Por Emilio Marín:
Sociedad enferma violenta y con acceso casi libre a armas
El 14 de febrero fue cometida otra masacre en una escuela
norteamericana, con 17 alumnos muertos. Es una historia repetida en escuelas,
cines, clubes e iglesias. ¿Por qué sucede eso a menudo en EE UU y nunca en
Cuba?
Es una historia que se repite seguido en los centros
educativos de Estados Unidos: 16 tiroteos desde 1989 hasta el ocurrido en la
escuela Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, Florida. En el podio de la
muerte está la masacre de Blacksburg, hace once años, con 32 muertes, seguida
de la de Sandy Hook, en Newton, en 2012, con 28. El tercer lugar corresponde al
tiroteo del pasado 14 de febrero en Parkland, donde el exalumno, Nikolas Cruz,
de 19 años, mató a 17 alumnos. El autor fue detenido y puede ser condenado a
muerte.
Lo primero a evaluar frente a estos hechos es la reacción
del poder político. El presidente Donald Trump dio un breve mensaje al país
poniendo el acento en la enfermedad mental del atacante y la necesidad de
reforzar la seguridad de los establecimientos educativos, léase con más
efectivos armados. Su lógica, desairada por la realidad estadounidense funciona
así: frente a personas armadas, el Estado pone efectivos más numerosos y mejor
armados y soluciona el problema.
Los policías norteamericanos son muchos y bien pertrechados
y comunicados, pero eso no significa que puedan impedir todos los ataques que
por sorpresa libran personas también bien armadas, que compraron sus fusiles y
pistolas en cualquier armería, tienda o supermercado, y que conocen muy bien la
escuela donde atacarán, inesperadamente.
La primera parte de la doctrina Trump, que sería una
cuestión de salud mental, es puesta en la picota por los entendidos en esa rama
de la medicina; afirman que eso es una auténtica locura. Dicho vulgarmente,
puede haber allí muchas personas con problemas mentales, pero ellos no son la
fuente principal de ese tipo de ataques.
Si el magnate no insistiera en recortes a los programas de
salud y educación, todo en ello en beneficio de recortar impuestos a los ricos
y engordar el presupuesto militar (este año de 716.000 millones de dólares),
seguramente la salud mental de los estadounidenses tendría mejores niveles. Y
eso alguna pequeña influencia tendría en disminuir los tiroteos en centros
educacionales. Pero ni siquiera eso está ocurriendo. A propósito, ¿cómo anda la
salud mental de Trump? Muchas de sus medidas de gobierno no pasarían una prueba
mínima de ser alguien que esté en sus cabales…
Falsos diagnósticos
Las teorías de Trump, por llamarlas de algún modo, son muy
erráticas para explicar esos tiroteos. Ya ocurrió en junio de 2016, esa vez en
el club nocturno gay, Pulse, en Florida, donde el atacante, Omar Mateen,
asesinó a 49 personas antes de ser abatido por la policía. En ese momento se
largaba la campaña electoral entre el magnate inmobiliario y la exsenadora
Hillary Clinton.
El aspirante republicano afirmó que esas cosas pasaban por
la inmigración musulmana, catalogando a Mateen como venido de Afganistán. La
Clinton le replicó que eso era falso, que el matador había nacido en Queen,
Nueva York, el mismo distrito que Trump.
Por otro lado, cualquier comparación con Afganistán habría
dejado mal parado al imperio, pues allí comenzó George Bush en octubre de 2001
la llamada “guerra antiterrorista” con la invasión del país y unos 150.000
muertos hasta 2014.
Ya en esa polémica el dueño del emporio Trump adelantó que
si era presidente impediría la entrada de ciudadanos provenientes de países
islámicos; una media docena fue penalizada a partir de 2017 excluyendo siempre
a su aliada Arabia Saudita. Sin embargo, no por eso cesaron los tiroteos
masivos, muchas de cuyas víctimas son inmigrantes, por caso puertorriqueños,
como en el bar Pulse.
Hasta los dientes
En esa campaña electoral de 2016 se volvió a discutir sobre
la conveniencia de limitar o no la venta de armas así como su posesión y porte.
Los republicanos, y una buena parte de los demócratas, son partidarios de que
todos y todas deben estar armados, invocando la Segunda Enmienda. Esta es una
realidad abrumadora sobre todo en el interior del país, como se refleja en
series televisivas como Fargo (no es publicidad de Netflix simplemente un
ejemplo que el cronista pone).
Clinton, como Obama, quería alguna limitación a la venta de
armas que no solucionaría el drama pero al menos lo condicionaba, por ejemplo
límites a los fusiles automáticos, esos que disparan 30 balazos en un minuto.
El AR-15, versión civil del militar M-16, era uno de los más empleados en las
balaceras. Se lo compra en minutos en cualquier parte y cuesta 475 dólares,
cuando un Iphone 7 sale 769.
