Por Homar Garcés:
Theodore Roosevelt en su mensaje al Congreso en 1904,
definió lo que sería conocido en adelante como el corolario Roosevelt a la
doctrina Monroe, al referir que una mala conducta crónica o la ausencia de
orden en las naciones ubicadas al sur de sus fronteras obligaría al gobierno de
Estados Unidos a llevar a efecto una intervención directa de su parte en dichas
naciones. «En el Hemisferio Occidental, -diría- nuestra adhesión a la Doctrina
de Monroe podría obligarnos, contra nuestras inclinaciones, en casos flagrantes
de tal mala conducta o de impotencia (de los gobiernos), al ejercicio de un
poder policial internacional». Una cuestión que se concretaría, básicamente, en
la región del mar Caribe, teniendo como enclaves destacados la base de
Guantánamo en Cuba y la zona del canal de Panamá, lo que le permitiría a
Estados Unidos reeditar, de alguna forma, lo hecho por la antigua Roma en las
aguas del mar Mediterráneo.
El imperialismo gringo ha tenido en la guerra su mejor (por
no decir la única) opción para perpetuarse y extender su supremacía a,
prácticamente, todos los confines de la Tierra. Así, en su artículo `La
militarización del neoliberalismo´, Antonio Maira detalla que “el estado de
guerra permanente en el que vivimos tiene su causa en la determinación de los
Estados Unidos de imponer un orden planetario en el que va impresa su
hegemonía. Responde a la necesidad de mantener el control de un mundo como
mercado abierto para las multinacionales y los grupos financieros. Tal mundo
presenta elementos crecientes de una desestabilización provocada por el enorme
crecimiento de las desigualdades y la pobreza, la ruina irremediable de países
explotados inclementemente por la deuda, y la creciente movilización política
de las multitudes condenadas irremisiblemente a la miseria”. En atención a
tales conclusiones, el expansionismo gringo en lo adelante no tendrá -según sus
patrocinadores- por qué someterse a consideraciones de naturaleza ética o
jurídica.
A fin de concretar sus ambiciosas metas, el imperialismo -en
esta nueva fase de su existencia- ha previsto la puesta en marcha de mecanismos
represivos a escala global que, en un primer momento, serán asumidos por los
ejércitos y policías de las naciones bajo su órbita y, en un escenario mayor,
por las propias tropas estadounidenses. Esto en combinación con la situación de
subdesarrollo permanente a que serían sometidos los países periféricos del
sistema capitalista, lo cual no excluiría (aunque parezca inverosímil) la
oportunidad de provocar una hambruna y un genocidio cuidadosamente planificados
y ejecutados, sin que a sus promovedores les perturbe alguna especie de
remordimiento.
En correspondencia con esta perspectiva, de instaurarse un
orden mundial análogo, los mercados acabarán por reemplazar definitivamente la existencia
de naciones y culturas que, de algún modo, contraríen y obstaculicen la sacra
voluntad de las grandes corporaciones transnacionales, convertidas éstas en un
Estado paralelo, de características supranacionales. En éste, los seres humanos
serían vistos como clientes y cosas (valorados y subvalorados, según su
utilidad), condenados a laborar cual nuevos esclavos, a fin de poder
sobrevivir.
Este neoimperialismo procura, lógicamente, la imposición de
una homogeneización no solamente en los planos económico, militar, político,
ideológico y cultural sino igualmente -y con un mayor énfasis- a una
reconfiguración espacial, en un proceso de recolonización, cuyos inicios pueden
rastrearse con facilidad en los diversos acontecimientos suscitados en la extinta
Yugoslavia y en Medio Oriente (incluyendo las asiduas agresiones militares de
Israel contra el pueblo ancestral de Palestina); lo que daría a la concepción
del Estado-nación un matiz totalmente diferente al que hasta ahora ha tenido.-
mandingarebelde@gmail.com
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