobrevivir, aunque fuera mínima.
Viví el terremoto de 1976 y vi con mis propios ojos cómo el
glorioso ejército se apropiaba de la ayuda internacional. Carpas de lujo,
hospitales de campaña, mantas, víveres, ropa, medicinas… Cuando se firmaron los
Acuerdos de Paz pensé que jamás volvería a suceder semejante despojo pero he
aquí la historia repetida con calculada maldad, solo que en esta ocasión con
mayor desparpajo, si eso es posible. Médicos voluntarios clamando por medicinas
porque las autoridades las embodegaron y no les permite el acceso a ellas.
Rostros de cientos de ciudadanos solidarios marcados por la impotencia y el
cansancio, siempre prestos a ofrecer lo poco que tienen para salvar la vida de
otros, quedarán como imagen imborrable en nuestra memoria.
¿Es Guatemala un ensayo en probeta para repetir los desmanes
del nazismo?
elquintopatio@gmail.com
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