Trump tuvo la posición más favorable a la venta ilimitada de
armas, incluso las de ese calibre. Lo hizo por convicción reaccionaria pero
también por conveniencia electoral, ya que gozaba del apoyo en campaña de la
Asociación Nacional del Rifle (NRA), la emblemática entidad que fomenta el
armamentismo.
En EE UU hay 319 millones de armas en poder de los civiles,
de ellas 114 millones de pistolas, 110 millones de rifles y 86 millones de
escopetas. Y fuentes especializadas aseguran que la industria que fabrica armas
de ese tipo mueve 43.000 millones de dólares al año, con ganancias para
Smith&Wesson y otras firmas.
Ya instalado en el Salón Oval, el actual presidente no quiso
ni siquiera poner limitaciones para la libre adquisición de armas de personas
con problemas mentales. Mal puede cargar todas las culpas sobre quienes tienen
esas perturbaciones, como sería el caso de Cruz.
Muchos potenciales asesinos y suicidas son los militares que
vuelven de guerras donde han ido a masacrar a otros pueblos. Hay pérdidas de
vidas en esos tiroteos, pero más vidas se perdieron en sus teatros de invasión
y más millones y millones de dólares se pierden en la atención médica y
psiquiátrica de esos marines.
El matador más reciente, Nikolas Cruz, recibió instrucción
militar en Fort Lauderdale, Florida, en un Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales
de Reserva Junior. Por eso mató más y mejor…
Cuba es otra cosa
Para la mentalidad de los gobernantes y mayoría de medios
norteamericanos, la isla socialista sería la encarnación del mal, de la
opresión del Estado sobre el individuo, una vulgar dictadura, asentada en las
Fuerzas Armadas Revolucionarias.
La realidad cubana ofrece un panorama totalmente opuesto al
yanqui que se venía describiendo. Los escolares de la isla van a instituciones
gratuitas y públicas, habiendo desaparecido el analfabetismo ya en 1961, a
menos de dos años de la revolución.
Pese al bloqueo norteamericano desde 1962 hasta hoy, con las
dificultades económicas y financieras que eso provoca a Cuba, allí no se ha
cerrado ninguna escuela ni dejado cesante a ningún maestro.
La preocupación oficial por la salud de su gente se plasma
en el mejor índice continental en mortalidad infantil: menos de 4 por mil de
nacidos vivos. A diferencia de los norteamericanos Medicare y Medicaid, de
tiempos de Obama y ahora limitados al máximo por el gobierno republicano que
dejará sin cobertura de salud a 24 millones de personas, en la Mayor de las
Antillas la salud es pública, gratuita y de buena calidad.
En Cuba no hay masacres en las escuelas, ni por parte de
exalumnos ni de nadie, no hay tiroteos masivos en bares ni cines, como es
moneda corriente en su mal vecino. ¿Por qué será tan abrumadora diferencia?
No es porque en la isla no haya armas. El cronista no tiene datos
precisos, pero sabe que las FAR tienen numerosos efectivos bien armados, de
Tropas Regulares y Milicias de Tropas Territoriales, y que hay almacenadas
mucho armamento defensivo, al alcance de esas milicias, para el caso de
responder a una agresión norteamericana. Cada cuatro años se hace el ejercicio
militar masivo Bastión, para preparar esa defensa. El artículo 65 de la
Constitución plantea: “la defensa de la patria socialista es el más grande
honor y el deber supremo de cada cubano”. Llegado el caso, ese deber se cumple
en forma armada.
O sea que en la isla también hay una gran cantidad de armas,
pero con otros fines, y manejadas por el Estado de otra manera, sin las
corporaciones y empresas lucrando con su venta.
Junto con la diferencia en educación y cultura, allí radica
la gran diferencia con el imperio, donde se invoca la 2 Enmienda para el
armamento de las personas. Eso, en una desequilibrada nación capitalista y
gendarme mundial, termina con masacres de alumnos y profesores, en el marco de
guerras contra otros pueblos a escala mundial (antes Vietnam, más acá en
Afganistán, Irak, Libia, etc). Y lo que es peor, luego de cada masacre escolar,
ante el temor que se pudieran limitar las ventas, más compradores corren a los
negocios a adquirir más armas, temerosos de perder ese enfermizo privilegio de
armarse hasta los dientes. El “american way of life” aspira a una buena tarjeta
de crédito, un lindo auto, una casa bonita, comida chatarra, viajes, Hollywood,
tecnología, en muchos casos drogas y unos relucientes AR-15.
Cuba no es un modelo perfecto, pero comparado con EE UU
resalta por su humanismo, lo otro tiene mucho de bestial. Es José Martí
compitiendo con la Asociación Nacional del Rifle, es Fidel en contraste con el
bruto de Trump, son los pioneros en la escuela habanera versus los matadores de
Parkland. Usted, ¿con quién se queda?
ortizserg@gmail.com
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