Por Rafael A. Ugalde:
Muchos de los que nos formamos en esta alma mater,
benemérita de la educación, bajo la égida de pensadores como Carlos Monge
Alfaro, Eugenio Rodríguez, Carlos Manuel Arroyo, Isaac Felipe Azofeifa, Teodoro
Olarte, Juan Mario Castellanos, Hugo Assman, Constantino Láscaris, etc. (¡qué
tiempos!), para bien o para mal, perdimos la vieja y generalizada costumbre de
preocuparnos más por qué piensan los otros para sustituir nuestro criterio. Eso
independientemente de agradecer por el aporte venido del otro.
Algunos de estos raros especímenes, desde un principio,
desanimamos a muy queridos amigos liberacionistas, socialcristianos y gente
“progresista”, que miraban las elecciones del pasado 4 de febrero como la
“oportunidad” histórica para que el país diera un salto en inclusión social,
democracia participativa, un sistema judicial transparente, con justicia de
verdad pronta, cumplida y de calidad, efectiva educación pública gratuita,
“muerte” al desempleo, descongelamientos salariales, fin a exoneraciones
tributarias, compadrazgos en licitaciones, clientelismo electorales, etc.
Hubiera sido ingenuo pensar que nuestro país sería la excepción de las fuerzas
que llevaron al poder a Temer en Brasil, a Macri en Argentina, a Juan Orlando
Hernández en Honduras y a Santos en Colombia. Aunque todos, sin diferencias,
hicieron del recorte del déficit fiscal un maravilloso caballo de batalla,
dizque para garantizar empleo y un mejor futuro a todos sus habitantes, cuando
en realidad lo que subyace en este discurso es la entrega de los pocos activos
a un bajo control estatal.
Para el caso costarricense, a los candidatos presidenciales,
Fabricio Alvarado y Carlos Alvarado el camino se les allanó –no importa quien
resulte electo presidente en segunda ronda– al eliminarse lo que en derecho
parlamentario denominan “la minoría desequilibrante” constituida por diputados
Libertarios y el Frente Amplio. Ello supone que el multipartidismo acentuado en
las elecciones presidenciales de los últimos años seguirá; mientras que se
impondrá el bipartidismo al interior de la Asamblea Legislativa. Esto a partir
de la reforma de un reglamento interno del parlamento para “agilizar”, según
dicen, la aprobación de proyectos urgentes. Cualquier semejanza con Macri y
Temer en Argentina y Brasil, respectivamente, es mera coincidencia.
Así, quienes están detrás de esta estrategia a lo largo y
ancho de América Latina, de presentar los faltantes fiscales estatales como el
demonio mayor, sin ir a las verdaderas causas del mismo, tienen la excusa
perfecta para mantener, prácticamente, congelados los salarios, la
privatización de pensiones, la educación, la seguridad social, etc. De aquí la
importancia de reformar el Reglamento interno de nuestra Asamblea Legislativa,
bajo la premisa de agilidad, sacrificando la esencia del parlamento: el debate
de ideas y no la imposición mecánica de mayorías absolutistas.
Acá, como allá, tocar las causas reales de los déficits
fiscales –la subfacturación, las exenciones, el contrabando, la negligencia en
el cobro de los tributos vigentes, el óleo de dinero, independientemente de
obras terminadas, “exportación” de capitales, impunidad, corrupción pública y
privada, entre otras–, pareciera peligroso para cualquier candidato a un puesto
de elección popular. Por consiguiente, discutir si este o aquel del mismo sexo
pueden casarse, sí seguimos o no en una Corte Interamericana de Derechos
Humanos a la que han trasladado los temas polémicos por incompetencia de
nuestra clase política, si el candidato equis cumplió con el requisito formal
de presentar un Programa de Gobierno (aunque no cumpla nada), suena más a
“inclusión social” e “igualdad”, aunque sabemos que mientras no combatamos las
causas reales (no las formales) de los faltantes fiscales cualquier paquete tributario
es como halar agua en un canasto.
Pero estos “reacomodos” de nuestra clase costarricense
privilegiada, que está entre las más lúcidas de toda la región, y así hay que
reconocerlo sin mezquindad, es posible que pasen sin sobresaltos porque sus
fuerzas antagónicas están dispersas. Quienes en algún momentos se ganaron el
favor de los estudiantes, de las amas de casa, que la están pasando mal, de
quienes recurren a la tarjeta de crédito para comer, de aquellos a quienes les
llega un “gran” reajuste salarial de dos mil colones, de los que no tienen casa
o se les está cayendo a pedazos, de los que tienen meses de soñar con un
trabajo, etc., no los articularon. Quienes debían articularlos y movilizarlos
desde sus urbanizaciones, centros de trabajo y acopio, pensaron más en los
prejuicios del pasado y en la burocratización desde las redes sociales.
El creciente número de afiliados al mayor partido político
de Costa Rica –el abstencionismo y los indignados– es una muestra de cómo miles
de costarricenses centraron sus esperanzas en unos líderes castigados hasta
decir basta el pasado 4 de febrero, pues no fueron ni “progres” ni “izquierda”,
ni “reformistas”. Fueron unos más del montón. La gente más pobre, la más
olvidada de las más abandonadas provincias, que es la “sangre viva” de las
transformaciones sociales y económicas, se llenó de religión, ante la
incapacidad de articulación de quienes en algún momento se llamaron de
“izquierda” o “progres”. De ese modo, muchos de ellos terminaron borrados en
Limón, Guanacaste y Puntarenas. Otros, creyendo que así se ganarían la
confianza de quienes jamás confiarán en ellos, renunciaron a la defensa de
naciones que sufren por la desempolvada doctrina Monrroe y su consecuente
injerencismo. “No son ni chicha ni limonada”, parafraseando al educador de
todos los tiempos: el cantante chileno don Víctor Jara.
rafaelangelu@yahoo.com
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